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Teléfono de latas por Sam Sky

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Notas del fanfic:

Un regalito a las MinKey shippers por Navidad. <3

PD. El resumen está asqueroso, ya lo sé(?) JAJAJA xd.

Notas del capitulo:

¡ESPEEEEEEEERO QUE LES GUSTE!

Este es mi regalito para ustedes <3

Me inspiré en este video (también escuchando la canción), por si gustan darle un ojito. uwu

Kibum había quedado exhausto aquella tarde. Luego de haber ayudado a su madre a acomodar todas los muebles, cajas y demás dentro de su nueva casa, sentía todo su cuerpo doler y rogando por un reposo. Así que eso fue exactamente lo que hizo.

Después de haberle avisado a su madre, arrastrando sus pies fuera de su nuevo hogar se echó sobre la hamaca que se encontraba solitaria y balanceándose por la suave brisa del otoño. Se acomodó abrazando su gatito de peluche que lo había acompañaba en cada momento de su vida, y cerró sus ojos.

Minho también salía de su casa esa misma tarde a jugar con su pelota de fútbol. Salió dando pasos fuertes y aún con los rastros de sus lágrimas marcadas en su par mejillas. "¡No hay nadie con quien pueda jugar aquí! ¡Deberíamos mudarnos!" le había exclamado a su mamá hace sólo una hora, sollozando y haciendo su pataleta. A su mamá le enojó que le gritara, claro, y lo mandó a su cuarto a pensar en las consecuencias de su berrinche.

Lo que no le iba a decir ella era que, al lado y a sólo una cerca de separación, su mejor amiga recién se había mudado, y tenía un hijito de la misma edad que Minho con el que podría jugar. Esa misma noche habían acordado reunirse en su casa para celebrar su nueva llegada al vecindario y también para presentar a sus niños, esperando que lograran ser buenos amigos, ya que eran los únicos colegiales en aquel tranquilo barrio.

Minho pateaba con rabia su balón, haciendo que chocara contra la valla que separaba su jardín del de al costado, haciendo así que regresara a sus pies, para acto seguido volverla a golpear. En una de esas milésimas veces la pateó casualmente hacia arriba, haciendo así que volara por encima de la cerca y cayera en el jardín de su vecino.

Renegó pateando el grass y apretando sus dientes, aguantándose las ganas de llorar por segunda vez, pero se contuvo. Él ya era un niño grande, tenía ya ocho años y no podía ni quería llorar por cualquier tontería que le sucediera. Así que, luego de tranquilizarse un poco, tomó una bocanada de aire y caminó por donde su pelota de fútbol se había ido.

Al llegar a la cerca se impulsó con su diestra sobre el palo de madera y cruzó la separación en un limpio salto. Se sentía algo culpable; su papá le había dicho que era de mala educación pisar terreno ajeno sin invitación o al menos previo aviso... Pero esta era una excepción para él, ya que su pelota se ha quedado ahí y no planeaba a dejarla ahí.

Su balón de fútbol había quedado cerca a las escaleras para entrar a la casa, donde a un lado se encontraba una hamaca, y en esa hamaca se encontraba un niño. Le pareció extraño ya que en toda su corta vida no había visto ni un solo niño en el vecindario, le dio curiosidad y más que nada: felicidad, ya que probablemente había encontrado el compañero de juegos que tanto buscaba, un amigo con el cual jugar al fútbol. Entonces, olvidándose de lo que le habían dicho sus padres subió las escaleras y se dio con la sorpresa de que aquel niño estaba dormido. Sostenía entre sus brazos un gatito de peluche y él bufó al pensar que era de bebés tener peluches.

Ya estaba por regresar, cuando se le ocurrió una idea… Olvidándose de su balón por un momento decidió jugarle una pequeña y fastidiosa broma, entonces con mucho cuidado y asegurándose de que no despertarlo, le quitó su gatito de peluche. En su mente contó hasta tres, y al instante salió corriendo. Tomó su balón de fútbol y saltó la cerca de nuevo para volver al patio de su casa.

Se reía él mismo, de su pequeña maldad, y al tan sólo imaginarse cómo sería la expresión del otro niño al notar que su animalito no se encontraba junto a él.

Tal vez era una forma extraña forma de hacer amigos, pero eso se le había ocurrido.

Una idea apareció en su mente. Su mamá hace unos días le había prácticamente obligado a armar un teléfono de latas y él ni tenía idea de porqué. Tal vez era, pensó, porque ella sabía que este nuevo niño iba a llegar al vecindario, entonces tendría a alguien con quien jugar.

Entró a su casa velozmente, se dirigió a su habitación donde ansioso sacó de su cajón ese par de latas conectadas por un hilo, y al instante volvió a salir para volver a cruzar la valla e ir de nuevo hacia el niño que dormía en la hamaca.

En el mismo lugar donde había estado hace sólo un momento su peluche, colocó la lata, y estiró el hilo lo más que pudo.

Su mamá le había dicho que debía hacerlo largo, lo suficientemente extenso como para poder conectar una casa a otra, calculando las medidas que tenían los hogares en ese vecindario. Entonces estaba mucho más seguro de que probablemente lo utilizaría cuando conociera a este niño.

Asegurándose de que la lata quede sostenida y segura entre los níveos brazos del pelinegro, tomó el otro extremo y volvió otra vez a su hogar, estirando ese hilo y cerciorándose de que no se rompiera.

Pasó la lata entre los palos de madera que formaban la cerca y se sentó al medio de su jardín a esperar.

Por mientras jugaba con el gatito de peluche que ni le correspondía, y también, con su pelota de fútbol, lanzándola al aire con sus manos y volviéndola a agarrar.

Había esperado un buen tiempo. Se echó al grass a esperar, con la lata en su oído esperando a escuchar algún sonido. Hasta que finalmente, luego de algunos minutos más, lo consiguió.

—¿Hola? —sonó la voz dudosa en aquel pequeño pedazo de metal.

Y sus ojos, que ya estaban algo adormilados por la interminable espera se abrieron al instante, para apretar más la lata contra su oreja, esperando alguna otra palabra.

—¿Hay alguien ahí? —le preguntaron.

Y entonces, respondió.

—¡Te tengo vigilado! No te muevas… ¡No puedes moverte! O si no, te la verás conmigo —le contestó Minho con un tono amenazante y agravando su voz, para que no pareciera en lo absoluto la de un niño de ocho años. Aunque en el fondo se estuviera carcajeando, ya que estaba seguro que su actuación había sido convincente y que podría asustar al otro.

Entonces, al otro lado de la línea, Kibum ya le había obedecido y se había quedado estático justo cuando estaba por pararse, dejando una pierna colgando fuera de la hamaca y la otra dentro de la misma.

Minho al no escuchar ninguna respuesta, supo que su travesura estaba haciendo efecto.

Entonces, continuó.

—Ahora debes seguir el hilo de la lata, muy cuidadosamente, que nadie más se dé cuenta.

Kibum no sabía qué hacer. Su mamá no le había dado permiso para salir de su hogar, que fuera otro lado, y con tan sólo ver a dónde se dirigía el hilo, se notaba que era muy largo, y que seguramente lo llevaría fuera de su jardín.

Estaba pensando en simplemente dejar la lata e irse adentro de nuevo, cuando escuchó:

—Debes hacerlo, te estoy vigilando.

Por lo tanto, supuso que no tenía más opción.

La lata la dejó sobre su oído, por si aquel disque señor le daba más órdenes, y agarrando por pedacito por pedacito de hilo, amarrándolo en su muñeca, fue yendo para seguir el camino que formaba.

Vio que el hilo pasaba entre los huecos de la cerca, y entonces se paró en seco.

Se sentía muy mal, si su mamá descubría que estaba haciendo esto probablemente recibiría un castigo… Pero no, no podía detenerse.

Saltó la cerca rápidamente. Al ya estar al otro lado, primero que nada se fijó a los costados y en las ventanas de esa misma casa, por si alguien lo estaba observando. Siguió con pasos sigilosos el camino, hasta que finalmente encontró el otro extremo, donde sólo estaba la segunda lata amarrada al hilo y tirada en el suelo, junto a una pelota de fútbol. No sabía qué hacer, ¿por qué nadie estaba aquí? ¿Tal vez era un fantasma el que le había hablado?

Entonces, se agachó a recoger la otra lata. La observó por varios segundos, sintiéndose un detective buscando alguna pista o algún mensaje secreto, pero nada.

Se moría del miedo, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y espantado tiró las dos latas al suelo y se paró preparado para huir, pero de repente se escuchó un grito justo detrás de él. Se asustó tanto que dio un sobresalto tan grande que se tropezó con el par de latas que estaban encima del pasto, y cayó al suelo. Se hizo bolita allí, con los ojos llorosos y a punto de llorar.

No quería, y pensaba que era lo mejor, mirar quién se encontraba a su lado. El grito que había escuchado había sido algo agudo, cosa que lo había extrañado, pero aun así sentía que estaba en un gran peligro.

Minho no pudo evitar sentirse culpable al verlo ahí tan miedoso y tratando de protegerse con sus mismos brazos, tapando su cabeza. No sabía qué hacer. Así que simplemente se sentó a su costado, esperando a que se tranquilizara. Al ver que este niño ni se movía un poco y simplemente se quedaba ahí, finalmente decidió hacer algo más, y lo saludó, ahora sí con su tono normal de voz.

—Hola, me llamo Minho.

El niño que yacía tirado no sabía qué hacer. Todo le parecía muy extraño. Tal vez era sólo una trampa para secuestrarlo.

Pero Minho insistió, ahora sí arrepintiéndose totalmente de su travesura.

—Lo siento, en serio lo siento… No llores, por favor —dijo y colocó su mano sobre su espalda en forma consoladora.

Su cuerpo se tensó por aquel tacto, mas ahora algo le decía que estaba seguro. Tomó el valor suficiente y ahora más confiado destapó su rostro. Volvió su cabeza y observó al niño con el cabello castaño que se encontraba su costado, mirándolo con su semblante preocupado y culpable también.

Colmado del alivio, esbozó una enorme sonrisa llena de felicidad.

—Hola, yo me llamo Kibum.

Minho le sonrió.

—¿Te gusta el fútbol? —cuestionó alzando el balón, ansioso de comenzar a jugar con él.

—Ugh, lo odio.

Y desde ese día fueron los mejores amigos.

Como sucede en muchas ocasiones, el tiempo pasa, las personas crecen y por ende las amistades se van debilitando, los amigos se separan hasta finalmente ya no tener ningún tipo de contacto entre ellos.

Algo así sucedió con Minho y Kibum.

Habían sido vecinos hasta los veinte años, cuando aún vivían cada uno junto a sus padres. Se reunían todos los días, para salir o simplemente para pasar el rato haciendo nada.Los dos coincidían en el mismo pensar: no importaba qué estuvieran haciendo con el otro, nunca les aburriría. No se incomodaban nunca. Se querían ver siempre, en cada momento...

Por eso mismo los dos se asustaron al llegar a la misma conclusión: su amistad ya no era sólo hermandad, si no que los dos querían mucho más que sólo eso.

Por cobardía, o por quién sabe qué más, cuando se mudaron de aquel vecindario, decidieron perder el contacto. Era una tontería, seguramente, ya que se extrañaban mutuamente cada día, pero así fue como sucedió. Ya habían pasado años, y pensaban que ya se habían olvidado por completo; lo que no sabían —mas bien, lo que no querían aceptar— era que aún se añoraban, en lo más escondido de su corazón.

Los dos habían estudiado en el extranjero, y al terminar su carrera volvieron a su país natal justo un 24 de diciembre. Cada uno fue a visitar a sus padres, que ya se encontraban reunidos comiendo la exquisita y abundante cena navideña.

La cena fue especial y conmovedora. Claro, luego de haber estado tantos años fuera del país no se esperaba menos que eso. El ambiente se llenaba de risas y anécdotas, y en especial: el gran cariño familiar.

Kibum entró a su habitación, luego de todos esos años, y una gran nostalgia lo invadió. Se sentó en su cama a admirar todo a su alrededor, y soltó un suspiro cuando súbitamente recuerdos de Minho y él jugando y charlando en ese mismo lugar vinieron a su mente.

Minho…

Se paró y fue rápido hacia su ventana, donde miró con suma atención hacia al frente, ya que justo anverso recordó que se encontraba el cuarto de Minho.  De repente se encendió la luz, y vio a su amigo de toda la vida caminando, adentrándose a ese cuarto.

Sus ojos se humedecieron, sin saber qué hacer. Tal vez lo mejor sería simplemente irse, y seguir su vida sin él, como ya lo había estado haciendo desde sus veinte años.

Suspiró con tristeza, y justo cuando alzó su brazo para cerrar la persiana, Minho abrió su ventana, encontrándose con esos ojos rasgados que tanto adoraba, observándolo.

En un momento de desesperación, se hizo el loco y terminó de cerrar la cortina de un solo jalón, sintiendo su corazón latir a mil por hora.

Cuando volteó su rostro de nuevo hacia la ventana, dudaba si abrirla o no, hasta que notó un bulto detrás de la tela. Dudoso lo tomó, y se dio con la sorpresa de que era una lata amarrada a un hilo.

Sonrió tal bobo, rememorando tales tiempos cuando solía hablar con Minho con ese invento. Mantenía el metal en sus manos, hasta que encontró una nota dentro.

Sigue el hilo. Debes hacerlo, te estoy vigilando.

Lo odiaba. Lo odiaba por hacerlo llorar de la felicidad. ¿Cómo demonios se acordaba de aquel día cuando se conocieron? Sólo eran unos pequeñines... Pensaba que él era el único que lo recordaba; ahora sabía que estaba equivocado.

El cable salía por la ventana, por eso, abrió la cortina pausadamente, dándose con la sorpresa de que Minho ya no estaba al frente.

¿Acaso esta sería una búsqueda del tesoro?

Abrió la ventana y tremendamente feliz, se dispuso a seguir el camino.

Salió de su casa con un gran abrigo y botas para la nieve, y se dirigió hacia la ventana de su cuarto, vista desde afuera. Tomó la lata y fue enredando el cordón en su muñeca a medida que avanzaba.

El camino lo estaba conduciendo al jardín trasero de la casa de su amigo, y en cada paso que daba su corazón latía más fuerte, como si quisiera salirse de su pecho. La piel se le ponía de gallina debido a los nervios de verlo otra vez. ¿Aún le gustaría tanto…?

Levantó su mirada cuando en su recorrido se topó un árbol, y al costado, la segunda lata. Entonces supo que la última parada sería ahí mismo, en aquella casa de árbol que aún se mantenía luego de tanto tiempo.

¿En serio Minho había subido? Le daba algo de temor. Ni sabía si esa madera aguantaría sus cuerpos, ya que la habían dejado de usar cuando habían cumplido los doce años.

Ladeaba su cabeza hacia los costados, dudando si subir o no, hasta que se dio cuenta que si no subía: no lo vería.

Llevó un pie hacia la escalera, luego el otro, se agarró con sus manos y comenzó a subir.

—¡Yah! —gritaron detrás de él, haciéndolo dar un sobresalto; y si no hubiera sido por su buen equilibrio, de seguro se habría caído de espaldas.

Claro que sabía de quién se trataba.

Bajó los escalones que ya había avanzado y mientras volvía su cuerpo para llamarle la atención al menor, renegaba exclamándole:

—¡Choi Minho! ¡¿Qué rayos te sucede?!

Pero se calló repentinamente al ver que el chico no estaba totalmente solitario, si no que en una mano llevaba un balón de fútbol, y en la otra su peluche de gatito que le había regalado como lazo de amistad.

Sonrió de oreja a oreja, totalmente conmovido, pero de repente esa sonrisa se esfumó.

—No es justo. Yo no sabía que ibas a volver hoy. Si hubiera sabido, probablemente hubiera programado el vuelo para otro dí-

Pero Minho no lo dejó continuar, soltó la pelota de fútbol, dejándola caer y presionó sus labios sobre los del mayor, callándolo con un dulce beso.

—Feliz Navidad —le dijo Minho, apenas separando sus labios.

El cielo se llenó de fuegos artificiales de toda la ciudad, celebrando esa fecha tan especial y mágica para muchos, dándole al oscuro cielo chispas de color y alegría. La Navidad finalmente había llegado.

—Eres un cursi de primera.

—Y tú un llorón de primera —respondió burlón, limpiando las lágrimas que resbalaban por las mejillas de Kibum—. Desde que nos conocimos lloras, ¿lo recuerdas?

La mano de Kibum voló, dándole un golpe al menor tras su cabeza, haciendo que la inclinara hacia delante debido al empujón.

—Feliz Navidad, Min.

Y apoyándose de los hombros del más alto, saltó y enrolló sus piernas alrededor de su cintura. Tomó su rostro con sus dos manos y le dio otro beso, lleno de amor, necesidad y una gran felicidad.

Kibum era para Minho, y Minho era para Kibum: el mejor regalo de Navidad.

 

Notas finales:

El mejor regalo que me podrían a mí sería dejarme un review(?) ewe

Feliz navidad, personitas lindas <3


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