La luna se escondía detrás de aquellas grandes y grises nubes, dando un aspecto aterrador aquella noche.
Ambos gemelos se encontraban acurrucados en un lujoso sofá en su casa de Los Ángeles, viendo una película de terror.
Cuando de pronto sonó el timbre del portón de su casa, haciendo que ambos dieran un brinco en el sofá.
—¿Quién puede venir a éstas horas? —decía Tom mientras se levantaba de su cómodo lugar para ir a ver la pequeña pantalla, en la cual se veía lo que la cámara que se encontraba a un lado del portón captaba—, al parecer es un cartero.
—¿De noche? —dijo ya estando al lado de su gemelo.
—Eso parece, iré a ver qué quiere —y abrió la puerta de su enorme casa, pero antes de salir fue sujetado por su novio.
—Iré contigo —dijo sujetándose del fuerte brazo del mayor. Pues no quería quedarse solo en su enorme sala, más aún cuando acababan de ver una película de terror.
Salieron por la puerta principal y una brisa fría de viento les llegó haciéndoles dar escalofríos.
Llegaron al portón y accionaron un botón que hizo que éste se abriera automáticamente.
—Buenas noches, amo Bill, amo Tom —saludó e inclinó la cabeza el supuesto cartero, que era un anciano vestido con un traje elegante como el de los mayordomos, que tenía un sobre color negro en sus arrugadas manos—Mi amo, envío esto para ustedes —habló y les entregó el sobre haciendo nuevamente una reverencia.
“¿Cómo sabe nuestros nombre?” pensaron los gemelos al mismo tiempo, y recibieron lo que el mayordomo les daba.
—Con su permiso —habló e hizo una reverencia.
Los gemelos estaban entretenidos mirando aquel sobre que tan sólo tenía escrito 'Para Bill y Tom Kaulitz' mas no su dirección, que no escucharon al raro mayordomo.
—¿Su amo?, ¿quién es su amo? —preguntó Tom al procesar la información, pero el extraño anciano ya no se encontraba en ese lugar.
—Eso fue... —comenzó a decir Tom mientras daba media vuelta.
—... Raro —completó Bill imitando a su gemelo.
Ingresaron de nuevo a su cálido hogar, se sentaron de nuevo en el enorme sillón y se dedicaron a analizar aquel raro sobre que era color negro como las más oscuras noches, y que estaba sellado con unas gotas de cera rojas como la sangre y con un extraño escudo, al parecer de la familia Müller.
Rompieron el sello y adentro en una hoja color rojo oscuro como la sangre misma, se encontraba escritas con letras negras y al parecer hechas a mano, una invitación.
Lo abrieron y Bill comenzó a leer, cuando terminó de hacerlo apareció una sonrisa en su bello rostro.
—Iremos, ¿verdad, Tommy? —habló con ojos brillosos y se pegó aún más al cuerpo del otro.
—No, Bill. Estamos de vacaciones ¿recuerdas? —comenzó a decir, pero sin separarse un milímetro de su gemelo—, no quiero desperdiciar mi valioso tiempo contigo, por una fiesta.
—Pero Tommy, estaremos juntos en la fiesta —habló tratando de convencerlo—, además nunca había oído hablar de Mike Müller, ni de su castillo.
—No Bill, si deseas ir, ve solo —dijo cambiando de canal en la televisión. Pero pronto se dio cuenta de su error, ¿cómo podría dejar ir solo a tan bella criatura?
—Yo quiero ir contigo, Tommy —Tom agradeció que su hermano sea tan testarudo.
—Está bien, iré contigo, pero si me aburro, nos iremos de ahí —dijo serio. Pero pronto tuvo una sonrisa en su rostro, pues Bill le había regalado uno de sus tantos dulces besos.
—No lo harás, te lo prometo —dijo y le guiñó un ojo, coqueto, seductor y provocador como siempre. Así es como Tom supo que de verdad no se aburriría.
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Al llegar al lugar indicado en la invitación, bajaron de la lujosa limosina, e inmediatamente quedaron asombrados por el Castillo.
El inmenso castillo se imponía frente a todos los invitados, que hasta el momento esperaban en el hermoso patio, pues las puertas aún se encontraban cerradas.
Los gemelos iban vestidos con hermosos y elegantes trajes, pero como la fiesta era de disfraces llevaban puestos unos costosos antifaces. Caminaron entre la multitud viendo a varios otros personajes importantes de Hollywood ir y venir enfundados en trajes elegantes o en costosos disfraces.
Seguían caminando cuando alguien les tocó el hombro derecho a ambos, haciéndolos voltear al instante.
Voltearon y se encontraron con sus mejores amigos. El rubio vestía un elegante traje negro y un antifaz del mismo color, mientras que el castaño usaba un disfraz del zorro, dejando su cabello volar libre por la brisa.
—Debí suponerlo, si nosotros estamos invitado, ustedes también debían estarlo —dijo Tom, y pronto estuvo al lado de Georg conversando de todo, pues no se habían visto en meses. Bill también se dispuso a conversar con su rubio amigo.