Todo a su alrededor era arena, montañas de arena que se extendían por el horizonte hasta donde se perdía la vista. No había flora, ni de esa que nacía porque sí en un lugar inhabitable. No había un oasis más allá de las dunas porque sabía que era así. Podría existir uno en cualquier desierto del mundo, pero no en aquel. Porque era el desierto más árido de todo el planeta, era el lugar donde las personas venían a morir, un lugar del que no había marcha atrás una vez que te adentrabas en él.
KyungSoo tragó saliva a duras penas. Si ya había sobrevivido una vez en aquel lugar, nada le decía que no podría hacerlo ésta vez. La diferencia era que, ahora, con pleno conocimiento de su poder, lo haría de mejor manera y así avanzaría hasta la ciudad de Plero, donde lo esperaba él.
Nunca imaginó que lo volvería a ver, ni en sus más oscuros sueños. Aquel hombre que quince años atrás le dejó tirado en aquel desierto, lo dejó para que se las valiera por él mismo y ojalá muriese. KyungSoo volvería por él y le arrancaría la cabeza con sus propias manos, no importaba qué. No le importaba matar, robar o sacrificarse por lograrlo. Quería venganza. Más que necesidad del líquido vital, tenía sed de sangre, sed de sufrimiento, sed de tortura, sed de venganza. Quería matar al hombre que le dio vida y sin embargo, con sus mismas manos intentó arrebatársela.
Golpeó la arena con su pie derecho y una gran capa de tierra se levantó. La juntó con un gesto de sus manos y un gran escudo de arena se posicionó a su alrededor. Tenía los ojos inyectados en sangre y las venas se le marcaban en el cuello. Resistiría. Por su madre lo haría y también por él, por el muchacho que lo esperaba en manos de su padre.
***
Abrió sus ojos lentamente, temblando. Sentía como si tuviera una piedra sobre él, impidiéndole el movimiento. Notó unas fuertes luces blancas cegarlo. Le costaba respirar y contener los pequeños espasmos que lo zarandeaban sobre la superficie blanda.
Intentó recordar la forma en que había llegado hasta ese lugar, pero su mente estaba bañada en una gruesa capa de pintura blanca que le bloqueaba la entrada a sus propios recuerdos. Intentó incorporarse, pero sus músculos no respondían a sus órdenes y en vez de hacer que pudiera ponerse de pie, hacían que estuviese paralizado en su lugar.
Un escalofrío recorrió su cuerpo.
Ni siquiera era capaz de pensar bien y un sueño sobrecogedor le envolvía el cuerpo comenzando por su parte baja hasta llegar a su cabeza. Luchó contra la necesidad de dejarse llevar por el sueño e intentó con más fuerzas sentarse. Pero le era imposible si quiera mover un dedo.
Ahí tumbado sin saber donde estaba, intentó pedir ayuda a alguien, pero ni un nombre cruzó por su cabeza. Sólo el nombre que reconoció como propio. Kyungsoo.
Estaba recién despertando. Despertando.