Corría. No podía hacer nada más que eso en aquél frondoso bosque, en el que era perseguido por algo que no conocía, o quizás sí; algo que me llenaba de pavor, aún estudiándolos día y noche el temor no se iba, sus susurros eran insistentes, me quería a mí.
¿Por qué?
Corría sobre matorrales, antiguos árboles, flores silvestres, arrasando con todo lo que estaba en mi camino. No de forma intencional, claro está, pero aquella entidad no me dejaba pensar con claridad y el miedo que se apoderaba de mi mente lo hacía también de mi cuerpo, dirigiédome a algún lugar alejado de todo. Así llegando hasta aquél puente de ensueño, que logré ver en mi niñez.
__ ¡Mamá! -Mi grito era como un murmullo en el viento. Por más que trataba que mi voz diera señales de querer salir, esta se quedaba ahí, saliendo de forma brusca y opaca desde mi garganta.-
__ Mi pequeño -dice mientras se arrodilla a mi lado y me acaricia con suavidad mi cabeza, con esas manos tan suaves y delicadas, las cuales no tuve el honor de heredar-, ¿qué te he dicho de gritar, Kai? No quiero que esfuerzes tu garganta innecesariamente -lograba pronunciar con dulzura.-
__ Pero... -mi sollozos ahogaban aún más el hilillo de voz que se lograba escuchar- me lastimé. Ahí, en el manzano, no me sujeté y... -no podía hablar bien, aún cuando mi madre me arrullaba en sus brazos y me acaricia muy levemente la herida de mi brazo, mientras seguía apuntando el árbol junto a aquél puente, a un lado de que fuera alguna vez mi hogar.-
__ Eso es para que nunca más me vuelvas a desobedercer -su pequeña risa traviesa me alegraba aún más que cualquier dulce que pudieran haberme dado-, esta herisa sanará, pero quedará para siempre en tu brazo. Trata de que nadie te la roce, por ningún motivo por favor, ¿está bien? -no desconfiaba de sus palabras, no entendía su significado, sin embargo su sonrisa me decía que todo estaría bien si hacía lo que me pedía.
Lo siento madre, no pude cumplir con tu mandato, me fue imposible... Si hubiera alguna forma de retroceder el tiempo créeme que lo haría para que nada de lo que ocurre en este instante esté pasando. Pero ya es tarde, estoy pagando las consecuencias de mis actos, desde el día en que te desobedecí y me subí a el gran manzano de mi hogar, desde ese día en dónde me hice aquella marca que no debería estar en mí, sino en el pecador que ahora soy.
Cruzando el puente sé que está ese árbol, sé que después de tantos años sigue vivo, que nadie lo ha derribado ni maltratado, que no se ha podrido; al contrario, que está rebosante de vitalidad, gracias a la luz directa que le da el sol en las frías mañanas de Primavera, sí, esa vitalidad que debería tener yo, que debería tener él, en vez de esa planta hiriente.
Yutaka...
Sálvame...
Sabes que eres el único capaz de hacerlo...
No escapes de tu realidad...
Aquellos murmullos me volvían loco; el causante de todo esto podría esperar más tiempo del que ha vivido, mientras yo escapaba casi sin resultado alguno del sufrimiento que me perseguía, de lo que sabía, era inevitable cumplir, aún rechazándolo, negando cualquier responsabilidad de todo, sabía muy en el fondo que el desobediente fui yo, que el verdadero monstruo en todo esto... soy yo.