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Die kalte Umarmung des Todes (El Frío Abrazo de la Muerte) por Pandora_Von Christ

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Notas del fanfic:

La historia se desarrolla en Alemania, Italia y Francia. Quiero que imaginen que en el contexto el matrimonio y compromiso entre personas del mismo sexo es algo completamente normal (como esperamos algún día pueda llegar a ser en nuestro tiempo)

Shido x Cain

Bueno estos son Shido y Cain (Nightwalker) Pero así sería más o menos como imaginaría a los personajes. Bueno el rubio (Gerome) sería mucho más dulce eso si y un tanto más joven xD.

Notas del capitulo:

Parafilias?? Umm puede ser, aunque no se en que plano clasificar el tener sexo con un fantasma xD...¿Será alguna clase de necrofilia?

 

Era pintor, cosas como las que le pasaron, algunas veces les suceden a los pintores….
Era alemán,  cosas como las que le pasaron, algunas veces le suceden  a los alemanes….
Era joven, apuesto, estudioso, entusiasta, descuidado, incrédulo… despiadado….

...Y siendo joven, apuesto, elocuente y despiadado, también fue amado….

Era  huérfano, criado bajo la tutoría del hermano de su difunto padre, su tío Bernard, en cuya casa había vivió desde su temprana infancia. Su nombre era Alphonse y como dije fue amado, aquel que lo amó era su primo, Gerome, a quien juro amar por toda la eternidad...

¿Lo amaba? Sí, cuando lo juró por vez primera sí era cierto, lo amaba con todo su corazón; pero pronto su pasión se extinguió y el amor que sentía se convirtió en un sentimiento miserable en el egoísta corazón de Alphonse. ¡Pero que bello sueño era cuando  solo tenía diecinueve años! ¡Cuando había regresado de su aprendizaje anhelando convertirse en un gran pintor, cuando vagaban juntos por los más románticos sitios de la ciudad con el rosado crepúsculo, con la divina luz de luna o con la brillante y jovial luz matinal!

Se amaron en secreto, ya que el padre de su amado quería verlo desposar a un rico pretendiente. Esta era una lúgubre visión para sus hermosos sueños.

Así que a escondidas, se comprometieron; y estando uno al lado del otro cuando la agonizante luz del sol y la pálida luz de la luna dividían los cielos, puso un anillo en señal de compromiso en su dedo, en su blanco e inmaculado dedo cuya delgada forma bien conocía. Este anillo era bastante particular, tenía la forma de una gran serpiente plateada. La cola en la boca del reptil era el símbolo de la eternidad... eternidad que soñaban pasar juntos. La joya había pertenecido a su madre por lo que podría reconocerlo de entre cientos. Si hubiera perdido la vista al día siguiente lo hubiera podido distinguir de entre miles solo con tocarlo.

Lo puso en el dedo de su primo y ambos se juraron fidelidad por siempre, sin importar peligros o dificultades,  pesares y cambios, riqueza y miseria. Aún les faltaba conseguir el consentimiento de su padre, de su tío, para consumar su unión, pero ya estaban comprometidos y solo la muerte podría separarlos.

Ante esto el joven estudiante burlón de las revelaciones y entusiasta adorador de lo místico le preguntó a su amado:

–¿Podrá la muerte acaso separarnos? Porque yo podría regresar a ti, Gerome. Mi alma podría volver para estar cerca de mi amor. Y tú, si tu mueres antes que yo la fría tierra no podrá separarte de mí; si me amas, tu regresaras, y nuevamente tus bellos brazos estarán alrededor de mi cuello como lo están ahora–

Al oír sus palabras Gerome respondió con un extraño brillo en sus profundos ojos azules –Quien muera primero mi amado Alphonse descansará en paz y se marchará feliz a su profundo sueño eterno, y no regresará jamás a esta atribulada tierra; ya que sólo el suicidio, ese quebranto que provocaba que los afligidos ángeles cierren las puertas del paraíso y que los demonios obstruyan las puertas del infierno,  provocará que el infausto espíritu vague por la tierra de los vivos siguiendo sus pasos–

 

****

 

Transcurrió el primer año de su compromiso y Gerome se quedó solo a causa del viaje de su amado a Italia por encargo de un rico hombre para copiar Rafaeles, Tizianos y Guidos en una galería en Florencia. Se marcharía para ganar fama; pero el que partiera de su lado no era lo peor,  no, esto definitivamente no era lo peor... si lo hubiera previsto, si lo hubiera sabido, quizás lo hubiera instado a no realizar el viaje, a no cumplir con el encargo, pero en su corazón no existía tal designio… ¡Su amado partió, pero se marchó, se fue de su lado para siempre!

Por supuesto, Bernard extrañó a su joven sobrino quien había sido como otro hijo para él; y pensó que la tristeza de su hermoso Gerome no era más que la que un primo podía sentir por la ausencia de su primo.

Durante ese tiempo las semanas y los meses pasaron. Los amantes se escribieron, primero muy seguido, luego con menos frecuencia, y al final dejaron de hacerlo.

¡Cuántas excusas Gerome inventó por él! ¡Cuántas veces fue a la lejana oficina postal a la que su amado dirigía sus cartas! ¡Cuántas veces esperó solo para verse decepcionado! ¡Cuántas veces desesperó solo para después tener una nueva esperanza!

...Pero la verdadera desesperación llego al final y no se marcho más. El rico pretendiente apareció en escena y su padre se decidió y lo obligó a casarse. Tenía que casarse de inmediato y la fecha de la boda se fijó para el seis de Junio.

Esa fecha parecía abrasarle el alma...

Esa fecha, escrita en fuego, danzaba permanentemente frente a sus ojos. Esa fecha, gritada con violencia, sonaba continuamente en sus oídos.

Pero aún no era tiempo, estaban a mediados de mayo, estaba a tiempo para escribirle una carta a su amado hasta Florencia; ya era tiempo de que regresara a Brunswick para tomarlo y unirse en matrimonio. A pesar de su padre, a pesar de todos, a pesar del mundo entero.

Pero los días y las semanas transcurrieron y su amado no respondió y tampoco llegó. Esta situación de verdad lo desesperó y este terrible sentimiento se adueñó de su corazón y ya no se marchó.

Llegó el cinco de junio. Por última vez  fue a la pequeña oficina postal, por última vez hizo la vieja pregunta y por última vez le respondieron –No, no hay carta–

Por última vez ya que al día siguiente sería la fecha fijada para su boda. Su padre no escucharía apelaciones, su rico pretendiente no escucharía sus oraciones. No querían demorarse ni un solo día más, ni una hora más.

...Pero, aún le quedaba esa noche… una noche que sería completamente suya, una noche en la que podría hacer lo que quisiera.

Tomó un camino distinto del que generalmente lo conducía hasta su casa. Se dio prisa a través de algunas callejuelas de la ciudad. Pasó por el solitario puente, donde él y su amado habían estado tantas veces de pie, frente al crepúsculo, mirando el cielo tornarse rosado y al sol caer sobre el horizonte en el río...

 

***

 

Al día siguiente Alphonse  regresó de Florencia. Había recibido la carta. Esa carta manchada con lágrimas, surcada de ruegos y llena de desesperanza. La había recibido pero ya no lo amaba. Un joven florentino que  había posado para él como modelo se encargo de borrar con su cuerpo y caricias los recuerdos de su primo dándole nuevas ilusiones, y Gerome había quedado enterrado en el olvido. Si este último tenía algún rico pretendiente, bien, dejaría que se casara; era lo mejor para los dos. Ya no tenía deseos de encadenarse a ningún hombre, a ningún corazón, ya que tenía su arte, su eterno novio, su constante amante.

Esta fue la razón por la que decidió demorar su vuelta a Brunswick, de manera que cuando regresara la unión ya se hubiera consumado y pudiera saludar al novio, felicitar a su primo sin remordimiento alguno.

¿Y los votos, las ilusiones místicas, la creencia en su regreso después de la muerte para abrazar a su amado? Extinguidos para siempre de su vida; desaparecidos para siempre... habían sido solo sueños irracionales de su juventud.

Así que el seis de junio entró en Brunswick por ese mismo puente en el que había estado de pie, con las estrellas cayendo sobre su olvidado amado bajo el cielo nocturno. Caminó a través del puente, un perro tosco seguía sus pasos junto con el humo de su corta pipa rizándose en forma de guirnaldas fantásticas en el aire puro de la mañana. Llevaba su cuaderno de bocetos bajo el brazo y si su ojo artístico se veía atraído por algunos objetos se detenía a dibujarlos: hierbas y guijarros sobre la ribera del río, el despeñadero sobre la orilla opuesta, grupos de sauces a la distancia…

Cuando hubo terminado admiró su arte, cerró su cuaderno, vació las cenizas de su pipa, volvió a llenarla con su bolsa de tabaco, y cantó el refrán del feliz bebedor; llamó al perro, fumó nuevamente y siguió caminando. Súbitamente volvió a abrir el cuaderno, esta vez le atrajo un grupo de figuras, pero ¿Qué eran?

No era un funeral, puesto que no estaban de luto.

No, no era un funeral, pero había un cadáver en un tosco ataúd cubierto con un viejo velo.

No era un funeral, puesto que los portadores eran pescadores, pescadores en su atuendo de todos los días. A unas cien yardas de donde él se encontraba hicieron un alto en el camino y tomaron un respiro. Uno se quedó parado a la cabeza del ataúd y los otros se sentaron a los pies del féretro.

Y de esta manera dio dos o tres pasos para atrás, seleccionó su punto de vista y comenzó a esbozar un rápido contorno. Lo pudo terminar antes de que volvieran a ponerse en marcha; podía escuchar sus voces a pesar de que no podía entender sus palabras y se preguntó de qué podrían estar hablando. Caminó hacia ellos y se les unió.

–Amigos, ¿llevan ahí un muerto?– preguntó.

–Sí, un muerto que fue sacado del rio hace casi una hora–

–¿Ahogado?–

–Sí, ahogado. Un joven muy hermoso–

–Los suicidas siempre son hermosos– dijo el pintor y entonces se quedó para compartir con los pescadores un rato de pipa y meditación mirando la sutil forma del cuerpo y los pliegues de la lona que lo cubría.

La vida era una temporada de verano para él, joven, ambicioso, listo, y aquello que era luto y congoja parecía no tener parte en su destino.

Al final, pensó que si este pobre suicida era tan hermoso tenía que hacer un boceto de él.

Ofreció a los pescadores un poco de dinero y ellos accedieron a remover la lona que cubría sus facciones.

–No– les diría prontamente, ya que quería ser él quien descubriera el cadáver. Levantó la áspera, tosca y húmeda lona de su rostro. ¿Qué rostro? El mismo que había brillado en los irracionales sueños de su juventud. El rostro que una vez había sido la luz de la casa de su tío. Su primo Gerome... ¡Su prometido!

Lo observó estupefacto, sorprendido, mientras respiraba profundo. Las facciones rígidas, su pálido y hermoso rostro, sus largas pestañas, sus ahora fríos labios, su rubio y largo cabello que caía hasta más abajo de su cintura, sus  brazos impasibles, sus  manos cruzadas sobre su helado pecho y sobre el tercer dedo de su mano izquierda el anillo. Ese mismo anillo que había sido de su madre, esa serpiente plateada... el anillo, ese mismo que si hubiese estado ciego podría reconocer solo por tocarlo...

...Pero ya no lo amaba y aunque fuera su primo, aunque fuera el hombre con quien había compartido su niñez y parte de su juventud, el hombre que lo amaba... el hombre que se había suicidado, ahogándose en el rio debido a la desesperación de no volver a ver a su amado, aún así no derramo ni una sola de sus lagrimas por el pobre miserable… Era un genio, tenía toda su vida por delante  y ya no había nada que lamentar.

Su primer pensamiento al reconocerlo fue huir, huir hacia cualquier otro lugar, correr fuera de aquella maldita cuidad, cualquier lugar lejano a aquel espantoso río, cualquier lugar libre de los recuerdos, lejos del remordimiento: cualquier lugar para olvidar.

 

****

 

Solo cuando el perro que aún lo seguía se echó a sus pies fue que se sintió exhausto y buscó sentarse en algún banco para descansar. ¡Cómo le daba vueltas el paisaje frente a sus obnubilados ojos mientras en su cuaderno el boceto de los pescadores y el féretro cubierto con la lona resplandecía por sobre la penumbra!

Al final, luego de quedarse un largo rato sentado a un costado del camino, un rato jugando con el perro otro rato fumando, otro despatarrándose mirando todo como cualquier estudiante feliz y haragán podría haberlo contemplado, aunque por dentro devorándose la mente con un mismo pensamiento: el de aquella escena matinal. Recuperó la compostura y trató de pensar en sí mismo, ya no más en el suicidio de su primo. Aparte de esto, él no estaba peor de lo que había estado el día anterior. No había perdido su suerte; el dinero que había ganado en Florencia aún permanecía en su bolsillo; era su propio maestro, libre de ir adonde quisiera.

Y mientras seguía sentado en el costado del camino tratando de separarse a sí mismo de la escena que había visto esa mañana, tratando de expulsar de su mente el recuerdo de la imagen del cadáver cubierto con la lona. Tratando de pensar que haría al siguiente momento, donde iría, lo más lejos posible de Brunswick y del remordimiento; la vieja diligencia vino a sus tumbos. La recordó, iba desde Brunswick a Aix-la-Chapelle.

Le silbó al perro, gritó a un cochero que detuviera su vehículo y brincó dentro del coche.

Durante toda la tarde y luego toda la noche a pesar de que no pudo cerrar sus ojos no dijo ni una palabra; pero cuando la mañana volvió a romper y los otros pasajeros despertaron comenzando a hablarse unos con otros se plegó a la conversación. Les contó que era un artista y que iba a Colonia y a Amberes para copiar unos Rubens y la gran pintura de Quentin Matsys en el museo. Recordó luego de hablar y reír bulliciosamente y antes mientras hablaba y reía de manera ruidosa a un pasajero mayor y más serio que el resto que abrió su ventana cerca suyo y le dijo que pusiera su cabeza fuera. Recordó el aire fresco golpeando en su rostro, el canto de los pájaros en sus oídos, y los campos que se extendían hacia el horizonte frente a sus ojos. Recordó esto, y luego cayó en un estado inánime, en el suelo de la diligencia.

La fiebre lo mantuvo en el lecho durante unas largas seis semanas en un hotel de Aix-la-Chapelle. Se recuperó  y, acompañado de su ahora perro comenzó a caminar hacia Colonia. Nuevamente era su antiguo ser. De nuevo el humo azulado de su corta pipa daba vueltas por el aire de la mañana mientras cantaba una vieja canción de la universidad que festejaba el buen beber; de nuevo parando aquí y allá, meditando y dibujando bosquejos....

...Otra vez era feliz, una vez más había olvidado a su primo, y así se dirigía a Colonia...

Fue en la gran catedral de Colonia que se quedó parado con el perro a su lado. Era de noche, las campanas habían terminado de anunciar la hora y marcaban las once; la luz de la luna llena iluminaba el magnífico edificio sobre el cual el ojo del artista vagaba en busca de la belleza de la forma.

No estaba pensando en su primo ahogado ya que lo había olvidado y ahora se sentía feliz...

Súbitamente alguien, algo, por detrás suyo le colocó dos fríos brazos alrededor de su cuello y abrazó las manos sobre su pecho.

Y ¡No había nadie detrás suyo! En la calle bañada por la luz lunar se proyectaban solo dos sombras, la propia y la de su perro. Rápidamente se dio la vuelta pero no había nadie, nada que ver a lo largo y a lo ancho de la cuadra más que él mismo y su perro; y a pesar que los sentía, no pudo ver los frígidos brazos que se abrazaban a su cuello.

No era un abrazo fantasma ya que podía sentirlo al tacto, aunque no podía ser real, ya que no podía ver nada.

Trató de quitarse de encima esa gélida caricia. Se puso sus propias manos en su cuello para desunir aquellas que lo rodeaban. Pudo sentir los largos y delicados dedos, húmedos al tacto, y sobre el tercer dedo de la mano izquierda logró palpar el anillo que había sido de su madre, ¡la serpiente plateada!... Ese anillo que había dicho podría reconocer al tacto entre cientos de ellos. ¡Ahora lo sabía!

Los helados brazos de su primo muerto estaban rodeándole el cuello, las manos de él estaban firmemente agarradas entre sí sobre su pecho. Diciéndose a sí mismo si se estaba volviendo loco.

–¡Up, Elio!– gritó. –¡Vamos, muchacho!– y el can saltó a sus hombros, pero cuando sus patas tocaron las manos del  muerto el animal lanzó un terrorífico aullido y salió disparado del lado de su amo.

El estudiante se quedó parado a la luz de la luna, con los brazos muertos alrededor de su cuello y el perro a distancia considerable, aullando lastimosamente.

Al poco rato un transeúnte alarmado por el aullido del animal llegó a la escena para ver que era lo que ocurría.

Segundos más tarde el gélido abrazo se desvaneció.

El joven marchó a la casa del hombre y luego al hotel. Antes le dio un poco dinero, en gratitud pudo haberle dado la mitad de su pequeña fortuna.

¿Volvió a aparecer este abrazo mortal?

No por algún tiempo, ya que Alphonse intentó no volver a quedarse solo. Se hizo con cientos de conocidos y compartió los cuartos de otros estudiantes. La gente comenzó incluso a notar su extraño comportamiento, y entonces empezaron a creer que estaba loco.

Pero a pesar de sus esfuerzos otra vez se quedó solo. Fue una noche en que la plaza quedó desierta por un momento y había comenzado a caminar por la calle; pero la calle estaba también desierta y por segunda vez sintió los fríos brazos sobre su cuello, y por segunda vez cuando llamó a su animal este saltó lejos de su lado con su lastimero aullido.

Luego de dejar Colonia, ahora viajando a pie por necesidad ya que su dinero comenzaba a escasear, se unió a unos vendedores ambulantes de manera que podía estar todo el día con gente y hablar con cualquiera que se encontrara tratando de llegar a la noche y estar en compañía de alguien.

En la noche dormía cerca del fuego de la cocina de la posada en la que paraba pero a pesar de sus esfuerzos se quedaba solo con frecuencia, y siendo cosa común ya para él volvía a sentir el frío abrazo alrededor de su cuello.

 

****

 

Muchos meses pasaron desde la muerte de su primo, otoño, invierno, hasta que llegó la primavera. Su dinero casi se había agotado, su salud estaba severamente deteriorada y ahora no era más que la sombra de quien solía ser. Se encontraba cerca de París. Se había dirigido a esta ciudad durante la época del Carnaval. En París, la época del Carnaval le significaba que no volvería a quedarse solo, que no volvería a sentir esa mortal caricia hasta poder recobrar su alegría perdida, su estado de salud y una vez más reiniciar su oficio y profesión para ganar dinero y fama por su arte.

Pero ¡Cuánto más intentaba ceñir la distancia que lo separaba de París  día a día se debilitaba más y más y su caminar se hacía cada vez más lento!

Al final, después de mucho tiempo logró llegar a la ciudad. Esa era París. París, en la que ingresaba por vez primera.  París, con la que tanto había soñado. París, cuyo millón de voces podrían exorcizar su fantasma...

París le pareció esa noche un vasto caos de luces, música y confusión. Luces que danzaban ante sus ojos y que jamás se quedaban quietas. Música que sonaba en sus oídos y le ensordecían. Confusión que hacía que su cabeza se viera presa de un inacabable remolino.

Llegó a la Casa de la Opera donde se ofrecía el baile de máscaras. Había ahorrado un poco de dinero para comprar un boleto de admisión y para alquilar un disfraz que cubriera su zaparrastrosa indumentaria. Parecía que había pasado solo un momento desde que había pasado las puertas de la ciudad y ahora se encontraba en medio de un salvaje alboroto en el baile de la Casa de la Opera.

No más oscuridad, no más soledad, sino  una multitud enloquecida gritando y bailando frenéticamente mientras era acompañado del brazo de un bello mozuelo.

La tempestuosa alegría que sentía seguramente haría que regresara su vieja despreocupación.

Podía escuchar a la gente a su alrededor hablando de la salvaje conducta de algunos estudiantes borrachos, y era a él a quien señalaban mientras decían esto. A él, que no se había mojado los labios desde la noche anterior a pesar de que sus labios estaban deshidratados y su garganta seca. A él, que no se atrevía a beber ya que podía caer preso del alcohol y sentir ese gélido abrazo de nuevo. Su voz era densa y ronca y su articulación poco clara, pero su vieja despreocupación volvió y comenzó a relajarse.

El mozuelo se cansó de su frenético baile y de sus silenciosas caricias, aunque todavía su brazo permanecía en su hombro mientras sin darse cuenta aún las otras parejas iban desapareciendo una a una...

Las luces de los candelabros fueron extinguiéndose...

Los decorados comenzaron a oscurecerse ante la disminución de la iluminación...

La débil luz de las últimas lámparas y un pálido haz de luz grisácea proveniente del nuevo día comenzaba a avanzar por entre las persianas medio abiertas...

Y por esta luz, el joven que lo acompañaba se fue desvaneciendo. Miró a su rostro ¡Cómo iba sucumbiendo el brillo de sus ojos! De nuevo volvió a mirar hacía su rostro ¡Qué pálido se había vuelto! Y una vez más volvió a mirar y ahora observaba la sombra de lo que fuera un rostro.

De nuevo, el brillo de los ojos, el rostro, la sombra del rostro. Todo se había ido... Volvió a quedarse solo, solo en un salón tan vasto...

Solo, en ese terrible silencio, escuchando los ecos de sus propios pasos en una tétrica danza que no tenía música.

Sin ninguna otra música más que el golpeteo de su corazón contra su propio pecho, los brazos helados volvieron a rodearle el cuello, a arremolinarse en torno suyo. Ellos no iban a soltarse, tampoco a fundirse; ya no podría escapar de aquel álgido abrazo más de lo que podría escapar de la misma muerte. Miró detrás suyo y al fin lo vio… triste, mojado, pálido y frío, y ahora ¡solo estaban ellos dos en el gran salón vacío!

Al observarlo tan vivo a pesar de estar ya muerto, pudo recordar una vez más el amor que una vez le había tenido y las eternas promesas de amor que le había ofrecido…

Su cabello, su rubio cabello estaba un poco más largo y sus azules ojos resplandecían con la misma intensidad con que tantas noches en el pequeño puente bajo la luz de la luna le habían contemplado. Podía sentir aquel  frío espectral, aquellos largos y delgados dedos, y ese anillo que una vez había sido de su madre….

A pesar de la blancura de su piel y de su aspecto fúnebre su primo seguía siendo increíblemente hermoso. Gerome deshizo su abrazo por unos minutos mientras se posaba delante de Alphonse, radiante, majestuoso, hermoso como lo era cuando aún vivía.

Alphonse no pudo evitar excitarse ante la enloquecedoramente hermosa imagen por lo que dejo que esos fríos brazos se envolvieran una vez más alrededor de su cuello, acercando su pálido rostro con el suyo hasta que sus labios se encontraron en un frío, pero cálido beso. ¿Cómo era posible que pudiera sentirlo de esa manera si solo se trataba de un fantasma? No pudo explicarlo, pero mientras su  lengua recorría cada una de las partes de esa inanimada boca recordó el dulce sabor de Gerome.

Su lengua no fue la única que trabajo con avidez, sus manos también se apresuraron a despojarlo de cada una de sus mojadas prendas, a recorrer cada parte de esa helada piel  e incluso mientras lo hacía podía escuchar pequeños gemidos que escapaban desde la garganta de su fallecido primo; gritos, sonidos de placer que ahora inundaban el salón completamente y que no podían ser reprimidos. El falo cobrando vida en sus pantalones  le aseguró que no podría aguantar por mucho tiempo, por lo que rápidamente se apresuró a deshacer sus pantalones.

Allí, en la oscuridad del gran salón penetró a su fallecido amante, y con un poco de terror y consternación sintió una gran calidez procediendo de ese estrecho agujero mientras su virilidad se hundía por completo en él. La situación cada vez se tornaba más extraña pero no podía dejar de pensar en ello como un milagro, como lo que quizás necesitaba el espíritu de su fallecido primo para dejar de vagar y finalmente descansar y regresar en paz al mundo de los muertos. 

Lo embistió con urgencia, con fuerza, mientras con su mano libre tomaba el miembro erecto de su primo, acariciándolo a un ritmo frenético que acrecentaba la intensidad de sus gemidos.

Estaba por alcanzar el clímax y sentía que su lúgubre amante también estaba cerca, por lo que aumentó el ritmo de sus embestidas. Alcanzaron juntos el orgasmo y a pesar de la inusual situación tuvo que reconocer que la experiencia aunque un tanto aterradora había sido bastente placentera.

Trató de apartarse del frio cuerpo que aún se abrazaba al suyo, pero para su consternación no pudo zafarse. Gerome no solo mantenía aún sus brazos rodeando su cuello, su pene ahora también era prisionero del esfínter de su finado primo mientras sus largas y pálidas piernas se apretaban con fuerza en su cintura. Luchó por deshacer el agarre pero debido a su estado de salud deteriorado y al previo acto consumado no tuvo la suficiente fuerza para lograrlo.

Trató de gritar, pero ya no tenía más poder en su exhausta garganta. El silencio del lugar únicamente era roto por los ecos de sus propios pasos y los sollozos de placer de su primo, transformando su forcejeo en una especie de danza de la que no podía liberarse a sí mismo. ¿Quién hubiera dicho que no tenía pareja de baile? Los gélidos brazos estaban prendidos a su cuello, las piernas de su primo seguían atadas a su cintura, su miembro seguía abrasándose en aquel orificio, mientras su rubia cabeza se apoyaba en su hombro….  Y  ya no pudo huir de esa unión. ¡No! Un asalto más, un embiste más y caería muerto…

 

Las luces se apagaron del todo, y media hora después, los gendarmes llegaron con linternas para ver si el salón había quedado vacío. Un perro los seguía, un gran perro que habían encontrado sentado frente a la entrada del teatro. 

Y Cerca de la entrada principal tropezaron con...

...El cadáver de un estudiante, que había muerto de inanición, y por rotura de los vasos sanguíneos….

Notas finales:

Gracias por leer, espero que lo hayan disfrutado


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