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Vestido Azul por Kunay_dlz

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Notas del fanfic:

Personajes pertenecientes a Yana Toboso.

 

Capítulo único.

Notas del capitulo:

Disfruten de la lectura.

 

 

 

 

El vestido azul

(Capítulo Único)

 

 

Otra vez sólo… otra vez sin nada…. otra vez siendo nadie… ¿Cuándo terminará? ¿Cuándo podré ser feliz?... ¿La felicidad existe? Sinceramente empiezo a dudarlo. Con mi título de Conde, poseo demasiado, tengo riqueza, tengo una estrecha relación con la Reyna, tengo poder y tengo todo lo que se pueda imaginar.

Sí, soy conde; mis padres murieron y yo heredé el título. Sin embargo, siendo Ciel, no tengo nada, no tengo posesiones y tengo muchas carencias. No recibo palabras de aliento, no recio caricias reconfortantes, no tengo quien me libre de mis miedos. No tengo amor. Estoy solo… y, no sé ni quien soy.

 

Solo una palabra se hubiera llevado el dolor,

con el beso amargo de aquel licor

hubiera bastado mi amor... 

Otra vez hundiéndome en la soledad… tomo mi camino por la playa, esa que se ve tras mi casa de campo… justo donde siento más solo en el mundo. Este camino, tatuado en mi memoria, lo recorro cuando algo me explota en la cara, cuando me permito embriagarme de mis errores.

En este camino, donde nada existe, mirando el horizonte y el mar, ahí donde se unen y parecen unidos… una sola vista, un solo destino… donde me siento más perdido… es donde me permito saborear mi derrota.

Solo una mentira

se viene conmigo a pasear:

sentirme querida

en aquel abrazo en el mar..... 

Fue hace un mes y medio, la Reyna tenía un “asunto” importante que tratar conmigo, asistí y hablamos. Le prometí una solución y ella aceptó. Hasta ese momento todo iba bien, todo era normal… justo en la despedida, alguien más arribó. El jefe de la Guardia Real, Sebastian Michaelis.

Menudo idiota. Todo en él me desesperaba, me irritaba, me hacía temblar de rabia. Sus comentarios despectivos y su estúpida falsa sonrisa me hacían desear matarlo. Lo veía de reojo, alguien como él no merecía una mirada mía, no le miré a los ojos las otras veces que nos vimos… él era necesarios en “el caso” que la Reyna me había encomendado. Estúpido caso. Estúpido Michaelis.  


Con el vestido azul que un día conociste,

me marcho sin saber si me besaste antes de irte,

te di mi corazón,

y tú lo regalaste,

te di todo el amor que pude darte y me robaste... 

Hubo días en los que era de utilidad, también había esos días en los que se mofaba de mi persona, según él, yo era muy joven para hacerme cargo del título que portaba que a mis catorce años aún no desarrollaba la madurez necesaria para lidiar con el mundo en que me encontraba. Él no sabía nada acerca de mí, él no tenía idea de lo que yo había vivido y aún se jactaba de sabio. Maldito.

Para la última fase del “caso”, tuvimos que estar en cubierto, dejamos nuestros puestos a un lado y sin querer, nos hicimos más cercanos. Se tomó la suficiente confianza como para hacer comentarios sobre mi persona pero, esta vez, con otra intención. Hablaba sobre mi apariencia, que recordaba el primer día que nos vimos, mi vestuario que resaltaba mi porte; hablaba sobre el extraño color de mi pelo y ponía más esmero en describir mis ojos. Era frustrante escucharlo.  

 

He rasgado mi vestido

con una copa de vino,

hoy tu amor corta como el cristal.. 

El caso se terminó. El culpable fue a prisión y Sebastian y yo nos quedamos el resto del día aún con nuestro vestuario “estar en cubierto”. Pasamos el resto del día como dos personas normales lo harían… aún no encuentro la razón por la que lo hice… caminamos por un parque, comimos en un modesto restaurant hablamos sin protocolos ni presunciones, y me a atrevía a mirarle a los ojos. Sus ojos, fueron mi perdición.

Puse más atención a su persona, era joven, menor de veinticinco, pálida piel  enmarcada por su pelo azabache, rostro con definida complexión… todo esto acentuaba sus inusuales ojos carmesí. Me atrevía a pensar que era apuesto. Me sentí vulnerable ante él. Sentí la necesidad de ser protegido por él. Haría lo que fuera para que él viera lo solo que estaba. Y él se dio cuenta.


En el cielo hay playas,

donde ves la vida pasar,

donde los recuerdos te hacen llorar,

vienen muy despacio y se van... 

Dejé de lado mi pasado, mi título y mi orgullo. Me permití ser Ciel, sólo Ciel… me olvidé de todo, sólo que quería que esos ojos me miraran, sólo a mí. Al término de la comida y del té, paseamos otro poco, llegamos a una modesta casa, su casa. Y me entregué a él. Sin dudas, sin sospechas, bastó el delicado roce de sus labios para convencerme. Le entregué lo poco que me quedaba, se lo entregué todo.

Ahora mirando a ese infinito horizonte, sólo río por mi estupidez. Río de mi ingenuidad. Río de lo fácil que fue caer en la absurda ilusión amorosa… de lo poco que bastó para que creer en alguien como él. Valla Conde más iluso… no, no fui conde en ese momento, fui Ciel, sólo Ciel. Tonto Ciel, si no es Conde entonces es débil.

El Conde habría sido más precavido, el Conde habría analizado cada aspecto de ese estaba cerca de él, el Conde había recordado que el jefe de la Guardia Real estaba comprometido y que se contraería nupcias al día siguiente.

Sólo una caricia

me hubiera ayudado a olvidar...

que no eran mis labios

los que ahora te hacen soñar... 

Sólo cuando regresé a mi mansión, con una boba sonrisa de felicidad, con un fétido aroma a dicha y plenitud, me aseé y me puse presentable, me convertí en el Conde… me vestí con un traje parecido al color de mi pelo y de mis ojos, similar al que él vio la primera vez que tanto recuerda. Me miré al espejo y sentí orgullo, sonreía con satisfacción, me sentía la persona más afortunada en el mundo. Hasta que llegué a mi despacho y leí las catas pendientes, leí la invitación a la boda.

De haber sido Ciel, habría llorado hasta quedarme sin lágrimas, habría gritado y preguntado un por qué al aire, habría corrido a preguntarle un millón de cosas y a pedirle explicaciones. Pero no era Ciel, era el Conde.  Pedí que prepararan el carruaje, debía asistir a una boda.

 

Con el vestido azul que un día conociste

me marcho sin saber si me besaste antes de irte,

te di mi corazón,

y tú lo regalaste,

te di todo el amor que pude darte y me robaste... 

 

La boda se celebraría en un ala del palacio, las ventajas de servir a la Reyna, llegué e hice los saludos correspondientes, los necesarios al protocolo, no más, no menos. Tomé una de las bebidas que estaban sirviendo mientras iniciaba la ceremonia. Ya era hora, el novio hacía su entrada. En su camino, se topó con mi presencia, me dedicó un par de miradas mientras llegaba a su lugar. Ahí venía la novia, Sebastian seguía mandándome extrañas miradas, lo le ignoré.

Ya en el altar, Sebastian seguía con sus insistentes miradas, ¿Qué quería hiciera? ¿Qué le reclamara? ¿Qué le sonriera? ¿Qué le pidiera que se olvidara de todo y vinera conmigo?...

Tan solo levanté la copa que aún sostenía en modo de brindis y bebí de ella. Su expresión cambió, volvió su vista hacia el sacerdote que lo estaba casando y salí de ese lugar con agilidad, sin armar escandalo… sin que él se diera cuenta.

 

He rasgado mi vestido

con una copa de vino,

hoy tu amor corta como el cristal… 

 

Ese trago fue demasiado amargo, demasiado doloroso, será difícil de superar. Este escenario, esta sensación, y este traje… solo evocan mi miseria. Dejaré de ser Ciel, nadie le necesita, nadie le he echará de menos… simplemente seré lo que siempre he sido: un Conde.

Dejaré de lado ese ridículo afán de encontrar a alguien que acepte a Ciel, ese infantil deseo de saberse reconocido… después de todo, se Conde es lo único que necesito para seguir adelante. En un mundo lleno de falsedades… ¿Qué más da ser una máscara más? Además, como Conde Phantomhive que soy, el bajo mundo también está a mis pies.   


Buena suerte en tu camino

yo ya tengo mi destino,

con mi sangre escribo este final...

 

La obscuridad está cediendo, pronto amanecerá, debo volver a mi mansión y realizar mis asuntos pendientes, con algo de suerte, podría tener otro caso de la Reyna o podría dedicarle tiempo a la fábrica, tal vez lanzar ese nuevo juguete sea una buena idea.

--Ciel… –susurran a mis espaldas.

Esa voz… no, no podría ser él. Él está en su luna de miel. Él está casado. Aún no puedo evitar volverme y encontrarme con…

--Sebastian…

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer.


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