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El hilo rojo del —asqueroso, maldito, hijo de puta—destino. por ConverseBlue

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Los personajes de SNK no son míos, como tampoco lo son los Dioses que aquí se nombran. Solo me pertenece la trama de la historia.

Nota: ¡Hola gente! ¿Qué tal? Quise contribuír con el Fandom de Shingeky de por aquí :3

Advertencias:

Posible OoC

Falta de ortografía

Dioses travestis en entrenamiento

Cosas sin sentido

Chenchualidad (?

 

Prólogo

Levi llegó a su apartamento sintiéndose como la mierda. No, aún peor que eso. Como si una manada de elefantes en celo le hubieran pasado por encima. Seguido de un tractor. Y una Hiroshima.

Cómo odiaba ser profesor.

Hoy en especial había sido uno de esos días en donde quería agarrar a cada uno de esos mocosos hormonales y partirles el cuello. Detestaba que se durmieran en sus clases. Que no le entendieran. Que se distrajeran. Que tuviera que repetir una y otra vez el mismo ejercicio. Pero, por sobretodo, odiaba esos malditos murmullos que surgían cuando tenía que ponerse en puntas para borrar el pizarrón. Como aborrecía a los pubertos.

Si tan solo el homicidio no fuera ilegal, si tan solo…

Se frotó los ojos mientras entraba en su cara y cerraba la puerta. ¿Cómo había aceptado un trabajo de porquería así?

Oh, cierto. Lo habían despedido de la Universidad de Investigación.

Desgraciados bastardos. Se la pagarían.

Estaba tan cansado, tan jodidamente cansado. Ni siquiera tenía energías para tomar su largo y amado baño, sentía que moriría en cualquier segundo. Y prefería hacerlo calientito en su cama en lugar que en el piso de la sala. Con pasos lentos y moribundos recorrió el camino hasta sus anhelados aposentos, sus ojos cerrándose y, al llegar, se lanzó a la cama, diciendo que en dos segundo más se cambiaría esa ropa apestosa a sudor y los molestos zapatos.

Abrió los ojos, dispuesto a comenzar la odisea de ir a por el pijama y lavase los dientes.

Y se dio cuenta de que no estaba solo.

El sueño escapó de su cuerpo en menos de un segundo, siendo rápidamente reemplazado por el pánico y la sorpresa. La adrenalina lo llenaron por completo y saltó de la cama con un movimiento brusco y torpe, casi cayéndose en el piso. Sin despegar sus ojos del extraño que lo miraba en silencio desde su cama, intentó llegar hasta el cajón de su cómoda, donde guardaba una Heckler & Koch USP (1) para casos como esos.

Pero no podía moverse.

No porque el terror de encontrarse a un puto desconocido a un palmo de su cara lo hubiera paralizado, no. Era porque no podía. Literalmente. Sentía los músculos de sus piernas temblar por el esfuerzo, pero no avanzaba ni un centímetro.

Las luces de la calle alumbraban la habitación, pero los sonidos — siempre presentes y latosos— de los autos y la gente al pasar se habían amortiguado. La persona en su cama sonrió con burla y se sentó. Entonces Levi se dio cuenta que era una mujer y llevaba un extraño vestido rojo.

— ¿Quién demonios eres y qué quieres? — Habló el moreno con cautela. La posibilidad de que fuera una ladrona quedaba descartada. De haberlo sido, habría saltado por la ventana en cuanto escuchó la cerradura. Vivía en el primer piso, después de todo.

Por ende, la única opción que quedaba es que fuera una secuestradora. Alguien desesperada por dinero que había decidido secuestrar al pobre imbécil que vivía en el primer piso. Todo por ser amigo del presidente de la corporación de juguetes más grande de Japón. Rivaille soltó una risa cargada de ironía.

Jamás debió haberse mudado a ese barrio.

Maldita necesidad de dinero. Maldito orgullo por no aceptárselo a Irvin. Maldito él por ser tan estúpido.

— Los modales humanos siempre son encantadores. Dime, Levi, ¿Qué pesabas hacerme con esa arma que guardas ahí? — Dijo la fémina de repente, con una voz suave y sardónica que al hombre se le causo una extraña sensación de fascinación. Toda la tensión abandonó sus músculos y dejó de luchar contra lo que fuese que lo tuviese cautivo. Cada letra, cada sílaba, entró por sus oídos y llegó a su cerebro como una dulce melodía, obnubilándolo por completo. Se oía como la más perfecta de las músicas. Algo tan bello, tan etéreo, tan sutil…

Tan Inhumano.

La mujer hizo un movimiento con los dedos que Rivaille no pudo ver y las luces de la habitación se encendieron. Entre el mar de neblinas que era en ese momento la mente del pelinegro, pudo percibir la hermosura que destilaba el cuerpo contrario. Era preciosa. Con largos cabellos rojos y piel muy blanca, pálida, casi transparente. Sin pecas. Cuerpo delgado y sin ninguna curva, pero un rostro de rasgos finos y femeninos. Todo opacado por los brillosos irises violetas que lo veían llenos de malvada diversión.

Pero, lo más extraño de todo era su vestido. Levi sabía que lo había visto en alguna parte.

— Mi Maestro dice que los Dioses deben dar el ejemplo. — Empezó la mujer y el profesor pudo percibir la esplendorosa voz clara y limpia, como si su cerebro no se hubiese quedado el blanco al escucharla— Así que, asqueroso ser inferior, mi nombre es Diácono (2) y soy el mensajero y pupilo de Eros (3).

Rivaille lo miró durante eternos segundos en silencio, sintiéndose extraño. No podía dejar de verle, ni podía moverse, como si estuviera siendo presa de un hechizo. Desde su cama, Diácono le sonreía con regocijo por algo que no alcanzaba a entender. No en ese momento, al menos. Ni siquiera supo cuánto tiempo pasó clavado al piso y con los ojos puestos sobre el cuerpo frente a él pero, cuando las bocinas de los autos volvieron a llenar su habitación, Levi comenzó a reaccionar.

Y, lo primero que su enajenada mente pudo procesar y mandar a su adormecida boca fue un:

— ¿Eres un hombre?

Y Diácono, que había mantenido en todo momento una pose elegante, hermosa y distanciada como todo Dios en prácticas debía hacer, pareció ofenderse. Mucho.

— ¡Por supuesto que soy un hombre! ¡¿Quién demonios te has creído, enano sin gracia?! — Gritó, perdiendo su postura tan practicada y la voz hipnotizarte con la que mantenía preso al humano. Sus mejillas brillaron teñidas de un rojo furioso como el de su vestido, y entonces el hechizo que tenía cautivo a Rivaille desapareció.

Al tener control pleno de sí mismo otra vez, Levi se dio cuenta con rapidez que podía moverse y no tardó en correr hasta la cómoda y tomar el arma, sin que Diácono se lo impidiera ni una vez. La sacó y, cargándola, soltó:

— Quiero que te largues de mi casa en éste instante. Puedes hacerlo por las buenas, o puedes hacerlo con una bala en la cabeza.

El pelirrojo lo miró con un creciente enojo desde su lugar, sin moverse ni un ápice. Los humanos eran unos gamberros. Ese en especial. Primero lo llamaba chica y ahora tenía la desfachatez de apuntarle con esa basura. Además ¿Quién se creía para tratarlo así? ¿Zeus? ¡Ja! Ni siquiera le llegaba a los talones a ese ratito de Polifemo (4). Desde donde estaba podía olerlo sudando miedo como un cerdo.

— Ese desperdicio de acero no podría ni hacerme cosquillas, pigmeo. Anda, dispárame y compruébalo. En el lugar que quieras. — Le retó Diácono con soberbia.

Levi bajó el arma unos milímetros, mirando con los ojos entrecerrados al —según él— hombre. ¿Quién diablos era ese tipo? ¿Alguna especie de esquizofrénico escapado del manicomio?

— ¡Oh, vamos! ¿Qué pasa Levi? ¿A caso te asusta lo que papi Zeus le haga a tu mortal y horrible cuerpo si le disparas a un Dios? — Prosiguió Diácono, rogando mentalmente que El Dios de los Dioses no le escuchara hablar de él con tal falta de respeto— ¿Dónde quedó toda tu valentía, humano cobarde?

Rivaille volvió a subir el arma. Ok, el tipo estaba bien loco.

— ¿Cómo sabes mi nombre? — Indagó con la mirilla apuntándole a la frente.

— Los Dioses debemos saber el nombre de nuestros súbditos — Respondió el chico con simpleza, como si estuviera acostumbrado a ése tipo de preguntas. Una vena comenzó a hincharse en la cara del pelinegro. Ya se había cansado de toda esa mierda de los Dioses y los humanos. Iba a dispararle a ese lunático en la boca si volvía a pronunciar la palabra "Dios".

— ¿No me crees, verdad? — No fue una pregunta — ¿Quieres ver lo que puede hacer la magia de un Dios en entrenamiento?

Y, antes de que el hombre pudiera poner la mirilla a la altura de la boca de Diácono, éste hizo el mismo movimiento que la vez anterior.

.-.-.-.-.

Rivaille se sintió caer de culo y en una posición muy vergonzosa al suelo. Estaba desorientado, no sabía que carajos había pasado. Hacía nada había estado hablando con ese travesti chiflado que invadía su casa y ahora se encontraba sentado en el duro, helado y antihigiénico piso de la calle. Era cerca de la una de la madrugada, por lo cual pocos autos pasaban por ahí, pero supo reconocer el lugar donde se encontraba: un parque que quedaba a unas cuadras de su apartamento.

Las Sakuras blancas estaban regadas por todo el piso, y cuando el pelinegro sintió que algo le mordisqueaba una nalga, se dio cuenta de que estaba desnudo.

Jodida y completamente desnudo.

Con una creciente mortificación, Levi comenzó a mirar a todas partes rogando a Kami-sama que el lugar estuviera desierto. Lastimosamente, Kami-sama se había ido a unas vacaciones en el Caribe y a él no le habían avisado.

Un grupo de unas diez personas se dirigían hacia él con preocupante rapidez. Intentó levantarse, correr, volar, lo que fuera. Pero de nuevo, sus desgraciadas piernas habían tomado voluntad propia y le gritaban que ese era el momento de su revelación.

La muchedumbre se acercaba cada vez más y el hombre pudo comprobar con horror que eran sus alumnos del liceo.

Oh. Mierda.

¿Por qué a él, Kami-sama? ¿Por qué no a Irvin?

— ¿Ya me crees? — Susurró una voz familiar en su oído. El profesor giró su cuello tan rápido que estuvo a punto de partírselo.

— Si no me regresas en este instante te arrancaré los miembros. Todos. — Enfatizó Levi con fingida calma, su mandíbula apretada y los ojos grises gritando que no estaba bromeando.

Y, a pesar de que Diácono sabía que era imposible que un mortal le hiciera daño, algo muy parecido al miedo recorrió su cuerpo.

Se reprendió mentalmente, estaba actuando como un crio. ¡Él era un Dios! ¡Ningún asqueroso humano iba a venir a intimidarlo!

— No, aún sigues sin creerme — Respondió el pelirrojo, maldiciéndose por alejarse un poco al hacerlo. Hacía rato había dejado de usar su voz para controlarlo y su magia estaba comenzando a cansarse. El tipo era un hueso duro de roer, como decían los hombres. — Cuando creas que soy un Dios, te sacaré de aquí. Mientras tanto, disfruta el tiempo compartido con tus alumnos. ¡Adiós, dulzura! — Gritó mientras se desvanecía frente a la cara de un perplejo Levi.

— ¡No te atrevas! ¡Regresa aquí, travesti del demonio! — Murmuró Rivaille perdiendo la paciencia. Y los nervios.

Diácono reapareció frente a sus ojos con las mejillas rojas por la furia.

— ¡No soy un travesti, mono sobre-desarrollado! ¡Soy Diácono, el fiel servidor de…!

— ¡Me vale mierda de quien seas la mucama, sácame de aquí, marica! — El Dios hizo una mueca de desagrado ante el insulto. Le gustaba mucho la cultura humana, por más inferior que fuera. Sabía casi todo de ella, y por eso se conocía a la perfección ese tipo de palabras denigrantes de las que estaba siendo objeto. Ese tipo no merecía ni su tiempo, ni el de su maestro. Jamás habían hecho algo como esto ¿y estaban rompiendo las reglan por un desgraciado como ése? Eros se había vuelto loco. No valía la pena. Si de él dependiera, dejaría que sus almas infelices regresaran una y otra vez por toda la eternidad.

Sin embargo, Eros no opinaba lo mismo. Por alguna extraña razón que no alcanzaba a entender, se había encariñado con ese par. "Dos almas que llevan demasiado tiempo buscándose" había dicho una vez. Psique (5) lo estaba volviendo un blando, no le cabía la menor dudad.

Pero no podía regresar sin haber cumplido su misión. Nunca defraudaría así a su Maestro. Mucho menos por una escoria humana como esa.

Elevó su vista y observo al grupo de jóvenes humanos acercarse a Levi. Con un mudo movimiento, lo hizo invisible a la vista de los hombres. No porque quisiera. Por él lo dejaría caer desnudo en mitad del patio escolar. Pero su Maestro le había prohibido molestar a demasiado a ese tipo.

A pesar de recordar sus palabras, no le dijo que ellos no podían verlo.

Porque demasiado era la palabra calve.

Diácono sonrío. Amaba los vacíos legales. Casi tanto como a Eros.

Casi.

.-.-.-.-.

Levi tenía un dos tic en la cara. Uno en cada ceja. Los sentía temblar tres veces por segundo. Las manos le picaban ansiosas de sangre travesti. Si tan sólo pudiese moverse de su cama y tener el —aparentemente— frágil cuello de Diácono entre sus dedos. Quizás si intentaba con insistencia, conseguiría llegar hasta él.

— Mira, humano. No tienes toda la eternidad — Comenzó el pálido Dios desde donde estaba, a un prudente metro y medio del encolerizado Rivaille, de vuelta en su apartamento. No lo había vestido. ¿Qué por qué? Pues porque estaba harto de que le dijera trasvertido y ese cuarto estaba tan helado como el corazón de Poseidón (6). Los espasmos que sufría el cuerpo del morocho y que éste intentaba suprimir lo estaban divirtiendo en demasía.

La venganza era dulce.

El moreno le había disparado. Una sola vez, para ser exactos. Para cuando el profesor se dio cuenta que sus alumnos no lo podían ver (El que Historia Reiss (7) no se desmayara al pasarle por un lado ayudó) Diácono ya había alcanzado un nivel de aburrimiento suficiente para devolverlo a su hogar y comenzar a hacer su trabajo seriamente. Tampoco quería que Eros se enojara con él o lo llamara incompetente. Porque no lo era.

Nada más llegar, un encolerizado Levi había saltado sobre él como un titán salvaje. Había intentado romperle el cuello varias veces, aunque se había dado cuenta de que no podía. Entonces le había golpeado en la nariz, pero nada paso. Frustrado, le dio una patada en sus inmortales huevos. Quiso arrancarse todo el puto cabello al percatarse de que le había dolido a él más que a Diácono.

Pero, no estaba dispuesto a dejar que ése bastardo saliera ileso —por más Termineitor que pareciera—, así que tomó su pistola y le disparó.

Y estuvo completamente seguro de que le había salido una úlcera cuando la bala reboto en la frente del pelirrojo.

— ¿En serio eres un Dios? — Preguntó Levi con voz cansada, harto ya de toda la situación. Solo quería que ese tipo se largara de su casa.

— Ya te lo dije, soy Diácono, fiel…

— ¿Que demonios quiere ese tipo de mí de mí? — Lo cortó el hombre.

Diácono frunció el seño — No es un "tipo", es mi Maestro. Y su nombre es Eros. No te atrevas a llamarlo así con tu sucia boca.

— ¿Qué quiere de mí? — Repitió y el Dios lo miró confundido.

— ¿A caso no sabes nada de los Dioses?

— Sé que tú no eres Kami-sama.

El pelirrojo bizcó los ojos con evidente fastidio.

— Ustedes los hombres, empeñados en cambiarles los nombres a los Dioses—Murmuró Diácono — Kami-sama es Zeus.

— No estás respondiendo a mi pregunta.

— A ver, ignorante. Eros es el Dios del amor, y yo soy…

— Me has dicho quien eres desde que llegaste, y sigue sin importarme. Ve al grano.

—…Diácono, su fiel servidor. Por regla, los Dioses tenemos prohibido inmiscuirnos en asuntos humanos, puesto que ellos deben saber que hacer para llevar a cabo sabias decisiones, pues el Padre Zeus les concedió un cerebro con el que pensar y un corazón para sentir. Pero muy pocos humanos obran bien. Eros y yo somos los encargados de unir a las personas cuyos hilos rojos estén atados entre sí, siempre sin meternos en medio luego de hacerlo. Si la relación sale bien, perfecto. Si no, perfecto también. Y si nunca llegan a encontrarse, pues pasamos a la siguiente persona.

"Eros los ha observado a ti y al otro muchacho durante siglos, en cada vida que se encuentran. Y siempre es lo mismo: terminan casándose con las personas equivocadas, son infelices al morir y por ende regresan aquí una y otra vez. Y mi maestro no me deja arreglar la situación metiéndoles una de mis flechas por el culo porque dice que si lo hago terminará mal y bla bla bla… Así que me mandó a hacerle un favor a la humanidad y unirte a ese humano para que ya no regreses jamás.

Levi meditó las palabras del otro durante unos minutos, comenzando a considerar seriamente la posibilidad de que el esquizofrénico fuera él.

— ¿Estas diciéndome que tú y tu amiguito son Cupido? — Preguntó.

— No nos llames así, es denigrante. Toda esa basura del bebé volador que sólo trabaja en San Valentín es de lo más ofensivo. — Replicó el Dios con un mohín de disgusto. El pelinegro empezó a sentirse mareado.

— ¿Y a quien se supone que estoy atado?

Entonces Diácono sonrió con la misma maldad que lo había hecho la primera vez que lo vio, horas atrás.

— Eren Jaeger.

Y Levi supo en ese instante que se había vuelto completamente loco.

Jaeger era el estúpido mocoso del director.

 

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer! ¿Les gustó? ¿Sugerencias? Por favor díganmelo en un comentario ;3 

Aquí, las aclaraciones:

1) Es una pistola semiautomática, también le dicen 9 mm.

(2) Diácono es un nombre griego, significa "Fiel servidor, mensajero del Dios"

(3) Eros es el Dios del amor, hijo de Afrodita

(4) Polifemo es un cíclope hijo de Poseidón.

(5) Psique era la menor y más hermosa de tres hermanas, hijas de un rey de Anatolia. Afrodita, celosa de su belleza, envió a su hijo Eros (Cupido) para que le lanzara una flecha que la haría enamorarse del hombre más horrible y ruin que encontrase. Sin embargo, Eros se enamoró de ella y lanzó la flecha al mar; cuando Psique se durmió, se la llevó volando hasta su palacio. (Sacado de San Wikipedia)

(6) Poseidón es el Dios del mar y los océanos.

(7) Según SNK Wiki ese es el nombre de Historia/Chista

 


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