Porque ser olvidadizo es a veces una bendición
Como cada día se vistió con su acostumbrada camisa gris, pantalones negros y sus zapatos negros. Sale de su apartamento en el cual vivía solo desde que hace cuatro meses se divorció de su mujer, problemas, reclamos y discusiones; demasiadas complicadas para un hombre que ama la tranquilidad aun siendo policía en Scotland Yard. Su abrigo azul oscuro es último que se pone antes de subirse a su coche rumbo a la comisaría.
Papeleo, algún caso aburrido consistió su mañana antes de ser llamado para un caso de asesinato y que un friki estaba molestando, suspiró. Lo que necesita para que su mañana tranquila se convierta en un caos absoluto donde quizás encuentre unos ojos grises como la plata liquida que harán su corazón latir como si hubiera corrido una maratón. Con resignación y una pizca de esperanza en su corazón sale hacia la escena del crimen.
Llega y allí está su división y el hermano de él, con un paso rápido llega y da por terminada la discusión mientras Sherlock Holmes le expone a su particular manera lo que ocurre en la escena del crimen cuando su fiel amigo y marido John Watson se pone a su lado tratando de que no la lie más. Un nuevo suspiro abandona sus labios, con resignación, y un poco de alegría que no muestra al mundo, llama a Mycroft Holmes para que recoja a su hermano y su marido. Oír la voz del más mayor de los Holmes hace que su cara se sonroje pero lo oculta rápido, una conversación corta y sabes que le verás.
Tarda quince impecables minutos en llegar, tiempo que ha aprovechado para que le informen y dar órdenes a su división de lo que tiene que hacer. Llega y discute con su hermano dejándole claro que no puede entrometerse como tal cosa en un asunto de la policía, Sherlock le responde de esa forma mordaz que tiene con todo el mundo y quizás un poco más con su hermano; un rato más tarde se van en un taxi, que fácil hace que se vea lo hermoso que es confesar tus sentimientos hacia esa persona tan especial y luego dar el gran paso.
Mycroft se acerca a ti y rezas para que no lea lo que escondes en lo más profundo de tu corazón cuando la lluvia persistente de Londres hace acto de presencia empapándote y recuerda que se dejó su paraguas olvidado en su piso porque pensó que quizás no lloviera hoy, ingenuo de él, agacha la cabeza dejando que el agua de lluvia limpie tus lagrimas que hoy, caprichoso destino, ha decidido por ti que derrames haciendo que Mycroft Holmes, el hombre de hielo te cubra con su paraguas protegiéndote de la lluvia mientras uno de sus brazos te rodea, que curioso te aferras a él. Sus palabras te dejan en shock y sabes que realmente es fácil confesar lo que sientes y con un suave murmullo respondes a esa pregunta que hace tu corazón lata más rápido << Claro que quiero que estés a mi lado Mycroft >> promesa de un fututo que se te abre delante y todo gracias a olvidarse de un bendito paraguas que dejaste olvidado en tu piso, piso que se convertirá en hogar gracias a aquella persona que llaman hombre de hielo.
FIN