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We por SHINee Doll

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Notas del capitulo:

Dedicado a Karla, porque la echo de menos y la quiero un montón. ¡Espero te guste!

— ¿Eres feliz?

 

Los orbes grandes de Minho se volvieron hacia él y le vio sonreír. La cuestión flotó en el aire algunos minutos donde ninguno pronunció palabra. Un trueno rompió el silencio y un relámpago iluminó la habitación en penumbras. Fuera llovía con fuerza, el viento agitaba los árboles y el frío hacia estremecer a los atrevidos transeúntes que deambulaban por las calles empapadas. En el interior de la casa, frente a la chimenea, entre los brazos del menor, Jinki se sentía demasiado bien.

 

— Lo soy. — respondió sincero Choi, y su pecho se inundó de una maravillosa sensación de calidez al decirlo en voz alta. — ¿Tú lo eres?

 

Lee llevó un dedo a su barbilla, fingiéndose pensativo y soltó una risilla tonta y vergonzosa cuando los labios gruesos del otro se abultaron en un puchero. Asintió, contento, tirando de la manta que se encontraba revuelta a sus pies y que supuestamente debía cubrirles las piernas.

 

— Soy feliz porque estás conmigo. Sin ti, nada en la vida tiene un verdadero sentido, Minho. — reconoció con un tono de dicha, contemplando los ojos marrones del más chico.

 

Y él no pudo estar más de acuerdo con Jinki.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La historia de Jinki y Minho inició una noche de marzo. En ese entonces Lee Jinki cursaba su último año de universidad. Era el alumno ejemplar: atento, responsable, estudioso y sobresaliente. Sus calificaciones correspondían a las mejores de la generación y nadie dudaba que se convertiría en un exitoso abogado, salvo quizá él mismo, que se sentía tan torpe e inexperto como el primer día que puso un pie en la Facultad de Derecho.

 

Alejado de ahí, al otro lado del campus, Choi Minho se sentía preparado para vencer cualquier obstáculo que se cruzara en su camino. Su mundo giraba entorno a los deportes, y todos sabían qué carrera pensaba elegir incluso antes de que terminase la secundaria. Para él no había vida fuera de una cancha, lejos de un balón de fútbol o una pelota de básquetbol.

 

Con veintitrés y veintiún años respectivamente, ninguno de los dos pensaba en el amor. Si alguna vez cupido disparó sus flechas hacia ellos o el destino llamó a sus puertas, tanto Jinki como Minho les ignoraron. No había lugar para algo tan tonto como “eso”.

 

— Hijo, ¿has pensando en tu futuro? — Jinki alzó la mirada del pesado volumen de Mercantil que consultaba, centrándola en el hombre tras el escritorio de caoba en el estudio. Lo hizo al graduarse y por ello estudiaba derecho, asegurándose un lugar en el buffette de abogados familiar. Si no se refería a eso, no tenía la menor idea de lo que el hombre esperaba escuchar como respuesta. Su padre suspiró y cruzó ambas manos sobre su regazo. — Me refiero a lo que harás después de graduarte, Jinki. — pensaba explicarle su unión a la reconocida firma “Lee & asociados” cuando el otro le detuvo. — Deberías salir un poco más, conocer una buena muchacha y comenzar a planear el volverte la cabeza de tu propia casa.

 

Jinki había tenido una novia durante la secundaria. Su nombre era Park Seonyoung. 160 cm de estatura, 54 kg de masa corporal, una preciosa voz que podía interpretar magníficamente canciones que incluso para grandes artistas suponían un desafío y el sueño de ingresar a la Universidad Jung Ang Dae para especializarse en teatro.

 

La muchacha le había gustado por su sonrisa bonita y esa curiosa mirada que le dedicaba al verlo pasar cerca de ella. Seonyoung era la tercera hija de su casa y tenía una hermana gemela, mayor que ella, que respondía al nombre de Jinyoung. Para Jinki, ambas muchachas eran tan distintas como parecidas. Quizá externamente no hubiese diferencia alguna, pero ante sus ojos siempre serían como el sol y la luna. De hecho, fue él quien dio a Seonyoung el nombre de “Luna”, principalmente por todas esas facetas que le mostró la muchacha en ese tiempo que fueron amigos y posteriormente pareja. El único problema en su relación era la hermana de ella, tan enamorada de Jinki como la misma Luna. Fingió no darse por enterado de los sentimientos de la gemela mayor y le resultó algún tiempo, hasta que fue la menor quien notó algo extraño y sus inseguridades salieron a flote.

 

Seonyoung tenía cuatro años menos que Jinki en edad, así que a nadie debía sorprender su actuar inmaduro al enfrentarse a una situación de semejante magnitud. Para el único hijo de los Lee, el graduarse del instituto fue el pretexto perfecto para alejarse de esa relación enfermiza en que se había transformado su “primer amor” por los miedos de la adolescente y los anhelos de su hermana.

 

Después de ella, cansado luego de varios meses de peleas, celos y escenas ridículas, Jinki se prometió no salir con otra persona hasta el momento en que recibiese su título como Licenciado en Derecho de la más prestigiosa Universidad de Seúl.

 

— Nunca he pensado acerca de ello. — se animó a hablar, quitándose las gafas de armazón grueso para dejarlas sobre el libro cerrado que minutos antes le absorbía. No mentía, pues siquiera al estar con ella se imaginó formar una familia alguna vez. — De momento sólo deseo terminar mi carrera, comenzar a trabajar en la firma de abogados y ganar mi propio dinero. Soy demasiado joven para considerar el matrimonio.

 

La respuesta no llegó a satisfacer al hombre de mayor edad. No obstante, el ponerse a discutir con el muchacho sobre algo que el tiempo habría de decidir le pareció estúpido, por lo que dejó el tema pasar. Sin embargo, para el universitario la duda quedó ahí.

 

¿Habría de seguir el consejo de su padre y buscar a su “alma gemela”? Si eso existía, seguramente no la encontraría entre la Constitución, el Código Penal y la Ley de Trabajo.

 

Decidido a tentar a la suerte, Jinki tomó su teléfono celular y llamó a un viejo amigo. Kim Jonghyun a sus veintidós (casi veintitrés) años, medía 173 cm, pero sin duda ganaba al mayor en músculos y posiblemente en fuerza. Estudiaba música y en su tiempo libre componía canciones. Jinki recordaba claramente sus tiempos de instituto, cuando ambos se sentaban bajo la sombra de un árbol con el menor tocando la guitarra para cantar algún éxito o simplemente improvisar.

 

La noche del viernes, el coche de Jonghyun se detuvo frente a la casa de los Lee. Jinki sonrió al verle luego de tanto tiempo de separación, montándose del lado del copiloto sin dejar de hacer preguntas que el más joven apenas podía responder.

 

— He estado en ese club antes. — le contó Kim a mitad del camino. — Es un lugar sensacional, Jinki, de seguro te gustará. Preparan las mejores bebidas del sector y las chicas que asisten son bellezas descomunales. Tras la barra hay una castaña preciosa, le llaman Victoria, pero yo sé que su nombre real es Song Qian. Viene de una parte de China y es bailarina…

 

El mayor le escuchaba atento, seguro de que su amigo de adolescencia estaba loco por la muchacha. Si la tal Victoria sentía o no lo mismo, lo vería al llegar al club.

 

Jonghyun no mintió al describirle el lugar. En realidad, el nombre “Edén” le pegaba de maravilla. Era el paraíso para los amantes de las luces de colores, el humo, el baile y el alcohol. Tras la barra, tal como el moreno le contó, entre dos rubios de ojos delineados, encontró a Victoria.

 

Si no la contempló por más tiempo fue porque en su campo de visión entró un chico alto y delgado, de cabellos negros, ojos grandes y gruesos labios. Tragó saliva nerviosamente, mirando el cuerpo larguirucho sin habérselo propuesto realmente, guiado por puro instinto. Llevaba unos pantalones tan ajustados que Jinki pensó le daría algo. Nunca antes se había fijado en un hombre, y se sorprendió al saberse atraído por el que se encontraba ordenando un trago al rubio de menor estatura. La sonrisa del que atendía al pelinegro no le gustó, era demasiado coqueta.

 

— Es bonito, ¿no? — le preguntó su amigo, despertándolo del trance en que lo mantenía el desconocido. — Su nombre es Kibum, aunque todos le conocen aquí como Key. El otro es Kris, viene de Canadá. — rodó los ojos, como si aquello le desagradara. — El que está ahí es Minho, el juguete nuevo de Key. Dudo que la palabra “novio” se aplique en su caso.

 

La palabra “novio” desconcertó a Jinki. Tampoco había tenido contacto con una pareja del mismo sexo antes. Llegar a “Edén” fue como entrar a un mundo nuevo y desconocido.

 

Jonghyun lo guió a la barra, pero se olvidó de él tan pronto los ojos de Victoria advirtieron su presencia. Sentado en un banquillo, con una cerveza importada que Kris le había servido con una sonrisa arrogante, el castaño observó a la chica anunciar su descanso y dirigirse con el más bajo hacia la multitud, moviendo su cuerpo curvilíneo entre la masa de gente en la pista.

 

Suspiró y giró el rostro. Mala idea. Kibum estaba inclinado sobre la superficie fría de la barra, con una mano en la nuca del alto y sus labios muy cerca de los otros. No llegaron a besarse porque otro muchacho se acercó a ellos y llamó al rubio, que inmediatamente ignoró a Minho.

 

“Dudo que la palabra novio se aplique en su caso”, había dicho Kim, y Jinki dio sentido a la afirmación cuando el rubio se dedicó a coquetear con el recién llegado. El pelinegro, por su parte, pidió un nuevo trago a Kris y se sentó a su lado, llevándose el vaso a los labios llenos con una seguridad que a Lee le hubiese gustado poseer en otra vida. De cerca, con la iluminación indicada y de perfil, el chico le pareció aún más impresionante.

 

— ¿Es la primera vez que vienes? — cuestionó Minho, sin apartar su vista de las copas y botellas en la pared frente a ellos. — Miras todo atentamente, así que supongo que debe ser así. — asintió, avergonzado. Sus expresiones debían ser fáciles de leer para el otro. Se preguntó si el alto sabía que no podía dejar de comérselo con los ojos. — Supongo que no has ido a un club en Nueva York.

 

— Conozco un par en San Francisco. — habló quedo, jugando con su bebida. — El ambiente suele ser más intenso y… ¿aplica el término “exótico” en este caso? — Minho se echó a reír, encontrando divertido el desvarío del otro. — Me gusta más aquí.

 

— Lo tomaré como un cumplido. — se giró hacia él, regalándole una sonrisa que debía ser petulante, pero que al castaño se le antojó muy dulce. — Mi nombre es Choi Minho. Mi familia es dueña de este sitio y otros buenos puntos en la ciudad.

 

Al diablo con todo. Lee Jinki se presentó ante el muchacho, tomó su mano y por un momento se vio tentado a no soltarla nunca. Fue como una descarga eléctrica directa al corazón. Tembló ligeramente y se relamió los labios al desviar la mirada. Choi volvió a reír cuando le habló de la firma de abogados de su padre, diciendo que se sentía seguro al contar con algo de “apoyo legal” en caso de necesitarlo.

 

Si no continuaron charlando, fue porque Key regresó y llamó al alto a su lado. Para Jinki no pasó desapercibido el desagrado con el que el rubio le miró, así como tampoco la marca que le adornaba el hombro y que era visible a causa del chaleco mal colocado.

 

— Soy un idiota. — se regañó Lee en el coche, cuando Jonghyun le llevaba de vuelta a casa. — Soy un completo imbécil y estoy jodido.

 

Realmente debía sentirse así, porque tales términos jamás habían dejado la boca de Jinki, y eso su amigo podía jurarlo con una mano sobre la Biblia si se lo solicitaban. Esa noche, sin duda alguna, el futuro abogado había hecho, dicho y pensado por vez primera muchas cosas que antes no se le ocurrieron ni en sus sueños más extraños.

 

Y lo único que le preocupaba era contar con el número de Choi Minho guardado entre sus contactos en el móvil y no tener un motivo para llamarlo nunca.

 

Transcurrieron tres semanas antes de que ambos volviesen a verse. Fue en el mismo club, por petición del de menor edad. Minho se encontraba en la barra con su tercera cerveza de la noche. Victoria se inclinaba en dirección del muchacho, hablándole en un hilo de voz que sólo Choi era capaz de oír. Se acercó vacilante, sentándose a su lado. Kris le preparó una bebida de inmediato. Un alto pelinegro acompañaba al rubio canadiense tras la barra. Ningún rastro del de orbes gatunos en los alrededores. Algo hizo clic y finalmente los ojos del alto se cruzaron con los suyos.

 

— Mis compañeros de la universidad no podrían comprenderlo aunque se los contara. — inició, sonriendo con amargura. — Soy un buen deportista, capitán del equipo de soccer, miembro del de baloncesto. ¿Cómo crees que se tomarían ellos mi relación con Key? — él entendía o al menos trataba de hacerlo. — No, mejor aún. ¿Qué pensarían de verme en este estado por otro chico?

 

— No debería importarte. — dijo Jinki, haciendo gala de su sinceridad. — Mientras tú seas feliz, el qué opinen los otros está de más. Si tu relación…

 

— ¿Relación? — ironizó el menor, apartando la botella vacía. — ¿Cuál relación, Jinki? Lo único que Kibum hizo durante estos meses fue jugar conmigo del mismo modo que lo hizo con todos los otros antes y que lo hará en el futuro. — Victoria dejó una nueva botella frente a él y Lee la hizo a un lado antes que la tomara. — ¿Sabes qué es lo gracioso? — negó, perdiendo contra el más chico. — Que yo no siento por él mas que un profundo desprecio. No estoy enamorado de Kibum y nunca lo estuve tampoco. Supongo que quise correr el riesgo y demostrarme a mí mismo que podía obtenerlo. — Jinki suspiró, aturdido. Eso le traía recuerdos. — Él era un premio que deseaba presumir frente a todos los que le querían. Soy un hombre competitivo, Jinki, y odio perder.

 

— Tal vez fijaste tus ojos en un premio demasiado pequeño. — murmuró con aires de gran conocedor. — Eso no te hace un perdedor, quizá sólo un mal apostador. — Minho le miró con un brillo extraño en sus ojos y la comprensión se le dibujó en las facciones. — Lo que trato de decir, es que debes apostar por algo mejor y no conformarte con tan poco. No todo lo que brilla es oro, Minho.

 

El más joven se rió, observando intensamente a Jinki, como si tratara de ver su interior, leer sus pensamientos y causarle un infarto. Bueno, al menos así lo sentía el castaño, mientras tragaba saliva con dificultad y su corazón corría una maratón.

 

— Pensé que me dirías que es inapropiado ver a las personas como trofeos. — habló al fin, sonriendo divertido. — Esperaba algo así, ¿sabes? — Jinki frunció el ceño, haciéndose el ofendido.

 

— ¿Qué clase de consejo absurdo es ese? — preguntó retóricamente, encogiéndose de hombros. — Yo nunca diría algo tan estúpido.

 

Pensaba dar un trago a su bebida cuando el alto le detuvo, alzando su cuarta botella de la noche en dirección a él. Sonrió al chocar cristal con cristal. Con un brindis tan patético que era digno de una película cómica y no de una noche no tan común dentro de sus vidas comunes.

 

La siguiente vez que se vieron iniciaba mayo y Jinki estaba tan estresado por un último examen que apenas reconoció al muchacho en su uniforme del equipo de fútbol. Llevaba shorts blancos y una camiseta con los colores y el escudo de la universidad. Y aún así le costó algunos minutos entender que se encontraban en el mismo campus y que en el pasado no se toparon ni por equivocación. Choi tenía dos horas de práctica y Lee un examen (de la misma duración de tiempo) que rendir. Acordaron verse en el mismo sitio al finalizar para ir a comer algo.

 

Si la improvisada comida, casi cena, contaba como una primera cita; Jinki la hubiera considerada la más perfecta de la vida. Ambos en la cafetería, sin una gota de alcohol en la sangre, sonriendo ampliamente, bromeando, riendo y siendo ellos mismos. Perfecto, simplemente ideal.

 

Su segunda “cita”, denominada así porque estaba planeada y agendada, fue el día en que Jinki se graduó. Jonghyun y Minho le acompañaron durante la ceremonia y también a la fiesta celebrada esa noche en uno de los casinos más elegantes de Seúl. Para nadie fue sorpresa que Victoria acompañase al moreno a la fiesta; ambos sabían que estaban saliendo finalmente.

 

Fue en el estacionamiento, con la excusa de tomar algo de aire fresco, que Minho se aventuró a seguir el consejo que Jinki le dio en el pasado y apostar por una persona mejor: él. Colocó una mano en su hombro, mirándolo a los ojos y algo en los orbes del mayor le advirtió que estaba nervioso, que sentía que algo era diferente en el ambiente, entre ellos, justo en ese momento. Lee suspiró y el alto aprovechó para deslizar la mano hasta su cuello, dando un paso adelante. Estaba nervioso, movía los dedos de la mano izquierda como prueba de ello. Jinki se humedeció los labios y eso fue señal suficiente para el más chico.

 

Sus labios se encontraron de forma torpe, como si ambos fuesen inexpertos en el campo. No se trataba de su primer beso, siquiera porque fuera otro chico, ya que el alto había tenido dos novios para entonces. Sólo… supusieron que así eran los inicios.

 

Jinki movía sus labios a un ritmo lento, degustando el labio inferior de Minho, no se atrevía a tocarlo con las manos por miedo a aferrarse a él y no soltarlo nunca más. Fue Choi quien aumentó el contacto entre sus bocas, atacándolo con hambre, con desesperación. Mordió los labios abultados del mayor hasta hacerle jadear, sujetándolo con fuerza de la nuca, con sus dedos perdidos en las hebras castañas y sedosas. Lo empujó dos pasos atrás y la espalda de Jinki fue a parar a un coche desconocido que por pura suerte no hizo sonar la alarma. Jadeó de nuevo cuando la lengua del menor se coló entre sus labios entreabiertos y reconoció a la suya, entrelazándose con ella, rozándole los dientes y el paladar de una forma diferente, única y excepcional.

 

Casi deseó no necesitar respirar. Lástima que nadie estaba para cumplirle antojos, y se apartó tomando una gran bocanada de aire, con su pecho subiendo y bajando con torpeza, con las mejillas sonrosadas, los ojos llorosos, los labios enrojecidos y mucha vergüenza.

 

¿Qué había sido eso? Un beso. Se respondió a sí mismo y bajó el rostro, con el flequillo ocultando su mirada de los orbes grandes del más alto.

 

— Jinki…

 

— ¿Por qué tú…?

 

— Hice lo que me dijiste. — una sonrisa ladina le cruzó el rostro. — Aposté a lo grande.

 

— No soy un premio que puedas ganar o un trofeo para exhibir, Choi Minho. — advirtió. Sin embargo, una sonrisa pequeña, diminuta, tímida y suave alcanzó a ser visible para el más chico.

 

— Quizá no lo seas... — su tono burlón demostró lo mucho que le gustaba el hilo de la conversación, decirlo de ese modo hacía todo más sencillo, menos vergonzoso. — pero cuando estoy a tu lado siento como si me hubiera sacado la lotería.

 

Jinki mandó al demonio su vergüenza. No había lugar para ella en un momento donde, de una forma poco convencional, el único chico que le había gustado en la vida le confesaba sus sentimientos. Alzó la mano y rozó la solapa del traje de Minho. Un suspiro por parte del alto y sus bocas se encontraban fundidas de nuevo, con ambas manos del castaño sujetándole por el cuello de la camisa y los dientes perfectos enterrándose en los carnosos labios.

 

¿Cómo terminó todo? Eso es algo que Minho y Jinki preferían mantener en secreto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

— ¿Quieres ir a la cama?

 

Jinki bostezó, cubriéndose la boca con la diestra. Minho apoyó la barbilla en el hombro del mayor, sonriendo tiernamente. Los años podían pasar y ante sus ojos el castaño siempre sería el mismo despreocupado, torpe, dulce e infantil muchacho curioso que conoció. A sus veinticinco años, Choi Minho se sentía afortunado por muchas cosas, pero sobretodo por haberse topado al otro esa noche que ni siquiera pensaba ir al club.

 

— Minho. — el nombrado soltó un suspiro, dejando un beso en la mejilla del mayor para indicarle que se encontraba escuchándolo. — ¿Crees que pueda amarte más de lo que lo hago ahora?

 

— No lo sé, aunque tampoco me molestaría quedarme a tu lado para descubrirlo. — le hizo girar, tomándole el rostro con sus manos grandes y tibias. — Cualquier cosa puede ocurrir al tratarse de nosotros.

 

Besó los labios de su novio con un cariño infinito, casi con devoción. Jinki sonrió contra la boca del menor, pasándole los brazos por el cuello para acercarlo un poco más hacia sí. Las manos de Minho se deslizaron por sus costados y luego subieron por su espalda, acariciándolo gentilmente. Adoraban eso: compartir besos suaves y caricias dulces. También amaban la pasión desenfrenada que les dominaba en ocasiones, volviendo las noches tan largas como los mismos días.

 

Minho lo había dicho y Jinki estuvo de acuerdo: cualquier cosa podía ocurrir al tratarse de ellos. No había nada imposible para ese “nosotros” que habían forjado con el tiempo.

Notas finales:

Mi primer intento con esta pareja ~ ¿quedó mal?


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