Una mano detuvo el golpe de Araña.
Este y Shaka miraron hacia abajo y vieron la mano del muchacho agarrando el pie al mismo momento que los agonizantes asesinos y compañía salían por el agujero.
¿Cómo puedes? Tú…--dijo Araña.
Deberías estar muerto—dijo Shaka—El veneno debió esparcirse rápido por la herida y junto a la hemorragia…--
Subaru jamás peleaba. Ese era su don, según su padre y no debía usar lo que sabía para dañar a otros seres. Ese era el dogma de todos los que eran como ellos. La fuerza debe ser el último recurso. Usarlo para proteger únicamente.
Por ellos se reían de él los que le golpeaban en la escuela mientras el trataba de apartarse mentalmente del asunto. Por eso se rieron de él sus compañeros de escuadrón en el entrenamiento. Jamás lo entendieron. Por eso Abarai desconfiaba de que sobreviviera a ese infierno y justamente fue por ello que no descubrieron cuan fuerte era hasta que fue totalmente necesario.
Solo para proteger a otros.
Solo como último recurso.
Evitar morir como mínimo.
Evitar que los demás mueran la máxima.
La capacidad de desarrollar las habilidades que resultan del entrenamiento en artes marciales es un don que la naturaleza concedió a los humanos para que demuestren su valía y también su compasión y entrega.
Esas son las verdades que defiende todo monje shaolín.
Lo material no importa.
La vida importa.
También están las habilidades de curación que todo monje debe estar preparado para utilizar en caso de necesidad. Habilidades estrictamente enraizadas en la disciplina de las artes marciales como manejar el chi para superar los estragos de un combate y los puntos de acupresión para paralizar la intrusión de mecanismos ajenos o para dejar a un lado heridas de alto grado.
Habilidades heredadas por generaciones de Shaolines que Sumeragi usó en esta ocasión para librarse tanto de la gravedad de la herida como del veneno que arrastraban sus venas y que paralizó en un punto fijo.
Se elevó en el aire desde el suelo como una marioneta a la que le halan de los hilos y luego dejó caer la patada sobre el pecho de Araña que salió impulsado y aun estupefacto para luego caer frente a Shaka.
Todos los que salieron a rescatarlo lo miraron sorprendidos mientras elevaba sus manos en una pose característica.
¡La garra del tigre!—dijo Joseph sorprendido.
Kun fu—murmuró Seichiro.
¡No creí que estuviera en condiciones para usar eso!—dijo Renji--¡Malditos Shaolín! Me hizo preocupar—
¿Shaolín?—preguntó Seichiro muy shockeado. Había oído hablar de esos monjes aunque jamás conoció a uno por ser originarios del continente y además el jamás visitaba templos. Se preguntaba como un monje shaolín de veintidós años, ex estudiante de medicina, veterano del Golfo y ahora mercenario había acabado junto a él. Ese chico cada día era más enigmático. Hasta se le comparaba pensó con asombro el ninja.
Ahora todo se hace más entendible en él—pensó el rey quien si había conocido a esos sorprendentes monjes en sus viajes a China.
Ellos tenían un templo en Hokkaido. Sus padres y otros monjes murieron allá, él se salvó porque estaba en la universidad. Era como un viaje de descubrimiento para él, me dijo—les contó Renji mientras miraba la pelea que ahora se desarrollaba entre Shaka y Subaru.
Shaka atacó y el joven atacó con movimientos espejo para luego pasar a los movimientos de grulla que requerían más de la parte inferior. Con una de sus Shakaces piernas golpeó la rodilla de su rival mientras se elevaba sobre sus manos y luego haciendo una vuelta hacia atrás en el aire llegó hasta la espalda del que caía hacia adelante para con una garra rápida de tigre tocar los puntos apropiados.
El pelilargo se quedó arrodillado en el suelo--¿Qué…? No puedo mover mis extremidades—reveló entre furioso y asombrado.
Seguramente lo inmovilizó bloqueando los puntos de conexión de energía—dijo el melado maravillado antes de como los otros ceder a los efectos progresivos del veneno.
Si bien el otro también lo tenía en la sangre había logrado de algún modo contrarrestar sus efectos, se dijo el rey con la poca consciencia que le quedaba.
Subaru por su parte al ver que su enemigo ya no se movería con libertad fue al rescate de los otros.
No creo que puedas salvarnos solo con digitopuntura—le dijo Renji algo resignado sintiéndose mal por su amigo. De seguro así el otro había evitado el progreso del veneno por sus venas pero para ellos era tarde porque este ya se había esparcido por todo el cuerpo.