Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Victoria por luxhart

[Reviews - 19]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a JK Rowling. Ya me gustaría a mí haberlos creado.

Este fic transcurre en un universo alterno (la Roma antigua, sin magia).

Me toca advertir que la historia tendrá situaciones de violencia, escenas de sexo no consensuado y algunas prácticas sadomasoquistas que no son lo que hoy llamamos BDSM. Todo transcurre en un marco de fantasía.

El cargamento de cerezas se estaba retrasando. Junio comenzaba a volver los días más largos y calurosos, lo que parecía tener el efecto de un bálsamo en las cosechas y el ánimo de los campesinos. No había sombras de guerra en el horizonte y los correos de Roma seguían una línea favorable; hasta las obras en los graneros destrozados por las inundaciones se aceleraban. Los adivinos y los sacerdotes coincidían en que Fortuna sonreía al gobernador, pero incluso los días más luminosos podían ensombrecerse.

Lucius nunca había tenido paciencia para las pequeñas cosas, y el retraso en el cargamento de cerezas empezaba a ser inadmisible. No solo se había visto forzado a aceptar un puesto en el norte del Imperio, sino que le había tocado una provincia muy mal comunicada. Claro que no se trataba de los metales o la madera, que sus artesanos recibían sin problemas, sino de aquellos pequeños placeres. Sabía que no pedía demasiado. Sabía que no pedía nada que no correspondiese a su categoría.

El gobernador había sabido jugar muy bien sus cartas, aunque los dioses no le hubiesen asegurado la mejor de las manos. Por suerte, no se trataba de tener los mejores dados, sino de saber manejarlos y transformarlos. Tirada a tirada, Lucius había aprendido y crecido, sin caer nunca. Su brillante carrera en el ejército, lo bastante breve para dejar paso a sus ambiciones políticas, le había asegurado una buena reputación. Se había marchado de Roma con la bendición del emperador y un mapa de intrigas favorables en el Senado. Se había marchado sin ideas claras de volver, cambiando el lujo cómodo de la capital por el poder de un gobernador.

Pero eso no podía tolerarse. Las cerezas, un manjar exquisito que no se cultivaba en el norte, eran casi una necesidad. Nada estaba saliendo bien esa mañana y nada saldría bien hasta que tuviera su cargamento en el despacho. Lucius despidió a sus dos consejeros, harto de escuchar críticas a la nueva subida de impuestos. Selló y lacró dos cartas a Roma, ofreciendo respuestas vagas a algunas preguntas sobre su administración y se pellizcó el entrecejo. Aunque estaba tan enfadado que podría haber hecho descuartizar a su contable, no pensaba demostrarlo. Si algo había molestado siempre a sus adversarios en el ruedo político, eso era su capacidad para mantenerse frío.

Nada estaba saliendo bien. Los adivinos le habían dado noticias favorables, pero Lucius era demasiado cínico como para escucharles. Su cargamento de cerezas no llegaba, la última subida de impuestos le había traído problemas y el descontento entre los plebeyos parecía presagiar revueltas. No era algo que le hiciese sentir orgulloso. Chasqueó los dedos y un esclavo le sirvió una copa de agua fría.

-Salve, Lucius.

La voz de Severus le sacó de su ensimismamiento. Hizo un gesto leve para que su amigo se reclinase en un diván y apartó los papeles a un lado. Ya estaba bien por esa mañana. Era difícil pensar en campesinos sucios cuando lo único que le preocupaba eran sus cerezas. Se secó el sudor de la frente con un pañuelo de seda y bebió para refrescarse un poco. El calor del verano rivalizaba con los inviernos fríos a la hora de irritar a Lucius.

-Salve, Severus, ¿a qué debo el honor de tu visita? ¿Correo de Roma? ¿Comerciantes gruñendo en tu puerta? -el tono del gobernador parecía hasta divertido-. A veces olvido lo difícil que es la vida lejos de la política.

Severus no se inmutó. Aceptó la bebida que le tendía otro esclavo y echó un vistazo distraído al despacho de Lucius. Conocía al gobernador desde sus tiempos en el ejército y podría jurar que nunca le había visto tan preocupado, tan consumido. Ese era el cuarto día que le visitaba y la semana parecía no tener fin.

-Retirarse a tiempo es una forma de ganar -comentó como si estuviera hablando de las estaciones-. Pero qué... impiedad decirte esto, Lucius, a ti que siempre has encarnado la ambición de Roma. Vengo a verte porque en la ciudad se rumorea que el gobernador está loco y ya ni duerme ni come.

Lucius no le preguntó si hablaba en serio, pero arqueó una ceja. No tenía ganas de bromear y empezaba a temer que las palabras de Severus escondieran algo de verdad. Era casi mejor no pensarlo.

-El gobernador no puede dormir con este calor ni comer la bazofia que traen a los mercados -gruñó-. He leído tus tablillas y celebro que te hayas divertido escribiéndolas, pero creo que estás exagerando, decurión. Es el cuarto día que vienes a verme y no vas a hacerme cambiar de idea

A Severus siempre le resultaba raro que Lucius le llamara por su antiguo cargo militar. Suspiró y se pasó la mano por el rostro. El esclavo que les servía se había arrodillado junto al diván con una palangana, dispuesto a lavarle los pies. El hombre le indicó que se fuera y luego miró al gobernador. Se encontró con sus ojos claros, un poco desafiantes.

-Has jugado este juego demasiadas veces, Lucius. La última subida de impuestos ha traído muchísimo malestar. Hace poco se han derrumbado dos minas, el invierno ha quemado las cosechas y el pueblo tiene hambre -Severus subió el tono para evitar ser interrumpido-. Tiene hambre, Lucius. Hambre y muy poco que perder. Mis informadores hablan de dos focos de revuelta...

-Tus informadores mienten.

La voz de Lucius era tan tranquila que asustaba. No era que le molestase recibir a Severus, pero sus conversaciones se habían vuelto una sucesión de reproches. El gobernador empezaba a pensar que Severus se consumiría de paranoia y preocupación. Quería pensarlo, o sería él quien cedería al miedo.

-La situación está controlada -Lucius se levantó y caminó hacía el pequeño jardín al que se abría su despacho, sabiendo que el otro le seguiría-. Está perfectamente controlada. En seis días empiezan los grandes juegos, que rivalizarán con Roma en...

-Entonces el proyecto sigue en pie -Severus le interrumpió con un tono de alarma que Lucius pocas veces le había escuchado-. No hay dinero para pagar a los soldados, Lucius, ni siquiera triplicando los impuestos. ¿Cómo puedes vaciar las arcas en una semana de circo? El pueblo quiere comer y tus tropas, su salario. No vas a calmarlos con sangre.

Lucius se rio. Se rio con ganas, como no había hecho en semanas, quizá en meses. La melena rubia, una verdadera excentricidad para un noble romano, brilló al sol mientras meneaba la cabeza para negar.

-Nunca aprenderás. Los dioses me piden que sea como la madre Roma, que acoja bajo mi manto a los afligidos y desdichados -el gobernador detuvo su paseo-. Eso quiero hacer. No voy a darles trigo ni esa carne correosa que traen del valle. Voy a darles el mejor espectáculo de gladiadores que Marte haya sabido imaginar. Una semana entera de juegos. Repartiré pan en el anfiteatro y será así, Severus, será así, como tiene que ser. Pan y circo, Severus; no hay nada, ni la gloria de los generales, ni la inteligencia de los hombres, nada, que funcione mejor en política. Y de eso, Severus -Lucius sonrió con cinismo-, de eso sé mucho.

-No estoy seguro de que sea suficiente dinero para...

-No me interrumpas, Severus -pidió Lucius, moviendo la mano derecha para indicarle que esperase-. Quiero que estos juegos superen la gloria de los de Roma, que el mismo emperador sepa de ellos y lamente haberme enviado a este rincón del Imperio. Me recordarán como a Domiciano, Severus.

No dijo que esperaba llenar también las arcas familiares, bastante mermadas por los tiempos de escasez. Mucho menos añadió que era su última esperanza de mantener el cargo de gobernador. No era necesario. Tanto Severus como él sabían que la estabilidad política pendía de un hilo.

-Los dioses quieran que tengas razón -aceptó el antiguo decurión, derrotado-. Hemos hablado mucho de esto. Es el giro más peligroso de tu carrera -Severus hizo una pausa y suspiró-. Retirarse a tiempo es una virtud. Piensa en volver a Roma. Piensa en tu hijo.

-A la edad de mi hijo yo ya tenía un nombre en Roma -suspiró Lucius-. Draco es débil, Severus, Draco es débil y no pertenece a este mundo. No aceptará marcharse de aquí y su boca nos puede traer problemas. Está entusiasmado con los juegos, y así debe seguir.

Los dos hombres se giraron y caminaron hacia el despacho. Lucius descubrió que se sentía mejor después de haber clarificado sus planes. La conversación giró a temas más mundanos y, aunque Severus intentó varias veces hablar de los juegos, el gobernador desvió la charla. Aquel maldito espectáculo de muerte y sangre era su única esperanza. Si el pueblo quedaba lo bastante satisfecho con los gladiadores y la miseria de comida que pensaba regalarle, su reputación estaba salvada.

Asintió para sí. Saldría bien. Todas sus decisiones arriesgadas habían tenido un final feliz; incluso le habían hecho trepar en el mundo de la política. El esclavo dejó sobre su mesa un montón de cerezas brillantes. ¡El cargamento había llegado! Lucius sonrió. Aquello confirmaba sus buenos presagios. Mientras degustaba los frutos y discutía con Severus, el gobernador pensó que la rueda de la Fortuna seguía girando y que él cabalgaba sobre sus hombros.

 

*   *   *

 

El sol de junio era cada día más fuerte. Aunque la jornada se estuviese acercando a su fin, los gladiadores que entrenaban durante la tarde resollaban. Pese al calor, el ludus hervía de actividad: en toda la ciudad no se hablaba de otra cosa que los juegos. La anticipación y los nervios se volvían palpables. Había corrido el rumor del dinero que estaba en juego y los luchadores se preparaban para los combates más espectaculares que la ciudad hubiese visto. Una semana de sudor y armas, de fuerza y sangre. Una semana para pelear, para vivir y para morir.

Apoyado contra la reja del patio, uno de los campeones observaba el entrenamiento de los novicios. Tenía suficiente experiencia para adivinar quiénes morirían en su primer combate y quiénes aguantarían cinco más. No había cuerpos con futuro en el patio, no aquella tarde. El dueño de la escuela no había escogido bien a los últimos esclavos; el gladiador pensó que la proximidad de la semana de combates no le dejaba demasiado margen. Hacía falta carne que cortar y aplastar en las primeras peleas, para que el público se muriera de anticipación antes del verdadero espectáculo. Ahí entraba él y los que eran como él. Los verdaderos guerreros. Los verdaderos gladiadores.

-¿Decidiendo qué cachorro matarás primero, Krum?

El hombre no necesitaba girarse para reconocer la voz. Él no tenía amigos en la escuela ni la sensación de necesitarlos, pero no siempre despreciaba la compañía. El otro gladiador se asomó a su lado y observó el espectáculo. Se rieron un poco con las piruetas de uno de los novatos, que parecía un bailarín más que un guerrero; la escena era suficiente excusa para que Krum no participara de la conversación. El latín seguía costándole un poco y, cuando hablaba, tenía un acento muy marcado, una guerra perdida con las consonantes. Siempre había preferido el discurso de las armas al de las palabras.

Casi se alegró cuando una de las esclavas del ludus vino a buscarle. Anochecía y pensó que le llevarían al comedor, donde la carne y las gachas no escaseaban. La muchacha le condujo, sin embargo, hacia los dormitorios. Krum, que durante sus primeros años había compartido barracón con otros hombres, ahora disfrutaba de una habitación para él solo. Una pieza sencilla y desnuda, pero un lujo solo al alcance de los campeones.

Mientras avanzaba por los corredores iluminados tenuemente, se preguntaba qué podría aguardarle. Su semblante serio, casi huraño, no translucía su preocupación. Aquello tenía que estar relacionado con los juegos. Él era uno de los mejores gladiadores de la escuela; las mujeres de la ciudad suspiraban por su fuerza y no había hombre ni niño que no conociera su nombre. Krum el Victorioso. Viktor Krum, el hombre que había mantenido su posición en el ludus durante más de cinco años. Mataba y veía morir sin que nadie supiera muy bien qué se le pasaba por la cabeza.

-Marte te otorgue fuerza, gladiador.

Krum necesitó de todo su autocontrol para no mostrar sorpresa. La voz era inconfundible. Allí, de pie en el centro del cuarto, casi incoherente con la sobriedad de la habitación, estaba Lucius, el gobernador de la ciudad. Era la segunda vez que se cruzaban; la primera había sido en el palco del anfiteatro, cuando el rubio había presumido de gladiador frente a los nobles. La llegada de Lucius no podía presagiar nada bueno, como tampoco los dos legionarios que esperaban en la puerta. Krum no les miró apenas. Movió la cabeza en señal de saludo.

-Salve, gobernador -su voz profunda parecía arrancar las palabras-. Lamento la sencillez de mi casa.

-No, no te preocupes -sonrió Lucius, negando con la cabeza-. Es un verdadero placer estar frente al Victorioso. No sé por qué te encomiendo a Marte cuando hay quien dice que él guía tu brazo. Los mortales no podemos meternos en asuntos de los dioses, ¿verdad?

El gobernador fue el único que rio. Krum sabía que Lucius estaba siendo muy amable y aceptó los halagos sin escucharlos. Los hombres poderosos disfrutaban muchísimo con esas palabras y Viktor los conocía lo bastante para detestarlos. El gobernador podía permitirse idolatrarlo cuanto quisiera; en cuanto se marchara de la habitación, Krum seguiría siendo un esclavo cuyo valor y derecho a vivir se medía por sus victorias. Nada más, nada menos. Apretó los dientes.

-Toda la ciudad está revolucionada con tu nombre. ¡Se esperan cosas enormes de ti, Krum! Tu amo las espera y yo también las espero. Sé que no nos decepcionarás -Lucius asintió a su propio discurso, muy convencido-. Así que he decidido venir a verte para darte la bendición de Roma. Roma premia a los valientes y esta, Victorioso, no será una excepción.

-Me siento muy honrado por tu visita, gobernador -asintió el guerrero, sin apartar sus ojos de los de Lucius-. Contigo llega la luz de Roma...

-Oh, eso no es nada -Lucius sonrió con cinismo y batió palmas-. Soldado, trae el regalo de nuestro gladiador.

El legionario que esperaba fuera de la habitación entró arrastrando consigo a un muchacho. El rostro de Krum era una máscara sin emociones, pero aquello le llamó la atención. Le llamó mucho la atención. Se estaba haciendo demasiadas preguntas y Lucius no parecía dispuesto a responder ninguna. El gobernador agarró al chico del brazo y lo colocó delante del gladiador. La sonrisa cínica no se le borraba de la cara.

-He decidido hacerte un regalo porque Roma siempre recompensa a los fuerte y los valientes. Por los combates que librarás en los juegos, gladiador, y que nos llevarán a todos a la victoria -Lucius hizo una pequeña pausa-. He hablado con el lanista y ha accedido a que este esclavo sea de tu propiedad. Además, tú eres un guerrero, casi un hombre libre... Las noches en la escuela deben ser frías y a los hombres de verdad no nos gusta compartir juguetes.

Krum asintió, distante. Intentaba entender qué había traído al gobernador a su cuarto, pero las piezas no encajaban. Movió la cabeza. Pensaría en ello más tarde. Se permitió mirar por primera vez al joven. Lo que más le llamó la atención fue su pelo: el cabello pelirrojo no era nada común. Supuso que sería un bárbaro del norte. El chico estaba delgado, quizá demasiado, y la piel blanca casi brillaba a la luz de las lámparas de aceite. Parecía limpio y sano, sí, parecía más que suficiente. Krum se permitió sonreír.

-Muchas gracias, gobernador -movió la cabeza en un asentimiento-. Puedo asegurarte que lo usaré bien.

-¡Así lo espero, Krum, así lo espero! Te alegrará las noches y no tendrás que compartirlo. Como un hombre libre -Lucius parecía exultante-. Fortuna esté contigo en los juegos, gladiador. Que Minerva guíe tus pasos.

-Y que Júpiter te bendiga.

Lucius abandonó la habitación flanqueado por la comitiva de soldados.

Cuando la puerta se cerró sobrevino un silencio incómodo. El chico seguía en el centro de la estancia, apretando el borde de la túnica con las manos. Krum vio que temblaba y su sonrisa se hizo un poco más grande. Dejó que las palabras del gobernador acariciasen su vanidad y se quedó mirando al esclavo. Su esclavo. Era casi divertido que un esclavo poseyera a otro esclavo, pero el Victorioso estaba muy cerca de su libertad. Krum sabía que era premio seguro si vencía en los juegos.

-Desnúdate.

El muchacho dio un respingo al escuchar la voz del gladiador. Krum casi se rio. El chico era una presa sin demasiadas posibilidades de huir y él siempre se había sentido como un lobo. Aunque en la escuela tenían esclavos a su disposición, la idea de que uno le perteneciera, de que fuese exclusivamente suyo, le gustaba. Le gustaba mucho, casi demasiado.

El esclavo no tardó en quitarse la túnica. Krum se acercó para palparlo con una suavidad impropia. Lo sentía temblar bajo sus dedos. Olía su miedo de animal minúsculo y lo masticó. Se entretuvo con los brillos que la luz arrancaba al pelo tan rojo mientras sus manos manejaban aquel cuerpo, sopesando sus miembros y pellizcándole las nalgas. Sí, estaba demasiado delgado, pero era alto y bonito, todavía un adolescente. El tipo de esclavo por el que dos hombres discutirían, incluso pelearían. Además, en la escuela no había demasiados chicos; la mayor parte de los gladiadores prefería a las mujeres. Krum disfrutaba de los dos, pero tenía una predilección especial por los muchachos. El gobernador parecía bien informado.

Satisfecho con su examen, el gladiador sujetó la cara del chico y le obligó a levantar la mirada. Sus ojos se encontraron y Krum entrecerró los párpados. Deslizó el pulgar sobre los labios del esclavo, delineando su humedad y pensando en cómo sería hundirse en aquella boca. El cansancio había dejado lugar a una curiosidad de ave cazadora.

-¿Cómo te llamas?

-Ron, señor -el chico tampoco hablaba bien latín, pero Krum agradeció que al menos pudieran entenderse.

-¿Ron? ¿Qué clase de nombre es ese? -no había soltado la cara del chico, que se encogió ante su tono-. Da igual. Es fácil de recordar. Ron-ron-ron, como un perro. ¿De dónde vienes?

La manera en la que Krum pronunciaba la erre resultaba bastante graciosa, pero seguía tan serio como antes.

-Del norte... de Britania, señor -el esclavo acabó por bajar la mirada, incómodo ante el escrutinio.

El gladiador silbó entre dientes. Se decía de todo sobre los britanos; una vez había matado a uno, un hombre alto como una torre, con la piel marmórea. Vivir en el frío de los bosques debía volverlos locos, pero el chico parecía bastante cuerdo. Lo bastante cuerdo como para estarse quieto, dejarse tocar sin quejas y responder con respeto. Krum seguía satisfecho.

-Sabes quién soy yo, ¿verdad? -no se detuvo ante el asentimiento del pelirrojo-. Esta mano... sí, la mano que te sujeta, esta, ha matado a más de ciento sesenta hombres. Ha mutilado y destripado. -Krum se detuvo y asintió al aire-. No me gustaría que tú acabases así. Mutilado. O destripado. Pero no creo que haga falta. Vas a portarte bien, ¿verdad?

-Sí... sí, señor... por supuesto...

El joven le miraba horrorizado. Krum supuso que le costaba entender lo que estaba diciendo y decidió hablar más lento.

-¿Eres virgen?

El gladiador sintió el calor en el rostro del chico. Le hizo gracia que se sonrojase así, hasta las orejas, y movió la cabeza con curiosidad.

-No, señor, no lo soy.

Krum sonrió. A diferencia de otros hombres, a él no le molestaba que sus juguetes estuvieran usados. Mucho menos si eran juguetes dispuestos a durar. Le acarició el rostro en un ademán tierno y luego lo abofeteó. Fue un gesto rápido, decidido, doloroso. La sonrisa no se le borraba de la cara. Un esclavo sano, joven, bonito, bien dispuesto. Un esclavo casi exótico, con aquel pelo rojísimo. Un esclavo solo para él. Le propinó otra bofetada. Y una tercera. El muchacho aguantó los golpes, pero se le llenaron los ojos de lágrimas.

-Tienes la piel muy blanca -volvió a acariciar-. ¿Ves? Así, con las mejillas rojas, pareces más sano...

La noche era joven y su apetito también. Hacía semanas que no se topaba con un juguete que le gustase tanto. Y el juguete iba a quedarse, a quedarse todo el tiempo que él quisiera. Se le olvidó pensar en Lucius, en sus intenciones y en la preocupación de la arena. Ahora tenía otros asuntos importantes. Un hombre como él, un campeón sobre la tierra, necesitaba de descanso y placer. La noche era joven y su apetito apenas se había abierto.

Notas finales:

¿Os ha gustado? ¿Qué creéis que hará Krum con Ron... o qué no hará? ¿Le saldrá bien a Lucius la jugada? Los comentarios y tomatazos son más que bienvenidos ^^

Sí, las cerezas eran bastante valiosas en la Roma antigua... hasta el siglo I solo se cultivaban en una zona del Imperio, cerca del Mar Caspio. Un ludus es una escuela de gladiadores y un lanista, el dueño y entrenador de esa escuela. Aunque he partido de la descripción de una casa romana para la casa de Lucius, he traducido los nombres de las habitaciones, para que sea más fácil la lectura sin tanto "palabro" en latín (cosas como despacho o jardín interior).

Hasta pronto <3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).