Seducciones lúgubres
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Capítulo 1: Sobre la sangre ajena
Llevaba prácticamente cinco horas buscándolo bajo la espesa noche, a buena fecha se le había ocurrido a la luna desaparecer y llevarse consigo la visión que necesitaba para poder encontrarlo. Los cuerpos a su alrededor se desdibujaban y volvían borrosos, corría todo lo rápido que le daban los pies pensando que ya iba demasiado tarde pero que de todos modos podía detenerlo antes de que estuviera todo acabado.
Saltó una masa oscura en el suelo, por la manera en que estaba todo esparcido de sangre a su alrededor supo que era otro cadáver “¿Cuántos van ya? ¿No piensas detenerte?” dobló en la esquina próxima mordiéndose el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Le había prometido que lo detendría, pero no había sido capaz siquiera de salvarse a sí mismo, así con dificultad esquivaba gente y pilas de escombros, entró en un oscuro y solitario callejón que apestaba a putrefacción, se metía entre su ropa y la piel desesperándolo aún más “carne humana” se dijo restándole importancia y tapó su rostro con la parte interna de su codo para evitar la pestilencia. Las piernas le flaquearon y parecía que caería, pero se sostuvo ágilmente de una saliente en una muralla desmoronada y se impulsó para seguir adelante, a medida que avanzaba sentía bajo sus pies la sangre carmín que se iba licuando “es reciente, está cerca” empujó un cuerpo desconociendo si estaba vivo o no y deambuló hasta que llegó al final de un pasaje, cercado con rejas y alambres de púa, al frete de la cual había una pila de objetos, basura y quien sabe cuánta materia orgánica, pero no fue difícil de concluir que aquel que en la cumbre se dejaba observar era la aquello que buscaba. Una sombra que de a poco fue tomando forma le observaba con los ojos rubíes sin expresión ni sentimiento más que un deseo de sadismo y el placer de la superioridad, le sonrió de medio lado dejándole ver su brillante dentadura surcada por uno que otro hilillo de rojo fluido. Sus dorados cabellos le enmarcaban el rostro con precisión y se le pegaban a la frente por el sudor que en su cuerpo se encontraba, alejando su vista del hipnotizante rostro reparó en el resto de su cuerpo, su tersa piel surcada de rasguños, heridas y sangre ajena que iba a parar hasta sus pálidos dedos de donde escurría formando una charca carmín a los pies del mismo que ya no se atrevía a llamar humano pero tal vez si, amigo, se sacudió los pensamientos recordándose a sí mismo que no debía bajar la guardia si quería seguir respirando, pero no podía reprimir ese indudable deseo lujurioso que le recorría la columna en forma de pequeños choques eléctricos, reacción que le daba ver ese delgado cuerpo con esa mueca en el rostro, casi diabólica…pero tan perfecta.
La gélida brisa que calaba los huesos de ambos hizo que la cadena tintineara y le despertara de ese ensueño algo extraño. Dio un paso adelante y se disponía a seguir cuando el chico con la mirada vacía se movió, le apuntaba con uno de sus dedos humedecidos y rojos, le hacia una seña y posteriormente era introducido a la boca de su dueño como una obscena invitación a acercarse que no estaba seguro de poder rechazar.