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DIRECTO AL CORAZON por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Hola, aqui les dejo el siguiente capitulo, besos y abarzos y gracias por leer y comentar.

35-Una historia para creer y una para asimilar.

 

— ¿Dónde vamos tío Misaki? e-estoy asustada.

 

—No tienes nada que temer mi niña. Te llevo a conocer unos lugares. Piensa que te voy a contar una historia de esas que te lee Hiroki para dormir. Como en toda historia hay una dulce y hermosa princesa y también hay seres malvados. En esta historia también hay dos príncipes azules que han dado todo por la hermosa princesa. La historia tiene sus momentos tristes y dolorosos, pero muy pronto también tendrá su final feliz.  Así que ¿cómo comenzamos? ¡Ah sí!

 

Érase una vez…

 

El auto se detiene en una calzada, la vía esta ruinosa, deteriorada. Se respira soledad alrededor del silencioso lugar. Hay árboles franqueando la larga avenida, las hojas se desprenden de estos con facilidad, cubriendo el suelo con un manto ocre que cruje bajo el andar pausado de quienes quiebran el equilibrio de aquel solitario paraje.

 

—En una pequeña casa de un pintoresco poblado vivía una pareja. —murmura una voz que ha pasado de ser fría y amenazadora a tener un tinte emocional, casi evocador.

 

Están de pie frente a una casa en ruinas, de lo que fue, de lo que vivió en los recuerdos de aquel que la mira con nostalgia, ya no queda nada. Solo memorias que viven en su mente. Asida a su mano, una niña mira temerosa a su alrededor. Confundida, molesta, cansada y ansiosa, espera por el relato que las ruinas de aquella casa esconden.

 

—Ellos tenían dos hijos. —continua Misaki su historia, con una sonrisa pintada en sus labios, como si los recuerdos que llenan ahora su mente fueran una manto de felicidad.

 

—La vida era feliz para ellos, tenían unos padres que los amaban, que les daban cobijo y protección, que les hacían ver que la vida era perfecta.

 

Misaki camina hacia un lado de la casa y mira con nostalgia el jardín que casi ha desaparecido entre la maleza salvaje. Un árbol tan alto como un edificio permanece indemne ante el asedio de los matorrales que poco a poco se han robado los recuerdos de lo que allí se vivió.

 

—El menor de los hermanos era muy travieso, adoraba subirse a ese árbol y escalar hasta lo alto, para escuchar el viento que se metía entre las ramas y parecía cantar una lúgubre canción. El mayor, él…él era, el mejor de todos los hermanos. Sonreía a las travesuras de su pequeño hermano, aguantaba los regaños que por culpa de él le propinaban, le sonreía cuando este arrepentido lloraba en su regazo y lo animaba a escalar más alto, a correr más rápido, a nadar más profundo. Siempre lo animaba y aunque el molesto hermanito se colara en su cama por las noches, temeroso del rugido del cielo en las tormentas o de la oscuridad en las noches sin luna, el siempre abría los brazos para recibirlo y siempre tenía palabras de amor para confortarlo.

 

Era una familia feliz y hermosa, llena de deseos y de ilusiones. Tenían planes, tenían sueños y un día, esos sueños dijeron adiós. Entonces el hermano amoroso, dulce, compresivo y bondadoso tuvo que consolar a su pequeño hermanito, que no sabía lo que era la muerte, que no entendía porque ya mamá y papá no regresarían más, porque ya no habrían más cantos y risas, porque no habrían más regaños por escalar a la cima del árbol y porque aquella casa donde habían sido tan felices, no sería nunca más su hogar. Mamá y papá, salieron una mañana y no volvieron más y quedaron ellos dos, solos en el mundo, con un dolor que no calmaba las palabras amables, un dolor que nunca tendría consuelo.

 

Misaki miró por un largo rato la casa de su niñez y finalmente se dio la vuelta para marcharse, después de un rato, recorriendo una larga autopista, llegaron al segundo escenario de su historia.

 

— ¿Dónde estamos tio Misaki?

 

Él, la miró con una tenue sonrisa y luego, suspiró, mirando las callecitas de aquella pequeña ciudad, llena de agridulces recuerdos. Se detuvieron casi a las afueras de la misma, en una calle igual de desierta que la anterior, donde una solitaria casa se defendía a duras penas del olvido.

 

—Los hermanos de nuestra historia vinieron a vivir aquí, huyendo de la soledad, del abandono y de la miseria que les quedó, cuando sus padres murieron y las deudas y los acreedores les quitaron todo lo que poseían.

 

Misaki empujó la verja que chirrió ante la resistencia del óxido que se la estaba comiendo lentamente. El pequeño porchecito seguía igual, con sus grietas y agujeros y la puerta de madera ya había perdido el marrón caoba y se había vuelto casi grisácea del moho y el polvo que la cubría. Ya no estaba la silla que en antaño le servía a Hiroki para sentarse a refrescarse cuando el calor del verano se hacía insoportable. Y del columpio que había colgado de una de las vigas de la casa ya solo quedaba un trozo de mecate que se mecía con la brisa, como alguna vez se meció con las risas de Misaki que adoraba columpiarse en él.

 

Misaki acarició el trozo de cuerda y sonrió recordando las manos suaves de su hermano, empujando su pequeña espalda mientras el reía y reía sintiendo el viento en su rostro.

 

—Al pequeño hermano le costó mucho volver a reír. Cuando llegaron a esta casa eran como dos sombras. Asustados, hambrientos, solos, abandonados, sin nada más que unas mudas de ropa, fotos, recuerdos pocos que pudieron salvar. Nadie ocupaba esta casa, la habían abandonado y así, como dos ratones, se metieron en ella y la hicieron su hogar.

 

Misaki empujó la puerta y esta cedió sin mucho esfuerzo. Adentro el aire era denso, lleno de polvo, telarañas y también lleno de recuerdos.

 

—Recogieron los destrozos del abandono, limpiaron con la vehemencia de aquel que no tiene un techo, se afanaron en hacerla un hogar y lo lograron. No había luz, ni agua, ni gas y en algunos sitios el techo se estaba cayendo, pero era mejor que dormir a la intemperie. Poco a poco, día tras día, el hermano mayor que se levantaba con el alba la fue transformando y sus manos tersas y delicadas se llenaron de cortes, magulladuras, callos, pero la casa floreció, rendida bajo el poder de su influjo. Él no se daba por vencido, jamás. Así, un día comenzó a verse como un hogar.

 

Misaki acarició el rastro de tela de lo que alguna vez fue la cortina de la cocina y recordó a Hiroki cosiéndola bajo la luz precaria de una vela, en una noche particularmente oscura donde una tormenta hacía temblar los cimientos de aquella casa, amenazando con derrumbarla.

 

—Las cortinas de las cocinas siempre deben llevar flores. — murmuró perdido en su recuerdo, mientras acariciaba la tela que su hermano había cocido, con él, hecho un ovillo en su regazo, llorando de terror por los truenos que estremecían el cielo.

 

—La princesa de este cuento, Hanari, no es una princesa, es un príncipe. — Le dijo con los ojos cristalinos arrodillándose frente a ella. — Un hermoso y dulce príncipe, valiente, generoso, bondadoso, con un corazón tan noble, grande y puro que nadie jamás debió profanar.

 

Misaki miró a su sobrina y sonrió con nostalgia, porque aunque ella se parecía a Nowaki, sus miradas, sus gestos, la manera en como sus emociones se reflejaban en su rostro, eran todas de Hiroki.

 

—El hermano mayor hizo de esta casita en ruinas un hogar para el hermano pequeño. Trabajó arduamente en todo lo que podía, de mesero, de ayudante de panadería, limpiando casas, haciendo recados. Era incansable, trabajó hasta el agotamiento para darle estabilidad a su hermano, para verlo sonreír, para que su vida no se viera detenida con la muerte de sus padres.

 

Misaki suspiró y se puso de pie, caminando por la pequeña sala vacía, donde se permitió evocar los mejores recuerdos de aquellos días.

 

—Poco a poco así como la casita se fue llenando de cosas, se fueron apagando la soledad, el miedo y los malos recuerdos. El hermanito menor comenzó a sonreír de nuevo, a jugar, a ir a la escuela, a ser un niño, a vivir y pasaron los años y pensó…pensó que ahora si cumplirían los sueños que una vez tuvieron. Hasta que un día…

 

Misaki miró por la ventana entreabierta, la calle desierta donde solo su automóvil no concordaba con el recuerdo en su mente.

 

—Un día llegó el mal disfrazado de amor. Él lo vio venir, lo presentía, pero jamás pudo decir nada, porque por primera vez en años, la sonrisa de su hermano era tan resplandeciente como el sol. La princesa del cuento se había enamorado de un engañoso príncipe azul, que vino en un blanco corcel, sí, pero no traía una historia con final feliz.

 

Misaki cerró los puños con violencia y se recordó cada día, de pie ante aquella ventana, mirando temeroso las dulces despedidas de los enamorados. Hiroki amaba al príncipe engañoso, pero Misaki sabía, que aquel hombre jamás haría feliz a su hermano.

 

—El temor y las dudas borraron la sonrisa del hermano menor, cada día esperaba con miedo la llegada de su hermano, pensando que ese sería el día en que sus sospechas se harían realidad. No tardó en llegar ese día. Roto, desolado, ahogado en lágrimas y en dolor,  llegó una tarde su hermano, pues el joven había sacado a relucir su verdadero rostro, rompiendo en pedazos aquel puro corazón.

 

Misaki, con su mirada fría y dura como el diamante giró su rostro hacia la niña.

 

— ¿Quieres saber lo que le hizo el príncipe azul a la princesa?

 

Ella no pudo ni siquiera asentir, pues no quería escuchar.

 

—Lo golpeó, le echó en cara su amor, lo acusó de cosas terribles. Renegó del hijo que este esperaba, llamándolo bastardo. Destrozó en minutos los sueños del dulce joven que solo había sabido amarlo y lo dejó solo en medio de la calle con el corazón roto y con un hijo en su vientre.

 

La niña apretó sus manos en los fruncidos volantes de su hermoso vestido. El hombre que amaba habría sido incapaz de hacer algo así. Negó con la cabeza, incapaz de creer aquello y Misaki sonrió malignamente. Le dio la espalda y miró por la ventana observando como unas gotas comenzaban a caer de un cielo que de pronto se había tornado tan oscuro como el resto de la historia que faltaba.

 

—El tiempo dejó de ser brillante de un día para otro, los hermanos que tanto habían luchado para ser felices, volvieron a sumirse en notas de tristeza, soledad y dolor. El hermano mayor dejó de sonreír, respiraba, caminaba, comía, hablaba, pero era como si su corazón, su cuerpo, estuvieron vacíos y solo hiciera aquellas tareas como algo automático, como un robot sin alma. El hermano menor lo esperaba en esta ventana cada tarde, rezando para que ese día le sonriera como antes, pero nunca pasó y un día simplemente no regresó.

 

Misaki dejó de ver la lluvia que había arreciado y caminó hasta el centro de la sala, sentándose en el suelo y recostándose de una pared.

 

—Lo esperó por días. Largos y desesperados días. Cortaron la luz, el agua, la comida se acabó, la casa se fue sumiendo en un silencio lúgubre y él, sentado en el suelo, lo esperó y lo esperó. Comenzó a confundir la realidad, de pronto reía y hablaba con el fantasma de su mente, su hermano le decía que comiera, que se bañara, que fuera a hacer su tarea y el asentía presuroso, feliz de volverlo a ver, pero cuando la lucidez volvía, mostrándole la cruel realidad, la oscuridad de su entorno lo asustaba y lo hacía llorar amargamente, llamando a su hermano a gritos y preguntándose porque lo había abandonado.

 

Misaki ocultó su rostro entre las manos, tratando de que los recuerdos no le hicieran más daño del que ya le hacían.

 

—Una tarde. — murmuró sofocado por las lágrimas. —muerto de hambre, sucio, sediento, decidió entregarse a la locura. El recuerdo de su hermano entró por la puerta y le sonrió “voy a hacer tu comida favorita” le dijo con ternura y el asintió feliz. Dejó de sentir hambre, frio, miedo. Se estaba muriendo y el cielo eran aquellos recuerdos donde su hermano le sonreía, donde eran felices. Entonces una voz en su mente le dijo “No te rindas” y de nuevo la oscuridad lo rodeó, sintió la punzada dolorosa del hambre corroyendo su estómago, el hedor que emanaba su sucio cuerpo, la sed que hacía que su lengua se sintiera de cartón. De alguna forma el pequeño hermano si murió esa noche, pues el que salió de aquella casa no era ni la sombra de lo que había sido.

 

Misaki sacó la cara del escondite entre sus manos y miró a su alrededor.

 

—Se metió en la primera casa que consiguió, robó comida de la despensa y corrió hasta un matorral para comerla con desesperada avidez. Robó ropa de un tendedero y se bañó bajo la luz de la luna en las aguas oscuras de un riachuelo. Volvió a la casa con provisiones y pasó toda la noche trazando un plan. Le tomó meses, vigilando cada día la casa del hombre que había roto los sueños de su hermano, siguiendo a cada persona que de ella salía y llegando casi siempre a callejones sin salida, hasta que un día, la suerte le sonrió.

Uno de aquellos hombres lo guio hasta un pequeño pueblo vecino, en un galpón abandonado donde la casa más cercana estaba a kilómetros, estaba quien había estado buscando por meses. Ahora el plan era sacarlo de allí. Se había vuelto un experto robando cosas, aprendió a hacerse invisible a las miradas de la gente, a robarles el dinero, la comida y un día en una de aquellas casas que robó, consiguió una de las cosas que necesitaba. Un arma. Solo, luego de andar kilómetros, en medio de la nada, aprendió a disparar. Una semana después volvió a casa, con solo una caja de las balas que había robado junto con la pistola y con una idea fija en su mente. Matar a todos esos desgraciados que tenían a su hermano prisionero.

 

Misaki miró a su sobrina que parada en medio de la sala parecía una estatua.

 

— ¿Te preguntaras como sabía que él estaba prisionero en aquel lugar? El pequeño hermano sabía que el jamás lo habría abandonado y muy en el fondo de su corazón también sabía que estaba con vida. El desgraciado que lo abandonó también había desaparecido y solo quedaba el otro malvado de la historia, su padre y no supo por qué, algo le decía que aquel hombre era el que tenía a su hermano y se propuso averiguarlo, pues era eso o entregarse a la locura y no iba a rendirse sin luchar.

 

Misaki cerró los ojos y recordó.

 

—La noche que decidió hacer su incursión en el solitario galpón, coincidió con el nacimiento del bebé que el príncipe había amado desde su concepción. Escondido entre derruidos muros el hermano menor tuvo que escuchar los gritos y las suplicas de aquel parto tormentoso. Cuando él bebé nació, se lo arrebataron sin piedad y el padre malvado del falso príncipe azul, condenó al hermano mayor a muerte y lo dejó allí, llevándose al bebé sin dejarlo verlo siquiera, sin dejarle saber que era. Eso le dio más valor al chico que ahora tenía mucho más porque luchar, la vida de su hermano, la venganza contra aquellos miserables y recuperar a su sobrino o sobrina. Escuchó como los hombres gritaban ordenes, le disparó al primero que salió por el pasillo donde él estaba y corrió a la habitación para matar a los otros dos, antes de que estos mataran a su hermano.

Por fin había terminado todo y cuando tuvo a su hermano dolorido, pálido, destrozado, entre sus brazos, aunque estaba más muerto que vivo, suspiró con alivio, porque por fin, por fin lo tenía de nuevo a su lado, entre sus brazos.

 

Hanari se acercó a él y se arrodilló, mirándolo con dolor.

 

—Tio Misaki, ese bebé… ese bebé, era…

 

Misaki negó con la cabeza y se puso de pie, tomándola de la mano para que lo siguiera.

 

—Aún no termina la historia mi querida niña, las preguntas las responderé al final.

 

Llegaron entrada la tarde, al tercer punto de su viaje. Misaki miró a su alrededor y reconoció que Makoto había hecho un increíble trabajo borrando las huellas de lo que había sido la vida de ellos en aquel tiempo. El pueblo que estaba mirando ahora, con sus callecitas bien cuidadas y sus tiendas prosperas, no era ni la sombra del pueblucho abandonado en el que se refugiaron alguna vez, huyendo despavoridos de las personas que no cesaban de hacerles daño.

 

Se detuvo frente a un edificio blanco y suspiró con una mueca de disgusto y nostalgia.

 

—Tio Misaki. — le llamó su sobrina y Misaki la miró sin verla, perdido de nuevo en sus recuerdos tristes.

 

—En este lugar…

 

El murmullo se quedó en el aire, había llegado a la parte más difícil de la historia y cuando se dio cuenta de lo que hacía, el rostro preocupado e intranquilo de su sobrina, lo hizo evocar el rostro amado de su hermano. Se preguntó en su mente si quería que ella conociera aquella parte de la historia, si quería de verdad que aquel dolor, aquella miseria, aquellos días de terror estuvieran impresos en la mente frágil y dulce de su sobrina, así como lo estaban en la de él.

 

—Se acabó la historia Hanari, regresemos a casa.

 

Ella lo miró entre asombrada y confusa. Eso no podía ser todo, había muchas preguntas, había cosas que ella necesitaba saber.

 

— ¿Que pasó en este lugar tío Misaki? — preguntó con una firmeza no usual en una niña de once años.

 

Misaki apretó los puños, dividido entre el amor a su hermano, la lealtad y su deseo de que su sobrina supiera todo lo que él había pasado.

 

Ella, tomando su mano, le dio le empujón final que necesitaba.

 

—Quiero escuchar tío Misaki, quiero saber que le pasó a mi mamá después de que mi abuelo me apartara de su lado.

 

Misaki la miró con el ceño fruncido, el amor de Hanari hacia su padre era único, tanto que se negaba a creerlo culpable de aquel horror. Sujetó la mano de la niña con cierta violencia y la miró con ira.

 

—Tu padre también fue el culpable de todo esto. Tu maldito padre creyó mentiras que no debió ni siquiera escuchar y condenó a mi hermano sin dejarlo defenderse. No olvides eso Hanari Usami, porque lo que voy a contarte, lo que tantos deseos tienes por saber, es culpa de tu padre.

 

La soltó con violencia y miró de nuevo al edificio donde se había detenido. Con un hondo suspiro continuo el relato.

 

—El, había ido palideciendo conforme pasaron los días. Maneje por mucho tiempo el camión que robé, pero pronto nos quedamos sin combustible y tuvimos que caminar. No teníamos nada, el poco dinero que había conseguido lo gasté en comida para mi hermano, ya no me quedaba nada. Esa gente nos había acusado de ladrones, ensuciaron nuestro nombre en los pocos lugares a los que podíamos escapar.

 

Así llegamos aquí, era un pueblo anónimo, pobre, lejos, muy lejos de todo, hasta aquí no podía llegar su mirada, pensé. Mi hermano apenas hablaba y cuando lo toque estaba ardiendo en fiebre. Lo traje a la medicatura del pueblo y allí lo atendieron a duras penas. Tenía una hemorragia y una infección que de haber pasado unos días más lo hubiese matado. El medico era un hombre hosco y ladino, de haber sabido todo lo que se hoy, me habría llevado a mi hermano apenas lo vi poner sus ojos en él. Pero yo era un niño y estaba asustado, temía perderlo y cuando el médico llegó en compañía de un hombre y este me ofreció su ayuda yo acepté.

 

Misaki miró el edifico una última vez y encendió el auto para seguir su camino. La siguiente parada fue en una callecita, donde una fila de hermosas casitas bullían de vida familiar. Niños descalzos y felices corrían por las aceras y en los pequeños jardines se podrían apreciar gran variedad de florecitas silvestres. Se detuvo al final de la calle y miro con angustia y dolor una casita hermosa y bien cuidada.

 

Hanari lo miró expectante y él, con una mano en su pecho, continuó.

 

—Aquí. — murmuró con la voz agarrotada por el dolor. —aquí vivimos por un poco más de un año. No era en esa época lo que vez ahora. No, toda esta calle estaba bordeada por chozas de madera, sucias y desvaídas que apenas se mantenían en pie. Era una calle pobre, con gente pobre sobreviviendo en ella. El hombre que por un momento creí nos ayudaría, cobró un alto precio.

 

Misaki se recostó del asiento y cerró los ojos, con la respiración agitada por el dolor. Las escenas venían a su mente una y otra vez. Hiroki saliendo de aquella casa todos los días, vestido con bonitos kimonos, con su sonrisa suave y tranquilizadora y regresaba roto, desconsolado, sucio. Trataba de disimular su dolor, pero los golpes, la sangre, eran difíciles de disimular.

 

—El me abrazó una noche. —murmuró Misaki entre lágrimas. —y me dijo que quería morir, que ya no podía más, que quería ir con papá y mamá. Me pidió perdón por querer abandonarme, pero se sentía muy cansado, ya no tenía fuerzas para luchar. Y entonces esa noche yo desee que ojalá llegara la mañana y ninguno de los dos despertara nunca más.

 

Misaki lloró por largos minutos recostado del volante, lloró por el niño que había sido, lloró por el hombre en que se había convertido, lloró por las lágrimas que había derramado por años y por las que estaba seguro le faltaban por derramar.

 

—Lo siento. —se disculpó con su sobrina al verla con sus ojitos rojos y llenos de lágrimas. —Siento haberte traído aquí, haberte contado esto. Volvamos a casa.

 

Ella limpió sus lágrimas y negó con la cabeza, tan terca y decidida como lo era su madre. Estaba dispuesta a saber todo lo que su tío Misaki estaba negado a contarle.

 

—Quiero saber que pasó aquí.

 

Misaki negó con la cabeza y encendió el auto.

 

—Sí. — gritó ella con decisión. —Quiero oír toda la historia.

 

— ¡Maldita sea, Hanari! — gritó Misaki nervioso. —¿Quieres que te diga que te traje aquí porque soy un canalla, un monstruo sin sentimientos? Quería que sufrieras, que vieras con tus propios ojos el horror que se vivió en estos lugares. Quería quitarte la maldita venda de los ojos y que vieras al mal nacido de tu padre como lo que es, el monstruo que nos condenó a todo esto. Tu padre destruyó a mi hermano, tu maldito padre merece morir, porque por su culpa, Hiroki vivió el peor de los infiernos.

 

Misaki estrelló sus puños contra el volante con ira.

 

— ¡Mi hermano, carajo! ¡Mi hermano que era un ángel! ¡Mi hermano que no merecía nada de lo que le pasó!

 

Hanari miró a su tío con asombro y con dolor. En el trascurso de aquel día sintió que algo en ella había cambiado, empezando por su forma de ver la vida. Apenas conocía a la persona que estaba sentada a su lado, incluso apenas conocía a su madre. El joven dulce y amoroso que por alguna extraña razón siempre parecía triste, ese que la arropaba en las noches y le leía cuentos, que le sonreía con amor, que pronunciaba un nombre que ella no conocía pero que cuando Hiroki la llamaba con él, de alguna forma lo sentía suyo. Ese joven que la había mirado con un intenso dolor cuando ella el día anterior le reprochara tantas cosas, que ahora sabía, habían sido injustas.

 

—Termina la historia tío Misaki, por favor. Dime que le pasó a mi madre en este lugar.

 

Misaki endureció el gesto, sus ojos sin vida se posaron en ella, las lágrimas dejaron de caer y la voz le salió fría y neutra, como si ya no fuera el quien contaba la historia.

 

—Lo violaron una y otra y otra y otra vez. El hombre que nos ayudó aquella noche en el hospital no era más que el dueño de un burdel. Un lugar donde venden a la gente como si fuera mercancía y los hombres asquerosos van allí y usan a esas personas como si estas solo fueran objetos, sin sentimientos, sin corazón.

 

Misaki acarició el rostro pétreo de la niña y la miró con frialdad.

 

—Yo tenía solo un poco más de edad que tú ahora y aprendí de la peor manera que tan malo puede ser el mundo que te rodea. Aprendí a no confiar en nadie, me volví duro, frio, rencoroso, vengativo. Mi hermano era lo único que me importaba, el único al que amaba y lo tuve entre mis brazos, moribundo muchas veces, tantas, que hasta yo mismo desee alguna vez que muriera para no verlo sufrir más.

 

Misaki cerró los ojos y apartó la mano del rostro helado de su sobrina.

 

—Perdón. — le dijo con sinceridad. —perdóname por haberte mostrado esta cara de la vida. Hiroki no me perdonará jamás, él no quería que tu tuvieras esta imagen en tu mente, el quería que te conservaras pura y ajena al mal que te rodea. Así como está el ahora. Cuando olvidó todo esto, volvió a ser el joven dulce y feliz que fue en un principio, antes de que tu padre apareciera y arruinara su vida…nuestra vida.

 

— ¿C-como lograron salir de aquí, como llegaron a…?

 

— ¿Tener dinero, vivir en una mansión? 

 

Misaki prendió el auto y emprendió el camino de regreso. Así, comenzó una nueva historia.

 

— ¿Recuerdas que te dije que en esta historia había dos príncipes que hicieron de todo para hacer feliz a la princesa? — le preguntó a su sobrina mirando a la carretera, mientras conducía. Ella apenas asintió y Misaki sonrió tenuemente para continuar. — El primer príncipe se llamaba Makoto Shinojara, él nos salvó de todo este horror y nos dio una vida nueva. Se casó con mi hermano y le dejó antes de morir todo un imperio. Esa historia, si la quieres saber, te la contaré otro día.

 

Hanari quería saber más, pero también sentía curiosidad por conocer quién era el segundo príncipe.

 

—Dijiste que eran dos, ¿quién es el segundo príncipe?

 

Misaki la miró un segundo y sonrió, volviendo su vista al camino.

 

—Lo veras en lo que lleguemos a la mansión, es hora de que deje de esconderse y ocupe su lugar en el corazón de mi hermano. Es hora de poner todo en su lugar, comenzando por tu padre.

 

— ¿Es… el hombre con quien mi mamá se ve a escondidas por las noches?

 

Misaki no negó ni asintió. Para Hanari, muchas cosas tenían sentido ahora, se quedó en silencio y se recostó del asiento, mirando por la ventana mientras la noche ya caía.

 

La noche también caía, en la carretera que cruzaban dos fugitivos con diferentes intereses.

 

Nowaki manejaba con total rapidez, a su lado, Hiroki dormía, hasta que una mueca se pintó en su rostro y lo hizo gemir. Nowaki se detuvo en un claro de la carretera y Hiroki abrió sus ojos con cansancio, acariciando su vientre con incomodidad.

 

—Nowaki ¿ya llegamos? — le preguntó somnoliento al que lo miraba con preocupación.

 

— ¿Te duele?

 

Hiroki negó con la cabeza cuando Nowaki señaló su vientre.

 

—No, es solo que él bebé se movió con brusquedad, hemos estado mucho tiempo en el auto y debe estar incómodo.

 

Nowaki suspiró con alivio, sacarlo del hospital había sido una locura, seguía sin creerse que lo más fácil de todo, hubiese sido convencerlo de que se fuera con él.

 

“Necesitamos hablar de nuestros hijos” “Con Misaki en la mansión y toda esa gente vigilándonos no podemos hablar” “Siento que no me has dado oportunidades para redimir los errores que cometí” “¿no merecemos acaso estar a solas un tiempo para saber que sentimos?” “Nuestra hija por lo menos merece la oportunidad de pasar un tiempo con nosotros antes de que decidas dejarme”

 

El último argumento había sido quizás el que convenciera a Hiroki de aquella loca aventura. Las palabras de reproche de su hija aún estaban presentes en la mente del joven, ella los quería juntos, no separados. También estaban las dudas en su mente, Nowaki era el padre de sus hijos, tenían una historia juntos y él lo había amado ¿Qué si ese amor aún estaba en su corazón pero la perdida de sus recuerdos se lo ocultaba? ¿Qué pasaría si esos recuerdos volvían y el recuperaba ese amor cuando ya fuera tarde, cuando hubiese decidido dejar a Nowaki por Shinoda? No sabía nada de su relación con Shinoda, solo sabía que su cuerpo le respondía, que su corazón lo amaba, pero y ¿si eso era un espejismo?

 

— ¿Estás seguro que ya Hanari debe haber llegado a ese lugar dónde vamos?

 

Nowaki apretó los puños y con un suspiro tomó el volante para seguir su camino. Se había valido de una mentira también, para terminar de convencerlo, pero su hija no estaría allí. Lo que quería hacer, necesitaba hacerlo solo con Hiroki, Hanari tendría que permanecer en la casa Shinojara y él tendría que usar todas sus armas para calmar a Hiroki, cuando descubriera que lo había engañado.

 

—Si mi amor. — le aseguró con una sonrisa tranquilizadora. —Estoy seguro que nuestra princesa ya nos está esperando ¿Porque no te duermes otro rato? Aún nos falta camino, cuando lleguemos te hare una rica cena.

 

Hiroki lo miró intranquilo, pero con una sonrisa resignada se acurrucó en el asiento para volver a dormir, mientras acariciaba su vientre cariñosamente, pensado en su bebé, en su niña y en el hombre que llenaba cada noche sus sueños de cálidos besos y de un amor que se creía incapaz de olvidar.

 

Era de madrugada cuando Misaki entró por los enormes portones de la mansión. Hanari dormía en el asiento y Misaki suspiró con cansancio cuando uno de sus hombres abrió las puertas del auto.

 

—Misaki sama, lo hemos buscado todo el día.

 

Hanari se despertó con la agitación del hombre y cuando Misaki iba a protestar, Shinoda salió por la puerta principal y bajó las escaleras con rapidez, haciendo que Misaki se sobresaltara con lo que sabía, serian malas noticias.

 

—Kusama se llevó a Hiroki del hospital, nadie sabe cómo ni a donde, no logramos localizarlos.

 

—Tú…estabas muerto. — murmuró la niña bajando del auto.

 

Misaki la tomó de la mano y le preguntó apenas conteniendo la ira.

 

— ¿Tu sabias esto? ¿Dónde llevó tu padre a mi hermano?

 

Ella negó con la cabeza y Misaki al verla tan asustada y nerviosa la soltó.

 

—Que venga Shinobu. —ordenó a sus hombres. — Que se lleve a la niña a su habitación y vigilen toda la maldita casa, nadie sale y nadie entra sin que yo lo sepa ¡está claro!

 

Todos asintieron al instante y Hanari se fue enseguida con un serio Shinobu sin poder aclarar sus dudas.

 

— ¿Cómo sacó ese maldito hombre a mi hermano del hospital?

 

Shinoda no tenía esa respuesta, nadie la tenía, solo las dos personas que se alejaban cada vez más de aquel lugar conocían las respuestas y estaba por verse si podrían alguna vez encontrarlos o volver a verlos.


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