Su mirada esmeralda decía tantas cosas y a la vez ninguna. ¿Le amaba? ¿o no? ¿y si acaso lo de ayer fue un sueño absurdo? Midorima Shintarô no era precisamente el hombre más cariñoso del planeta… pero sus castos besos y su ligero rubor en las mejillas le convencían de aquello.
Kuroko Tetsuya estaba confundido, su corazón daba vueltas y todo por aquel muchacho de verde cabellera. ¿Cómo pudo hechizarlo de esa manera? No lo sabía, o quizás nunca quiso averiguarlo… pero ¡Santo Cielo! Eran tantas cosas, y a la vez ninguna… solo sabía que nada volvería a ser como antes, que sin importar el camino que tomen sus sentimientos, estos no desaparecerían. Tenía que decírselo, confirmar que lo de ayer fue verdadero y no un juego provocado por sus hormonas adolescentes.
—Midorima-kun ¿estás libre esta tarde? —susurraba el peli celeste de un lado de la línea telefónica.
—Kuroko… sí —sonaba neutral, aunque estaba confundido ante esa llamada nada común.
—Creo que tenemos que hablar, ¿te parece bien que nos veamos en la cafetería de la calle 49?
—Vale, ¿a las 16:00?
—Está bien. Hasta entonces —la llamada terminó y nadie dejo ver algo de su corazón.
Midorima conocía muy bien el comportamiento de Kuroko, no por nada fueron compañeros de equipo un par de años, sabía que no se andaba con rodeos, y que si algo no le gustaba simplemente lo rechazaba… aunque también sabía que era un amigo muy amable ¿y si ayer no se alejó por la segunda razón? ¿y si hoy viene a reclamárselo? Sería doloroso, sí… porque desde hace tiempo le dedica los latidos de su corazón, en secreto, esperando que algún día su peli celeste pueda corresponder con los suyos. ¡Pero eso era imposible! ¿no es así?
Kuroko por su parte, se debatía entre que ropa vestir. No sabía por qué, pero quería lucir un poco mejor que de costumbre. Se sonrojó ante la idea que ocupaba su mente, se sentía estúpido… pero, a decir verdad, en secreto esperaba que lo de ayer se repitiera, y por qué no, que continuara… para siempre. Pero, ¿y si solo fue algo pasajero? No podía culparlo de todos modos, no a él. Sin importar nada, ya le había hecho feliz… eso era lo más valioso que se llevaría de un probable amor no correspondido, ¿no es así?
El reloj de ambos marcaba cinco para las cuatro. Faltaba muy poco para la hora acordada, y a la vez demasiado. Un par de ojos esmeralda se chocaban con unos del color del cielo, bajo un tenue manto que se pintaba paulatinamente de rojo y naranja. Un ligero rubor, un saludo nervioso y unas palabras que no encontraban la salida.
—Es bueno verte, Midorima-kun —apenas regresó a verlo. “Quizás sigue molesto” pensó el más alto, “¿debería intentarlo?” Bajó su mirada.
—Digo lo mismo, Kuroko —evitó cualquier contacto visual. “Lo sabía, está arrepentido”, pensó el menor antes de ingresar a la cafetería con la persona que le había robado el corazón.