Minho's POV
La prensa habló respecto a nuestra inminente separación. El mundo entero comentó que no entramos juntos a los eventos sociales. Todos se dieron cuenta, que ya no andamos pegados, que ya no nos miramos en público, que nos sentamos en lugares opuestos de las salas.
Se lo atribuyen a una discusión en la que se nos vio, en un restaurant. Unas cuantas palabras, unos cuantas órdenes. Y al parecer, todo entre nosotros se ha acabado.
Las malas lenguas comentan que nuestras familias nunca estuvieron de acuerdo. Que tus padres amenazaron con quitarme de la industria del cine, si es que seguía a tu lado. Y es cierto, todo eso pasó. Y sin embargo, desde que todas esas habladurías han salido a la luz, nuestras relaciones familiares han aumentado considerablemente.
El mundo sabe, con una certeza de dioses, que lo nuestro está jodido. Porque ya no nos reímos, ya no nos demostramos cariño, ya no nos besamos tras bambalinas.
Nos han visto entrar juntos a nuestro edificio: nos toman fotos, nos interpretan.
Estamos acabados. Estamos muertos. No saben qué queremos probar si ya, siquiera, nos dirigimos la palabra.
Es una certitud. No hay duda al respecto: tenemos problemas y estamos separados en la misma casa. Eso saben. Eso creen.
Y mientras nos besamos sobre el piso de nuestro apartamento, mientras nos enredamos entre nuestras tibias sábanas y nos damos juntos una ducha de descanso, no podemos más que reírnos de todo eso.
Porque ellos creen lo que quieren. Ellos sólo aceptan lo que sus ojos ven.
Pues estamos mejor que nunca, me dices mientras muerdo tu lóbulo y nos estrechamos para dormir: juntos, apretados; disfrutando todo calor que no nos damos por el día.
Ellos han caído en lo que ellos mismos han creado. Creen en que hay una mentira disfrazada. Disfrazada por nosotros y descifrada por ellos.
Pero cuidado, cuidado. Ya que esa mentira, su mentira: de nosotros, para el mundo; no es nada más ni nada menos, que nuestra absoluta y completa verdad. La que nunca será descubierta con solo mirar, con sólo suponer que saben.
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La prensa habló respecto a nuestra inminente separación. El mundo entero comentó que no entramos juntos a los eventos sociales. Todos se dieron cuenta, que ya no andamos pegados, que ya no nos miramos en público, que nos sentamos en lugares opuestos de las salas.
Se lo atribuyen a una discusión en la que se nos vio, en un restaurant. Unas cuantas palabras, unos cuantas órdenes. Y al parecer, todo entre nosotros se ha acabado.
Las malas lenguas comentan que nuestras familias nunca estuvieron de acuerdo. Que tus padres amenazaron con quitarme de la industria del cine, si es que seguía a tu lado. Y es cierto, todo eso pasó. Y sin embargo, desde que todas esas habladurías han salido a la luz, nuestras relaciones familiares han aumentado considerablemente.
El mundo sabe, con una certeza de dioses, que lo nuestro está jodido. Porque ya no nos reímos, ya no nos demostramos cariño, ya no nos besamos tras bambalinas.
Nos han visto entrar juntos a nuestro edificio: nos toman fotos, nos interpretan.
Estamos acabados. Estamos muertos. No saben qué queremos probar si ya, siquiera, nos dirigimos la palabra.
Es una certitud. No hay duda al respecto: tenemos problemas y estamos separados en la misma casa. Eso saben. Eso creen.
Y mientras nos besamos sobre el piso de nuestro apartamento, mientras nos enredamos entre nuestras tibias sábanas y nos damos juntos una ducha de descanso, no podemos más que reírnos de todo eso.
Porque ellos creen lo que quieren. Ellos sólo aceptan lo que sus ojos ven.
Pues estamos mejor que nunca, me dices mientras muerdo tu lóbulo y nos estrechamos para dormir: juntos, apretados; disfrutando todo calor que no nos damos por el día.
Ellos han caído en lo que ellos mismos han creado. Creen en que hay una mentira disfrazada. Disfrazada por nosotros y descifrada por ellos.
Pero cuidado, cuidado. Ya que esa mentira, su mentira: de nosotros, para el mundo; no es nada más ni nada menos, que nuestra absoluta y completa verdad. La que nunca será descubierta con solo mirar, con sólo suponer que saben.