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Ogaki Satoru por Paz

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Notas del fanfic:

Lo tenía escrito desde hace un monton de tiempo, era mi intención que fuera conclusiva su historia, pero desde hace mucho tiempo no he logrado sacar más que esto... por lo que aquí se sabra un poco más de uno de los chicos violados por "El pervertido de Kanagawa" un fic bastante antiguo...

Notas del capitulo:

No se conocen y no pueden saber que ambos han sido victimas del mismo desalmado.

Ogaki Satoru

By Paz

 

Ogaki Satoru tras ser conducido al hospital los médicos pudieron apreciar que presentaba laceraciones en su ano y que su miembro estaba tan hinchado y enrojecido por el frenesí erótico al que se vio lanzado que corría el riesgo de arrancárselo. El contenido de droga en su sangre resultó tan alto que los médicos le dejaron en observación aquel día. Se analizó esa muestra concienzudamente, más no pudieron encontrar el nombre de todos los componentes de la misma. Dejarle hospitalizado fue una medida comprensible ante el desconocimiento que la droga pudiera seguir teniendo en el joven. A las veinticuatro horas de estar hospitalizado volvió a recaer en su furor sicalíptico.

 

Durante las siguientes dos semanas le mantuvieron con una sedación suave y al menor síntoma de recaída era atado a la cama y le hacían caer en un sueño profundo, su padre Ogaki Jubonei lo supo por uno de los enfermeros, porque nadie se atrevía a decirle cual era el estado real de su hijo.

 

Montó en cólera y automáticamente se ocupó de trasladar de inmediato a su hijo a una clínica privada bajo la supervisión de médicos especialistas y con personal que tratara con consideración al joven durante sus frenéticos ataques.

 

Seis meses más tarde, la droga en su sangre comenzaba a disminuir y podía decirse que Ogaki Satoru pudo reanudar una vida medianamente normal, sus ataques empezaron a ser más esporádicos y retomó sus estudios.

 

Sin embargo, los investigadores no habían conseguido descubrir uno de los componentes de la droga inyectada en su cuerpo y suponían que era excesivamente potente y sus efectos siguieron vigentes en su cuerpo muchos meses después de serle inyectado. Cuando eso sucedía sentía una irresistible picazón en su miembro que necesitaba calmar enseguida, la primera vez le ocurrió durante una clase y dio la nota al salir corriendo sin prestar atención a las llamadas de su profesor, ni a la sorpresa con los que su cruzaba a los que apartaba de su camino a empujones. Se encerró en uno de los aseos y permaneció allí hasta que su padre, avisado fue a buscarle. Se negó a salir hasta que se sintió medianamente calmado, abandonó la facultad, escoltado por media docena de guardaespaldas, su padre y él en medio de aquellos grandullones pudiendo pasar desapercibido, al menos así lo creyó ya que no vió a nadie durante el trayecto desde el aseo hasta el coche de su padre que les esperaba en el interior del campus, en parte se sentía abochornado por aquella situación.

 

-Satoru, no te vayas aún. –Le pidió cuando tras la cena hizo intención de despedirse- Me gustaría hablar contigo.

 

Ante el tono tranquilo de su padre le miró con cierta sorpresa, no estaba acostumbrado a oírle en esos términos, normalmente gritaba y ordenaba.

 

-He tomado una decisión. Me gustaría que volvieras aquí, pero se que eres testarudo y te negarás. En aquel piso solo tienes malos recuerdos. –vio que iba a hablar- No, dejaba seguir... no puedo decirte que comprendo por lo que estas pasando, tiene que ser desesperante cada vez que te pasa, por eso me gustaría que aceptaras tener contigo a ciertas personas.

 

-Me estas ofreciendo un par de guardaespaldas? –preguntó sorprendido.

 

-No y si. Verás he decidido empezar la remodelación del edificio, -ante su mirada curiosa confirmó- no será demolido, ya que no puedo echarte de tu vivienda, así que si me lo permites, durante el tiempo que dure la obra me gustaría que aceptarás vivir en una casa próxima a tu facultad.

 

-De acuerdo... –no tenía que pensarlo mucho, tampoco a él le hacia gracia estar conviviendo con ruidos, polvo y gritos. Una obra pequeña podía ser una pesadilla, si era todo él edificio se multiplicaba el caos que iba a originarse allí- ¿De cuánto tiempo estamos hablando?

 

-Unos dos años aproximadamente.

 

-Y esas personas que mencionaste?

 

-La señora Tamura y sus hijos, la señora Tamura se encargará del cuidado de la casa, su hijo mayor Tamura Koichi será tu compañero, se convertirá en tu sombra si es necesario y te ayudará siempre que lo necesites. Él te sacara de situaciones inesperadas.

 

-No necesito ese tipo de ayuda...

 

-No creo que él se preste a eso –comprendió que le había malinterpretado- Será tu chofer, irá contigo a tus clases, a la biblioteca, a correr, a donde quiera que vayas.

 

-Le has dicho que yo..., tengo ese problema.... –sus mejillas enrojecieron.

 

-No exactamente. Le explique que estas enfermo y que necesitas una persona permanentemente a tu lado y que hay momentos que necesitas privacidad y que él debe procurártela, por ese motivo he dispuesto que la limusina quede a tu disposición.

 

-Ah....bien, si así estás más tranquilo acepto.

 

-Me sentiré mucho mejor..., solo te pido que no seas brusco con él, ni tampoco pierdas la paciencia con los chicos pequeños.

 

-Chicos pequeños? –preguntó sorprendido.

 

Su padre no pudo responderle, en ese mismo instante una llamada tenue a la puerta les advirtió que alguien llegaba.

 

-Ha llegado el señor Tamura.... –anunció el asistente personal de su padre.

 

-Hágalo pasar...

 

Satoru no pudo evitar sorprenderse al ver al chico que entraba, había creído encontrarse con un hombre maduro, uno de esos enormes luchadores de sumo a los que su padre recurría como guardaespaldas, y sin embargo, aquel tenía un aspecto totalmente diferente, pero lo que más llamó su atención, fueron sus ojos, azules y fríos como el hielo.

 

-Buenas noches... –saludó apenas entró con una leve inclinación hacia su empleador, enseguida su mirada se volvió hacia el joven que permanecía a su derecha. Por su aspecto parecía realmente enfermo, demacrado y con unos ojazos que parecían dos lagos azules en aquel pálido rostro.

 

-Le hice venir para que conociera a mi hijo, Ogaki Satoru... –se había informado antes de contratarle y sabía que el chico no había leído nada referentes a las otras víctimas del que fue llamado “El pervertido de Kanagawa”, por tanto ignoraba todo de Satoru, lo mismo ocurría con su hijo. Cualquier noticia que apareciera era recortada antes de pasar a las manos del joven. La señora Tamura estaba informada respecto a ese detalle.

 

-Tamura Koichi... –se presentó a si mismo con cierta cortedad.

 

-No puedo decir que sea un placer... –murmuró Satoru- Mi padre me ha dicho que estará las veinticuatro horas del día tras mis pasos.

 

-Así es.

 

-Me voy... ya nos veremos.... –miró a su padre al decirlo.

 

Sus pasos hacia la salida fueron detenidos por la voz de su padre.

 

-Satoru...., Tamura-san te llevará a tu nueva casa, su trabajo empieza esta noche. –Recogió unas llaves de un mueble y se las alcanzó al joven, que las tomó en silencio- Es la limusina negra. –le comunicó al joven Tamura.

 

Los dos muchachos salieron sin dirigirse la palabra.

 

Satoru se metió en el interior del coche, al instante se aisló subiendo el cristal.

 

Tamura se limitó a cumplir con su trabajo, conducir el coche y llevar a ese joven maleducado y malcriado a su nueva casa. Por lo visto ni su propio padre le aguantaba cerca. Al instante, rectificó su pensamiento, él le había dicho que estaba enfermo y realmente por su aspecto lo parecía. ¿Qué le pasaría? Se preguntó mientras estiraba la mano para encender la radio. El resto del trayecto lo hizo escuchando música clásica. No podía saber que atrás, el joven Satoru debido a su estado nervioso estaba padeciendo una de sus crisis.

 

No fue sencillo dar con su nuevo hogar, no conocía aquella zona y se perdió un par de veces antes de encontrar la dirección correcta, se le hacía extraño que atrás no hubiera ninguna protesta por el tiempo perdido dando vueltas. Cuando finalmente se detuvo ante la vivienda, pulsó el mando que le habían entregado y la verja se abrió para que pasara, volvió a cerrarse automáticamente apenas había traspasado el umbral. Se le hacía difícil pensar así, ya que esa era la casa de su empleador, atrás quedo su metódica existencia, había aprendido la lección.

 

Se detuvo delante de la puerta principal, su madre abrió la puerta y encendió la luz para recibirles. Iba a su encuentro cuando se dio cuenta que el joven no había descendido del coche. Qué estaba esperando? Se preguntó volviendo sobre sus pasos. Acaso pretende que también le abra la portezuela, se sorprendió al encontrarla trabada.

 

-Hemos llegado –avisó levantando la voz.

 

Del interior del coche no se escuchaba nada, estaba insonorizado, ni tampoco los cristales ahumados permitían ver el interior.

 

-Que pasa, Koichi? –interrogó su madre.

 

-No lo se.... –abrió la puerta junto al volante esta el intercomunicador, lo pulso y hablando hacia el micro cuando vió que se encendía una luz verde- Señor, hemos llegado.

 

-Vete... –su voz sonaba como si estuviera realizando un gran esfuerzo y la comunicación se cortó al instante.

 

Descendió del coche preguntándose si aquella era una de esas situaciones en las que necesitaba estar solo.

 

-Que ocurre? –su madre se preocupó.

 

-No lo se.

 

-Has hablado con él.

 

-Me dijo que me fuera... –entraron en la casa dejando al joven en el interior del coche- Llamará a su padre para avisarle.

 

Unos minutos después se apersonó en la cocina y se sentó a la mesa.

 

-Que te ha dijo...

 

-Que no me preocupara, él saldrá cuando este dispuesto.

 

-Su padre como lo tomo?

 

-Al principio, exclamó “otra vez” como si pensará que no podía ser. Luego me pidió que le dejara solo, me repitió que solo necesita privacidad y que procurara que estuviera tranquilo.

 

-Te explicó porque necesita compañía.

 

-Dijo que era debido a su enfermedad.

 

-Si es así, no crees que puede necesitar nuestra ayuda –miró con gesto preocupado al exterior, desde esa ventana no se podía ver el jardín donde estaba el coche ubicado.

 

-Su padre nos lo hubiera dicho, al parecer no la necesita.

 

-Qué enfermedad tiene?

 

-No lo sé. No creí necesario preguntarlo.¿ Y los chicos? –preguntó cambiando de tema.

 

-Están durmiendo. Es muy tarde para ellos. –su madre le acercó las fuentes de lo que estaba cocinando- Va a enfriarse si tarda en venir... –murmuró.

 

Koichi se encogió de hombros imperturbable.

 

-Vete a dormir. Tú también te ves cansada. Yo me ocuparé del resto.

 

-Seguro?

 

-Si... –se levantó para sacarla cariñosamente de la cocina y medio empujándola la condujo hasta el pasillo donde estaba ubicadas las habitaciones del servicio. El piso de arriba era completamente del chico rico, allí solo subiría su madre para hacer la limpieza. Así estaba estipulado. Él no tenía ninguna intención de romper ninguna norma.

 

Aunque no lo expresaba sentía que era su responsabilidad lo que pudiera pasarle al chico, así que apenas acabó de tomar su cena, salió al exterior. No había oído los pasos del chico, por tanto suponía que continuaba encerrado en el coche. Tres horas después empezaba a preguntarse si mientras estaba quedándose frío el chico dormía en el cálido interior del coche. Ese pensamiento le hizo sentir un atisbo de ira, estaba dispuesto a aporrear la portezuela y despertarle cuando un chirrido llamó su atención.

 

La puertezuela de la limusina estaba abriéndose, a la luz de la luna veía el brazo que la empujaba para despejar el hueco, vió una cabeza que se inclinaba hacia delante, llevando el impulso al cuerpo para salir al tiempo que sus pies se tropezaban entre si, sin poderlo evitar cayó de rodillas en el duro suelo, echó hacia delante sus manos para protegerse.

 

Se apresuró a ir en su socorro.

 

-Vete... –repitió al ver los pies que se detenían frente a sus ojos.

 

Gimió al sentir un par de manos fuertes bajo sus sobacos que le ayudaban a levantarse. Se desprendió de él con un brusco movimiento y tambaleándose se dirigió al interior de la vivienda. Se detuvo indeciso poco después de traspasar el guenkan.

 

-El piso de arriba es todo tuyo –le dijo observando que tenía las manos laceradas. Debía dolerle más no hacia mucho caso de ellas.

 

Asintió en silencio, dirigiéndose a las escaleras.

 

Viéndole subir ayudándose con la balaustrada ya no tuvo dudas respecto a su enfermedad. Lo que tuviera le dejaba deshecho físicamente.

 

Se propuso asistirle en todo lo que fuera preciso, en aquel instante no llegó a saber hasta que punto alcanzó su ayuda.

 

Solo que eso es otra historia.

 

15 de junio de 2010

 

Fin

 

Paz


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