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Tal día como hoy Valentino murió por nosotros por Neko uke chan

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–Waa qué bien dormí– habló para sí Antonio bostezando y estirando su cuerpo, sacudiéndose la pereza vespertina y unas lagrimillas de sueño acumuladas en sus ojos.      –, buen día, Romano– agregó. Lovino, por su parte, aún se encontraba algo somnoliento por lo que apenas dijo nada.

 

–…Buon giorno (1)– alcanzó a murmurar, viendo de reojo la hora en el reloj digital de la mesa de noche. Las ocho y cuarto de la mañana.

 

Ambas naciones se levantaron de la cama, dirigiéndose al baño para lavarse los dientes y la cara. Se cambiaron la pijama (al menos Antonio, porque Lovino solía dormir en bóxer) por ropa de estar en casa y entraron a la cocina. Italia, harto de desayunar cereal -como habían estado haciendo esos días- decidió decantarse por un par de tostadas y huevo revoltillo.

 

–Oye, España, busca los biscochos en la alacena para untarlos con na-¡Hieh!

 

Sintió un soplido en el oído y por acto reflejo reventó el huevo que sostenía en sus manos, dirigiéndolas en cambio al cuello de la camisa del único capaz de hacer semejante tontería de buenas en la mañana.

 

–¡BASTARDO! –le gritó azorado, buscando con desespero algo con qué pegarle y al ver las sartenes fuera de su alcance, resolvió por cubrir con prisa su oreja, zarandeando con fuerza al otro. Antonio solo reía divertido.

 

Una vez hecho el desayuno, se sentaron a la mesa -no sin antes pedir unas mil disculpas por parte de Antonio- y comenzaron a charlar sobre los planes del día, que, básicamente eran un poco más de la rutina diaria.

 

–…podemos salir al vivero a comprar más fertilizante para las tomateras, que se nos acabará pronto y viene el verano, y quizá debamos ir al mercado a comprar un par de comestibles o tal vez…

 

–España…

 

–¡Ah! Quizá debamos comprar algunos churros con nata para merendar a la tarde, ¿no?

 

–España, tienes migajas en la cara, pareces un mocoso comiendo– apuntó con sorna, indicándole con su propia cara donde estaban las sobras. Antonio le imitó. –Del otro lado, idiota– bufó, sorbiendo un poco más del aromático capuccino que se había servido en su peculiar taza nacionalista, a juego con la española.

 

–Quítamelas tú– pidió Antonio, haciéndole ojitos.

 

–Deja las tonterías, estás grande para la gracia.

 

Se levantó de la silla una vez hubo terminado el desayuno, retirando las tazas y platos vacíos y se encaminó de nuevo a la cocina para fregar la loza, momento en el que un programa de radio le puso al tanto de la fecha.

 

¡Lo había olvidado por completo!

 

Era San Valentín, el aniversario del día en que aquel sacerdote romano había sido condenado a muerte por ser un romántico empedernido e idealista, quien terminó siendo adorado por todos los amantes en los siglos venideros. El Santo del Romance por excelencia. Un italiano de capa y espada que había sido capaz de desafiar a la autoridad de turno por sus creencias. Lovino no podía decir que fue un completo tonto -no como el que tenía enfrente, viendo por la ventana de la sala- pero sí que actualmente era afortunado por haber nacido en otra época, donde amar a los idiotas estaba permitido, sin bodas prófugas ni ilegítimas de por medio, ni caza de brujas.

 

Sonrió de lado inconscientemente. Tal vez si deberían salir de compras al mercado y adquirir los ingredientes necesarios para hornear un pastel de San Valentín. Y se lo regalaría al tonto que estaba afuera, rasgando su guitarra, en lugar de los elaborados y costosos chocolates caseros que las niñas solían preparar para sus novios. No, él no era ninguna novia enamorada.

 

–Lovi, tenemos correspondencia,– le llamó desde el portillo, donde se había sentado a practicar con la guitarra acústica que había comprado en unas baratijas en Madrid, cuando el cartero llamó su atención, recibiendo el correo desde la entrada–  Ita-chan nos mandó una bonita postal desde Alemania ¡está en Augsburgo con Ludwig!

 

Salió para tomar la cartilla postal, doblarla y metérsela al bolsillo sin leerla.

 

–No quiero saber dónde está con ese fornido macho patatas en un día como hoy, porque es bastante obvio. Ese bastardo corrupto…– siseó con desprecio, chistando disconforme –y ya levántate del suelo que pareces un mendigo, vamos al supermercado– le recordó, viendo con gracia al español en el suelo, repasando acordes mientras los tarareaba.

 

Tras rechazar una petición (a todas luces, nerviosa) de España “Anda Romano, déjame conducir a mí ¿sí? por favor” el italiano manejó a toda velocidad hasta el centro comercial donde realizarían las compras, y tal vez, si encontraba algo a buen precio, no perdería la ocasión de comprarse algo que Antonio terminaría usando en su lugar.

 

Compraron los huevos, la harina de trigo, la mantequilla, el chocolate de taza, el azúcar, las guindas y los frutos secos que usarían para la torta. Había logrado distraer lo suficiente a Antonio para evitar que asociara los ingredientes que había metido en el carrillo de compras con algo tan predecible como un pastel de Valentín, mezclando las bolsas con otros víveres y neceseres básicos en la lista de compras. Dejaron la compra en el auto, mientras paseaban los pasillos del sitio, echando un vistazo a las tiendas.

 

 Una óptica llamó la atención de España, logrando convencer a Lovino de entrar y probarse un par de lentes de sol a juego, mercancía en promoción por el Día de los Enamorados. Tras varios elogios por parte del hispano, y algunos otros de la dependienta, Romano se decidió a comprar unos Dolce&Gabbana que le favorecían bastante.

 

–¡Hoy todo está a mitad de precio! Deberíamos reservar las compras solo para días festivos, ¿no crees? Así la Crisis del Euro no nos afectaría tanto al hacer compras esporádicas. Debería ser un Decreto Nacional.

 

Comentó el castaño mayor, asomado desde el muelle de una playa cercana una vez fuera del mall center (2), mientras Lovino bebía una soda, admirando el paisaje que el mar le ofrecía.

 

–Es dos por uno, no a mitad de precio, Idiota. Sólo a ti se te ocurriría tal disparate, ¿acaso piensas que la gente nada más compra en feriados? Por ideas estúpidas como esas es que no terminas de salir de la crisis.

 

–En tu casa no están mucho mejor, ¿o sí? –inquirió triunfante, volteando de nueva cuenta para admirar como una bandada de pelícanos y alcatraces pescaban a orillas del puerto. Señalaba emocionado cada vez que uno especialmente pequeño lograba asomar la cabeza en el agua para inmediatamente luego alzar vuelo con un gran pescado en el pico.

 

–¡Vamos a ver más de cerca, anda!

 

–¿Nunca has visto un pelícano pescar o qué?

 

–¡Sí que los he visto! Pero fue hace mucho, cuando aún eras pequeño y tuve que perseguir una parvada que tomó tu pañoleta blanca por toda la Costa Amalfitana, gritándoles y lanzándoles piedras para que la soltaran ¡y tú solo llorabas y agitabas las manos asustado!

 

–¡C-cállate de una vez, bastardo! –Le empujó con fuerza, importándole poco mojarse los pies, lanzándole directo al mar para que lo arrastrara una ola un par de metros de la orilla, mientras el sol se apagaba sobre ellos, y Antonio tiritaba de frío por la baja temperatura del agua. Ya sin sol no pudo secarse la ropa por lo que no le quedó opción sino usar sus prendas de toalla y regresar a casa en calzoncillos, con la calefacción encendida en el auto.  

 

–Voy a tomar una tina caliente para no resfriarme, no sería agradable si cogiera una gripa antes del verano– avisó la península, atravesando la sala en ropa interior hasta el cuarto de baño, dándole oportunidad a Romano de sacar los alimentos sin que se diera cuenta el aludido. Preparó rápidamente la masa para el pastel y lo colocó a hornear cuando la voz cantarina del otro le interrumpió.

 

–Lovi, no hay más champú en el surtidor ¿dónde están guardados los de repuesto?

 

–En el gabinete del baño, obviamente.

 

–¿En cuál de los dos? ¿El de arriba o el de la esquinera? – preguntó, asomado en la puerta del baño con solo una toalla cubriendo su cadera

 

–¡Serás tarado!  Ya te he dicho que la esquinera es sólo para mantener los juegos de toallas secas y limpias. Mira que no saber dónde están las cosas en tu propia casa…– se dio por vencido con él, levantándose de mala gana del sofá donde se había postrado para evitar que Antonio se percatara que estaba cocinando, y entró al baño para buscar el gel cuando un agradable olor floral le inundó las fosas nasales: la cortina abierta de la bañera mostraba un azulado vapor de agua, empañando los espejos de las paredes adornadas con ramos de flores carmesíes, y  mostraba una colorida y perfumada infusión de pétalos de rosas esparcidos en el agua y amontonados estratégicamente en el suelo y sobre los amoblados. 

 

–¿P-pero cómo…? ¿Cuándo?

 

–No eras él único que buscaba una distracción para poder comprar. Antonio se le acercó, abrazándole por la espalda, bajando su cabeza a nivel de su oído.

 

–¡Estás empapado, i-imbécil!

 

–Feliz San Valentín, mi amado Lovino.

 

–¡!

 

Le besó el cuello, sosteniendo sus mejillas entre sus manos para voltearle de frente, repartiendo besos por toda su cara, deteniéndose en sus labios

 

–Tienes sabor a chocolate. Con que el pastel es de cacao, ¿eh? Mi favorito– Le sonrió, empujándole a la tina con cuidado, mojando toda su ropa en el proceso y desvistiéndole con dificultad, ganándose varias quejas e insultos por parte del italiano.

 

–Como se llegue a quemar el ponqué por tu culpa, te comerás hasta el carbón– amenazó sonrojado, sacándole una sonrisa encantada.

 

–No dejaré que tu delicioso pastel se pierda, después de todo es nuestra merienda de San Valentín.

 

~~

 

Después de tomar un largo baño y de haberse cambiado la ropa empapado por una seca y cómoda, se dispusieron a brindar con vino tinto italiano, del más añejo que había en casa, mientras la torta se enfriaba fuera de su molde en la mesa de la cocina.

 

–Feliz Día de San Valentín, Lovino. Por nosotros– propuso, alzando su copa.

 

–…Buon San Valentino. Salute (3)– rozaron las copas, tintineando, junto con la risa de Antonio.

 

Cenaron el pastel de chocolate y frutos secos que había preparado Romano, y picaron algunos aperitivos como jamón serrano, salchichones y quesos que comieron con el pan fresco que compraron en la panadería de regreso al piso. Charlaron trivialidades, hablaron de planes futuros (cómo salir de la Crisis, cómo regularizar la inmigración ilegal, cómo mejorar el comercio entre las dos Naciones) y recordaron momentos del pasado hasta la madrugada, parados los dos, apoyados del barandal del balcón del segundo piso, donde podían sentir el fresco de la noche acariciarles la tez y ver la luna saludarles tímida entre las nubes, bebiendo un par de birre fredde. (4)

 

Regresaron dentro cuando un bostezo largo de Italia les anunció que era hora de dormir, se cepillaron los dientes rápidamente (ya después recogerían los pétalos en el baño y los platos en la cocina) y subieron al cuarto cálido y acogedor que compartían desde hace más de doscientos años.

 

Otro feliz San Valentino para la historia. 

Notas finales:

(1) Buenos días

(2) Centro comercial

(3) Feliz San Valentín, Salud

(4) Cervezas frías

Cabe aclarar que, tanto los datos históricos como geográficos, fueron comprobados antes de ubicar ambas historias de forma paralela. La distancia entre Múnich y Augsburgo, el tiempo estimado de traslado, la diferencia del huso horario, así como las marcas registradas (D&G) , son totalmente reales. No me las inventé, que conste XD

La historia en general, pero con excusa del Día de los enamorados, fue basada en esta imagen Spamano http://nockashfansub.blogspot.com/2013/02/pasando.html

Y así me despido, agradeciendo como siempre comentarios y sugerencias, ¡esperando que les haya gustado! Gracias por haberlo leído.

Kaith, cielo, esto fue por y para ti *o* eres un amor 


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