Sin Principio ni fin II
–Adagio...
Fue la palabra que dijo su amante antes de salir. Quizá lo era en su mundo oscuro, mismo que él forjó con el paso de los años, sin miramiento.
Todo suele ser una experiencia, buena o mala, pero seguía la pregunta en el aire cual no tenía respuesta clara a la tan mencionada pregunta que se formulaba no solo él si no aquellos que buscaban saber más. ¿Quién era él?.
Caminó sin rumbo hasta llegar aquel lúgubre bar bohemio y esa tonada de Vivaldi le hizo recordar viejos momentos, aquellos instantes en que era tan libre como Ícaro al volar en busca del sol, pero todo comenzó ser oscuro desde que le encontró. Con paso cauteloso entró siendo recibido por el dueño del lugar, cual ya le tenía una mesa reservada con esa botella de vino tinto, tal y como le gustaba pese a que no era una de las mejores marcas, pero que podía pedir en un lugar como aquel en que se solía refugiar en esos momentos de agonía confusa que revoloteaba en constantes preguntas.
–Trae un vodka en las rocas.
Fue la orden que dio sin dar gracias o pedir el tan usado "Por favor" Mostraba la mirada sin expresión, tan oscura como la misma noche, haciendo juego con sus cabellos rubios y un cuerpo fundado en una camisa de lino y vaqueros negros, que le producían a más de uno un deseo mortal por estar con ese extraño hombre que siempre al llegar producía que los presentes murmuraran referente a su persona, logrando un efecto en él de maldad pura ante una retorcida sonrisa de crueldad no dibujada más que en su mente escabrosa.
Muy temprano para ensimismarse en sus retorcidos pensamientos, mientras algún chico de la vida baja le cortejaba, buscando quien pagara sus vicios o el motel de mala muerte para pasar la noche y no vagar en las calles, pocos se atrevían a llegar a insinuarse a ese hombre ya que su fama de sanguinario con sus amantes era muy cuestionada. Pensaban que era un asesino en serie que solo utilizaba el cuerpo de un chico joven para luego de saciarse, descuartizar su cuerpo en pequeñas partes irreconocibles para los investigadores, otros decían que ese hombre era un monstruo, pero todo resultaba ser especulaciones sin ninguna prueba contundente.Quizá era un monstruo.
No se preocupó por mirar al chico que con descaro se le insinuaba mostrando su destreza para ligar algún incauto cliente; solo le mostró un billete y el joven sin más se inclinó para bajar esa cremallera y comenzar con la felación. Observó al dueño quien no se inmutaba por aquel acto, sirviendo como de costumbre el trago de vodka como el vino para ese hombre tan misterioso que solía pasearse por su local, bebiendo solo una copa y luego marcharse después de escuchar esa tonada que solían tocar cada que él entraba.
La lengua viperina de aquel escuálido imberbe, jugueteaba en su erecta hombría la cual estaba cubierta por un rubio vello pubico, que salía airoso por la parte descubierta en su cremallera. Dejaba que su amante de turno se esmerara en darle placer sabiendo que su falta de experiencia era decadente, pero si lo afinaban en el arte de la prostitución quizá sería un buen amante.
Bebía con calma su trago y el vino tinto ya servidos por el mismo dueño de dicho bar, sin prestar atención más que en la tonada y su amante que afanoso engullía hasta el fondo su erección, rozando una que otra sus dientes produciendo una exquisita sensación, pero no podía perder su compostura de sujetar a ese chico con cuerdas con el fin de hacerle gritar de dolor y placer hasta dejar su ser consumido en un profundo sueño. Hizo acopio de su mente perversamente destructiva para controlar sus bestiales impulsos que le producía tal situación y no dar un espectáculo frente a todos, pero ya luego se saciaría con su amante cual de seguro ya estaba en su aposento dispuesto a recibir la tortura de su amo.
Con su mano fuerte y dedos largos, finos sujetó los cabellos negros del imberbe, obligando a este a permanecer su cabeza levantada sin estropear su labor. Su idea retorcida era ver la expresión de este cuando recibiera su semilla con gran intensidad que él en descargarla.
Sabía que la presión que le forjaba a su amante era doloroso, pero no le importaba, simplemente su instinto animal y nocturno le acompañaba en esos descarados momentos al punto de cortar un poco esa piel canela con su fina uña.
Descargó con violencia su fluido, mirando atento los mohines en ese juvenil rostro al tragar su semilla por completo, mientras que él bebió de golpe el vino y el trago, apartando al chico con desprecio ya que no deseaba nada más de este, pero esa mirada que le había dedicado le produjo un cierto descontrol en su mente depravada.
Tras levantarse y acomodar sus prendas dejando en la mesa la paga de las botellas, la propina y a su amante una recompensa que le ayudaría al menos para tres días, salió como si nada había ocurrido, pero impreso en su ser estaba lo ocurrido que quizá le hacía un poco más humano.
–Atraviesas como espada
el alma lúgubre, apasionada
de cual destruye todo
orgullo.
Muéstrate ante mí,
despiadado amo,
muéstrame el poder
oculto de tú
aberración.