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DIRECTO AL CORAZON por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Bueno, rapidito porque me dejaron sus mensajitos y las adoro por eso. Gracias por leer y espero disfruten el nuevo capitulo.

32- Es de ganar o perder

 

—Soshi san —gritó Shinoda, llamando a su enfermero, mientras caminaba precariamente sostenido de su bastón, hacia el riachuelo. —Maldita sea ¿por qué siempre tienes que hacer las cosas difíciles?

 

Hiroki estaba en medio del agua. Con una mano protegía su vientre y con la otra frotaba su trasero, donde se había aporreado al caer. Estaba entre fascinado y curioso, al ver al hombre que se acercaba hasta él, con evidente enfado y preocupación.

 

—Tú…tú estabas… dormido. — le dijo impresionado. Shinoda estaba frente a él, había dejado el bastón en la orilla del rio y había caminado hasta él, arrodillándose a su lado. Su cabello, bajo las luces de la noche, lucia más rubio y sedoso y sus ojos, aquellos grandes y verdes ojos que lo miraban con… amor, eran aún más deslumbrantes de lo que los había imaginado.

 

—Tú me despertaste. —le dijo Shinoda, tomando su mano para ayudarlo a ponerse de pie.

 

Hiroki estaba hipnotizado, aquel hombre era perfecto. Tan alto como no había imaginado que fuera, su figura aunque esbelta, denotaba fortaleza. Su rostro era apuesto y seductor, parecía en realidad como un príncipe salido de un sueño.

 

—Shinoda sama… Shinoda sama…déjeme ayudarlo, sabe que no debe estar haciendo esfuerzos.

 

El inoportuno enfermero llegó para romper el encanto. Shinoda lo conminó a ayudar a Hiroki a salir del agua, mientras él, con toda la fortaleza que pudo reunir, salió con pasos lentos del riachuelo, para recoger su bastón en la orilla y caminar despacio hacia la casa.

 

En pocos minutos, estaba Hiroki ya cambiado y seco, degustando un caliente té en la cálida sala, donde el fuego que ya casi se había extinto cuando el llegó a husmear en la pequeña casa, ahora crepitaba con fuerza para calentarlo.

 

—Voy a llamar a la mansión para que envíen un auto a buscarle, Shinojara sama.

 

Le dijo el enfermero mientras tomaba su celular. Hiroki lo miró con extrañeza y llevó su mirada hacia el pasillo, donde Shinoda se había perdido minutos antes.

 

—Y el… ¿dónde está?

 

Soshi lo miró con una cálida sonrisa, pero antes de poder contestar, otra voz lo hizo por él.

 

—Él, se estaba cambiando, porque gracias a ti estaba todo mojado con agua helada.

 

Hiroki arrugó el ceño, pues esta vez Shinoda venía en una silla de ruedas.

 

—Es más fácil para trasladarme, aun no estoy muy entrenado con el bastón.

 

Hiroki lo miró con un dejo de molestia. Aquel hombre altanero y odioso, parecía leer su mente y lo trataba como si fuera un niño malcriado.

 

— ¿Desde cuándo estas…despierto? —preguntó con curiosidad, dejando la taza sobre una mesa.

 

Shinoda recibió una taza de café de manos del enfermero, que se perdió rápidamente por un pasillo hacia la cocina.

 

—Dímelo tú, tengo entendido que venias todos los días a visitarme.

 

Hiroki sintió su cara arder y estaba seguro que debía estar tan rojo como el granate.

 

Shinoda supo que su corazón estallaría de emoción, pero debía ir despacio, no podía abrazarlo como quería, ni besarlo hasta que quedaran saciados. Nada más despertar y luego de que su mente y su cuerpo funcionaran en consonancia, había tenido una larga y esclarecedora charla con Misaki, de la que solo ellos dos tenían conocimiento. Habían hecho planes y él pensaba cumplirlos a cabalidad aunque se muriera por acariciar a Hiroki, por hacerle el amor, por acariciar su vientre y saludar a su hijo.

 

“Mi hijo”

 

La mirada de Shinoda se suavizó un poco al posarse en la curva de aquel hermoso vientre, que con aquella bata suelta y suave se podía ver en su totalidad.

 

—No debería andar por allí de noche en su estado y mucho menos husmeando en las casas ajenas.

 

Hiroki cubrió su vientre con ambas manos y toda vergüenza desapareció, dando paso a una exultante molestia.

 

—Según tengo entendido, esta es mi casa.

 

Shinoda rio, agradecido de estar vivo, feliz de poder ver aquel rostro molesto y altanero, dichoso de que estuviera sano y bien y de poder saber que muy pronto tendrían un hijo.

 

Se bebió su café de un solo trago y movió un botón en su silla de ruedas que lo acercó hasta una mesa donde dejo la taza. Con su sonrisa prepotente se giró a mirar al dueño de su corazón y señaló por la ventana con un dejo de suficiencia.

 

—No, no, Shinojara sama. La mansión que está al otro lado del bosque, esa es su casa. Esta casa es mía y usted vino a perturbar a un hombre enfermo que se está recuperando, debería darle vergüenza.

 

Hiroki se puso de pie indignado y furioso, aquel hombre no era nada de lo que el había esperado, era odioso, irritante, molesto y estúpido y no se quedaría allí para escuchar sus tonterías.

 

—Pues discúlpeme amo y señor de esta mansión, me iré en seguida para no molestarlo más.

 

Hiroki iba de camino a la puerta, cuando una mano firme lo tomó por su brazo, deteniéndolo. Cuando se giró para proferirle unos cuantos insultos, de su boca no pudieron salir palabras algunas. Shinoda estaba de pie frente a él, la calidez de su cuerpo lo llenaba. Su aroma, la suavidad de su toque, su rostro perfecto y aquella sonrisa que aunque odiosa y prepotente, también era suave y llena de añoranza.

 

—Suélteme. —murmuró apenas, pues la verdad era que no quería que lo soltara.

 

—No, se irá cuando lo vengan a buscar.

 

Hiroki se irritó por la evidente orden y trató de forcejear para soltarse, pero a pesar de que se notaba que aquel hombre estaba haciendo un enorme esfuerzo para mantenerse de pie, su fortaleza y disposición de mantenerlo en aquella casa hasta que lo fueran a buscar, no mermó ni un segundo.

 

— ¿Quiere hacer el favor de soltarme? No soy ningún niño y puedo volver por el camino que use para venir.

 

Hiroki estaba haciendo un gran esfuerzo para controlarse y Shinoda quiso reír al verlo tratar de luchar contra su mal genio. En otra oportunidad ya lo habría golpeado, pero sabía que estaba bajo el mismo hechizo que a él lo tenía envuelto. Puede que no lo recordara, pero el amor que se tenían estaba allí en sus corazones y esa fuerza invisible que ataba a sus almas también la irradiaba el hijo de ambos. Estaban unidos por lazos más sólidos que la sangre misma. Era algo más allá de lo físico, era algo espiritual, una energía que los rodeaba, que los encerraba en un aura única, donde solo ellos existían y esas emociones eran imposibles de ocultar.

 

Shinoda hizo hasta lo imposible para no besarlo, para no decirle cuanto lo amaba, cuanto agradecía poder verlo de nuevo. Cuando ya su fuerza comenzó a mermar y sintió que ya no podría detener a su corazón, el sonido de un auto en la gravilla de la entrada lo hizo suspirar con alivio.

 

—Vinieron por usted, Shinojara sama. —le dijo soltándolo y sentándose aliviado en la silla de ruedas. —Que pase buenas noches.

 

Hiroki lo miró indignado y sin decirle nada, le dio la espalda caminando rápidamente a la puerta de salida.

 

—Hiroki sama. —le llamó entonces Shinoda y él se detuvo con la manilla de la puerta en su mano. Sin girar a verle escuchó que este le decía con una emoción que no pudo reconocer. —Me gustaron los tulipanes y las camelias y gracias por leerme a Jane Austen, sus libros son maravillosos.

 

Hiroki, con el corazón acelerado, abrió la puerta y casi corrió hasta el auto donde un guardia lo esperaba con la puerta abierta.

 

Lo había escuchado, sabia de las flores y de las lecturas ¿desde cuándo había estado despierto? ¿Sería verdad que él lo había despertado?

 

Hiroki no quiso mirar a la casa ni siquiera cuando el auto se alejó de esta. Cerró los ojos y lleno de especulaciones en su mente, rezó por llegar rápido a la mansión y encerrarse en su habitación. No sabía si para reír o para llorar o tal vez para gritar por aquel irritante hombre, lo que si sabía era que tenía que drenar todas las emociones que sentía o su corazón estallaría.

 

—Se acaba de ir. — dijo Shinoda al teléfono. —Sí, hice todo lo que te dije que iba a hacer si él volvía por aquí.

 

Shinoda sonrió.

 

—Tranquilo Misaki, yo sé lo que hago, será como la primera vez que nos vimos, ¿recuerdas cómo me odió entonces? — Suspiró y miró por la puerta observando el auto alejarse. — Tenemos que ir poco a poco Misaki, él no debe recordar todo de pronto y menos con su embarazo tan avanzado. Además, yo también necesito recuperarme para poder protegerlo de los monstruos que aún nos acechan.

 

Shinoda pulsó un botón y la silla de ruedas lo llevó hasta su habitación.

 

—El volverá aquí, Misaki. Lo conozco, volverá por respuestas y para ese momento yo espero estar más fuerte, para comenzar la batalla final.

 

Shinoda se acomodó en su cama y se despidió de Misaki, miró el techo por largo rato, pensando en todo lo que iba a hacer en adelante y feliz de por lo menos haberlo visto, de haberlo tenido a su lado.

 

En la mansión, Misaki colgó el teléfono y lo puso sobre la cómoda, se quedó mirando la ventana, esperando ver el auto donde venía su hermano llegar.

 

—Si Shinoda dice que está bien debes confiar en él, Misaki.

 

Le dijo Akihiko que se paró a su lado, para esperar junto a él.

 

—Está en juego la cordura de mi hermano, Akihiko, no podemos tomar esto a la ligera.

 

— ¿Y crees que él no lo sabe? Estamos hablando del amor de su vida y de su hijo. Por lo que me has contado de ese hombre no va a tomar las cosas a la ligera.

 

Misaki suspiró, su esposo tenía razón, el conocía a Shinoda, sabía que no pondría a Hiroki en peligro.

 

Akihiko tomó a Misaki por los hombros y lo instó a mirarlo.

 

—Desde que el despertó has estado más intranquilo ¿Qué fue lo que te dijo esa noche que hablaron hasta la madrugada?

 

Misaki negó con la cabeza, no podía revelar nada, no aun.

 

El auto finalmente llegó y Misaki vio a su hermano descender de él y caminar con rapidez hacia la casa. No iría esa noche a verlo, no, Hiroki tenía que luchar con esas emociones solo, tenía que decidir qué hacer el mismo, sin intervención de nadie. Solo esperaba que Shinoda tuviera razón y no estuviera haciéndole más daño a su hermano del que ya había sufrido.

 

Akihiko llevó a su esposo de la mano hasta la cama.

 

—Ya está en casa, ahora recuestaste y descansa.

 

—Nadie debe saber que Shinoda está vivo. —le dijo Misaki, cuando este lo recostaba entre las sabanas.

 

—Nadie lo sabrá. Miyagi reforzó la vigilancia de la mansión, solo los más allegados sabemos quién se oculta en la casa del bosque, deja de preocuparte y duérmete.

 

Misaki si se durmió, pero no así Hiroki. Al llegar a su habitación comenzó a dar vueltas y el desasosiego que lo había llevado a salir de allí, cruzar el bosque y caminar hasta aquella casa, se había vuelto aun mayor, toda vez que la persona a la que había ido a ver, aquella que creía dormida, ya no lo estaba.

 

—Es un cretino, imbécil. — murmuró con furia, mientras se miraba en un espejo, buscándole un rostro a sus sentimientos.

 

Se tocó el brazo donde Shinoda lo había sostenido, sintió el calor de aquella poderosa mano, se dejó llevar por el recuerdo de su aroma y cerró los ojos para evocar su cínica sonrisa. Era embriagadora su mirada, tan llena de recuerdos que él no tenía. Podía intuir que aquellos labios sensuales habían besado muchas veces los suyos y casi deseaba que lo hubiese abrazado entre risas, recordándole una vida que él había olvidado.

 

Hiroki se recostó en la alfombra y lloró, pero no eran lágrimas de desconsuelo, su cuerpo estaba desahogando sus atribuladas emociones. De alguna forma pensó que había vivido aquella escena, ellos dos, aquella chimenea ardiendo, una charla, besos, amor. Pero no era un recuerdo, era un sentimiento, algo que le decía que así había sido ¿Por qué le ocultaba su mente algo tan hermoso?

 

Así lo sorprendió la mañana, dormido en la mullida alfombra. Había soñado con sus dedos hundiéndose en un rubio cabello, había sonreído en sus sueños a un hombre apuesto y galante que lo sostenía entre sus brazos con amor. Cuando despertó lo hizo con un dejo de tristeza, porque había sido solo un sueño. Se duchó se vistió y desayunó con Nowaki y con su hija, entre animadas charlas perdió un poco de su melancolía y cuando Nowaki se despidió con un beso, también le pidió con dulzura.

 

—Salgamos esta noche solos tú y yo. Quiero llevarte a un sitio especial y también me gustaría que habláramos de nuestro matrimonio.

 

Hiroki asintió y cuando Nowaki se marchó, se quedó a solas en la sala. Allegra se había dio con su niñero y así él tuvo tiempo para pensar.

 

“Matrimonio”

 

¿Quería casarse con Nowaki? Antes de anoche si lo había pensado y muy seriamente, incluso había decidido mudarse de la mansión. Ahora, la historia era muy distinta. Una sola mirada de aquel hombre y había cambiado de opinión ¿Por qué? ¿Quién era él para venir a trastocar su ya trastocada vida? ¿Acaso no era suficiente su falta de recuerdos? Sentía que estaba caminando sobre arenas movedizas y cada día se hundía más.

 

— ¿Qué demonios es lo que siento por él? — se preguntó con molestia.

 

— ¿Por quién?

 

Hiroki se giró y se encontró el rostro preocupado de su hermano, ese día necesitaba respuestas y Misaki era el único que podía dárselas.

 

— ¿Quién es el hombre de la cabaña, Misaki? Quiero que me digas la verdad ¿Quién es él?

 

Misaki suspiró, había llegado el momento.

 

—Él fue quien salvó tu vida, el disparo que recibiste en la cabeza rebotó en su pecho, si él no se hubiese metido, el disparo te habría matado. Shinoda era la mano derecha de Makoto y estaba encargado de tu seguridad.

 

— ¿Cómo un…guardaespaldas? —preguntó Hiroki con voz trémula.

 

Misaki asintió.

 

—Entonces es verdad que vive en esa casa.

 

—Sí, Makoto se la dio para que estuviera cerca de la mansión y de ti.

 

Eso era todo. No había un sueño romántico, ni una historia de amor, era solo deber, él era su guardia, su sombra. No había sido más que un trabajo para ese hombre y toda la historia que había tejido en su mente, no existía.

 

Misaki lo tomó de la mano y le sonrió con cariño.

 

—Makoto cuidaba mucho de tu seguridad y solo confiaba en Shinoda para mantenerte a salvo.

 

Hiroki asintió desolado.

 

—Está bien. —murmuró y se soltó para subir a su habitación.

 

—Hiroki. — le llamó Misaki antes de que este subiera las escaleras. —Shinoda oficialmente no existe y así debe seguir.

 

Hiroki asintió, no quiso preguntar ni cómo ni porque, simplemente ya no le importaban las respuestas.

 

Misaki sonrió con un dejo de tristeza.

 

—Ahorita te duele hermanito, pero Shionoda tiene razón, no podíamos contarte su historia de amor sin despertar recuerdos que ahora te harían mucho daño. Es mejor mentirte un poco y dejar que todo siga su curso, estoy seguro que tu corazón te llevará de nuevo hacia él, sin que ninguno de nosotros intervenga.

 

Las luces del puerto lucían un colorido espectáculo, el largo boulevard salpicado con pequeñas bancas estaba lleno de personas, parejas de enamorados que caminaban sonrientes, familias que disfrutaban con sus hijos, solitarios que miraban el mar en busca de respuestas y entonces estaba él, que estaba allí y al mismo tiempo no estaba.

 

Nowaki lo había llevado a ver una película en la que ni siquiera reparo, cenaron en un restaurant del que no recordaba su aspecto y mucho menos el sabor de la comida que apenas probó. Ahora caminaban por el iluminado paseo con el mar como escenario y Hiroki ni siquiera estaba escuchando la charla de Nowaki.

 

—El trabajo es divertido. Aun me estoy amoldando a la rutina pero ya me han encomendado pequeños casos, yo espero que muy pronto me den algo grande con lo que pueda demostrar lo que se hacer…

 

Nowaki se detuvo un momento de su charla y miró la expresión ausente de Hiroki.

 

—Entré ayer con una escopeta y como no quisieron subirme el sueldo los asesine a todos y ahora soy el dueño del lugar. — le dijo para comprobar que este no le había escuchado ni media palabra de lo que había dicho en toda la noche.

 

Su novio solo asintió y sonrió, abstraído en sus pensamientos.

 

Nowaki tomó su mano y lo acercó a él, obligándolo a mirarle.

 

— ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?

 

Hiroki lo miró con desconcierto y con un dejo de vergüenza. Ciertamente no le había escuchado. Para ser sincero no había querido ir a aquella cita. Su corazón estaba atribulado y su mente era un caos de sentimientos encontrados. Lo menos que había querido era estar con Nowaki aquella noche. Él era uno de los causantes de su turbación, lo que sentía, lo que no sentía por él, eran parte del motivo de sus preocupaciones.

 

Ahora que ya sabía quién era el hombre misterioso que le había hecho crearse un montón de especulaciones. Ahora que sabía que ese hombre no era el amor que se había creado en su mente, que no era más que un empleado dispuesto para cuidarle, su corazón estaba más confundido que nunca. Pues ¿quién era entonces el hombre que lo había amado tanto como lo amó Makoto?

 

¿Era Nowaki ese hombre al que se refería, Misaki? Y si era así, entonces ¿Por qué lo odiaba tanto? Eso no tenía sentido alguno. Tampoco lo tenía el hecho de que el no sintiera en su corazón ese amor, que no sintiera sino la inconsistencia de un recuerdo cuando Nowaki lo tocaba, lo besaba.

 

¿Por qué había sido diferente cuando Shinoda lo había tocado esa noche? ¿Por qué se había sentido sofocado por un calor misterioso cuando este lo miró con aquellos ojos hermosos y sensuales? Sintió paz y consuelo solo con estar al lado de él, sintió cosas que por Nowaki no lograba sentir, aunque alguna vez si lo había hecho.

 

El Hiroki de hacía diez años había amado con adoración al hombre que ahora tenía en frente ¿Quién era el Hiroki de ahora? ¿Qué había pasado con aquel amor?

 

— ¿Hiroki?

 

—Lo siento. —se disculpó apenado. —estoy cansado, no dormí bien anoche. Debí…debí habértelo dicho, me temo que no he sido la mejor compañía.

 

Hiroki acarició con ternura el rostro de Nowaki, pero sus manos en vez de llenarse de la calidez de su piel, se quedaron frías, como su corazón ante ese amor que ya no sentía.

 

Nowaki apresó la mano que le acariciaba antes de que esta se alejara. La besó con dulzura sonriendo comprensivo.

 

—Nuestro hijo no te deja dormir. Soy yo el que debería disculparse, debí ser más comprensivo con tu estado.

 

“Nuestro hijo”

 

Hiroki sintió su cuerpo estremecerse. Allegra adoraba a su padre, eso era evidente en la mecánica de aquellos dos seres. Eran el uno para el otro, hasta el a veces se sentía relegado de aquel amor y luego estaba él bebé que esperaba. Era ilógico que no sintiera un apego con Nowaki, él era después de todo el padre de sus hijos. Sacudió la cabeza con obstinación tratando de ordenar sus ideas y haciendo un esfuerzo le sonrió a Nowaki dulcemente.

 

—No tienes que disculparte, hacía días que me estabas diciendo para salir solo nosotros dos. Estoy bien, vamos a disfrutar del paisaje.

 

Nowaki lo tomó de la mano y sonriendo emprendieron de nuevo el camino. Se pararon a mirar el tranquilo mar y Nowaki abrazó su cintura aferrándolo a su pecho.

 

—La verdad es que quería que conversáramos a solas, fuera de la vigilancia de tu hermano y sin que nuestra traviesa hija nos interrumpiera a cada rato.

 

Hiroki sonrió aprensivo, pensando en lo que venía tras aquellas palabras.

 

—Sé que no te gusta que te toque el tema — continuó Nowaki. —pero quisiera que pensaras en la idea de mudarnos.

 

Hiroki se salió del cálido abrazo y lo miró expectante, lo que animó a Nowaki a continuar.

 

—Me va bien en mi nuevo trabajo, podemos rentar un departamento, hasta que yo pueda comprar algo para nosotros.

 

Hiroki iba a decir algo pero Nowaki no lo dejó.

 

—Sí, ya se lo que vas a decir, tú tienes dinero y tienes esa enorme mansión, pero yo no me siento cómodo allí, viviendo en el lugar que compartiste con tu anterior esposo, ni tampoco me gusta vivir de su dinero.

 

Hiroki suspiró, era razones válidas, pero no contestaban sus preguntas. Sintiendo la necesidad de saber más, se arriesgó a preguntar.

 

—Nowaki ¿qué pasa entre tú y Misaki? ¿Tiene algo que ver con que mi hija no haya vivido conmigo desde el principio?

 

Los ojos de Nowaki se ampliaron con incredulidad, abrió la boca para negar cualquier cosa que pudiera comprometerle, temiendo que Hiroki hubiese recobrado parte de sus recuerdos.

 

—No lo niegues, no quiero que me mientas. — le rogó Hiroki con angustia. —¿Recuerdas hace un mes cuando Misaki llamó al médico para que viniera a verme? Ese día tuve un sueño, fue más bien un recuerdo. Yo estaba con mi esposo y estaba muy triste. Nowaki, soñé con el cumpleaños de mi hija, cinco años y no estaba conmigo, ni siquiera sabia su nombre o si era una niña o un varón.

 

Nowaki apartó su mirada y se giró hacia el puerto, aferrado con violencia los barrotes de la baranda donde estaban recostados.

 

¿Qué verdad iba a decirle o que mentira que lo hundiera más?

 

—Allegra no estaba contigo porque yo me la llevé. Mi padre descubrió lo nuestro poco después de que tú me dijiste que estabas esperando un bebé ¿Recuerdas el día que te llevé a ver la casa donde quería que viviéramos?

 

Hiroki arrugó el ceño, apenas tenía recuerdos de ese día.

 

—Cre-creo que sí.

 

—Ese día, cuando volví a casa, mi padre me esperaba, lo sabía todo. Yo acababa de entrar a la universidad y estaba planeado dejarlo todo para vivir contigo y criar a nuestro bebé juntos, pero mi padre se negó.

 

Hiroki puso una mano en su pecho, sintiéndose de pronto muy angustiado. Nowaki lo tomó por la cintura y lo llevó a sentarse en uno de los bancos. Se sentó a su lado y entrelazó sus manos con las pálidas y frías de Hiroki.

 

—Me amenazó con desheredarme, se puso furioso. A mí no me importó al principio, yo ya había decidido, pero él me dijo cosas que me hicieron perder la confianza. Éramos unos niños y no teníamos dinero, yo contaba con la herencia de mi madre para comprar la casa y sobrevivir un tiempo, pero él me amenazó con congelar esos fondos también. No tenía nada en las manos, Hiroki, nada que darte a ti ni a nuestro bebé.

 

Hiroki lo miraba sorprendido y dolido. Nowaki no sabía si seguir con su mentira. Tantas mentiras solo lo estaban hundiendo más, pero no pudo detenerse y además era solo una versión menos dolorosa que la real.

 

—Me fui sin decirte nada porque el prometió hacerse cargo de tus gastos a cambio de que me fuera a la capital y siguiera con los planes que el había trazado desde un principio. Sino lo hacía, amenazó con hacerte daño y eso era lo menos que yo deseaba. Pero no pude mantenerme alejado mucho tiempo de ti y regresé. Mi padre no había cumplido su promesa. Tú estabas por dar a luz y vivías en una extrema pobreza. No podías trabajar y Misaki aún era muy niño. Estabas tan aliviado cuando me volviste a ver que no me reprochaste el que me marchara sin decirte nada. Me pediste que en cuanto naciera él bebé me lo llevara, me lo suplicaste, porque no podías mantenerlo y querías que tuviera lo que tú no habías tenido, querías que tuviera el bienestar que yo podía darle. No querías que nuestro hijo pasara por lo que tú y tu hermano habían pasado.

 

Hiroki sollozó, horrorizado por toda aquella historia, sin saber que la verdadera, era aún más dantesca.

 

Nowaki suspiró cansado.

 

—Unos días después nació nuestra hija. Yo estuve allí contigo, pero tú no quisiste saber que era, me suplicaste que me lo llevara, me pediste que lo cuidara y te desmayaste. Yo tenía tanto miedo de las represalias que pudiera tomar mi padre en tu contra, que me fui y me la lleve conmigo. Para conservarla, para honrar la promesa que te hice, use la única arma que tenía contra él, el compromiso que había concertado con una familia prominente. Me casaría con esa mujer si el me dejaba conservar a la niña y el a regañadientes aceptó. No volviste a saber de nosotros porque una vez realizado el matrimonio, nos fuimos del país y no volvimos sino hasta hace poco.

 

 

— ¿Cuantos años estuve sin ella? —preguntó Hiroki casi sin voz

 

Nowaki lo miró apenado.

 

—Casi diez años. Mi padre murió y cuando me vi librado de su yugo volví a ti. Te pedí perdón, te presente a tu hija. Nos volvimos a enamorar y así fue como te embarazaste de nuevo. Estábamos bien, haciendo planes de casarnos, pero pasó lo del ataque y bueno lo demás ya lo sabes. Ahora creo que entenderás porque tu hermano me odia, porque todos en esa casa me odian. Por eso te llevé lejos de aquí, en Londres me sentía seguro de que nadie te alejaría de nuevo de mi lado. Por eso trataba de alejarte de tu hermano, temía que él té pusiera en mi contra.

 

—Quiero ir a casa. — murmuró Hiroki entre lágrimas.

 

Nowaki negó con la cabeza y lo sujetó por los hombros.

 

—Hiroki mírame, lo hice por ella. Sé que fui un cobarde al abandonarte, pero solo pensaba en ella, quería darle una buena vida, quería que fuera feliz. Nos sacrifiqué a los dos, sí, pero solo porque la amaba, la amo. Ella fue mi única razón para vivir, después que te perdí.

 

Hiroki lo miró a través de su ojos empañados de lágrimas ¿había hecho lo correcto? Él se lo había pedido y recordando cómo había vivido en aquella época le pareció algo que él hubiese hecho. Lo poco que ganaba apenas le alcanzaba para él y para Misaki ¿Cómo hubiese mantenido a su bebé? ¿Qué vida le hubiese podido dar?

 

—Me abandonaste. —le reprochó sollozando.

 

Nowaki lo abrazó, aferrándolo con fuerza a su pecho.

 

—Y lo lamenté cada día de mi vida. Te extrañaba tanto, fue como dejar una parte de mi corazón en aquel pueblo. Volqué todo ese amor en ella, la hice tan feliz como pude, la amé por ti y por mí.

 

Nowaki besó sus mejillas empapadas de lágrimas.

 

—Lo siento, lo siento tanto, pensé que había hecho lo mejor para ella y no me pare a pensar en el daño que te hacia a ti, que nos hice a ambos. Debí enfrentar a mi padre, pero el temor de que te lastimara me hizo tomar la estúpida decisión de abandonarte.

 

Hiroki sintió sinceras sus palabras, sus disculpas y después de todo lo había hecho por su niña. Su adorada niña que se notaba había sido muy feliz. Finalmente ¿no era eso lo que él había deseado? Su niña no había pasado carencia alguna, había crecido siendo amada, cuidada y feliz ¿Qué podía reprocharle a Nowaki? ¿Qué lo abandonara? ¿Qué hiciera lo que él le había rogado? ¿Qué lo protegiera de su padre? Nowaki tenía razón en algo, eran unos niños y como tal tomaron decisiones equivocadas. Nowaki había cuidado de su hija tal y como él le había pedido ¿Cómo no iba a perdonarle?

 

—Gracias. —le dijo abrazándolo dulcemente. Sollozó en su regazo y se llenó de su calor. —Gracias por haber cuidado de ella, por haberla hecho feliz y… gracias por habérmela devuelto.

 

Cada palabra de agradecimiento fue como un cuchillo hundiéndose en el corazón de Nowaki, pero no había camino para el arrepentimiento, las mentiras ya habían sido dichas y solo le quedaba rogar para que aquella mente no despertara jamás a unos recuerdos que no debían volver nunca más.

 

Nowaki lo abrazó con fuerza y besó amorosamente su cabello, cuando lo sintió más calmado lo separó de su pecho y le sonrió tiernamente.

 

—Sé que no es el mejor momento, pero… — sacó de sus bolsillos una pequeña cajita y la abrió. Hiroki miro el bonito y sencillo anillo con una suave sonrisa. —Hiroki ¿quieres casarte conmigo? Creo que es nuestro momento de recobrar todo lo que perdimos, todo el tiempo que nos robaron.

 

Nowaki deslizó el anillo en el fino dedo y Hiroki lo miró por unos segundos. Había sido una noche muy intensa, ahora que ya sabía lo que se ocultaba en sus recuerdos se sentía un poco más liberado. Nowaki lo miraba expectante y el de pronto se encontró pensando que no tenía más caminos que recorrer.

 

—Sí, Nowaki, me casaré contigo.

 

Nowaki rio emocionado y lo abrazó efusivo. Hiroki se dejó abrazar y sonrió cuando este lo miró feliz, pero el fondo, muy en el fondo de su corazón, sintió que acababa de cometer un gran error. Un error que lo haría derramar más lágrimas de las que intuyó, ya había derramado por aquel hombre.

 

 

 


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