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A Time To Be So Small por beautiful demon

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Notas del capitulo:

Bueno he aquí una nueva historia original, perdonen la ausencia tan larga pero es que andaba escasa de ideas. Bueno aquí haciendo el resumen ya se me definió más la idea de lo que voy a hacer con esta historia ^^ espero que no me trabe a mitad del camino como usualmente. Ahora si viene una que no tiene sólo un capítulo jojo. Espero sus comentarios pero de antemano agradezco que se hayan hecho de un tiempo para leer mis ocurrencias tan raras jejeje. Ya saben que cualquier critica es bien recibida ^^. SE cuidan y se portan mal! jeje

Pd: ahorita estan cortitos los cap, no sé desesperen.

Se había enamorado de él en sus sueños.

Sabía que lo conocería antes de tropezar con él y abrir los ojos pensando que seguía en ese sueño en el que un místico ser le observaba intensamente con unos ojos canela tan profundos como la expresión de su rostro.

Pero, si era posible, la realidad le resulto más bella. Lo cual no era muy común para él.

Le siguió mirando analizando la forma de su boca y el espesor de sus pestañas, su nariz fina y los pómulos sobresalientes armonizando su faz tan perfectamente que creía que su visión se había equivocado.

Era mucho más hermoso que en su sueño.

Sus hilados cabellos castaños resplandecían con la leve luz solar de la mañana. Le miro inquisitivo hasta sonreír de lado en una señal de nerviosismo que le pareció divina.

-¿Estas bien?

 No sintió vergüenza alguna al reincorporarse y notar que la gente al pasar le miraba preguntándose como era que había llegado al suelo.

La madrugada no había sido buena para él.

Todavía recordaba su reflejo ante el cristal mirando no el paisaje citadino que se extendía a lo largo del horizonte con edificios tan altos que daban la impresión de haber emergido de la propia tierra como unos árboles de gran tamaño. Sino su rostro de rasgos aquilinos y simétricos que se veía agotado por unas ojeras de tamaño pequeño, sin embargo oscuras y profundas bajo sus ojos que tenían una apariencia desolada.

Había tenido un mal sueño.

Una pesadilla.

Y como siempre trataba de olvidar lo terrible porque después de todo nadie creería que lo que veía mientras dormía se repetía en la realidad tan sólo unos segundos u horas después.

No obstante, esta vez, se le estaba dificultando. Sentía de nuevo esa obligación de hacer algo que calmara su ansiedad por ayudar, pero después de casi veinte años había entendido que le era imposible hacer algo realmente. Por más que tratará, ocurría lo que tenía que ocurrir. Había aprendido a resignarse, en pocas palabras, aún cuando esas imágenes borrosas pero tan vivas quedaran en su mente grabada por días, meses o años. A veces no las podía eliminar de su memoria. Parecía que le condenarían por el resto de su vida.

Sintió un peso monumental sobre sus hombros al ver las nubes grisáceas agitarse en el cielo. Cerró los ojos, de nuevo la sangre y los gritos. Los abrió de golpe respirando hondo con un dolor muy profundo en el pecho.

Miro su chamarra colocada sobre el respaldo de la silla en aquella esquina donde estaba también el escritorio de una madera vieja que desprendía su olor constantemente.

La tomo para salir.

Caminó las calles por un tiempo indefinido ventilando sus pensamientos lo mayormente posible.

El viento frió cortaba impasible. Los rastros de la lluvia en la tarde anterior estaban bajo sus zapatos en el suelo húmedo y lleno de charcos.

Se decidió después de una caminata sin éxito llamar a uno de sus tantos consuelos cuando estaba cerca de su casa por el teléfono público. Al otro lado la voz madura y febril llegando a ser casi seductora sin intención alguna contesto con un “bueno” adormilado.

-Ven. Te necesito.

Y con sólo esas palabras cortas ella llegó en menos de quince minutos tocando persistente a la puerta con el puño.

Tardó en abrir, y cuando lo hizo la mueca de disgusto cambio a ser una mirada preocupada sobre el sueño y el enojo momentáneo. Sus finos rasgos de mujer se enternecieron una vez más junto con esos ojos grandes y negros como dos pozos sin fin; le sonrió con sus carnosos labios similares a los de una manzana roja.

Le acostó en la cama y le beso los labios muy despacio, como si fuera un niño indefenso y virgen. Le acarició el rostro y enredo sus dedos en sus cabellos. Pasó sus manos sobre su piel casi sin tocarla como si tuviera miedo de rasguñarla, besó cada parte de su cuerpo dejando rastro de su labial cobrizo y dejo penetrarse sin ninguna queja o espera de algo a cambio.

Entonces su cabeza pudo despejarse un poco en medio del sudor y los jadeos hasta que todo terminó.

Fue lento, casi adormilado. Pero siempre placentero, falto de sentimientos, con apariencia de hacer el amor con toda la ternura con la que se emprendía en ello. Sin embargo no era más que una farsa. Sexo. Sólo eso. Tan doloroso, y a la vez tan agradable. Vacío. Con un sabor amargo.

Le pidió que se fuera.

Después de una discusión en la que sólo participaba uno, en la que en medio de los gritos de ella se desató la lluvia delgada que cayo hasta el amanecer cuando vio a través de su ventana mientras a unos pasos de su cama el menudo cuerpo de aquella se movía veloz con un gesto furioso en la cara, levantando su ropa esparcida por el cuarto con tanta tensión en sus músculos que casi parecía que la arrancaba del suelo.

Mofaba por lo bajo, molesta.

-No vuelvas a pedirme que venga.

-No lo haré.- contestó él sin dejar de ver la llovizna que comenzaba a extinguirse.

Ella resoplo.

Su bien torneado trasero desfilo enfrente de su compañero en una tanga negra y de encaje. Se planto delante de él, obstaculizándole la vista con su torso desnudo.

-No me ignores.

Por fin sus ojos se habían posado en ella. Pero sus labios se negaron a pronunciar palabra. Ella mantenía su postura altiva, con sus puños cerrados sobre la cadera prominente. Alzó una ceja.

-Lo digo en serio, no me vuelvas a llamar.

-No vuelvas a venir.

Apretó los dientes.

-Carajo ¿Quién te entiende?- comenzó a caminar en la estancia- Si has sido tú el que me pidió que viniera, has sido tú el que empezó con este jueguito de nunca acabar- se puso el sostén- y siempre al final me dices que no duerma contigo. Pero claro, el coge conmigo eso sí ¿no?

-No me gusta dormir acompañado.

-Es siempre lo mismo… ¿que no sabes que si vengo es porque quiero ayudarte?

La mañana comenzaba a esclarecerse. Sería un día nublado.

-Ya sabes cómo es, si vienes es porque quieres. Pero sabes que no te puedes quedar.

-Pues no lo haré- apareció frente a la cama, ya vestida y con los zapatos en su mano.- Y no volveré, así que no me busques más.

Caminó directo a la puerta cerrando con un portazo.

Volteó de nuevo hacia el ventanal de su cuarto sin tomar importancia a la rabieta de la mujer, sintió el frió del cristal en su pecho desnudo y con sus dedos índices se masajeo las sienes.

Le dolía la cabeza. Y eso no había cambiado en ningún momento después de haberse dado una ducha y vestirse bien abrigado para salir con destino a la universidad.

De un momento a otro, mientras caminaba, se había sentido tan mareado que había perdido el equilibrio lo cual trato de conservar al principio pero sintió que se le movía el piso y de pronto todo era negro.

Cuando abrió los ojos le vio a él. El hombre que había invadido su sueño en los últimos días.

Había olvidado su pregunta por lo que cuando la reitero el castaño, le trajo de nuevo al presente.

-Sí.- sonrió afable y casi con cariño dejando sorprendido a su interlocutor.

Le tendió una mano para ayudarlo a levantarse y él la recibió gustoso. Al levantarse por completo todavía sentía el mareo así que respiro profundo guardando la compostura y tratando de tranquilizarse. Un dolor más fuerte en su espalda llamo su atención cuando de nuevo sus ojos se encontraron con aquella mirada tan profunda que te erizaba los vellos de la piel. Pareciera que aquellos ojos no tuvieran pupila, ese punto negro en el centro que invade el ojo, y que el castaño color fuera totalmente inmaculado. Era obvio que lo tenía, pero de repente daba esa impresión que lo único que te provocaban era pensar con una exclamación lo hermosos que eran.

Era, por poco, más bajo que él. Esbelto, de espalda ancha y estrecha cadera. Su cabello castaño era un poco largo, disparejo y le afilaba el rostro.

Le tomo el brazo al sentir que perdía de nuevo el equilibrio.

-Deberías sentarte un rato, se ve que no te sientes muy bien.

-¿Tú crees? – le preguntó enseñando su fila de dientes blancos en una sonrisa que descolocaron al otro un poco. Tenía un aspecto pálido, casi demacrado. Se veía cansado.

-Sí- sonrió de lado.

-Entonces te haré caso, pero no puedo ahora. Gracias por tu ayuda, pocos se pararían a ayudar a alguien en la calle.

-Bueno es que tu apariencia llama la atención- dijo casi sin pensar.

Pero era la verdad. Su altura y su cabello azabache ensortijado en varios mechones llamaban la atención al igual que sus ojos azul cenizo tranquilizadores e impávidos, en ocasiones.

 -Ya veo.

Le extendió la mano.

-Nataniel Vans.

El otro la apretó.

-Abel Devine.

Una sensación que le llego hasta el estómago le descoloco y miro aquellos ojos azules que le miraban casi como si le acariciaran.

-Cuando tengas problemas no dudes en llamarme.-le extendió una tarjeta en la que había escrito rápidamente su número- Me gustaría devolverte el favor.

Caminó alejándose poco a poco sabiendo que Abel le miraba aún con la tarjeta en la mano. No temía no volver a verlo. Sabía que lo haría. Sus sueños se lo habían dicho.


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