Érase una vez dos países pacíficos, pero un día por una absurda disputa los reyes iniciaron una guerra, donde uno de los pueblos usaba la magia como defensa, y el otro tan sólo usaba la fuerza como su arma.
Dicha guerra ya había durado muchos años, así que por recomendaciones de sus consejeros, ambos reyes llegaron a un acuerdo.
Construirían una pared de cristal que atravesara las fronteras de ambos países, la cual sería construida con los mejores materiales de uno de los países, y el otro con su poderosa magia, para que así ninguno de sus súbditos la pueda traspasar algún día.
Un día, los herederos del trono, se conocieron y fue Amor a Primera Vista. Esta es su historia:
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Bill, el hijo del rey Gordon caminaba por las amplias praderas de su futuro reino.
En el reino vecino, Tom, el hijo del rey Jörg caminaba alejándose de su enorme castillo.
Ambos al ser todavía unos jóvenes rebeldes y aventureros, caminaron traspasando los límites de su país, huyendo de los soldados que los cuidaban. Al traspasarlos no vieron nada más que verde césped, pero al adentrarse más, ambos vieron una enorme pared de cristal atravesar todo el largo y ancho de su país.
Caminaron siguiendo el rumbo de la pared rozándola con la yema de sus dedos, hasta que ambos vieron una sombra al otro lado del vidrio.
Tom vio a un hermoso chico de cabellos negros como la noche, y Bill vio a un atractivo joven con los cabellos rubios como el día.
Se vieron a los ojos y algo nació en ellos. Aún no lo sabían, pero eso era Amor.
—¡Hola! —gritó el rubio, pues supuso que por el cristal no lo escucharía del todo bien.
Al otro lado del cristal— ¡Lo siento, no puedo escucharte! —gritó de regreso.
—¡¿Hola?! —gritó de nuevo. Pero Bill negó con la cabeza.
Tom pensó que sin poder escucharse ¿de qué otro modo podrían conversar? Pronto recordó las tizas negras que había guardado en sus bolsillos.
Sacó una y escribió en el cristal—: ¿Puedes escribir?—y lanzó una de sus tizas al otro lado.
El pelinegro la tomó y escribió—: Claro que sí, duh —sonrió.
—¿Te parece si dibujamos?
—Sí —escribió y dibujo una carita sonriente.
—¿Cómo te llamas? Yo soy Tom —se dibujó a sí mismo al lado de su nombre.
—Soy Bill —también se dibujó.
Se sentaron uno frente al otro, con el cristal en medio y empezaron a dibujar.
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Hacía ya una semana que todos los días se veían frente a frente y charlaban/dibujaban hasta que la noche caía.
—Cuando sea rey, quitaré este maldito hechizo para poder estar juntos —escribió y se dibujó a sí mismo molesto.
—Y yo haré que destruyan este cristal —otra expresión molesta.
Tras una semana algo más de la cuarta parte del cristal estaba lleno de dibujos, caritas felices y… Corazones.
El rubio vio un pequeño espacio blanco entre todos los dibujos y pegó la palma de su mano al cristal, Bill hizo lo mismo, pero del otro lado del cristal.
Tom miró a los ojos a Bill, ambos se sonrojaron.
— Se siente frío—escribió y ambos bajaron la mirada, deprimidos por no poder sentirse— Quiero estar contigo…
Bill sonrió— Estás conmigo. Es sólo un cristal el que está entre nosotros.
Tom frunció el ceño y pronto empezó a sentir rabia, desesperación, angustia, molestia y odio ante ese cristal y ante sus creadores ¿quién podía ser tan egoísta para poner eso en medio y no dejarlos estar juntos?
El odio invadió todo su cuerpo, se puso en pie y empezó a golpear el cristal.
Bill se angustió, el cristal empezaba a rajarse, y él sabía lo que podía pasar. Trató de advertirle escribiendo en el cristal, pero el rubio le hizo señas con las manos para que se alejase.
—¡No, Tom!, ¡te harás daño!, ¡por favor, detente!—gritaba el pelinegro, pero por el cristal Tom no lo escuchaba.
El rubio logró romper el vidrio con su brazo izquierdo, haciéndolo traspasar el vidrio. Sonrió por fin podría tocar a su amado pelinegro.
Pero el hechizo de la pared hizo que los pedazos volvieran a unirse, cortando la mano de Tom.
Bill gritó angustiado, veía que el otro empezaba a perder mucha sangre y él no podía hacer nada. Odio con toda su alma a la maldita pared de cristal.
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Después de tres días, el rubio volvió con la mano vendada y una expresión de desesperanza.
—¿Estás bien? —dibujó con una sonrisa.
Tom sólo asintió.
—¿Quieres dibujar?
—Ya no puedo hacerlo —escribió desigualmente con la mano derecha. Él era zurdo y no podía escribir y mucho menos dibujar con su otra mano.
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Bill corrió hacia el despacho del rey, su padre— Padre, debes ayudarme con algo.
—Claro, hijo. ¿En qué?
—Debes quitar el hechizo de esa maldita pared de cristal —demandó. Su padre nunca había visto una mirada tan decidida en su hijo.
—Sabes que eso es imposible, Bill. Si lo hiciera rompería con el acuerdo que hicimos con el reino vecino.
—¡Pero tú eres el rey!, ¡tienes que hacerlo por mí! —gritó alterado. Quería estar con su Tommy, quería tocarlo, quería abrazarlo, quería… Besarlo.
—¡Es imposible!, ¡entiéndelo!
Estuvieron unos ratos más discutieron hasta que Gordon lo mandó a su habitación, castigado.
A media noche decidió algo. Ya sabía cómo ayudaría a Tom.
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A tempranas horas en la mañana, uso su aún no tan desarrollada magia para abrir un pequeño agujero por donde metió la caja que contenía la sorpresa para su Tommy.
Escribió con su mano derecha, y sentó frente a la caja del otro lado de la barrera.
Cuando vio venir al rubio, sonrió.
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—Para ti —había escrito Bill.
Tom lo miró y la sonrisa del otro lo animó a abrir la caja. Cuando lo hizo, saltó de su lugar, horrorizado.
Dentro de la caja, la mano izquierda de Bill se hallaba.
—Dibuja conmigo —escribió y sonrió Bill.
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Bill descansaba en la el amplio sofá de la biblioteca de su palacio, cuando su madre entró.
—Las sirvientas me informaron que te habías cortado una mano, ¡¿por qué razón lo hiciste?! —se alteró. Según ella, no había ninguna razón para hacer algo como eso.
—Por amor, mamá —habló y soltó una lágrima.
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Cuando Tom caminaba hacia el cristal, vio a Bill con una maravillosa sonrisa en su rostro.
—¡Tommy! —gritó y el mencionado pudo escucharlo— ¡Tommy! —siguió caminando sin darle importancia hasta que recordó que por el hechizo ningún sonido podía traspasar la barrera.
¿Pero entonces por qué puedo escucharlo? Pensaba Tom.
—¡Bill, puedo oírte! —corrió emocionado hasta estar pegado a la pared.
—¡Lo sé, Tommy! Mi mamá fortaleció mis poderes, y pude romper la barrera.
—E-eso quiere decir que ¿podemos traspasarla?
—¡Sí, Tommy!
Emocionado, el rubio miró hacia arriba y observó que la pared no era más alta que él, así que utilizando su mano derecha, trepó para luego saltar hacia el lado de Bill.
Por fin frente a frente sin esa maldita pared de cristal, Tom abrazó a su amado y pronto lo besó.
Para ambos era como estar en el paraíso, junto a la persona que más amas. Sentían que podían morir en paz, pero aún les faltaban muchas cosas por hacer juntos.
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Simone, la madre del pelinegro después de escuchar la historia de Tom y él, los comprendió a ambos, así que le enseñó cómo abrir la barrera a espaldas de su padre.
Bill y Tom le estarían agradecidos de por vida.
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Ambos príncipes seguían la misma rutina todos los días, hasta que llegó el día de su coronación.
Con sus padres ‘jubilados’, ahora ellos tenían el control de sus reinos y como algún día se prometieron, los ahora, reyes, rompieron el acuerdo hecho por sus bisabuelos, y destruyeron la pared mágica.
Firmaron una alianza, y unieron sus reinos, creando uno solo donde reinaba la paz y sobretodo el amor.
Colorín Colorado, este cuento ya ha acabado.