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De enemigos a algo más HIATUS por Princesa de los Saiyajin

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Notas del capitulo:

Hola, ¿cómo están? Sé que me quieren matar porque mi última actualización fue hace varios meses, pero tengo la excusa perfecta.

Tuve mis XV años, y tuve mucho estrés con los preparativos, estaba muy limitado mi tiempo a la organización del evento y a hacer la tarea.

Además, como estoy en tercer año de secundaria, necesitaba estudiar para el examen de admisión a la preparatoria, y de eso me encargué los meses restantes (abril, mayo, junio).

Merezco tomatazos, creo que hasta merezco que me avienten toda la verdulería, chanclas y los zapatos que cuelgan en los cables de los postes de la luz, hasta la palita de cocinar de las mamás, pero era necesaria esta gran pausa.

Sin más excusas que creo que son innecesarias porque de todos modos me matarán, les traje el capítulo, que por cierto tiene arriba de 9000 palabras (ámenme :3).

 

Yo bien “me quieren matar por no actualizar” y de seguro nadie sigue el fic ):

Pero… el dinero mueve al mundo, ¿no? Por dinero cualquier persona haría cualquier cosa. Y yo tengo mucho dinero…

Ahora que lo pienso, todos lo llaman por su apellido, o si no lo llaman “Max”.

Mañana lo llamaré “Alex”, después de todo, se llama Alejandro…

 

 

 

 

5

Feliz… No, ¡perfecto cumpleaños!

 

Matthew se despertó, ya estaba amaneciendo y tenía que ir a la escuela. Recordó todo lo que pasó el día anterior, así como sus miles y miles de reflexiones sentimentales que hizo antes de quedarse dormido.

—¡¿En qué diablos pensaba?! ¡¿Yo, enamorado de McGrath?! ¡Por favor! Debo estar volviéndome loco—exclamó muy molesto. Agradecía que las paredes fueran gruesas al igual que la puerta, de esa manera nadie afuera pudo escuchar lo que dijo.

Se puso de pie y se dirigió al baño. Tomó una larga ducha, como si quisiera que el mal recuerdo de lo que estaba pensando el día anterior se resbalara de su cuerpo con el agua y se fuera por la tubería. Salió y se vistió, pero antes de querer bajar a desayunar se vio en el espejo. Sus mechones de cabello dorado caían y estaban empezando a cubrir la parte de arriba de sus orejas, por lo que pasó su cabello por detrás de éstas. Vio también sus ojos azules como el mar, que sin duda alguna le hacían juego con su cabellera. Y no cabía hablar de su piel, su rostro libre de imperfecciones (como granitos o cualquier otra cosa) y la tonalidad blanca de su tez a pesar de las cientos de horas que ha pasado bajo el sol debido a sus entrenamientos. Sí, sin duda alguna esa era una de las razones por las que las chicas quedaban prendadas por su guapura desde que lo veían por primera vez.

Luego de su tiempo de narcisismo (verse tanto en el espejo como si estuviera enamorado de sí mismo), bajó a la cocina. Tomó un buen desayuno y terminó de alistarse, para después irse caminando a la institución educativa donde estudiaba. Al llegar, fue directo a abrir su casillero, sacó algunas de sus pertenencias, como unos dulces que había guardado desde el primer día de clases. Cerró la puerta de lámina y se recargó en ésta, para poder saborear unas gomitas en forma de ositos multicolores.                 Un pelinegro llegó a su lado, y era más que inconfundible, con ese apuesto rostro, su piel en una tonalidad un poco bronceada y sus ojos café oscuro que casi daban a color negro; éste tenía una media sonrisa, y su ceño levemente fruncido.

—Hola Ricitos de Oro—saludó provocativamente el de cabellera azabache.

—¿Qué quieres, McGrath?—preguntó mientras volteaba a verlo e introducía una gomita en su boca.

—Venía a preguntarte si trajiste la tarea de literatura—dijo y metió su mano en la bolsita de dulces que tenía el rubio, a pesar de que éste no le había ofrecido.

Ante su pregunta, Matt abrió la boca, dejando caer la gomita que apenas hace unos segundos había introducido, haciendo que el osito color verde cayera al suelo. El pelinegro rio ante su expresión.

—Sabía que era buena idea que lo imprimiera dos veces—le dijo y el otro balbuceó un poco.

 —¿Me crees idiota?—preguntó molesto.

—No creo, estoy seguro de que lo eres—dijo y se comió otro osito, a lo que el de ojos azules por fin se dio cuenta de que le estaba robando parte de sus dulces.

—No soy ningún idiota. Sólo lo olvidé—se defendió. —¿O qué? ¿Tú jamás has olvidado una tarea?—le reprochó.

—Sólo una vez—respondió y se recargó en los casilleros, se cruzó de brazos y suspiró. —Como castigo el maestro me puso a hacer las tablas de multiplicar del uno al quince cinco veces cada una. Desde entonces jamás he faltado con un trabajo—dijo y volteó a verlo, para quitarle otro dulce, un osito amarillo.

—¿En tu escuela los castigaban de esa manera por olvidar las tareas? Sin duda esta escuela es mejor.

—¿Ah, sí? Pues allá si olvidabas una tarea de matemáticas, sí te ponían a hacer las tablas, pero si se las llevabas te quitaban la falta con la tarea que tenías—le dijo. —Y aquí te ponen cinco y no lo borran.

—Da igual. Tengo que ir al entrenamiento—dijo y suspiró. Volteó a ver al suelo.

—Iré a clases—dijo y caminó, conservando ese osito amarillo en las manos, viéndolo mientras se alejaba.

—Que no se te olvide entregar el trabajo, Alex—le dijo. El aludido paró en seco.

Max volteó a verlo, había furia en su mirada. Lo colocó contra los casilleros colocando su brazo contra su cuello. Lo vio fijamente a los ojos, su ceño fruncido estaba más pronunciado que nunca.

—Nunca en tu vida me vuelvas a llamar así—le dijo con su voz grave. Matt estaba paralizado, nunca pudo imaginarse que tendría esa reacción.

—¿Eh? ¿P-pero por qué?—preguntó nervioso ante la cercanía que tenían. Sus rostros estaban a tan sólo centímetros, claro que el pelinegro se acercó de esa manera para intimidarlo viéndolo fijamente; pero el rubio no podía evitar, inexplicablemente, sentir vergüenza o pena ante eso.

—Dije que no lo hagas nunca—lo colocó todavía más contra los casilleros, haciendo que el otro se quejara un poco debido al dolor del pequeño golpe, no es que fuera fuerte pero lo agarró desprevenido.

—E-está b-bien. N-no lo haré—dijo nervioso. El pelinegro respiró hondo, para calmarse. Lo liberó un poco de su agarre, y volteó a ver hacia abajo, para hacer algo que el otro no vio. —¿Y por qué no quieres que te llamen así?

—Eso no es de tu incumbencia—dijo enojado levemente. Esa gomita amarilla la lamió y se la colocó en la mejilla al rubio, causando que se le quedara pegada en el rostro. Sin decir más, se fue con un poco de molestia.

Dyrdek sólo se quedó ahí, viéndolo alejarse. Sintió sus mejillas ardiendo ante la última acción que hizo el otro, pero además tenía otra intriga, y todo por su extraña reacción.

—“¿Por qué te comportas así, McGrath? ¿Qué diablos pasó contigo como para que no quieras que te llamen así?”—se preguntaba mentalmente.

Se despegó el dulce de la cara y, en lugar de tirarlo, lo colocó dentro de la bolsita ya vacía, y se lo guardó en el bolsillo del pantalón. Se escuchó el sonido del timbre de entrada, así que decidió irse a donde estaba la cancha, para asistir a su entrenamiento, ya que estaba próxima la competencia entre escuelas de la zona.

 

***

—A ver, alumnos. Recogeré los trabajos que les encargué, y les asignaré otro—decía el maestro de literatura. —Quiero que pasen al frente y me lo entreguen aquellos que lo hicieron.

Nadie, absolutamente nadie se ponía de pie. Alejandro fue el único que se puso de pie, siendo observado por decenas de pares de ojos que, al verlo, murmuraban cosas como “el único que trabajó”, o “por su culpa el maestro no nos dará plazo hasta mañana”.

—Muy bien, joven McGrath—decía el docente ojeando el ensayo impreso. —Veo que usted y el joven Dyrdek trabajan bien juntos, así que el siguiente trabajo lo harán juntos. A todos los demás les volveré a cambiar la pareja, para ver si así trabajan—dijo. El pelinegro se dirigió a sentar a su lugar.

—“Maldita sea. Cuando él se entere se enojará, y no cerrará la boca. Sinceramente ni me molesta ya tener que hablarle, pero a veces es irritante. Pero tengo que cumplir con todo…”—pensaba mientras escuchaba al docente hablar acerca de la importancia de la responsabilidad y muchas cosas más.

 

***

Por fin tocó el timbre de salida, donde todos corrieron lo más rápido que podían para salir de ese “espantoso” lugar llamado escuela. Alejandro se dirigió a la cancha, el maestro de literatura volvió a encargarles otra tarea que tenían que hacer juntos. Se sentó en las gradas, y sacó su celular, para revisar sus redes sociales, principalmente Facebook, para revisar publicaciones y fotos, además de ignorar las miles de solicitudes a juegos que le enviaban.

—“¿Qué parte de que no me pidan vidas en Candy Crush no entienden? Yo no juego a eso, sólo mi hermana de cuatro años”—pensaba con frustración.

De reojo veía cómo jugaban los halcones, y de cómo Matt metía gol. Después consiguió observar que el entrenador le habló, a lo que él obviamente se quejaba por los exagerados movimientos de brazos que hacían; también vio que ambos volteaban hacia donde él estaba, así que decidió seguir revisando su celular e ignorarlos.

—“Huy, que linda se ve Maggie en traje de baño”—pensó al ver una imagen de una chica con bikini color verde, que resaltaba mucho sus atributos.

—McGrath—le llamó alguien que se paró a un lado suyo. El azabache levantó la mirada.

—¿Qué quieres, ricitos?—preguntó.

—¿Por qué estás aquí? ¿De nuevo vienes a espiar nuestro entrenamiento?—preguntó cruzado de brazos.

—¿No has pensado que hablas demasiado?—dijo y rio un poco.

—Hmp, idiota—murmuró y desvió la mirada a otro lado.

—¿A qué viniste?—preguntó.

—El entrenador me dijo que viniera a invitarte a formar parte de nuestro equipo. Dice que porque tú eres muy buen jugador, y… Bueno, el punto es que te invitó—dijo desesperado.

—Es increíble que no eres capaz de adularme ni siquiera repitiendo lo que los demás dicen—dijo vanidosamente.

—Como sea, ¿sí o no?

—Ambos sabemos que cuando perteneces a un equipo, cambiarte de escuela y unírteles es traición—dijo y apagó la pantalla de su celular, para verlo mejor y prestarle más atención.

—Lo sé, y se lo dije al entrenador, pero me dijo que estaba exagerando y que viniera por si tenías otra opinión.

—Soy un castor, y eso será siempre—le dijo con orgullo. El otro sólo suspiró hondo.

—Ya entendí… A propósito, ¿qué haces aquí?

—Vine a esperarte—dijo y volvió a encender su teléfono, para enviar un mensaje a una chica.

—¿Esperarme? ¿Y para qué?

—Para hacer la tarea de literatura.

—¿No la entregaste?

—Sí. Pero encargó otra…

—Adivinaré, fuiste el único que se puso de pie a entregarla.

—¿Qué comes que adivinas?

—Siempre hace eso. Como sea, el entrenamiento durará dos horas más.

—Esperaré. Mientras puedo hacer el borrador—dijo y comenzó a escribir algo.

—¿Y dónde piensas escribir?

—Tengo una aplicación de notas, puedo escribir aquí—le dijo.

—Espera, ¿tú haces tus tareas en tu tiempo libre?—preguntó incrédulo.

—Sí, quiero tener la tarde libre—dijo sin despegar su vista de la pantalla.

Matt sonrió de medio lado, y se dio media vuelta para regresar a la cancha. Max era admirable, y eso mismo rondaba por su mente en estos momentos. Pero inmediatamente sacudió su cabeza y borró su sonrisa para desechar esa idea.

Matthew continuó con su entrenamiento, esforzándose mucho para prepararse para el día en que tengan que enfrentarse con otro equipo de otra escuela, para poder demostrar que realmente eran los mejores.

 

 

**********….**********

Ha pasado ya un mes desde aquella conversación. Ambos adolescentes comenzaron a hablar más de vez en cuando; sin embargo, esa mutua convivencia no era una gran amistad, aún tenían dudas sobre el otro. Pero, conforme pasaban los días, el rubio tenía ciertos cambios de humor estando con el pelinegro. Por ejemplo, nerviosismo ante una gran cercanía.

Pero no sólo eso, sino que cada vez tenía más curiosidad en saber ciertas cosas de Alejandro, por ejemplo, ¿por qué se cambió de escuela?, ¿por qué lo besó aquella ocasión en la biblioteca?, ¿por qué ese día le dejó un chupetón en el cuello?, ¿por qué le pegó una gomita en la mejilla?, ¿por qué reacciona tan impulsivamente agresivo cuando lo llaman “Alex”?, y, sobre todo, ¿por qué a todo responde “eso no es de tu incumbencia”?

 

Matthew se despertó temprano, tomó una ducha y se vistió “casual”. Tenía que recibir a su prima, quien se quedaría la noche con ellos; y su padre, quien era el responsable de ello, estaría trabajando toda la noche en su empresa, y su madre estaba de vacaciones en París con una de sus hermanas.

Alrededor del mediodía Domovoi le llamó al rubio, avisando que alguien quería verlo. Al principio creyó que se trataba de Alison, su prima, la que usualmente hacía ese tipo de bromitas para darle la “sorpresa” de su llegada. Bajó por las escaleras, suspirando pesadamente. Normalmente, los sábados los dedicaba en mayor parte a ejercitarse por la mañana, y por las tardes iba con su novia.

Pero, si lo pensaba bien, sólo tendría la mañana ocupada. Desde hace unas dos semanas más o menos, no veía a Raquel. Incluso había hecho la tarea, cosa que era muy extraña por parte de él. Pero, la razón de ello fue la influencia de cierto pelinegro que, aunque le seguía teniendo desconfianza, le dio ciertos consejos acerca de que tenía que tener altas calificaciones por si a un reclutador le interesaban deportistas sobresalientes académicamente.

Al llegar al salón, pudo ver a Max esperando en la sala, mientras revisaba su celular, cosa que casi siempre hacía. No pudo evitar sonreír, pero inmediatamente se mordió la lengua para evitar mostrar ese tipo de expresiones al verlo.

—¿Qué haces aquí? No encargaron tarea esta vez—dijo algo desconcertado.

—Lo sé, pero encontré esto tirado—dijo y sacó de la mochila que llevaba una especie de cajita de plástico, de esas donde se guardaban CD de películas. —Es un videojuego, escuché que es uno muy bueno. Y como tú tienes la consola, vine a dártelo—dijo y se lo entregó.

El rubio comenzó a observar el videojuego. Se trataba de uno de carreras, como los que a él le gustaban tanto. Sí, le gustaba mucho ejercitarse y hacer actividades físicas, pero también le gustaba jugar en ese tipo de aparatos. Sonrió de medio lado.

—Gracias—dijo. Un silencio se hizo presente, así que decidió romperlo. —¿Quieres ir a jugar o…?

—Tengo que volver a casa.

—¿O sea que sólo viniste para dármelo?

—Pasaba por aquí, y lo vi tirado. Y como no me gustan mucho los videojuegos, y te cumplen cualquier capricho…

—Okey, ya entendí—dijo fingiendo molestia, pero por dentro le agradó ese detalle. Volvió a ver el empaque, le dio unas cuantas vueltas y se pudo percatar de algo. —Luce en buen estado, parece nuevo…—no terminó de hablar, una chica entró por la puerta y corrió a abrazarlo.

—Hola, primito—decía la chica de cabello rubio cenizo mientras se aferraba a su cuello. Luego ella se separó y se pudo percatar de la presencia del otro muchacho. —Hola—lo saludó.

—Hola, hermosa—le dijo seductoramente. —Oye, Dyrdek, preséntame a tu prima—dijo sonriéndole.

—¡Oye!—dijo frunciendo el ceño, no le agradaba que estuviera coqueteándole a su prima.

—Estoy bromeando—dijo riendo. —Ya me voy—avisó y comenzó a caminar en dirección a la puerta principal.

—Claro… Y gracias por el videojuego—dijo con una media sonrisa.

—De nada—dijo y abrió la puerta por su propia voluntad, sin esperar a que el mayordomo llegara para hacerlo. —Y feliz cumpleaños—dijo y cerró la puerta, yéndose a su casa.

Matthew sonrió. Se había olvidado de su propio cumpleaños. Pero no sólo eso, sino que Alejandro sí se acordó. Ahora comprendía todo: el videojuego lucía en buen estado porque se lo compró por su cumpleaños. Sonrió inconscientemente.

—Vaya, primito, no sabía que fueras bisexual—dijo Alison.

—¿Eh? No soy bisexual—se defendió.

—Ay, vamos. Sabes que yo no me burlaré de ti. Raquel era muy bonita, y hacían linda pareja. Pero él está muy guapo, en serio tienes buenos gustos, tú y ese muchacho hacen una linda parejita de novios—dijo.

Más rojo que un tomate se puso. Empezó a tartamudear un poco ante las palabras de la chica. No entendía por qué se sentía descubierto, creía que debía haberse molestado. Pero no.

—N-no somos n-novios—dijo nervioso.

—Oh…—dijo en voz baja. —Él no es ni gay ni bisexual, ¿verdad?

—¡Ninguno de los dos lo somos!—le dijo casi gritando.

—Ay, ¡vamos! De él te lo creo, se ve muy hombrecito. Pero, ¿tú? No te ofendas, pero sí pareces—dijo. El alto sólo se quedó estático, analizando cada palabra que la chica de cabello rubio cenizo había pronunciado.

—¿C-cómo de que yo parezco gay?—preguntó ofendido.

—Pues… bueno, no es que parezcas, pero te verías lindo besándote con otro muchacho igual de guapo que tú…

—¡Ya cállate!—dijo molesto y se dirigió a su habitación.

Al llegar, se recostó en su cama viendo al techo. Vio por última vez el videojuego y lo colocó sobre la mesita de noche. Posó sus manos sobre su abdomen y suspiró hondo. La puerta se abrió, para luego entrar la chica.

—Primito, ¿te sientes bien?—preguntó mientras se acostaba a su lado de costado para verlo mejor.

—Sí—dijo con un poco de pesadez.

—Dime, ¿te gusta o no?—preguntó. El alto dudó un poco.

—Creo que sí, bueno no. O sea, sí me la paso bien con él, pero no. Bueno sí… no, bueno, no… ¡Ay, no sé!—dijo y se cubrió la cara con la almohada que estaba cerca.

—¿Y qué hay de Raquel? ¿Terminaste con ella?

—Ese es el problema, no puedo terminar con ella. Soy el capitán del equipo de futbol, y ella la capitana del equipo de porristas.

—¿Y?

—Todos creen que hacemos buena pareja por eso…

—¿Y tú qué opinas?

—Ella es muy bonita, tiene buen cuerpo, no es tan fastidiosa…

—Pero, ¿la quieres?

—Supongo…

—¿Supones? ¿O estás seguro?

—Ali, ¿a qué quieres llegar?

—Has estado con muchas chicas, pero con Raquel has durado más. Casi dos años y medio.

—¿Y?

—Creí que ya tendrías por seguro si la amas o no—dijo y le alborotó un poco su cabellera.

—…—no dijo nada, sólo se quedó callado. Se destapó la cara y volteó a verla.

—Además…—hizo una breve pausa. —Michel tampoco era fea, y aun así la rechazaste por mucho tiempo. Te quedaste con Raquel a pesar de que llegaban niñas más bonitas y más agradables que ella…

—¡Ya deja de hablar de Raquel! ¡Estoy harto de esto!—dijo en voz alta. —Raquel esto; Raquel aquello…—se desesperó. —¡Maldita sea! Todo sería más sencillo si no hubiera pasado lo de la biblioteca—gritó. Se cubrió el rostro con ambas manos.

—¿Qué pasó?

—Él me besó—dijo. —Más bien nos besamos—corrigió y sus mejillas se tiñeron de un rojo carmín. —Y luego me hizo un chupetón; apenas hasta hace poco se me quitó.

—¿Qué más pasó?—preguntó entretenida y con curiosidad.

—Bueno, se la pasa molestándome. Dice que soy gay y un pasivo porque a la hora de jugar futbol separo mucho las piernas…

—¿Y no querrá que seas su pasivo?

—No lo creo… ¡Oye!—exclamó al comprender las palabras y reaccionar. —Aún no termino—se aclaró la garganta y continuó. —Luego, otro día… lamió una gomita… y me la pegó en la cara—su rostro se encendió en un color carmesí.

—¿Y no has pensado si eres bi? Ya sabes… con “la prueba”.

—¡No pienso ver porno gay!—gritó.

—¡Shh! ¡No grites, te oirán!—le regañó.

—Ya te lo dije, no soy gay…

—Pero… te diré algo, si lo intentas sabrás si con él es como una excepción…

—Ni siquiera sé si me gusta…

—Bien, ya no te molesto más. Al menos hasta mañana…—dijo sonriendo. —Vendrán unas amigas, haremos una pijamada en el salón principal, tu papá me dio permiso—le dijo. —Es la ventaja de cumplir años el mismo día, así no me olvido de ti y te puedo comprar un regalo—dijo y sacó de su bolsa rosa una cajita pequeña con un moño para regalos. Se la entregó y lo abrazó. —Espero que te guste—dijo y salió de la alcoba, para dejarlo solo con su laguna de dudas en la cabeza.

Matthew abrió la cajita, y sonrió al ver lo que había dentro. Ahí estaba una esclava de plata con un grabado que decía “MD”, obviamente por sus iniciales. Al lado de ésta, estaban las iniciales de su prima “AM” (Alison Montreal). En sí, el grabado completo era MD+AM.

Desde niños habían sido muy unidos, tanto que, si no los conocieran, dirían que eran pareja por la confianza que se tenían y por su cercanía. Y ese tipo de escrituras siempre las habían hecho.

El rubio sonrió complacido, pero luego sus mejillas (las cuales apenas se habían enfriado y regresado a su tonalidad natural) volvieron a colorarse cuando, por su mente, pasó un pensamiento.

—“AM, Alejandro McGrath…”—pensó.

Sí, era una coincidencia muy grande. Su mente divagaba por encontrar un pensamiento que lo hiciera cambiar de opinión; se regañaba una y otra vez más… Pero su corazón (o al menos eso creía debido a las leves punzadas y a la calidez que provenía de ahí) lo hacía creer otra cosa.

—“Quizás sólo quiera acostarme con él para saber qué se siente hacerlo con un hombre…”—pensaba en un intento de convencerse de algo que no fuera lo que temía: amor.

 

 

***

En la casa de los McGrath, un pelinegro discutía con una chica castaña.

—No entiendo por qué quieres que vaya a una pijamada con ustedes. ¡Eso es cosa de mujeres!—se negaba.

—Pero mi papá no me dejará ir sola. Alison regresó de España, además hoy es su cumpleaños, debemos festejarla a lo grande—intentaba persuadirlo.

—Moni, ¿por qué yo?

—Eres guapo—dijo como si fuera una respuesta lógica.

—¿Y?—. En caso de que fueran otras chicas, actuaba orgullosa o vanidosamente, pero en este caso no le tomaba importancia a sus comentarios.

—Alison está soltera… y es muy bonita…

—¿Y?

—Le gustan los futbolistas…

—¿Y?

—Tienes abdomen marcado y eres musculoso…

—¿Y?

—¡Max! Ya deja de decir “¿Y?” a todo. Es más que obvio que intento juntarlos… o por lo menos que le des un show…—dijo lo último en susurro.

—¡Qué tú quieres ¿qué?!—levantó la voz, pero no gritó. —¿Qué te hace creer que aceptaré hacer algo como eso?—se cruzó de brazos y se dio media vuelta, dándole la espalda.

—Primito… Todas somos sus amigas, y vamos a ir. Hicimos una colecta, y me dijeron a mí que consiguiera al muchacho que se desvistiera. A muchas les pareces guapo, y me dijeron que te convenciera. El dinero es para ti si vas, sólo tienes que ponerte un traje y quitártelo frente a ella bailándole un poco—le dijo. Lo abrazó por la espalda y posó su cabeza apoyándola en su espalda. —Vamos, di que sí…—dijo en un tono infantil.

—¿Cuándo es?—preguntó desganado.

—Esta noche, a las ocho nos vamos. El show es a las diez. Y nos vendremos mañana al mediodía—le explicó.

—¿Así que estaré en una casa llena de chicas lindas en pijama?—le dijo con intenciones de librarse.

—No. También estará allí su primo, tú te quedarás toda la noche con él—se separó y lo rodeó para verlo a la cara. —Di que sí—dijo y lo vio con ojos de cachorrito.

—…—la observó unos segundos, pensando. —No te puedo dejar sola, no sé qué clase de mañas pueda tener el primo de tu amiguita, pero no quiero ir—dijo. Cerró los ojos y suspiró con pesadez. —Iré…

Con una gran sonrisa victoriosa, la castaña demostró su alegría. De su pequeño bolso sacó unos cuantos billetes amarrados con una pequeña liga. Extendió el brazo y se los entregó.

—Ten…—dijo dándole el efectivo. —La temática es “futbol”—le dijo con una sonrisa.

—¿Tengo que ir vestido con mi uniforme de los castores?—preguntó arqueando una ceja.

—Puedes ponerte cualquier ropa, pero a las diez debes estar ya vestido como futbolista.

—Están locas todas—le dijo, ella rio.

—Sólo un poco. ¿O qué? ¿Acaso ustedes no hicieron lo mismo cuando le ganaron a los halcones en la final?

—Eso es diferente—se defendió.

—No es cierto.

—Claro que sí. Yo no te pedí que fueras y te desvistieras frente a mis amigos.

—Pero David sí se lo pidió a su prima. Y ustedes ni se quejaron—dijo. Como era de esperarse, ella ganó la discusión. —Iré a buscar lo que necesitaré—dijo y comenzó a caminar para dirigirse a su casa. —Pasa por mí a las siete treinta.

—Espera—dijo y ella volteó a verlo. —¿Dónde será su mentada pijamada?—preguntó sin mucho interés.

—Ah, cierto, lo olvidaba—. Sacó de su bolsa una libretita y una pluma, empezó a escribir. Arrancó la hoja de papel y se la entregó. —Adiós, primo—se despidió y se fue.

Alejandro suspiró pesadamente. Su único consuelo es que estará solo con varias chicas, las cuales tenían su edad, si acaso sólo con diferencia de uno o dos años. Vio el pequeño papelito, quería darse una idea de en qué clase de lugar estaría. Se llevó una gran sorpresa al ver lo que estaba escrito. Lo leía una y otra vez, pero era donde creía.

—“Es en la casa de…”—pensaba sin darle crédito a sus ojos. —“Pero si el cumpleaños es de él…”—se sentó y pasó su mano por toda la extensión de su rostro. —“Pero tiene una prima…”—intentó convencerse. —“Pero se ve que está loca…”—su mente lo atormentaba un poco. —“Maldita sea, ¿cómo espera que haga esto con él en esa casa…?”.

 

 

***

—¡¡¡QUE TÚ ¿¿¿QUÉ???!!!—gritó un rubio.

—No me grites, me dejarás sorda—decía mientras se destapaba ambas orejas.

—No traerás ningún striper a esta casa—le dijo en tono autoritario.

—Matt, hoy cumplo dieciocho años—dijo y se cruzó de brazos. —Ya no soy una niña.

—Pero lo pareces—suspiró hondo. —No me perdonaría si algo te llegase a pasar estando bajo mi cuidado.

—Mi primo de quince me quiere cuidar, estando yo ya en este día siendo mayor de edad—dijo riéndose, pero el menor no cambiaba su expresión. —Si quieres puedes estar vigilándolo—sugirió.

—¿Yo, viendo cómo se desviste un hombre? ¿Y frente a tus amigas?

—Las luces estarán apagadas, únicamente se iluminará el salón. Tú puedes estar arriba de las escaleras, nadie te verá, todo estará oscuro.

—Está bien—dijo resignado.

—Y Raquel dijo que vendría—le avisó.

—Un momento, ¿la invitaste?

—Sí, es mi amiga, y TU NOVIA—recalcó las últimas palabras. —¿O qué? ¿Ya no la quieres? ¿Ya descubriste tu verdadera orientación?—dijo lo último con un toque de picardía.

—N-no, t-todavía no—se puso nervioso de nuevo.

—Bien, iré a alistarme y ponerme mi pijama para recibir a las chicas—dijo y salió de la habitación del rubio.

—“Sólo quiero saber qué se siente tener sexo con McGrath, nada más…”—volvió a decirse al sentir una calidez en su pecho.

 

 

***

—¡Alison!

—¡Mónica!

Exclamaron ambas chicas al verse de nuevo. Se abrazaron y permanecieron así durante varios segundos. El pelinegro sólo las veía con los brazos cruzados, con algo de fastidio. Rodó los ojos al ver a todas las chicas que estaban ahí, todas vestían pijamas algo atrevidas, algunas sólo tenían una especie de brasier con una telita delgada que caía hasta la cadera, ocultando sin mucho éxito sus bragas.

—Puedes cambiarte en aquel cuarto—señaló uno que estaba justo en frente, debajo de las escaleras. —Mi primo está en su habitación—le avisó al chico.

—Iré allá, sirve que así me evito una sordera—dijo y empezó a dirigirse a la habitación del muchacho.

Al llegar, tocó la puerta. Sí, también era hombre y sabía qué clase de cosas podría hacer un muchacho, solo en su habitación, tras ver muchas chicas lindas en pijamas en su casa. Escuchó un “adelante”, así que entró.

—No sabía que tu prima cumplía años el mismo día que tú—dijo entrando. El rubio, que estaba recostado en su cama viendo fijamente al techo pensativo, al reconocer la voz se incorporó inmediatamente.

—¿Qué haces aquí, McGrath?—preguntó sorprendido por las horas.

—Mi prima la loca me obligó a venir. Quiere que le dé un arrimón a tu prima—dijo lo último con intenciones de provocarlo.

—¿Trabajas de striper?—preguntó.

—No, pero la loca de Moni me obligó—dijo y se recostó en la cama, a su lado. —Las mujeres son unas manipuladoras…

—Ni que lo digas—dijo y se acomodó mejor, dejando una prudente distancia entre ellos.

—¿Puedo cambiarme aquí?

—¿Cambiarte?—preguntó volteando a verlo con confusión. Él traía puesto unos jeans de mezclilla, tenis negros, y una playera negra.

—Sí, estas chicas están locas—dijo y suspiró.

—Claro, ahí está el baño—dijo señalándolo.

El pelinegro entró, llevando consigo una mochila que el rubio apenas se había percatado que la portaba. Cuando salió, traía su uniforme de su equipo de futbol, de aquel entonces que pertenecía a los castores. Consistía en un conjunto de short y playera, con colores combinados de azul rey y amarillo dorado.

—¿Por qué el uniforme?—preguntó arqueando una ceja.

Lo vio detenidamente de pies a cabeza. Su cuerpo se remarcaba con la playera que le quedaba levemente ajustada, dejando ver su torso bien trabajado sobre la tela.

—Por no se cuánta vez en este día, estas chicas están locas—dijo y suspiró. —¿Me pasas la clave del Internet?—preguntó.

—¿Eh? Sí claro, dame tu celular—pidió.

—Mientras puedo ver por la ventana del pasillo, ¿o te molesta?—preguntó.

—Adelante—dijo tomando el aparato.

El pelinegro salió del cuarto, así el rubio pudo comenzar a observar las cosas que tenía en ese celular. Una gran curiosidad lo invadió, así que abrió la galería, quería ver sus imágenes. Casi todas eran de él cuando asistió a distintos partidos de futbol, ya sean sólo de espectador o como jugador, aparte de algunas en las que aparecía en estadios profesionales. Casi en ninguna aparecía con chicas, sólo con amigos. En las que estaba acompañado por mujeres adolescentes demostraba más una familiaridad que un noviazgo, así que supuso que eran sus primas. Al escuchar pasos acercarse, inmediatamente buscó la configuración del WIFI y escribió la clave en la red de su casa.

—Ya—dijo entregándoselo.

—Su jardín es muy grande—dijo y se sentó en la orilla de la cama. —¿Y tú has cruzado ese laberinto?

—Sí, de hecho yo fui quien escogió el diseño y los pasajes. Lo que quería era un lugar a dónde ir y que no me encontraran fácilmente…—dijo con un poco de pesadez.

—¿Por?

—Desde que mi abuelo falleció en esta casa no hubo más que problemas. Mis padres se la pasaban gritando todo el tiempo. Me desesperé, estaba harto de eso. Le pedí a Domovoi que consiguiera a alguien que pudiera hacer un laberinto de ese tipo, no uno de concreto, siempre me habían fascinado los hechos con ese tipo de árboles. Cuando estuvo listo, me iba ahí siempre, al centro. Hasta que mis padres comenzaron a alejarse más; papá se hizo cargo de la compañía, ahora ni sale de ahí; y mamá se la pasa siempre de viaje—habló con un poco de nostalgia.

—Wow… Siempre creí que eras un niño mimado—dijo en susurro.

—Y yo siempre creí que eras un idiota, y eres casi un nerd—dijo con un poco de burla.

—Ni tanto—dijo. Colocó sus brazos detrás de su cabeza, y se recostó, quedando encima del abdomen del rubio.

—Oye, ¡quítate! Pesas—decía entre leves risas.

—No me quito. No me quito. Y no me quito—dijo riéndose.

—¿Tu prima es linda?—preguntó de repente.

—¿Más que la pelirroja falsa de tu novia? Sí—dijo, el otro rio ante el comentario.

—¿Me la presentas?

—No.

—Hmph Idiota—le dijo.

El pelinegro volteó a ver al de ojos azules, permanecieron mirándose unos cuantos segundos, ignorando el escándalo que probablemente hacían allá abajo. Un tenue rubor se notaba en las mejillas de Matthew, pero en Alejandro era más imperceptible puesto que su tono de piel no era tan blanca como la del rubio.

—Dyrdek—le llamó en voz baja.

—¿Qué?—preguntó con el mismo tono de voz.

—¿Por qué tuviste que besarme en aquella ocasión?—se acomodó mejor, sentándose en la orilla del colchón pero con una parte de su cuerpo girada para apreciarlo mejor. Colocó su mano a un lado de la almohada sobre la que estaba el chico y se acercó más a su rostro—. ¿Eh, por qué?—susurró.

—P-porque—titubeó con nerviosismo por la cercanía de quince centímetros de sus rostros—. P-porque t-tu no dejabas de insultarme y y-yo…—no podía hablar coherentemente—. L-lo s-siento…

—Yo no me refería a lo que pasó en la biblioteca…—se acercó a su oído, para susurrarle otra cosa—: ¿Por qué tenías que besarme en el kínder, eh?

El rubio estaba completamente sonrojado, incluso sus orejas estaban teñidas en un color carmín. En cambio, el pelinegro parecía no inmutarse por nada.

—¿En el kínder?—preguntó extrañado.

—Sé que eras tú…—, al sentir su respiración en su oreja se estremeció todo su cuerpo.

—¿Y-yo?—preguntó con nerviosismo.

—Sí, tú…—le mordió suavemente el lóbulo de la oreja, sacándole un gemido inaudible—. ¿O qué? ¿Me estás llamando mentiroso? Fue un niño rubio de ojos azules… como tú…

—P-pero hay muchas personas así—quería alejarlo antes de cometer una locura; o peor aún, que los descubran en una posición tan comprometedora.

—Entonces déjame comprobarlo…—le susurró ¿sensualmente?

—¿C-cómo?—preguntó nervioso.

—Pues…—se acercó más a su rostro, con intenciones de besarlo. Sin embargo, un molesto sonido proveniente de la mesita de noche, era su teléfono, el cual lo había colocado ahí cuando regresó del pasillo—. “Maldita sea…”—pensó. De mala gana se alejó, tomó el celular y se recargó en la puerta para contestar, aliviando a Matthew—. McGrath—dijo.

—*Hola, hijo. ¿Se puede saber dónde estás? Tu abuelo vino a visitarnos—se escuchaba una voz femenina al otro lado de la línea.

—¿Eh? Moni quería que la acompañara a una pijamada porque mi tío no quería que fuera sola. Yo estoy aquí con ella, es en la casa de un amigo de la escuela, con mayor razón no la dejo aquí, vigilo a ambos.

—*Bueno, entonces que se la pasen bien. Cuida a tu prima, cariño. Chao—se despidió y colgó.

El de cabellera azabache suspiró frustrado. Se sentó en el suelo, recargándose en la base de la cama. El rubio, por el contrario, no podía resistir más; esa cercanía, esa mirada, esos labios… esos labios que un día probó y desde entonces no ha logrado olvidar, ni mucho menos ignorar el deseo de volver a saborearlos. Matthew se acomodó en la cama, quedando detrás de Alejandro, se acercó lo más que pudo, y se pasó por encima, quedando de cabeza a su vista. Unió sus labios, aunque la posición era un tanto incómoda, por lo que inmediatamente se separó. Se volvió a sentar en la cama, pero recargándose en la pared, cerró los ojos y se dispuso a descansar un poco.

Sin embargo, cierto muchacho de ojos de un color oscuro se acercó y lo volvió a besar, pero de una manera un tanto salvaje, introduciendo su lengua en su cavidad bucal.

—“¿Pero qué…?”—fue lo único que pudo pensar al sentir los labios de ese chico contra los suyos, masajeándolos bruscamente.

Al separarse, el pelinegro lo vio fijamente a los ojos, con su acostumbrado ceño fruncido y mirada seductora.

—Sí eras tú—le dijo. Se iba a poner de pie, pero el rubio lo tomó del brazo.

—Espera—pidió—. Tengo una cuenta pendiente—sonrió con malicia.

De un solo movimiento, logró hacer que quedara contra la pared. Estiró hacia un lado el cuello de la playera azul que llevaba, y se acercó a su piel, para comenzar a succionarla. Quería dejarle un chupetón, al igual que él lo hizo y le dio ciertos problemitas ocultar.  Se separó, y pudo observar la marca hecha.

—Estamos a mano—dijo con una sonrisa triunfal. Cuando se iba a levantar, el otro lo empujó sin cuidado alguno al colchón, y se colocó sobre él.

—Yo no juego para estar a mano, juego para ganar—dijo.

Hizo lo mismo que él, a diferencia de que esta vez utilizó sus dientes. Lo mordía a la vez que succionaba. De esta manera la marca duraría más tiempo. La sangre empezó a hacer presencia, por lo que él creyó que era suficiente. Matt tenía sus ojos cerrados, apretándolos con fuerza debido al pequeño dolor que le produjo lo de hace unos segundos.

—No intentes vengarte, yo siempre puedo llegar a hacer algo peor—le advirtió con una sonrisa. Se alejó de él, se sentó recargándose en la puerta.

Empezó a revisar su teléfono, parecía como si nada de eso hubiera ocurrido. Sonreía y reía al ver distintas publicaciones y fotos.

—Max…—susurró.

—¿Sí, Dyrdek?—preguntó dirigiendo su atención al chico.

—Te pasaste—dijo y se dirigió al baño.

—Está bien, si quieres cóbratela—se descubrió el cuello—. No me vengaré, palabra.

—No, olvídalo—dijo y entró, pero a los segundos volvió a salir—. Tomaré una ducha—avisó y tomó ropa limpia.

Volvió a entrar, pero esta vez cerró con seguro. Se despojó de todas sus prendas y entró bajo la regadera. Cerró la puerta de vidrio y abrió la llave del agua. Tenía una erección que desde hace rato le causaba incomodidad. El agua fría caía por su cuerpo, pero eso no lograba bajar su temperatura corporal. Con resignación fue deslizando su mano por su abdomen, bajando lentamente; entrelazó sus dedos en su vello púbico, acariciándolo; luego tomó ese pedazo de carne entre sus manos, y empezó a frotarlo. Primero lo hizo lento, torturándose; luego aumentó la velocidad, siéndole imposible retener unos cuantos suspiros y uno que otro gemido.

—Ahhh—gemía lo más bajo que podía.

Una idea pasó por su mente, y no la quería desaprovechar. Sabía que no podría tocarse en su cama esa noche, no con Alejandro ahí, tendría que esperarse hasta el día siguiente. Además… él fue quien lo provocó, ¿no? Con sus besos apasionados, de esos que ninguna chica le había podido dar antes.

—Ahh, McGrath, mmgghh—gemía el nombre del chico. La razón: “sólo quiere saber qué se siente tener sexo con él”. Imaginaba que era Alejandro quien lo tocaba, quien le brindaba esas caricias tan exquisitas que lo hacía sentir tan bien.

Movió su mano más rápido, el líquido pre-seminal se estaba haciendo presente, pero era llevado por el agua que seguía cayendo sobre él. El clímax estaba cerca, su mente sólo estaba en blanco, no podía pensar en nada más. Sus mejillas estaban en un rojo intenso, sus ojos levemente cerrados, su cuerpo contrayéndose por el enorme placer que sentía. De pronto una corriente eléctrica recorrió toda su columna vertebral, su espalda se arqueó a la vez que los chorros de semen eran expulsados, manchando su mano y el azulejo de la pared.

Luego de reponerse de eso, se duchó y se vistió con un pantalón de mezclilla y una camisa. Salió y vio al otro chico con su celular en la mano, como siempre… Se sentó en la orilla de la cama y se empezó a poner los calcetines, ya se había secado muy bien.

—¿Estás molesto?—le preguntó.

—No, aunque eres un maldito vampiro—le dijo riéndose. El otro también lo hizo, por lo menos no se había enojado. Espera, ¿acaso le importaba si se enojaba o no? Por supuesto que no, no le importaba. Lo que sucedía únicamente era que no quería que hablara mucho como siempre lo hace, ¿o no?

—Lo siento—se disculpó.

—No pasa nada… Ya veré qué le digo a Raquel—dijo, el otro contenía la risa, pero no pudo evitarlo por mucho tiempo, la carcajada sonora resonó en aquella habitación.

—Dile que fuiste al acuario y que una piraña saltó de su estanque, que te cayó y te lo hizo—, el otro se rio de eso.

—Oye, no es tan boba—le dijo. Ambos se miraron seriamente, pero después volvieron a reír al unísono—. Okey, sí lo es… y mucho…

—Por favor, ¡se creyó lo del asalto!

—Pude haber dicho algo más estúpido…—se defendió.

—¿Ah, sí? ¿Cómo qué?—dudó.

—Pues… Ah, ya sé. Que mientras Margaret limpiaba la alfombra, la aspiradora se volvió loca y salió volando, y el tubo se me pegó en la piel y así me quedó tan marcada—le dijo.

—Se lo hubiera creído—le dijo con una sonrisa. El rubio también sonreía; sí, Raquel era su novia, y se supone que debería defenderla, pero ¿quién no se burlaría de su ingenuidad?

—Como sea—su sonrisa se fue borrando poco a poco de una manera lenta—. Está allá abajo, con Alison—suspiró con pesadez.

—No la quieres, ¿o sí?—preguntó de repente, sorprendiendo al rubio por su pregunta, ¿tan obvio era?

—No sé—respondió sin interés.

Un silencio incómodo se hizo presente, pero ninguno se animaba a romperlo. Matthew estaba absorto en sus pensamientos y dudas; y Max no sabía qué decirle, si aconsejarlo diciéndole que terminara con ella para evitarse un problema con ella y con todas sus amigas gritonas y escandalosas (por la regla de que, si te metes con una, te metes con todas), o quedarse callado.

—Oye…—no pudo terminar de hablar, un sonido proveniente de su cel lo hizo entrar en razón—. Hablamos al rato, ¿va?—dijo poniéndose de pie.

El rubio levantó la mirada, y al ver que intentaba salir por la puerta se puso de pie.

—Espera, ¿a dónde vas?

—Pues a darle un arrimón a tu prima—le dijo con una sonrisa.

—Donde me entere que te atreviste a sobrepasarte te juro que…

—Tranquilo—lo interrumpió—. Sólo jugaba. Pero por lo menos quitaste ya esa cara larga—le dijo sonriendo, se volteó y comenzó a caminar por los pasillos.

Llegó a la escalera, pero se quedó ahí arriba viendo a las chicas jugando “pelea de almohadas”. Aún faltaban cinco minutos, así que se recargó en el pasamanos de madera. Estaba arriba, al centro, en el pasillito (por decir así) que había entre el último escalón de una escalera a la otra, ya que éstas estaban una a cada costado del salón. Se recargó, suspirando con un poco de frustración; eran chicas lindas, todas, pero ¿realmente haría algo tan humillante como eso?

—Más te vale no decir ni una sola palabra sobre esto, ¿está claro?—amenazó al chico tan sólo llegó a su lado.

—No le diré a nadie, siempre y cuando no te sobrepases con Alison—ambos se vieron, y sonrieron de medio lado, como sabiendo lo que pensaba el otro.

—Bien, ya es hora—dijo con pesadez al ver que las chicas hicieron que la rubia se sentara en una silla al centro de todo ese gran salón.

Bajó por las escaleras, dejando solo al de ojos azules. Como era de esperarse, bailó muy cerca de su prima, además de quitarse la camisa, dejando a la vista su bien trabajado torso, con esos pectorales y músculos bien tornados. Pasó lo que creía que pasaría, sólo que hubo cierto sobrepaso; lo que le sorprendió era que, no fue McGrath quien se atrevió a tocarle algo a una chica, sino al revés: las chicas le daban una que otra nalgada.

—“Estas chicas están locas”—pensó al ver su atrevimiento.

Siguió observando, todas empezaron una conga, siendo la de cabello rubio cenizo la primera, y el único muchacho ahí abajo el segundo; luego Margaret llegó al salón con una bolsa grande para basura llena de globos, de esos alargados. Todas tomaron uno y siguieron con su baile. Matt sonreía al ver eso, aunque no dejaba de ver uno que otro atrevimiento con el pelinegro por parte de esas muchachas. Una pelirroja falsa subió las escaleras, topándose con el rubio.

—Hola, bebé, ¿qué haces aquí?—le preguntó.

—Vigilando a McGrath, no quería que les hiciera algo—dijo.

Volteó a ver a la chica. ¡Dios, sí que era hermosa! Y se veía tan sexy con esa pijama algo atrevida, con ese brasier con una telita que caía y tapaba su cuerpo, con esas bragas que se asomaban por debajo de la tela, ya que esta llegaba sólo hasta la cadera… Pero, ¿por qué demonios no le sorprendía ni nada? Si hace unos dos meses sería capaz de desvestirla ahí mismo y tener el mejor sexo de su vida. ¿Acaso será porque desde hace varias semanas llegó cierto muchacho que no ha salido de sus pensamientos desde entonces? Se negaba rotundamente ante esa posibilidad.

—Bebé, quería darte tu regalo de cumpleaños. Pero aquí no, hay mucho ruido. ¿Por qué no vamos a tu habitación?—sugirió.

—¿Eh? Ah, sí, claro—respondió. Volteó a ver por última vez al de cabellera azabache y después guio a la chica a su habitación.

Una vez ahí, se sentó en la orilla de la cama y suspiró con pesadez. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Dónde estaban sus instintos masculinos? Cerró los ojos e intentó relajarse un poco, necesitaba despejar su mente y acomodar sus ideas en su cabeza.

Se sorprendió mucho al sentir unos labios besarle y unas manos rodearle por el cuello, así que abrió sus ojos y pudo ver a su novia haciendo eso. Ahora entendía cuál era ese regalito que le iba a dar, y claro que no lo desaprovecharía…

Los besos apasionados y las caricias se hicieron presentes, llevaban ya varios minutos así. Matthew se despojó de su playera celeste y siguió con su trabajo. No sabía cómo pero tenía a la chica abajo suyo en la cama, con las piernas separadas y con un rostro lleno de lascivia.

—Hazme tuya—le dijo seductoramente.

El rubio sonrió, estaba a punto de perder la virginidad, con su novia, la capitana de porristas, la chica más linda de toda la escuela, la chica con los más grandes atributos; en su cumpleaños, en un momento tan excitante en el que los podrían descubrir en una posición tan comprometedora, con un montón de personas en el piso de abajo y que si a alguien se le ocurría subir podría escuchar los sonidos que harían…

Entonces… ¿por qué no se sentía como lo creyó, al borde de la desesperación por tanta excitación? Ni siquiera una erección tenía con la imagen de ella, ¿por qué? Su mente estaba hundida en un sinfín de dudas, pero al cabo de unos segundos supo lo que le ocurría. Antes por lo menos se sentía demasiado feliz estando acompañado de ella, y ahora eran sensaciones de indiferencia, y claro que sabía por qué, a pesar de que le costó mucho trabajo aceptarlo.

“En realidad estoy enamorado de McGrath…”—pensó.

Subió el zíper de su pantalón de mezclilla y se lo cerró con el botón. La chica, por el contrario, lo miraba confundida.

—¿Qué pasa, bebé?

—Raquel, quiero terminar contigo—le dijo con el mayor tacto posible.

—¿Qué? ¿Pero por qué? ¿Acaso hay alguien más?—preguntó desesperada y con un tono de niña odiosa.

—Sí. Y creo que lo mejor es que lo nuestro acabe antes de que alguien salga herido—le dijo con voz serena—. Has sido una gran novia, pasaste conmigo aquellos momentos más importantes de mi vida, como cuando me nombraron capitán del equipo de fut…

—¿Quién es ella?—lo interrumpió—. ¿Quién fue esa persona que me quitó tu cariño?

—Pues…—no quería decirle. O más bien no podía. ¿Qué pensarían de él, el gran Matthew Dyrdek, si se enteraran de que le gusta un hombre, y no cualquier hombre, sino Alejandro McGrath, excapitán de los castores y ex rival suyo? No podía arruinar su reputación con ello.

—¡¿Cuál es su nombre?!—le gritó molesta.

—Alejan…dra—iba a decirlo, pero se corrigió.

—Dime, ¿qué tenga ella que no tenga yo?—su frustración se hacía presente y más que notoria. Tanto tiempo siendo la novia del muchacho más guapo, ¿y todo para qué?, ¿para que llegara otra chica y se lo quitara de las manos? No, no lo iba a permitir.

—Pues… es… increíble. Tiene unos lindos ojos negros que me vuelven loco y cabello… corto… Y su mirada es…—empezó a describir a Alejandro como si fuera una chica para no levantar sospechas, pero entre más hablaba una sonrisita se formaba en sus labios.

—…—no dijo nada, actuó: le propinó una fuerte cachetada en el rostro.

Salió de la habitación llorando, pero el rubio no la siguió, sólo se quedó ahí, pensando en que fue lo más correcto para evitar lastimarla. Domovoi entró a su habitación.

—¿Todo está bien, joven Matthew? Su novia salió llorando—preguntó cordialmente, como tenía que hacerlo por ser su mayordomo.

—Sí, Dom, sólo que… ya no es mi novia. Corté con ella—dijo y sonrió un poco—. Este cumpleaños va de bien a mejor—rio, y el mayordomo se permitió sonreír, la verdad es que tampoco le agradaba mucho la niña—. ¿Qué necesitabas?—le preguntó sin quitar su sonrisa.

—Un abogado llamó, quería hablar con su padre pero él aún no regresa de su viaje de negocios, así que quería preguntarle si usted quisiera recibir la llamada y después informarle al señor Dyrdek sobre el asunto—le dijo. El menor extendió el brazo y así el hombre le pudo entregar el teléfono de la casa.

—Gracias, yo lo atiendo, Dom—le dijo con una sonrisa.

—Bien, con su permiso—dijo y salió.

Matt se quedó ahí, suspiró hondo y se dispuso a contestar.

—Habla Matthew Dyrdek, ¿en qué puedo servirle?

 

***

Todo estaba saliendo bien, la pijamada era muy divertida, todas estaban bailando muy a gusto. Hasta que vieron a su amiga bajando de las escaleras, llorando desconsoladamente. Llegó a donde estaban todas (junto con Max) reunidas y se abrazó a Alison.

—Tú primo es un idiota—dijo sin dejar de llorar. Alejandro se sentía desorientado, era raro ver cómo las mujeres se desahogaban y cómo se consolaban mutuamente.

—¿Qué te hizo?—le preguntó.

—Terminó conmigo—dijo entre sollozos.

—Creo que ya deberías subir, primo—le susurró al oído al pelinegro.

—¿Eh? Sí—dijo y comenzó a dirigirse a la habitación del rubio a paso lento, logrando escuchar un último intercambio de diálogos: “¿Pero por qué? Si se veían muy felices juntos”, “Sí, pero dijo que estaba enamorado de otra persona”.

 

***

Alejandro se dirigió a la habitación de Matt, pero al llegar no lo encontró por ningún lado. No estaba en el baño, ni en su cama. Se puso a pensar un poco, así a su mente llegó una idea. Salió al pasillo y se asomó por la ventana, y pudo ver algo que había al centro del laberinto, supuso que era él a pesar de que no se distinguía mucho.

Al ver al mayordomo le preguntó cómo llegar al jardín y hacia allá fue. Entró al laberinto, giró a la derecha y luego a la izquierda, luego otra vez a la izquierda, y siguió de frente; pero llegó a un pasadizo sin salida.

—Hmp Maldita sea, ¿por dónde era?—dijo.

Se quedó unos segundos ahí, intentando hacer memoria para recordar. Y en el caso de que no pudiera hacerlo, regresaría por donde llegó. Pensó y pensó hasta que se desesperó. Suspiró hondo e intentó tranquilizarse. Sin embargo, Matt llegó a donde estaba él.

—¿Qué haces aquí?—le preguntó. Su voz se escuchaba apagada y cansada.

—Venía a hablar contigo…—dijo, pero claro que notó el cambio en su manera de hablar. Además, él le había dicho que, de niño, iba a ese lugar en caso de que algo saliera mal u ocurriera un problema, entonces ¿qué habrá pasado como para que ahora esté ahí?

—Déjame adivinar: viniste intentando encontrarme y ahora estás perdido—dijo y sonrió de medio lado, pero aun así se observaba un poco de tristeza en su mirada.

—No me  perdí, sólo que me equivoqué de camino y ya—dijo y volteó hacia otro lado.

—Como sea, sígueme—dijo y comenzó a caminar.

Avanzaron varias veces girando a la derecha y otras a la izquierda, hasta que por fin llegaron al centro. Ahí había un pasto suave y corto, por lo que el rubio se recostó en él y colocó sus brazos detrás de su cabeza. Max lo imitó, quedando acostado a su lado derecho.

—Así que… ¿terminaste con esa tipa?

—Sí…—dijo con voz apagada.

—No estás así por ella, ¿verdad?—preguntó viéndolo.

—No…—suspiró.

—¿Entonces?

—No sé si deba decírtelo…

—Oye, vamos, no le diré a nadie…

—Está bien… pero con una condición.

—Dime.

—¿Por qué ese afán en besarme y morderme?—preguntó y volteó a verlo, quedando hipnotizado al ver sus ojos toparse con los suyos.

—No lo sé—dio un suspiro, volteó a ver el estrellado cielo y sonrió de medio lado—. Tú sabes perfectamente que los hombres también tenemos “necesidades” qué saciar. Y que podemos llegar a hacerlo con la primera persona que se nos cruce con tal de liberarlas…

—¿Me crees prostituta o qué?

—No. Pero tienes que admitir que lo que digo es verdad…

—Está bien, te creeré…—dijo con un poco de decepción.

—Ahora te toca hablar a ti.

—De acuerdo, te diré… Mi padre, al parecer, citó a un abogado en su oficina hace unas semanas, pero le dio el teléfono de la casa y hace un rato llamó porque quería hablar con él acerca de… un asunto importante…

—¿Qué asunto?

—Al parecer, ya están listas las hojas del divorcio, sólo falta firmarlas… Mis padres no me dijeron que se iban a separar…—dijo y volteó a ver hacia el lado opuesto—. Será raro todo esto. Para empezar, casi ni los veo, y ahora probablemente no veré a ninguno…

—¿Y tú cómo te sientes?

—Mis padres se van a divorciar, ¿cómo esperas que esté?

—Oye… tranquilo, ¿sí?—se acercó un poco, se acomodó de lado y apoyó su cabeza en su mano izquierda, viéndolo perfectamente. El rubio lo imitó, quedando simétricamente.

—Es que… no sé si pueda aguantar. Para empezar me hizo mal que no me dijeran nada…

—Oye, cálmate… Mira, sé que me he comportado como un idiota contigo, te he insultado, te he lastimado, te causé problemas con tu novia… Bueno, el punto es que he hecho muchas cosas malas contigo—suspiró y continuó—: Pero, aunque fuimos rivales… ahora te considero como uno de mis amigos—el rubio se mordió la lengua para evitar esbozar una sonrisa—. Y… puedes contar conmigo para lo que necesites—dijo sinceramente.

Alejandro se acomodó mejor, y colocó su codo derecho sobre el pasto, y Matt sólo se le quedó viendo, pero luego lo entendió. Se acomodó para que también su codo derecho estuviera de esa manera y juntaron sus manos, apretaron con fuerza, como si estuviesen jugando venciditas, se vieron a los ojos.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea…—repitió el pelinegro.

Ambos se sonrieron sin despegar la vista de sus ojos…

Notas finales:

-Matt por fin se dio cuenta de su amor hacia Alejandro, pero ¿algún día éste le corresponderá?

-¿Acaso Max sólo besa a Matt para saciar sus instintos? ¿O hay algo detrás de todo eso?

-(Aunque a nadie le importa) ¿Por qué se divorciarán los padres de Matt?

-¿Por qué Alejandro dijo que Matt lo había besado en el kínder?

-¿Por qué Max contesta a todo “eso no es de tu incumbencia”? ¿Y por qué reacciona tan impulsivamente agresivo cuando lo llaman Alex?

Dudas y más dudas… Nos vemos pron… Mejor ya no prometo actualizar en poco tiempo porque luego no cumplo y me quieren matar.


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