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Tal día como hoy Valentino murió por nosotros por Neko uke chan

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Notas del fanfic:

Alteración del espacio-tiempo y el canon para fines de la historia.

Notas del capitulo:

¡Feliz Día del Amor y la Amistad! *tira confeti* Después de ¿un año? Si, más o menos, sin publicar nada en Hetalia, me aparezco para dedicarle este fan fic afín  a la buena de Kaith, que me lo beteó y todo~ No sé qué clase de mala anfitriona soy, dejando que el invitado de honor organice las cosas, pero en fin.  Esto es fluffy gay del puro, así que, diabéticos: fuera.

Esto no es mío, es de Himaruya Hidekazu, ni es para mí, porque es un regalo para A-chan. Otra cosa a esclarecer es que es un two-shot independiente pero relacionado entre sí, por lo que ambas historias son auto conclusivas y están cronológicamente seguidas .Perfectamente se pueden leer por separado.

¡No los entretengo más!

¡Alemania, Alemania! ¿Sabes qué día es hoy?


–Por eso mismo voy a regresar a mi País a partir de hoy, y hasta el catorce de marzo, Día Blanco. No se preocupe, no cesarán las actividades de las Potencias del Eje.


Nee, ¿Alemania, sabes o no? No importa si sólo conoces la fecha.


–Entiendo, procuraré mantener contacto constante con tu Embajador. Hay un par de cosas sobre energía nuclear que quedan pendientes por discutir, pero eso se postergará un poco.


–Sí, mantendré todas las investigaciones en orden y las nóminas en cuestión. Que sea San Valentín no es excusa para que los ciudadanos se dejen llevar, descuidando sus labores.


¿Alemania? ¿Japón? ¿Hola?


–Pero Japón, ¿tanto es el ingreso en estas fechas, como para tener que ir personalmente?


–Sí, Alemania-san. Sobre todo por parte de la Industria del Entretenimiento. Las editoriales, televisoras, agencias de música y espectáculo están especialmente ocupadas con el auge publicitario. Con los últimos desastres ocurridos no nos vendría nada mal recuperar un poco de capital.


¡Japón sí que lo sabe! ¡Es San Valentino! ¿Sabías eso, Alemania? Ya que no lo celebras con tanto fervor, no me extrañaría que no tuvieras idea de lo que te pierdes~.


–Tienes toda la razón. Anotaré eso como referencia para el mercado internacional.


–Con su permiso entonces, me retiro, Alemania-san, Italia-kun.


–¿Eh? ¡Ah, hasta luego Japón, Buon Valentino (1)!– Interrumpiendo la cordial reverencia del asiático con un confianzudo abrazo, el Trío del Eje se despidió de Kiku, que volvería a su tierra para atender el marketing fluyente en las fechas anteriores y posteriores al catorce de febrero, ya que ese era un ciclo publicitario beneficioso para desviar un poco la presión reciente sobre la polémica de la Energía Nuclear.


–Nee, Alemania ¿Entonces sabes qué-


–¡YA CÁLLATE, ITALIA! Por Dios, estás más ruidoso de lo normal.


–¡V-ve~!


Frunció el ceño, remarcando el surco que tenía allí producto de su estricto carácter. Pero relajó las facciones, masajeándose el puente de la nariz, al ver que Feliciano casi lloraba de miedo. Suspiró, ahondando paciencia.


–Lamento haberte gritado, pero ya no llores. Y bien, ¿qué tanto tratas de decir desde hace un rato? Estábamos hablando algo importante. Podrías haber sido más considerado y no interrumpir.


–¡P-Pero esto también es importante! Es el Día de San Valentino, una festividad Italiana en la que jóvenes y adultos de todo el mundo veneran al Santo de los Enamorados ¡Es vital, Alemania!


–Lo sé, Italia. Todo el mundo lo sabe. Basta salir a la calle para ver decoraciones y productos referentes. Es uno de los días más comerciales del año– recalcó lo obvio, tragándose las ganas de escupir un escueto “es viernes” para cerrar una conversación que no le apetecía sostener en ese momento. Apenas eran las diez de la mañana y ya estaba preocupado por la baja en la Bolsa de Valores Europea, pensando en cómo usar el San Valentín para invertir los números un poco.


–¡No Alemania! ¡No entiendes! ¡San Valentín es más que sólo ventas!


Le dedicó una mirada extrañada y cansina, tratando de no incurrir en una pregunta muda que sabía, el italiano terminaría por responderle con una sarta de retahílas.


–En el Siglo III, cuando el Sagrado Imperio Romano aún era joven, gobernaba Claudio II quien dio un decreto que prohibía casarse a los soldados. ¡Imagina la tristeza de querer casarte con una bella signorina (2) y no poder hacerlo! – Una sombra de indignación y tristeza cruzó por un segundo la mirada miel de Feliciano, desapareciendo al instante de cerrarlos y sonreír, prosiguiendo–, Entonces, un importante sacerdote llamado Valentino consideró muy injusta la medida y casaba a las parejas en contra de la ley. El Rey Claudio se enteró de lo que hacía quel vecchino (3)y lo citó a corte, Valentino aprovechó la ocasión para solicitar la legalización de los matrimonios y el Rey negó su petición, encarcelándole. El soldado a cargo de apresarlo quiso ridiculizarlo en su celda y le retó a que sanara la ceguera de su hija– Italia se detuvo un momento, levantándose del suelo donde se habían sentado ambos, tratando de encontrar en su baúl  (aquél donde aún tenía encerrado a Maquiavelo) y tras registrar un poco, sacó unos apuntes en pergamino antiquísimo.


Les dio una lectura rápida y volvió a meterlos al cofre, evitando por poco que Nicolás se escapara.


–¡Y si le devolvió la visión a la niña! ¡fu un miracolo! (4) Lo que hizo que la familia de aquel soldado creyera en Dios. Ante la presión, Claudio II terminó ordenando que ejecutaran al sacerdote el catorce de febrero del año 270,  martirizando así su nombre como patrón de los enamorados. La hija del carcelero, Julia, agradecida con el cura, plantó un árbol de almendro de flores rosadas junto a su tumba, ¡y por eso el Día de San Valentín es tan romántico y rosado! Ve~


Ludwig, que estaba inmerso en la historia, no pudo sino parpadear atónito cuando el otro cortó la narrativa de improviso, levantándose del suelo y sacudiendo su uniforme azul.


–¿Eso es todo? ¿Lo mataron sin más? ¡Pero si curó a la niña! – inquirió, insatisfecho y apenado a partes iguales.


Italia se encogió de hombros, agregando:


–Eso fue antes de que yo naciera, lo que sé es lo que me ha contado el Abuelo Roma. Vamos a comer, ¡ho fame! (5)


El alemán observó su reloj de pulsera, apuntando a las doce y veinte del mediodía, y asintió en mudo acuerdo.


–¿Y bien, qué quieres c-


–¡PASTA~!  


–Lo supuse. No sé ni para qué pregunto. Ven, échame una mano con el almuerzo, que hay que seguir revisando las pautas para la próxima reunión del G8.


–No. No vamos a cocinar hoy, ni a trabajar ¡Hoy es San Valentín! Hay que celebrarlo en un ristorante, enviar tarjetas de felicitación a las parejas, quizá hasta deba enviarle una a mi hermano y a España-niichan, –sugirió pensativo, antes de continuar– pasear por Venezia y dormir en uno de esos Love Hotel que me ha mencionado Japón un par de veces.


–¡I-ITALIA! ¿¡P-pero qué estás insinuando!? –preguntó alarmado, sintiendo como los colores se le subían al rostro, arrugando las cejas.


–¿Eh? No estoy insinuando nada. Estoy diciendo justo lo que oyes– Italia le miró curioso sin entender el porqué de la pregunta. El rubio pareció leer su interrogante, agregando con falsa obviedad. –Eso es lo hacen las parejas en el Día de San Valentín.


–Ah, eso parece una cita.


–Exacto.


–¿Pero las parejas no hacen el amor todos los días? ¡Con más razón si es San Valentino!


Alemania decidió reprimir el chillido azorado que se le atoró en la garganta, buscando explicarle al italiano de una manera pedagógica y comprensible.


–Pero tú y yo no somos pareja. Las parejas comen juntas, salen justas, viven juntas, duermen juntas, comparten sus vidas constantemente, saben del otro, confían en el otro y se cuidan mutuamente –Enumeró alterado, repasando mentalmente la lista de mandamientos de los novios que recordaba haber leído en aquel infame manual ,–en otras palabras: se quieren.


–Pero yo te quiero, Alemania.


Y Ludwig quiso golpearse repetidamente contra la pared más cercana posible. ¡Ya habían pasado por malos entendidos como esos! Y no quería volver a generar un trauma incurable en Feliciano, no otra vez… no soportaría otro cortocircuito en su cerebro, no resistiría más noches sin dormir pensando en qué clase de anillo de compromiso debería regalarle ni aguantaría los reproches de Austria por “pensar cosas indecentes” ni las burlas de Hungría por verle la cara de tonto.


–Italia…ya hemos hablado de esto. Reconozco que fue mi error aquella vez pero por favor, no vuelvas a sacar el tema, ¿sí? Que no puedo con la vergüenza.


–¡Pero es que pensé que era una broma! Nunca me habías tratado tan…extrañamente bien, sin gritarme… incluso consultaste con Austria-san, aunque haya resultado inútil, y-y me llevaste a uno de mis restaurantes italianos favoritos, aunque más nunca podré entrar allí porque el mesero me odia pero – hecho un manojo de nervios, porque no sabría que reacción conllevaría lo que estaba diciendo, chillaba a momentos y tartamudeaba a otros, incomodando más y más al germano con la espera–, eso no significa que no te quiera. Aunque haya rechazado tu propuesta.


Un aura pesada se instaló sobre ellos, encerrándoles en un silencio perturbador. Solo los temblores y rezongos de Veneciano interrumpían la quietud. Harto de eso, y ladeando su rostro tanto como su alta estatura lo permitiera, el menor de los germánicos osó hablar:


–…¿Qué significa eso a estas alturas? – El tiempo era una noción muy peculiar cuando de los Países se trataba, así que no era muy extraño tener presente eventualidades ocurridas hacía apenas un par de décadas y sacar a colisión aquellas vivencias y pendientes de épocas mucho más antiguas; por lo que remarcar esa ocasión particularmente reciente resultaba algo fuera de lo común.


La península se tomó su tiempo para responder, balanceándose descuidadamente sobre sus talones, bajando un poco el rostro, no pudiendo ocultar su expectativa.


–Qué quiero pasar San Valentín contigo, Ludwig.


El aludido sintió como el sentido y la razón le abandonaron, apresurando un tosco abrazo por impulso, logrando sonrojar a Italia. Lo elevó un poco del suelo por la fuerza del contacto y Feliciano aprovechó la situación para plantarle un beso en la mejilla.


–V-vayamos a otro restaurante entonces. Vamos a mi país… casualmente tengo dos boletos de avión para estas fechas. Planeaba regresar a casa estos días, de todas maneras.


            Prussia tendría que esperar.


Veneciano asintió repetidas veces, tomándole de la mano para encaminarse al auto que el alemán conduciría por su mutua seguridad, pero aquello duró hasta que saludara descaradamente a una chica que pasaba cerca de allí.


Le costó otro par de horas del camino hacer que le hablara de nuevo. No le dirigió la palabra en todo el rato que tardaron en empacar mudas y neceseres para un día y una noche fuera de casa, por lo que Italia estuvo lloriqueando largo tiempo.


~~


Hecho una furia (tenía el rostro y las orejas enrojecidas y refunfuñaba cosas en alemán que Feliciano no supo entender) llegaron al aeropuerto, y tras un silencioso vuelo de poco menos de dos horas y media, Ludwig despertó a su acompañante, que pretendía mantener su siesta aún en la pista de aterrizaje del avión para avisarle que habían llegado a su destino.


–Despierta Italia, ya llegamos a Múnich, debemos abordar el tren hacia Augsburg.


–¿Ve? ¿no hemos llegado todavía a Aug….usto?


–Augsburg. Falta poco menos de una hora, – le vio dubitativo y adormilado, por lo que se obligó a aclarar –…allí tengo una casa vacacional, es una buena zona para vacacionar. –Se rascó la barbilla, superado por la emoción que brillaba descarada en el rostro del italiano.


–¡Quiero conocer más de la casa de Alemania! Me alegro de haber venido contigo ¡sono felice! (6)


–No te emociones aún…no hemos llegado, por Dios, qué precipitado eres, por eso no sirves para la milicia– le reprochó, pero no escatimó en aceptar la fría mano que le ofrecía el más bajo, calentándola con la suya envuelta en sus guantes negros de cuero.


–¡Ve~!– Balanceó su brazo, contento, con intenciones de correr por el aeropuerto y comer algunos brezel(*) antes de subir al tren que partiría en una hora, por lo que no le quedó más remedio que acompañarle por el sitio, sosteniéndole de la mano para evitar que se perdiera.


Se sentaron en una pequeña cafetería donde probarían algunos abrebocas antes de la hora del almuerzo, pausa que aprovechó el teutón para aclarar algunas cosas que repiqueteaban en su cabeza con insistencia:


–R-respecto a la historia que me contaste sobre Valentino, em, he estado pensando qué quizá…el que estemos aquí, sentados esperando una ración de pretzels en el aeropuerto, podría, eh, tendría algo que ver con-


Ti voglio bene, Ludwig. (7)


Encendido en un colorido rojo, la mesera dejó los platos de la fritura azucarada frente a ellos, siendo olímpicamente ignorada por el par.


–¿Eh? Ah, danke…Ich auch. (8)


Platicaron a gusto hasta que se hizo la hora de partir, arrastrando de nuevo las maletas hasta la terminal de autobuses que les dejaría en la estación de trenes.


San Valentín apenas comenzaba.

Notas finales:

(1) Feliz Valentín

(2) Bella señorita

(3) Aquel viejito

(4) ¡Fue un milagro!

(5) ¡Tengo hambre!

(6) ¡Estoy feliz!

(7) Te quiero mucho, Ludwig

(8) Gracias, yo también

(*) Mejor conocido como “pretzel”, una fritura enlazada, mayormente comercializada como dulce aunque también hay variantes saladas, bastante común como postre de origen alemán.


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