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Heridas del alma por LINALEE

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Notas del fanfic:

Antes que nada esto es un AU (Universo Alterno), así que todo esto sucede en un tiempo y lugar que no especifico y definitivamente no es la época victoriana. Tiene un toque leve de shonen-ai…jeje, nada fuerte, demasiado disimulado ¿?, pero bueno.

Mi más grande advertencia es que hago gala de un OoC descarado, si señores…están tan fuera de personalidad que si son fans acérrimos pueden criticarme tanto como puedan.

Este es el fic participaente en un reto de San Valentin de un foro.
Para este reto hice tres fics a medias y ninguno me convenció…curioso, porque aunque este no me gusto precisamente, si debo decirle…DISFRUTE como niñita caprichosa escribiéndolo.

HERIDAS DEL ALMA

1



Las cosas no deberían haber marchado de esa manera. Jamás. Él nunca debía hacerse cargo de nada ni de nadie, ni siquiera un perro o pez estaba seguro a su lado. La responsabilidad, los deberes, la obligación…no eran lo suyo, no la desinteresada, aquella donde no obtenía nada a cambio y lo hacía sólo por el bien de otra persona. Pero allí estaba, de pie…cansado y hastiado de su departamento, de la mala televisión, de los desayunos apresurados y sobretodo de…de aquel pequeño niño de doce años quién parecía buscar siempre formas de exasperarlo, cual conspiración en su contra. Y ahora debía adentrarse a media noche en una ciudad donde los asesinatos y violaciones estaban a la orden del día, con una lluvia torrencial como única compañía. Ni siquiera tenía un paraguas, nunca lo necesito. Su chofer pasaba a recogerlo todas las mañanas y siempre que quisiera, pero le había dado aquella noche libre, era catorce de febrero, el Día del Amor y la Amistad y no quería interrumpirlo en medio de…bueno, sólo era sentido común.

Así que se arropó tan bien como pudo, tomó sus llaves y abandonó la seguridad de su departamento.
Cuando lo encontrará, cuando finalmente lo hallará…lo devolvería, regresaría a aquel niño, el Estado podía hacerse cargo de él y todos sus millones, porque él simplemente no lo soportaba, no toleraba más aquella situación. Las pesadillas por las noches, los llantos reprimidos, las violentas respuestas, los días de interminable silencio.

Ciel Phanthomhive sólo traía problemas.

2



“¡No puedes hacer lo que quieras!” Le había dicho severamente Sebastián en la cena.

Ciel por su parte se había limitado a ladear la cabeza y verlo con escepticismo, casi burla.

¿No podía hacer que?

Demostrar cuan idiotas eran los maestros y todos aquellos que le rodeaban. Liderar una pequeña pandilla para mantenerse a salvo de aquellos que lo molestaban. Mandar a un par de chicos al hospital.

Aquellos idiotas habían recibido su merecido. De lo contrario él habría sido quién ahora estuviera en el hospital.

Sólo eran un grupo de niñitos ricos y mimados, justo como él…pero Alois era diferente, había crecido en las calles y sabía defenderse, ni siquiera cinco de ellos lograron vencerle. Ahora era el hijo adoptivo de una importante familia, pero continuaba siendo peligroso y listo, requisitos suficiente para ser considerado lo más cercano a un “amigo”.

Y él había demostrado sentido común al sólo permitir que su rubio amigo sólo les provocará heridas superficiales, un corte por aquí, otro por allá…nada profundo y ninguno en la cara…un par de puntos de saturación y listo, nada por lo que lamentarse, pero ellos habían intentado lastimarle de otra forma.

“Putas” le habían llamado antes de abalanzarse cual perros sobre la presa.

Linda sorpresa con la que se habían encontrado.

Se acurrucó sobre la banca, tenía frío y un suave viento movía sus cabellos.

No había intentado hacer llegar su versión a Sebastián y los otros adultos. Podían pensar cuanto quisieran.

El otro adulto se había molestado por primera vez con él, no le había gritado propiamente…sólo le dijo que por el momento no quería verlo y le envió a su habitación. Entonces se había despertado a mitad de la noche bañado en sudor, envuelto en pesadillas y con la sensación de que de un momento a otro se ahogaría en ese lugar tan estrecho. Necesitaba respirar. Sólo un poco. Sus pies lo condujeron hasta el parque, ni siquiera recordaba como llego ahí…pero era lo que había y no quería regresar, para enfrentarse a otro estúpido adulto que no lo comprendería.

3



Llevaba horas bajo la torrencial lluvia buscándolo en aquellos lugares donde creía podría encontrarlo.

Callejones con pequeños techos, restaurante abiertos toda la noche de baja categoría, en la estación de trenes. Hasta que finalmente decidió ir al parque.

Para casi cualquier otro niño de doce años habría sido una de las primeras opciones donde refugiarse, pero Ciel no era cualquier chiquillo.

La primera vez que lo había visto había tenido poco más de cuatro años, un pequeño con una inteligencia sobresaliente, así como una dulzura y empatía extraordinaria. De mejillas regordetas y grandes ojos azules, un pequeño Príncipe y perfecto heredero de la Compañía Phanthomhive.

Años después se enteró de su secuestro, su familia lo busco durante años, más nuca lo halló, ni siquiera su cadáver, aunque lo dieron por muerto.

La dulce y encantadora Rachel murió de tristeza al creerlo muerto y su esposo, el osado y galante Vincent se suicidó poco después, había querido a su hijo, pero a su esposa la amaba hasta la locura, no podía imaginar la vida sin ella.

Por ironías del destino, Ciel apareció ocho meses después, tras cinco años de desaparecido, cuando una red de pornografía infantil fue desmantelada… y no tuvo un hogar al cual regresar. Era el heredero universal de todo un Imperio, pero no había nadie para recibirlo. Sus tías vivían en países extranjeros y en sus “perfectas” vidas no había lugar para un infante con tantas heridas físicas y mentales.

Sebastián dirigía la Compañía Phanthomhive por aquel entonces y asumió el rol de albacea del niño.
Hacía tres meses de ello.

Tenía veintiséis años y hasta entonces en su vida sólo había lugar para la lujuria y el desenfreno; pero de pronto se vio obligado a cuidar de un niño cuyas heridas mentales jamás sanarían, por mucho que las físicas se hubieran limitado a dejar imborrables cicatrices.

Ciel nunca hablaba, se limitaba a dirigir órdenes a diestra y siniestra, como si nunca hubiera sido maltratado o humillado de aquella manera.

Sólo tenía un amigo. Alois, aquel era un nombre falso, el nieto del líder de aquella red de pornografía infantil; lo había conocido hacía poco y siempre andaban juntos, eran tan diferentes y similares al mismo tiempo. El rubio con su angelical rostro era peligroso. En una ocasión inclusive había declarado asesinar a alguien, no era precisamente “malvado” ni representaba un verdadero peligro, en realidad era igual a un animal severamente golpeado quién respondía animosamente ante cualquier incitación.

Ciel le controlaba y el otro le obedecía. Así que cuando le interrumpieron en medio de una Junta para informarle que Ciel estaba a punto de ser expulsado por haberse metido en una riña en donde varios terminaron en el hospital, supo que algo estaba mal.

Seguramente provocaron a Ciel hasta un límite intolerable, por lo que este había dado rienda suelta a los instintos de Alois.

Se exaspero un poco al saber que le darían de baja durante una semana, pero no hizo preguntas, no era el momento; más tardes las formularía, porque si de algo estaba seguro era de que Ciel jamás le haría llegar las respuestas.

Y finalmente lo encontró, empapado hasta los huesos y abrazándose a si mismo.

Se veía tan dulce cuando dormía, cual gatito bajo la lluvia…los rastros de lágrimas se perdían en sus mejillas humedas. Lo tomó del hombro, zarandeándolo suavemente…el más simple roce podía conducirlo a un ataque de pánico. Ciel abrió los ojos y el terror se reflejó en ellos. Tembloroso intentó alejarse.

—Ciel…—llamó con suavidad sin hacer otro intento de tocarlo—. Todo va a estar bien, iremos a casa… ¿de acuerdo?

El pequeño asintió y ocultó la mirada, demasiado desorientado aún para hacer otra cosa.

Sebastián sonrió con naturalidad.

—Bien—dijo suavemente—voy a tomarte en brazos y llevarte conmigo.

El menor no respondió, tomo su negativa como un “Si”. Inclinándose sobre el niño, lo tomó de los hombros y cargo. Era pequeño y delgado, demasiado frágil, apenas y representaba un esfuerzo. El niño quién oscilaba entre la inconsciencia colocó sus brazos alrededor de su cuello y se dejo llevar.

Sebastián podía sentir los rápidos latidos de su corazón y el temblor de su cuerpo, el miedo mezclado con el olor de la tierra húmeda, las hojas y el sudor daban origen a una fragancia agradable.

4



Ciel odiaba dormir, porque durante las noches soñaba.

Soñaba con aquellos terribles primeros días en aquel lugar donde grito hasta quedarse sin voz, soñaba con los momentos en que simplemente aceptó su destino cual era y se entregó con una pasividad que ahora lo repugnaba y sobretodo soñaba con sus padres, la imagen de estos le había mantenido durante tanto tiempo con vida. En sus sueños ellos siempre le esperaban con los brazos abiertos y una sonrisa en su rostro. Y fue este sueño el que lo mantuvo con vida durante tanto tiempo…la esperanza de volverlos a ver, de que lo estuvieran buscando, pero todo había sido una mentira. Se rindieron tan pronto.

Envolvió los brazos sobre el cuello de Sebastián, se concentró en el latir de su corazón…no quería dormir, no quería soñar, porque cuando despertará la realidad sería tan terrible que no podría soportarla.

Tras una corta travesía sintió como atravesaban las puertas del departamento que compartía con el adulto.
Durante el día el lugar tenía al menos tres sirvientas a su disposición, durante la noche todo lucía tan parco, silencioso.

Sebastián lo depositó sobre un mueble sin importarle que lo arruinara con el agua que escurría.

—Te prepararé un baño caliente—anunció el adulto, pero en un acto reflejo Ciel le tomó de la chaqueta e impidió que se alejará. No quería ser abandonado nuevamente.

—No quiero estar sólo—susurró con tristeza.

“Otra vez sólo, no…por favor” rogaba en su mente.

El adulto pareció comprender y lo envolvió en sus brazos, reconfortándolo, suministrándole el calor que su cuerpo reclamaba.

A Ciel no le gustaba Sebastián, sólo estaba a su lado porque era su obligación, nadie lo necesitaba realmente, pero era todo lo que tenía y no quería dejarlo ir.

No supo cuanto tiempo pasó antes de finalmente caer rendido, pero aquella noche fue la primera vez en mucho, mucho tiempo que no soñó.

5



Sebastián se despertó con el cuerpo húmedo de Ciel entre sus brazos, sus mejillas sonrojadas indicaban que tenía fiebre. Lentamente se despegó de él y lo llevó hasta su cama, cuando despertará le obligaría a tomar un baño de agua caliente, comer un poco de sopa y envolvería en cálidas sabanas.

Algo había cambiado la noche anterior, de alguna forma, de una manera incapaz de describir. Había quedado prendado a ese orgulloso niño de doce años quién, aunque sólo fuera por un par de horas se había desnudado antes él completamente.

Ciel abrió los ojos lentamente y reincorporándose en la cama observó a Sebastián quién extendió un tazón de sopa.

—Debes comer mientras esta caliente.

—No quiero. Dame un helado.

—Me temo que no puedo acceder a tu petición. Come de favor la sopa.

—Dije que quiero helado—replicó el niño realmente ofendido.

—Me temo que estas tomando un temperamento realmente infantil.

La palabra “prohibida” consiguió el efecto deseado en el menor quien empezó a comer su sopa, deliciosa, como todo lo que preparaba Sebastián.

Tras un largo silenció, el mayor se atrevió a preguntar.

—¿Quieres que hablemos de lo que pasó ayer?

—No es necesario, limítate a enviar una tarjeta de “recuperación” a esos bastardos en el hospital—. Ciel lo había pronunciado con su habitual indiferencia y arrogancia. Una buena señal.

Sebastián se acercó hasta el rostro del menor y sin el menor aviso depositó un beso en la mejilla de Ciel, quién se sonrojó hasta la médula.

—Sólo quiero que sepas una cosa—comenzó el adulto haciendo gala de aquella confianza que tan popular le hacía entre las mujeres—. No importa lo que pase, ni cuanto tiempo transcurra…yo siempre estaré a tu lado.
Una cínica sonrisa torció los labios de Ciel, quién fue ahora él que aproximo tanto su rostro al del mayor que sus labios se rozaron.

—Eso espero—concluyó depositando un cálido beso en los labios del adulto—. Yo no aceptó la traición.
Sebastián sonrió, al principio pensó en reprenderlo; pero casi con toda seguridad Ciel sabía tanto como él del sexo.

Por ahora lo cuidaría, mimaría, borraría paso a paso las heridas de su alma…y tal vez, quizás en un futuro, pudiera disfrutar de las delicias de una exquisita cena. Sólo el tiempo lo diría.

Ciel aún era demasiado pequeño, pero en el futuro tal vez…

—¿Es eso una orden?—preguntó con una sonrisa a medias entra la seriedad y la broma.

—Si—contestó Ciel de manera tajante.

Entonces, el adulto recordando una vieja obra de su infancia, recitó aquel diálogo pensando en lo que el futuro les deparaba.

—¡Yes, My Lord!

FIN

Notas finales:

Cualquier duda, crítica, queja, sugerencia, étc...sera bien recibida.

Gracias por leer.


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