Todo seguía igual. Las máquinas expendedoras y las señales de tráfico volando en todas direcciones, tratando de atrapar y matar al infórmate de Ikebukuro. Fallando, como siempre. Había perdido la cuenta de las veces que no lograban su objetivo a propósito. Porque a quién pretendían engañar. Aunque todo siguiera igual, ya nada era igual. Izaya esquivó de nuevo el contendor de basura que le había lanzado Shizuo. Como siempre. De nuevo huiría a un callejón y el hombre más fuerte de la ciudad le seguiría, gritando su nombre furioso. Ese nombre que escupía con veneno y que rugía desde lo más profundo de su pecho. Le atraparía en el callejón. Bueno, se dejaría atrapar. Le acorralaría contra una pared, anteponiendo su cuerpo para que no huyera. Izaya soltaría alguna de sus frases irritantes y sonreiría cínicamente. Shizuo molesto le acallaría con un violento beso. El informante le correspondería de la misma manera salvaje. Se comerían la boca. Se desgarrarían los labios con los dientes en un intento desesperado de tener cada vez más del otro.
La sangre de las heridas se mezclaría con su sudor pero les daría igual. Las manos de Shizuo le tocarían con un ansia casi enfermiza e Izaya gemiría en su oído de puro placer. Después de una patada se desharía del rubio y huiría de él burlón. Shizuo le maldeciría y perseguiría otra vez. Aunque realmente no había necesidad de eso. Sabía perfectamente a dónde dirigía sus pasos esa maldita pulga. Hacía su propio apartamento del cual había adquirido una copia de la llave, sin permiso de Shizuo, obviamente. Llegaría respirando con dificultad. Vería la puerta abierta y entraría gritando su nombre histérico, deseando poder despedazarle.
Izaya le esperaría sentado en el borde de la cama, relamiéndose y con esa sonrisa en el rostro que el rubio tanto odiaba. Cerraría la puerta de un puñetazo y se acercaría hasta él, descargando un golpe seco sobre el colchón. Izaya lo atraparía por el cuello y le lanzaría encima de su propio cuerpo, devorando su boca con desesperación y lujuria. Shizuo le arrancaría la ropa gruñendo, dejando las marcas de sus uñas por la piel. El moreno pronunciaría un sonoro gemido al sentir las manos de Shizuo recorriéndole con violencia, logrando solo que el rubio se excitara mucho más de lo que ya estaba. Izaya le quitaría la ropa tirándola lejos y contemplando con mirada viciosa la enorme erección de su enemigo. Le enorgullecía enormemente provocarle.
Shizuo enfadado le penetraría de una sola estocada, contemplando satisfecho su expresión de dolor, su rojez y sus lágrimas recorriéndole por la mejilla. Sin darle tiempo a acostumbrarse, arremetería contra ese cuerpo, ahora indefenso, fuertemente, sin ningún tipo de compasión. Izaya gemiría desatado rasgando la espalda de Shizuo a base de arañazos, quedándose su piel entre las uñas. El rubio masturbaría su erección sin miramientos haciendo que Izaya se retorciera de placer y le suplicara más. Eso le encantaba.
Al final terminarían los dos a la vez, pronunciando sus respectivos nombres con amargura. Shizuo saldría de él y susurraría un “Te odio” mientras le muerde el labio inferior. Izaya le correspondería con un “Pero no más que yo, Shizu-chan”, vistiéndose rápidamente y desapareciendo de allí. Shizuo encendería un cigarrillo y le vería alejarse por la ventana. Mañana sería otro día. Otro día en el que volvería a hacerle el amor a su eterno enemigo.