El día se encontraba frío y húmedo, el cielo era un lienzo con manchas grises y nubarrones aglomerados que auguraban llovizna. Un tiempo algo cliché para un funeral. ¿Quién diría que la persona menos agradable y social de Londres tendría tanta gente preocupada? Lejos de parecer un funeral decente parecía una reunión de admiradores del gran detective, que ese día se convertiría en una leyenda. Todos los conocidos de John también se encontraban allí; la Señora Hudson le tomaba por el brazo en un intento por reconfortar un poco a ambos. Molly Hooper estaba también en primera fila, con los nervios un poco más calmos de lo que John esperaba, esa chica en realidad apreciaba al testarudo de Holmes. El DI Lestrade los acompañaba en su dolor por igual, aunque su gesto era más bien de pena, debido a todo lo que tuvo que pasar el detective consultor antes de su trágico final. Mycrof (y al parecer ningún miembro de la familia Holmes) estaba presente ese día, pero bueno, ¿eran los Holmes, cierto? Una familia con unos modos algo… excéntricos. Con el paso de los minutos las personas ahí presentes comenzaron a retirarse, considerando también que el tiempo iba empeorando, hasta que la señora Hudson y el soldado retirado fueron los únicos en aquel frío y apesumbrado campo.
-Oh querido, cuanto lo siento… -Sollozó la mujer mayor, tomando entre sus delgadas manos las anchas y recias del hombre rubio.
-Está bien señora Hudson, usted debería irse a casa, no tardara en que empiece a llover. –Respondió tranquilamente Watson, intentando sonreír levemente.
-Te dejaré a solas querido. –Respondió al gesto la dama, despidiéndose del doctor.
Miles de preguntar revoloteaban en la cabeza de John. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Por qué no le pidió ayuda? Quería gritar todo eso frente a su tumba, que alguien le diera una respuesta, pero lo único que salía de sus labios eran sollozos sin sentido. Se aclaraba la garganta repetidamente, intentado deshacer el nudo en ella, apretaba los puños en un esfuerzo de contener las lágrimas y respiraba agitadamente por la tristeza y frustración que inundaba su ser. Con su mano acarició la fría lápida de mármol e intentó de nuevo hablar:
-Por favor Sherlock, un milagro más… no estés muerto…
-Qué triste… otra joven promesa que se escapa de entre nuestros dedos como aire. –Una voz interrumpió su discurso, obligándolo a recuperar la compostura de nuevo.
-¿Quién es usted? –Giró en sus tobillos para observar al portador de aquella voz.
Era un hombre alto y algo bronceado, su cabello era negro y desordenado y su barba tenía apenas unos días de no ser rasurada. Un cigarrillo descansaba entre sus labios, y sus grandes ojos negros le observaban fríamente.
-¿Yo? Bien, mi nombre no es de mucha importancia para usted, a menos que acepte mi oferta.
Su día había sido lo suficientemente lúgubre como para tratar con un hombre extraño más, no quería hablar con nadie, solo necesitaba un momento a solas con su amigo, un momento para expresarle todo lo que no pudo decir en vida, para despedirse, para regañarle o incluso para insultarle y decirle lo idiota que era, lo que fuera. No quería ser interrumpido.
-Mire, por si no lo ha notado, me encuentro en una situación algo personal ahora, así que si me disculpa…
-Claro que lo he notado, John Watson. –Declaró aquel hombre. –Es por eso que estoy aquí. –Sonrió débilmente.
Con fastidio se acarició el puente de la nariz, haciendo presión en su sien. Ya había tenido suficiente por un día.
-Escuche, no me interesa que quiera proponerme, tenga por seguro que no me interesa. Por favor márchese ya.
Una sonrisa algo penosa se pintó en el rostro masculino de aquel sujeto, mientras dejaba escapar una gran bocanada de humo. –Mis disculpas, no era mi intención incomodarle señor Watson. Por favor, tome mi tarjeta y cuando se sienta listo contácteme. –Se despidió el extraño entregándole una tarjeta de presentación blanca con letras resaltadas en negro.
John le siguió con la vista hasta que no pudo verlo más. Con un sentimiento entre curiosidad y fastidio observó la tarjeta.
ROBERT WALKER
DETECTIVE CONSULTOR
555-618-1214
Una tormenta azotó sin piedad a Londres aquella noche.