Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Estrellas muertas. por nezalxuchitl

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Relato inspirado en la vida real: esto quiere decir que tome hechos reales, no muy detallados, y los explico segun mi teoria, que puede o no estar equivocada. (Vamos, que es como quien novela la batalla de las Navas de Tolosa pero no puede asegurar que el califa de veras estuviera impeterrito leyendo el Corán.)

La tragedia trata de un par de amantes que no pudieron estar juntos.

Link a una foto de los protagonistas: http://s1026.photobucket.com/albums/y326/NezalXuchitl/?action=view¤t=prewaken07.png

 

Notas del capitulo:

"They used to love, having so much to lose..."

Estrellas muertas.

 

"Fuma un poco de mi hachís, mi hachís es cosa buena; no tienes otra cosa para olvidar esta triste historia ni esta triste ciudad..."

Borracho, con la mirada perdida por el alcohol y quizá por algo más, el mendigo mutilado tarareaba su monótona canción. Constante y sin cambiar de nota, su melodía era como la del río que corría detrás de él, un río cuyo nombre Petri ignoraba.

Ignoraba incluso que hubiera un río en Estambul. Ignoraba lo que cantaba el mendigo, pues no sabía turco, pero sonaba tan triste que se quedó a escucharlo, mirando el río que corría gris y sucio por la ciudad dormida. Sonaba tan triste que terminó por acercarse para tratar de averiguar que decía aquella canción.

-Hey - lo movió por el hombro - ¿Hablas inglés?

El mendigo tardó un poco en enfocar su único ojo sano en el turista rubio que le hablaba.

-Sí, yo hablar. ¿Tu querer un poco de mi hachís?

Petri sintió asco por las costras de mugre que cubrían el ojo enfermo del mendigo, su rostro entero.

-No. ¿Qué cantas? Quiero saber qué cantas.

-Mi hachís - la sonrisa reveló las ruinas amarillentas de su dentadura. - Mi hachís es cosa buena.

-No, no quiero hachís. Quiero saber que cantas.

-Mi hachís, mi hachís... - el mendigo rió y su risa terminó en un acceso de tos - mi hachís es cosa buena, no tener otra cosa para olvidar.

-No, no. - Petri se sentía molesto. Olvidar: ese verbo era imposible. - Que cantas, quiero saber que cantas, joder.

-Mi hachís - insistió el mendigo - cantar la canción de mi hachís. Mi hachís es cosa buena, no tener otra cosa para olvidar esta triste historia no ésta triste ciudad. - la señaló con una mano raquítica, de uñas largas y retorcidas. - No ésta triste historia, no ésta triste ciudad... Mi hachís es cosa buena, tu comprar un poco, tu también tener triste historia que olvidar. Yo darte mucho por diez dólares.

-¿Tú has logrado olvidar tu triste historia fumando hachís?

-Sí, sí. - mintió el mendigo - Yo fumar hachís y olvidarme de Sekure y de Orhan, yo fumar hachís y ser feliz.

Petri se le quedó viendo. Era la viva imagen de la miseria. Sabía que la felicidad no se compra, ni el olvido tampoco, pero de todos modos sacó los diez dólares y los entregó al mendigo. Este revisó el billete a contra luz y luego lo guardó en las profundidades de su regazo, mismo lugar del que sacó una minúscula bolita de masa verde, envuelta en un recorte de bolsa plástica. Extendió la mano temblorosa y la detuvo, miró a Petri, titubeando. Regresó la mano a su regazo y la sacó con dos bolitas.

-Sólo para señorito, sólo por ser tú, yo dar el doble. Tú fumar esta noche y olvidar tus penas, profundas como caudal de Bósforo. - el ojo macilento se dirigió con increíble melancolía al caudal sucio y gris.

Parecía imposible que aquella pincelada de humanidad, aquel sentimiento tan hermoso, pudiera pertenecer al mendigo, ser expresado por aquella ruina humana. Pero Petri sabía que era posible. Que cadáveres ambulantes hay muchos, sanos en apariencia pero enfermos en realidad.  Recibió la droga y estrechó sin asco la mano del mendigo. Metió las bolitas en su bolsillo y se alejó unos pasos, hasta un farol. Ahí se detuvo para encender otro cigarrillo. El mendigo volvió a entonar su cancioncilla. Su mundo se le antojo patético, más patético que nunca, y eso que el nivel de patetismo era constante desde que Kristian lo dejó.

¿Podría olvidar probando una droga nueva en aquella ciudad desconocida? Estaba harto de los techos de hotel, de dormirse mirándolos. Los odiaba casi tanto como el de su nuevo apartamento. El único techo que quería ver era el de la cabañita en Espoo, ese que nunca volvería a ver. En la oscuridad, trataba de imaginarse que se encontraba ahí, que escuchaba su voz llamándolo.

Había vuelto a ponerse el anillo, ése cuyo gemelo tenía Kristian. Era un síntoma de haber recaído en su enfermedad. Cada que se creía curado, la nostalgia volvía. Nostalgia por un amor perdido, ése amor que compartía con Kristian. El tenía manera de afectarlo, incluso en la distancia. En los últimos tiempos, él solía reprocharle que esperaba que todo girase en torno a él, pero quien poseía el poder gravitatorio era él. Kristian. Su vida giraba en torno de él, pero él no lo veía, no veía cuanto lo amaba y Petri no podía curar su ceguera.

No pudo curar su ceguera, no pudo consolar su dolor, no pudo salvar su amor: era un maldito fracasado.

Una humedad fría subía del río, calándole los huesos. El concierto había terminado hacia mucho rato y desde entonces él estaba vagando, pese a las recomendaciones del policía de no hacerlo y las amenazas de Markus de que volviese sobrio antes del amanecer o si no lo dejaban.

-Como sea. - respondió Petri.

No importa. Me da igual, pensó. Se alejó del mendigo hasta llegar a una zona donde había barquitos amarrados. Se sentó en un pedazo de tronco que lucia cómodo y desgastado. Encendió otro cigarrillo y sacó su móvil. Compases mediocres resonaron a través de la bruma. Adelantó las canciones, ya las había escuchado todas, llegó a la número siete y la dejó sonar. Era la mejor. Era la única en que cantaba él. Y estaba dedicada a él, lo sabía, aunque no lo dijera por ningún lado en el disco, aunque ni siquiera se lo mencionara en la página oficial.

Estaba dedicada a él, como la cuatro, como la nueve, como todo el disco. Como las canciones que Kride había colgado en su Myspace. Esas no las había podido descargar a su móvil, tuvo que conformarse con escucharlas en internet, a hurtadillas, temiendo que algún miembro de la banda lo pillara escuchando las canciones de Kristian, vigilándolo en la distancia. No le parecía vergonzoso que lo pillaran escuchando el nuevo material de su antigua banda, incluso era algo de esperarse: te corren de la banda y tú vas y miras qué mierdas hacen sin ti. Algo normal, natural, curiosidad. Pero ser pillado suspirando por tu amor prohibido, oteando en la distancia por una seña suya, eso sí. Era algo íntimo, personal. Las heridas debían lamerse en privado, especialmente, las que nunca sanarán.

 

Repitió el track, mirando sin ver el río desconocido. Y como la primera vez que la escuchó rompió a llorar: en silencio, sin aspavientos, como lloran los hombres a los que les han partido el corazón. Escuchaba con atención la letra, los versos que su chico mismo cantaba, con tanto sentimiento. Tuvo que sentirse muy mal para componer algo así. Tuvo que sentirse muy mal entonces, y ahora; y no pude hacer nada ni hay nada que pueda hacer ahora. Todo está perdido. La felicidad se desvanece como el humo en el aire pero el amor perdura, perdura volviéndolo más doloroso, amenazando siempre con matarte, pero sin hacerlo, porque entonces no podría seguir torturándote. Es un sádico el amor: son imbéciles los que lo pintan rosita, bueno, hermoso... es un sentimiento horrible, el amor. Un sentimiento que esclaviza y vuelve tu vida miserable.

Es peor que la peor droga porque te vuelve adicto, más adicto que a ninguna otra cosa, adicto hasta el punto de sostener que no querrías vivir sin él, que no querrías que hubiese sido de otro modo. De ponerte el anillo que él te regalo, hace muchos años, y que tú te dejaste poner enternecido a pesar de que trataste de disimular su importancia renegando que eran cursilerías.

Petri sacó una bolita verde y la hizo rodar entre sus dedos. No tenía idea de cómo consumirla, así que la guardó de vuelta. El frío calaba. ¿En Turquía habría supermercados de esos que permanecen abiertos las veinticuatro horas? Para comprar alcohol. Petri no lo creía... los barquitos que se mecían anclados le hicieron suponer que se encontraba en un barrio marino y los marinos, bueno, aquí y en China beben, ¿no?

Encendió otro cigarrillo y echo a andar. Por las calles sucias correteaban ratas que al sentir su presencia se zabullían en el río, en la basura, en donde podían. Pop pasado de moda lo atrajo al local. Una vieja sinfonola de los años cincuenta lo decoraba, pero la música provenía de una grabadora. La gente medio llenaba el bar. Gente en grupitos y gente sola. Petri ocupó un banquito casi al final de la barra.

-Vodka. - pidió - Uno grande.

El cantinero, panzón y bigotón, asintió y le sirvió en un vaso despostillado y lleno de rayones. Petri se lo bebió de un trago: afuera estaba frío y ansiaba sentir algo de calor.

-Otro.

El cantinero se lo sirvió en el mismo vaso. Petri miró el local: fotos viejas y posters desvaídos. Había uno de los Doors al lado de la foto enmarcada de un tipo con turbante y bigote. Caracteres árabes, como gusanitos enroscados, decían quién era, pero Petri lo ignoraría. Bebió su trago.

-Otro... joder, mejor dame la botella.

El bigotón que fregaba vasos le sirvió otro, luego sacó una botella nueva y la abrió delante de Petri, dejándola a su disposición. La grabadora empezó a chirriar y un parroquiano descontento intentó componerla de un golpe, sin éxito. Vapuleado por el dueño le dio dinero y se retiró del lugar. El cantinero se quedó maldiciéndolo con una larga letanía.

-¿Necesitas música? - preguntó Petri sirviéndose de la botella recién abierta - Yo tengo. - sacó su móvil y lo puso a reproducir.

-¿Qué es esa mierda? - el cantinero se acercó.

-Sí, lo sé, es pésimo. - asintió sacando sus cigarrillos. El cantinero le ofreció lumbre - Peor aún: mediocre. Es una mierda, todo. Excepto las letras, - sus ojos se iluminaron - las compuso él, ¿sabes? Kristian.

El cantinero asintió.

-¿Qué es?

-Es el nuevo disco de mi banda, de mi antigua banda. Soy músico, ¿sabes?

-¿Y qué tocas?

-Antes tocaba death melodic, pero ahora toco folk.

-No sé de qué mierdas me estás hablando.

-Como sea... - hizo un gesto vago con la mano que sostenía el cigarrillo - No importa. Lo importante es que las hizo él: así puedo saber cómo se siente. ¿Sabes? Siempre, por las letras, me daba cuenta de cómo estaba, de cómo se sentía. Las hacíamos juntos, y yo también podía decirle como me sentía. Pero él no me escuchaba.

-Pues que cabrón, ¿no?

-No tanto - lo disculpó - él estaba un poco loco, ¿sabes? Oía las voces y esas cosas. Y empeoró cuando su hermano murió. - el cantinero se encogió de hombros - Yo lo quiero mucho, pero no puedo comprenderlo. A veces desearía tener el poder para meterme en su cabecita adorable y arreglar lo que está mal, pero eso no es posible. Me siento tan impotente.

El cantinero atendió el llamado del grupito más numeroso, que le pagaba la cuenta antes de retirarse. Comprobó que ningún billete ni moneda fuera falso antes de guiñar el ojo al disimulado guardián que apostaba en la puerta. Observó que todo discurriera bien en su negocio antes de volver al turista rubio. Estaba tan desvalido a pesar de ser tan grandote... su historia no importaba a nadie, pero era una historia, y un atávico sentimiento de afición por las historias corría por sus venas con su sangre, la sangre del pueblo contador de historias por excelencia. Regresó con él.

-¿Y él te amaba? - hacía rato que tenía en claro que no escuchaba una historia de amigos sino una de amor.

-Sí. - respondió Petri. De eso no tenía dudas. Se abstrajo en las profundidades claras de la botella de vodka, de su memoria, hasta ese día.

 

***

 

Estaban llegando al punto del no retorno, podía sentirlo. Y no había nada que él pudiera hacer. No sabía que hacer: su vida sin Petri carecía de sentido. Él era su norte, la luz que iluminaba las tinieblas de su vida, el salvavidas que lo mantenía a flote sobre el mar de su locura. Se había visto reflejado en sus traicioneras aguas y no le había gustado lo que ese espejo le devolvió, porque lo que ese espejo le devolvió no era digno de Petri.

No, no lo era, y tarde o temprano Petri se daría cuenta de ello y se iría, lo dejaría. Llorando, llamándolo en la oscuridad, implorándole que volviera, pero él solo se detendría para decirle que no podía ser suyo. Antes que perderlo, antes que Petri se fuera, prefería matarlo, o matarse.

La gente común piensa que cuando alguien se va, no importa el modo. Pero se equivocan, el modo es lo más importante. No es lo mismo que el amor de tu vida salga de tu vida por algo inexorable como la muerte a que salga por su libre albedrío como es decidir dejarte. La diferencia es enorme: en el primer caso, puedes seguir amándolo, idealizándolo, esperando el momento en que la muerte los una mientras que en el segundo te quedas despreciado, rumiando tu despecho, alimentando con él odio contra la persona que sigues amando.

No: eso era horrible. Kristian no permitiría que eso sucediera. No permitiría que nada mancillara su amor por Petri, nada, ni siquiera él: era sagrado. Había, además, otro motivo por el que Kristian no podía permitir que el destino siguiera su curso, decidiendo por él: que el destino decidiera por él. Para una persona controladora como él, perder el control sobre su vida era intolerable. La primera vez que el destino decidió por él, matando a su hermano, casi enloqueció... si, de dolor... pero también de rabia. Si pudo superar aquello fue porque Petri estaba a su lado. Pero si Petri se iba, si sucedía una segunda vez, no podría soportarlo. Su mente colapsaría, simplemente colapsaría, y no quería perder la cordura... no aún.

Entonces, si no podía permitir que lo dejara, si no podía vivir sin él, sólo podía matarlo. Matar a Petri. ¿Pero sería capaz? Era un death metalero, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. La idea de matarlo hacia que se le encogiera el corazón: sería tan fácil, hacerlo, por ejemplo, inyectándole una sobredosis de insulina mientras dormía. Tenía acceso a ella en su compañía de tecnología médica. Petri se apagaría dulcemente en el sueño y las pruebas desaparecerían naturalmente de su sistema. Kristian se imaginaba acunando su cuerpo sin vida, tan frágil, tibio aún, preguntándose cómo conservarlo, qué hacer con él... ¿Meterlo en la nevera?

No, era absurdo: ¿luego donde metería las viandas? Los amigos preguntarían por él: tendría que dejarlo ir al cementerio, dejarlo ir de todos modos.

En el amor, como en la guerra, como quiera que juegues pierdes. Sin embargo, es un poco mejor vencer que ser vencido. Ser activo que pasivo; dejar que ser dejado. Si quería evitar que Petri lo dejara lo único que podía hacer era dejarlo él antes. Salir airoso salvando el honor por un pelito, como los romanos que se suicidaban para no ser ejecutados.

Se echó a reír; sin alegría, con fuerza. Dejarlo, dejarlo, dejarlo, ¡dejarlo cuando lo que deseaba por encima de todo era conservarlo! Dios, o como se llamara el cabrón que trazaba las líneas del destino debía poseer un sentido del humor negro y retorcido.  Se abrazó a si mismo mientras reía tanto que le dolía la barriga, obligándolo a doblarse.

Terminó apoyándose en el lavabo para no caer, y fue una mala decisión, pues el espejo quedó a escasos centímetros de su rostro, devolviéndole ese reflejo que tanto odiaba. Lo rompió de un puñetazo. La sangre goteó por su codo doblado.

Y el espejo, roto, le devolvía un reflejo distorsionado.

 

*

 

Cantó con sentimiento aquel concierto que decidió sería el último con Petri: si iba a sacarlo de su vida seria en todos los aspectos. No quiso que nadie lo grabara; no había necesidad de ello, pues lo recordaría vívidamente hasta el final de sus días, como recordaría todo lo referente a Petri.

Cantó con sentimiento, mirándolo con adoración, como en los primeros tiempos, haciéndole concebir esperanzas que destrozaría un ratito después. Sonreía como un ángel, ignorante de lo que le esperaba, creyendo quizás que lo suyo podría ser. ¡Qué ingenuo!

Era tanto como un niño, Petri. Tal vez creía que estarían juntos para siempre, que el aguantaría el resto de su vida como hasta entonces, en una relación que no progresaba. Que Kristian siempre estaría ahí para él, sin importarle no tener más garantía de su amor que lo que compartían en secreto.

¡Qué equivocado estaba Petri al creer que su relación estaba bien tal cual era! Amándose ellos dos, que eran los que importaban. Pero estaba tan equivocado... Kristian necesitaba garantías, garantías de todo tipo. Un anillo intercambiado en la oscuridad, del que sólo ellos sabían el significado no era bastante. Pero tampoco hubiera sido bastante un anillo intercambiado ante un juez civil, del que todos supieran su significado. No era bastante, porque el hambre de seguridad que Kristian tenía que satisfacer se originaba en su mente, un área donde la voluntad de Kristian no tenía competencia, ni poder. El monstruo que se alojaba ahí era insaciable.

El concierto terminó, y era el último que Kristian tenía agendado. Los otros miembros de Norther creían que era el último de la gira: habían ido de tour hasta Canadá, era hora de relajarse un poco antes de entrar al estudio. Brindaron, bromearon y se despidieron. Los ojos de Petri brillaban, como estrellas, solo para Kristian. Al notar que temblaba lo cubrió con su propio abrigo y lo llevó de la mano hasta la camioneta.

Petri condujo hacia las afueras de Espoo, fumando, parloteando alegremente como sólo hacia cuando se sentía en confianza. Le encantaba contarle sandeces con la intención de divertirlo, pero a últimas fechas solo conseguía fastidiarlo, aunque no lo sabía, porque Kristian no se lo decía. Le contaba sandeces y creía que todo iría bien. Se dio cuenta de que había cosas que lo molestaban y estaba intentando cambiar. Era un exfuerzo enorme pero ya estaba dando frutos: ya no bebía tanto ni iba a tantas fiestas como antes.

-Deberíamos irnos de vacaciones al Caribe, Kride. - le propuso entusiasmado. La idea acababa de ocurrírsele y le parecía fascinante.

-¿Y qué hay de tus compromisos con Ensiferum?

-Cierto, joder... como sea, será en otra ocasión.

La facilidad con que Petri desechaba su capricho enfadó a Kristian. No tenía nada de particular, pero él veía la imagen distorsionada.  Como él lo veía, era que Petri estaba dispuesto a hacer muchos más sacrificios por la otra banda que por la suya. Ni siquiera recordó que él tampoco podría, por sus compromisos con Mendor.

Petri estacionó la camioneta fuera de la cabaña y apagó el motor. Le levantó la barbilla con su mano.

-¿Por qué estas enfurruñadito?

-Estoy harto. - respondió retirando el rostro.

-Bueno - Petri se estiró - hoy fue nuestro último concierto.

-Sí, lo fue.

El tono serio con que lo dijo lo hizo mirarlo con atención. Meneó la cabeza.

-Ven. - lo jaló hacia si - Ahora tenemos tiempo para nosotros. - intentó besarlo.

Kristian volvió el rostro.

-Ya no quiero seguir contigo.

-¿Qué?

-¡Lo que oíste! Ya no quiero ser tuyo, ya no quiero amarte. Lo nuestro se acabó.

Sin darle tiempo a que se recuperara del impacto, Kristian salió del vehículo y se metió en la cabaña.

Preguntándose si estaría borracho, teniendo una pesadilla, Petri se quedo estupefacto. Pero los cuadritos de luz que las ventanas pintaban en la nieve eran reales, muy reales. Salió de la camioneta y el frío de la última noche de enero lo convenció de que estaba en la realidad. Trató de abrir la puerta pero estaba atrancada.

-¡Kristian! ¡Kristian, ábreme la puerta! ¡Me estoy helando, maldita sea! ¡Kristian!

Estaba desnudo de la cintura para arriba, en medio de la larga noche finlandesa. Adentro, Kristian apretaba la llave contra su pecho, apoyado de espaldas contra la puerta que Petri aporreaba. Comenzó a aporrearla con su cabeza también. Tenía ganas de abrirla y decirle que todo fue una broma, tenía ganas de abrirla y besarlo y pedirle que hicieran el amor una y otra vez aunque cada vez fuera menos hombre, tenía ganas de abrirla y abrir sus venas sobre la nieve.

Su llanto era audible del otro lado de la puerta.

-¡Kristian, por favor, ábreme! ¡Me estás espantando, joder!

¡Lo estaba espantando! Redobló su llanto. Pero como no iba a espantarlo, si era un monstruo... ya había visto el anticristo en él.

Los golpes en la puerta cesaron: se había ido. Lloró más.

¡Crraaashh! Un estruendo de cristales rotos y madera que cruje. A su derecha, un leño sin cortar, sosteniéndose inexplicablemente a media ventana. Luego el leño fue lanzado hacia dentro y Petri entró por la ventana, haciéndose un corte que ni siquiera noto con un trozo de cristal que no había caído. Kristian lo vio y corrió. Petri le dio alcanze y lo obligó a encararlo, abrazándolo; estaba tan frio, como si estuviera muerto ya...

-¡Vete! - le gritó - ¡Aléjate!

Se retorcía y lo atacaba por su propio bien. La tentación de matarlo y bañarlo después con su sangre era demasiado grande.

-¿¡Que te pasa!? - lo azotó contra la pared, esperando calmar su ataque de histerismo.

Kristian lo miró; tan hermoso, con sus pupilas moviéndose rápidamente, fijas en él.

-Vete. Hemos terminado. Nunca debimos empezar.

-Kride...

-¡Basta! ¡Te lo dije! ¿O no? - mostró sus dientes en un gesto fiero - La primera noche que tuvimos te lo dije: que esto estaba mal, que no podía terminar bien... que te haría daño y tú me lo harías.

-Kride...

-Ya me has dañado demasiado. Ya no puedo más. Las noches que no estás tu ausencia me desgarra por dentro, y siento ganas de desgarrar a las putas con las que pasas la noche.

Petri se agachó: así que era eso. Kride era injusto: él también dormía con chicas, ocasionalmente. Frecuentemente, a últimas fechas.

-Si quieres monogamia... - Kristian lo miraba expectante: no podía ser, no era posible que le diera algo asi - está bien. - Kristian expulso violentamente el aire. No podía ser, ¡no podía ser! - Está bien. - repitió - Si eso quieres te lo daré.

Kristian negaba con la cabeza. No, Petri no lo amaba, no lo amaba tanto así...

-¡No! Tú nunca admitirías en público que me amas.

-¡¿Quisieras que lo hiciera?! - Petri alzó el tono de voz - ¿Para que todos sepan que somos un par de putos? Nos sacarían en las noticias como si fuéramos poperos de mierda y destruiría nuestra imagen.

Kristian negaba con la cabeza: sentía más terror de un circo mediático del que se atrevía a confesar.

-Estoy harto de esconder nuestro amor como si fuera algo malo... pero es que es algo malo. Es malo Petri, es malo - lo miraba a los ojos - un chico finlandés no debería ponerle el culo a otro.

Petri frunció el ceño.

-¿Quién te dijo eso? ¿Las voces?

A Kristian no le gustó su tono.

-Deja a las voces en paz. Tu no las oyes, a ti no te atormentan... ¡no te atrevas a burlarte de ellas! Ellas me dicen lo que tú no te atreves a decirme, Petri, que no me quieres, que soy poca cosa para ti.

Cada frase era una puñalada para Petri.

-¿Cómo no te voy a querer? ¿Cómo vas a ser poca cosa para mi?

-Mientes, ¡mientes! ¡Si me quisieras no pasarías tanto tiempo lejos de mi! ¡Si me quisieras ya me habrías pedido matrimonio! Pero no me quieres, solo me usas para fornicar porque eres un depravado.

Petri estaba consternado. ¿Qué importancia podía tener un papel firmado? Lo que importaba era lo que sentían ellos. ¿Y si complacía a Kride en esto? No, luego tendría que complacerlo en cualquier puntada que se le ocurriera, pues su chico no sabía fijarse limites. Y eso de ser un depravado, ¿a qué venía?

-¿Qué hay de ti? - le dijo molesto - Bien que te gusta cuando te lo meto.

Kristian le pegó: lo estaba despreciando, humillando. Como cuando lo obligaba a hacer esas cosas tan sucias.

-¡Te odio! ¡Odio en lo que me has convertido! ¡Pase de ser puro a estar vacío! ¡Vacío sin ti! - gritó; tenia tanto miedo de que lo dejara, de quedarse vacío para siempre - Te odio. Quiero que te vayas. No me toques, no beses mi cuello: mi cuerpo no será más tu juguete. No volveré a ser tuyo...

-Te engañas Kristian: serás mío para siempre y lo sabes. 

Se comían con la mirada y sus bocas se unieron, ansiosas. Necesitaban tanto el aliento del otro.

-Me mataré después de esto. - dijo Kristian, los labios húmedos.

-No, no lo harás. - Petri lo estrechó con los ojos cerrados, temeroso - Porque si lo haces me matarás a mi también.

-Desearía tanto que estuvieras muerto - acarició sus cabellos, el mechón que nunca se quedaba en su lugar durante los conciertos - desearía tanto que sufrieras como yo sufro. ¿Por qué me hiciste enamorarme de ti? Yo era feliz, antes.

-Yo también lo era, Kristian.

Su ropa desaparecía.

-Te odio.

-No digas eso.

-Es que es verdad. Te odio y quiero que salgas de mi vida: así, tal vez, pueda rehacerla, ser libre... algún día.

Petri estaba deshecho: oír esas palabras de Kristian, a quien amaba tanto... que la persona que amas te diga que la has lastimado tanto que te odia es horrible. Que la persona con la que creías pasarías el resto de la vida te exija que salgas de ella es horrible.

-¿Es que ya no me amas? - preguntó desamparado.

-Sí, demasiado. - lo abrazó, con tanta fuerza que le clavaba las uñas - Tanto que me vuelves loco, loco de verdad. Quiero rehacer mi vida sin ti, Petri, quiero recuperar la cordura. Quiero ser normal.

El nudo en la garganta le impedía hablar a Petri.

-¿Por qué? ¿Por qué tuvo que ser así? ¿Por qué tuviste que hacerlo tan complicado? El amor debería bastar...

Kristian sonrió y le acarició la mejilla.

-Eres tan ingenuo...

Adolorido, Petri lo penetró. Kristian se arqueó, con un quejido. Su carita, extática, tenía algunos mechones sobre ella.

-Me lastimas. - le dijo.

-Lo sé. - lo penetró más duro - Abrázame. Deja el odio de lado esta noche: no es odio lo último que quiero recordar de ti. - lo besó tiernamente. Luego canturreó en su oído - Si esta vez es la última vez, déjame abrazarte. Ya que esta vez es la última vez, apoya tu cabeza en mi pecho... una última vez.

Kride lloraba y se entregaba a él, se entregaba como no hacía desde hacía mucho tiempo, desde que las voces lo arrastraron hacia el otro lado del espejo de la locura. Una vez, hacía mucho tiempo, Petri lo había tomado de la mano y le había enseñado a vivir, a odiar, a crear arte... juntos habían recorrido los senderos del placer. Pero Petri se había distanciado, el sostén de su mano no era tan fuerte, por eso, cuando las manos que surgían de la oscuridad tiraron de Kristian se lo llevaron. Lo separaron de Petri. Hicieron que el paraíso se desplomara.

Pero antes de que cayera el telón representarían por última vez el acto de amor. Ese acto que sintetizaba bocas y almas, y de dos hacia realmente uno. Sincronizadas las respiraciones los sentidos hacían suya la esencia del otro, esencia que n volverían a degustar: la ambrosia es manjar de los dioses y ellos no eran más que simples humanos.

Humanos condenados a nacer y morir bajo un cielo sin dioses, peleando para llenar su vida, esa cosa tan frágil que hay que llenar a toda prisa, y llenarla bien, aunque en el proceso se rompa y ya no sirva para nada.

El telón cayó sobre ellos y la función terminó. Nadie aplaudió cuando exhausto, Petri se desplomó sobre Kristian, y apoyado en su pecho este le acarició el cabello como solía, peinándole el mechón rebelde.

Indiferentes desde sus alturas, las estrellas atestiguaban el final de aquellos dos insignificantes seres. A su luz, Kristian se quedó dormido mirando el perfil de Petri por última vez.

Cuando despertó a la mañana siguiente, Petri ya se había ido.

 

*

 

A Kristian le dolió la facilidad con que Petri se fue: era un peleador nato, un guerrero que de haber vivido en la época vikinga habría muerto con la espada en alto. En lo profundo de su corazón, esperaba que Petri regresara, peleara, le gritara que lo amaba y que no lo dejaría ir, sin importarle su voluntad, aún en contra de su voluntad.  Esperaba que Petri adivinara sus más secretos deseos y los complaciera. Las voces que lo atormentaban le decían que su ausencia probaba lo poco que lo había querido: su indiferencia demostraba que no le importaba una mierda.

Lo provocó quitándole la casa y la camioneta, que habían comprado entreambos, y él no hizo nada al respecto. Le devolvió los papeles firmados, y ya. Su desinterés se explicaba por si mismo: no le interesaba. No faltaría quien lo quisiera; tan adorable como era. En sus celos demenciales ansiaba darle nombre y rostro a la zorra que en su imaginación dormía ya en la cama de Petri, quería darle una identidad para en base a ella decidir que hueso de su cuerpo rompería primero.

Como última instancia, le mandó un correo comunicándole que estaba expulsado de Norther; si no reaccionaba ante eso, si no peleaba por su propia banda, la banda que habían fundado casi juntos, no pelearía por nada. En vano espero todo el día junto al teléfono que no sonaba.

Petri no llamó. No peleó. Kristian no tenía idea de cuánto lo amaba Petri, de que había decidido no herirlo más. Obedecerlo en todos sus mandatos, ya que no había podido hacerlo feliz.

¿Qué quería la casa, la camioneta, incluso la banda? Estaba bien: no iba a peleársela. El bienestar de Kristian era más importante que la casa, que la camioneta y que la banda. No era que no le doliera perderlas, en especial la banda, pero, si ya le había quitado lo más importante, su compañía, que más daba que se quedara con todo lo demás.

Pero Kristian no podía adivinar los sentimientos de Petri. A través del espejo, más roto que nunca, el mensaje que le llegaba era el de que Petri no lo quería. Si la esperanza le hacía concebir dudas, ahora las tenía despejadas. La soledad era más completa que nunca, el frío más intenso. El vacio más insoportable. Caía y caía por él, sin tocar nunca fondo. Caminaba como un fantasma por la casa en la que había vivido con Petri, y no sabía si era producto de su mente enferma o de que el espíritu de Petri realmente estuviera ahí pero lo veía en todas partes.

Lo veía tendido en el sofá, mirando la tele. Lo veía frente el lavabo lavándose los dientes. Lo veía en la cocina quemando el tocino; y cuando lleno de alegría corría a abrazarlo sin estrechar más que el aire, desvanecido el espejismo, no podía sino llorar. Lo acusaba de apostata, de mentiroso, de desleal porque una vez (o muchas) él le había dicho que iría por él a donde quiera que estuviese, que desperdiciaba su tiempo si no estaba a su lado.

¿De qué le había servido alejar a Petri? Estaba odiándolo de todos modos, mancillando su amor, ese amor que no podía dejar de considerar manchado por su naturaleza. A las culpas que ya sentía ahora sumaba la culpa por odiarlo. Por odiarlo por irse, porque ya desde antes lo odiaba por haberle quitado la venda de los ojos: por ser como el diablo, por haberle regalado la lucidez, por haberle enseñado que había bien y mal y que se podía elegir entre ellos, dejándole a él la responsabilidad de la elección. Por terminar con su inocencia, en todo sentido.

El espejo, el espejo que seguía roto desde aquel día le devolvía una imagen horrible: un monstruo que se asomaba entre cabellos mojados, pálido, con los ojos llenos de dolor, de odio, de culpa... de desesperación.

-¡Petri, me sedujiste, me destruiste! - gritó en la soledad, bajo la fría luz de las lámparas led. - ¡No eres tan bueno como crees! ¡Nunca lo serás! ¡Si estás vivo es solo por mi voluntad! ¡Eres mío, mío, mío para siempre!

Cogió las tijeras y con furia, cortó su largo cabello a mechones, a trasquilones, hasta acabar con todo. Luego las dirigió contra su cuello, ese cuello que él había besado; pinchó su piel con la punta, y la sangre brotó. Con mano temblorosa hizo que el frío metal lo acariciara, siguiendo la ruta que él prefería trazar con su lengua. Casi con sensualidad, ansiaba sentir la caricia de la muerte.

-¡Ven! -invocó- Llévame contigo. Quizá en la oscuridad de tus entrañas me hunda por fin en la nada.

Kristian lloraba. Se sentía más débil que nunca.

-¡Muerte, llévame contigo! - gritó - ¡Ten piedad de mi y borra con tus aguas esta memoria que me atormenta! ¡Este amor que me tortura!  ¡Borra a Petri aunque con ello me borres también a mi!

Pero la muerte no acudió: Kristian no tuvo el valor de convocarla con el sacrificio de su sangre. Cayó al suelo del baño retorciéndose como un animal herido.

-¡Petri, Petri, Petri! ¡Nunca voy a olvidarte! ¡Nunca voy a perdonarte! ¡Nunca voy a dejar de amarte!

Tras enunciar aquella verdad objetiva, se regodeó en su miseria. Saboreó su dolor y su patetismo, y siguió con vida, como esas estrellas que han muerto ya, pero que por efecto de la distancia (millones de años luz) siguen pareciendo vivas. Brillando con una luz que surgió eones ha, de una fuente ya seca.

Espejismos del universo.

 

***

 

-Si - repitió Petri, mirando cosas que estaban más allá del fondo de la botella vacía - si: él me amaba.

El cantinero suspiró. Siguió moviéndolo.  

-No, te digo que te vayas. Ya vamos a cerrar. Vete, ¡vete!

Petri lo miró desamparado: también de ahí lo corrían. El cantinero se secó las manos en su delantal: estaba molesto por haberse quedado con ganas de oír su historia. Por más que trató de hacerlo hablar, el turista rubio se quedó ensimismado, escuchando aquella música de mierda y bebiendo como si de un ritual se tratase; lenta, metódicamente. Eran unos sosos esos occidentales: ése, en particular, no tenía chispa, no tenía nada.

-Vete.- repitió.

Petri pagó la cuenta y salió del local, que ya estaban barriendo. La claridad gris del alba dotaba a las cosas de forma, más no de color. Amanecía ya, y era un triste amanecer. ¿Cómo pasó tan rápido el tiempo? Últimamente le pasaba a menudo, el perderse abstraído en su memoria. Pero, ¿Cómo no querer estar ahí? Ahí estaba Kristian, era el único lugar donde podían estar juntos.

Su vida real era monótona; seguía viviendo como en automático, como por inercia. De no haber tenido cosas que hacer con Ensiferum se habría acostado con unos mentolados a fumar y a dormir, hasta que se acabaran los cigarrillos o la existencia. ¡Dormir! Le gustaba mucho dormir, porque, en sus sueños, podía ver a Kristian y decirle como se sentía. En sus sueños podía regresar a aquel pasado remoto, antes del final de su tiempo juntos, a los días que compartieron y atesoraron.

Poco tiempo después (¿realmente había sido poco?) de que abandonara de la cabañita en las afueras de Espoo, con sus pertenencias más indispensables metidas como fuera en un par de maletas, Heikki le marcó para preguntarle si era cierto que había decidido dejar Norther para dedicarse a tiempo completo a Ensiferum, y él le colgó: no sabía qué responder.  Al día siguiente se encontró con la novedad de que en la página oficial de Norther Kristian anunciaba su partida y solicitaba nuevos vocalista y guitarrista.

Y los encontró rapidísimo; justo el día que Ensiferum comenzaba a grabar su nuevo disco Kristian anunció quienes eran los nuevos miembros de Norther, y más sorprendente aún, que la gira seguía. Los fans subieron videos de los conciertos con los nuevos integrantes y Petri los vio. El guitarrista era tan malo que hasta se preguntó si Kristian lo habría escogido adrede para humillarlo. Apartó ese retorcido pensamiento al recordar que era su amigo.

Al ver como sufría Kristian en los videos de los fans se preguntó si había hecho lo correcto. Se había alejado de Kristian para que no sufriera más, y sin embargo, seguía sufriendo. ¿Ni siquiera eso pudo hacer bien? Lo extrañaba horriblemente, lo necesitaba demasiado: era nada sin él. Dejo de lado su dignidad para marcarle, para escribirle.... Pero Kristian nunca le contestó.

Se resignó: Kristian había sido muy explícito al decirle que lo quería fuera de su vida. Que no estaba dispuesto a amarlo más. A volver a ser suyo. Petri tampoco tenía modo de saber que, de haber sido efectuadas semanas antes, sus acciones habrían sido bien recibidas. Pero en el tiempo en que fueron hechas, Kristian estaba odiándolo, tratando de rehacer su vida (úsese el término con toda clase de ironías y reservas) sin él. Por lo menos, el deseo de Kristian se había hecho realidad: Petri sufría tanto como él.

Sufría en aquella ciudad exótica como sufría en su apartamento de Espoo. Aunque la música seguía recreándolo, distrayéndolo, dándole una sensación analgésica con la cual ir tirando, en realidad le daba lo mismo estar haciendo arte que estar haciendo puñetas. El día que lo descubrió se sintió más triste que de costumbre. Más solo que de costumbre, pues la gente normal, sus preocupaciones, estaban a años luz de distancia de lo que él sentía.

Escaló por una muralla medio derruida y miró a su alrededor: era fantástica esa ciudad: agua hacia oriente y hacia occidente. El sol estaba a punto de salir, y parecería que surgiría del mar. Las líneas rosadas ya cruzaban el cielo, ocultando a las estrellas. En un segundo sucedió: el sol surgió y todo se llenó de color. Las cúpulas, cubiertas de oro, de azulejos, destellaron. El cabello de Petri brilló y la calidez acarició su rostro. El aire vibró con los gongs de los muecines que llamaban a la oración matutina. La luz esquió sobre el mar en aras del viento y entreambos lo rizaron, quebrándolo en innumerables destellos de cristal.

Petri encendió un cigarrillo, pues tan hermoso espectáculo no le decía nada. Sonrió, con aquella mueca mutilada que Kride le había dejado.

-Al final te quedaste con todo - le dijo, expulsando una bocanada de humo - conmigo, contigo, con la banda... ¿Por qué te fuiste al único lugar al que no podía seguirte? Mejor me hubieras matado. Hubiese ido al infierno por ti... pero de tu cabecita, tu adorable cabecita... ¿cómo rescatarte?

En los gritos de las aves marinas que saludaban al nuevo día Petri escuchó el llamado que nunca se marchitaría, el llamado de su corazón, en poder de Kristian. Se sentó, contemplando más allá del mar, de los palacios, de los templos, de las chozas y de las montañas el rostro del amado que nunca volvería a besar, y se echó a llorar.

 

 Nezal,

Allende,

 Mayo del 2011

 

Notas finales:

Muajajaja!!! Hemos (o emos?) llegado a la parte que me gusta: la de explicar al final para quienes tuvieron ganas de leer.

Bueno, pues los chicos existen. Que en realidad pasara lo que conté no puedo garantizarlo: al principio de incertidumbre de Heisenberg me atengo. No se puede conocer con certeza absoluta absolutamente nada.

Quizas notaron esto algo distinto de lo que suelo escribir, y quiza sea asi, pues esta vez no creé nada. La historia estaba ahi, yo solo la conté. Esta vez, lo que siento que hize, fue reunir las pruebas en un expediente, como un fiscal convencido del caso que presenta. Y ni siquiera use mis propies palabras, pues ellos mismos dijeron bastante en las letras de sus canciones: tomé oraciones de ellas, las traduje, las inserte donde mejor quedaban para contar lo que los chicos sentian.

Whatever, como diria Petri. Si alguien quiere investigar, el internet es muy amplio; todas mis pruebas las saque de ahi. A Petri lo conoci en persona, pero bueno, solo fui a su concierto, no fui su psicologa.

Pueden empezar por aqui:

http://www.myspace.com/kristianranta/music/songs/meant-to-go-78570356

o por aqui: http://www.frikipedia.es/friki/Norther

Kiitos!!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).