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DIRECTO AL CORAZON por Butterflyblue

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Notas del capitulo:

Hola!!! hoy es viernes y aqui les dejo la conti. Gracias a los nuevos lectores que se tomaron su tiempo para dejarme un mensaje, se los agradezco de corazon. Gracias a todos por leer y espero les guste la historia. Un beso, Gracias por leer, nos vemos el lunes.

6-Verdades que atan.

 

Nueve años antes…

 

—El alcalde va a dar una fiesta para gente importante y quiere que enviemos acompañantes. Viene gente con mucho dinero.

 

Un hombre osco, gordo y poco agraciado hace planes y su sirviente lo mira con resignado interés.

 

— ¿A quiénes quiere enviar, señor? —pregunta servil.

 

—Prepara a los mejores que tengas y, Hashiro, el alcalde pidió a la rosa expresamente. Llámalo y que se prepare.

 

El hombre palidece.

 

—Pero señor él… él, aun no se ha recuperado de…

 

—No me interesa, Hashiro. No me voy a buscar un problema con el alcalde porque ese muerto de hambre es tan frágil que no puede ni aguantar unos golpes.

 

Al sirviente no le queda otra que obedecer.

 

El día de la fiesta ajusta cuidadosamente un bonito kimono en un cuerpo que apenas puede mantenerse en pie.

 

—Tomate esto, niño. —le dice al joven que lo mira sin vida, sin esperanza. —Es una droga que te mantendrá aletargado, así no sentirás mas dolor.

 

******

 

—Recuérdame por que vinimos a esta deplorable reunión.

 

Makoto Shinojara esta hastiado del servilismo de la gente, de lo que esta puede llegar a hacer por dinero. Tiene cincuenta años, pero ni de lejos los aparenta. Su cuerpo de estampa digna y conservada se ajusta perfectamente a su notable estatura. Parece un samurái, con la distinción y la enigmática presencia de esos míticos personajes. Con cabello negro azabache donde ya se pintan algunas canas y unos ojos negros que parecen oscuros pozos.

 

—Sabes que como líder del Clan siempre debes estar en contacto con los asociados, así sean menores. —Le responde su fiel sirviente y mano derecha.

 

—Si Yashiro, pero mira esto. —Makoto señala a su alrededor. Hombres borrachos por doquier manosean a las prostitutas y prostitutos que fueron traídos. Dándole al ambiente un aire decadente. —Parece un burdel en vez de una reunión del Clan. No me importa venir a las provincias, pero no a presenciar estos espectáculos.

 

Makoto hace un gesto de desdén cuando el alcalde de la pequeña región y miembro del Clan se acerca a él con un joven y una chica escoltándolo.  

 

—Kumicho, espero esté disfrutado la fiesta. Le he traído estos obsequios.

 

Antes de que Makoto deje salir todo ese carácter por el que es tan famoso. Su sirviente se adelanta.

 

—Gracias Konosuke sama, pero sólo estaremos unos minutos más, el Kumicho tiene una reunión importante en Tokio a primera hora y debemos regresar temprano.

 

El hombre demuestra su decepción y hasta un ligero enfado. Makoto, mirándolo fríamente, espera con ansias que diga algo para poder decirle todo lo que piensa de él y de su decadente estilo de vida.

 

Para suerte del hombre, puede más la prudencia y se retira sin decir nada. Makoto respira profundo y se toma despacio el champan que baila en su copa. Unos minutos más y estará fuera de esa casa.

 

Pero cuando esa determinación embarga su mente, un destello de luz lo ciega por un momento. Busca el origen del halo y lo consigue. Sus ojos se quedan fijos en la silueta fina y delicada de un joven que mira todo, como si ni siquiera estuviese mirando.

 

—Yashiro. —cuando su sirviente se acerca, Makoto dirige su mirada hacia la hermosa visión que lo ha hipnotizado. —Mira al joven de allá, el que lleva el kimono dorado. Tráelo.

 

Yashiro lo mira con impresión y luego devuelve su mirada hacia el joven que parece caminar por inercia.

 

—Makoto…

 

—¡Tráelo!

 

La orden es inflexible y Yashiro no puede más que obedecer. Makoto lo ve acercarse al joven y entonces es interceptado por el alcalde. Intercambian unas palabras y el hombre hace un gesto de molestia. Parecen discutir y cuando Makoto resuelve acercarse. El alcalde termina por ceder y Yashiro viene hacia él con el joven siguiéndole.

 

—Tiene un exquisito gusto, Kumicho. —Le dice el alcalde que también se ha acercado. —Este es la rosa, el prostituto más codiciado del harén de Hiyo.

 

El hombre acaricia con malicia la mejilla del chico, pero este parece perdido en su mente.

 

—Era mío esta noche. — apunta el alcalde con un dejo de molestia. —Pero usted es el agasajado. Lo llevaré a una suite para que pueda disfrutar de este regalo.

 

Makoto lo sigue y cuando finalmente llegan a una lujosa habitación. Le lanza una mirada fría a Yashiro que sale junto con el alcalde dejándolo a solas con el joven.

 

Makoto se acerca y este apenas levanta la mirada. Su piel es tan blanca y sedosa que parece irreal. Makoto admira los mechones marrones que a la luz parecen color miel. Puede apreciar unas manos pequeñas y delicadas que caen sin vida a los costados de un cuerpo que intuye muy delgado.

 

— ¿Cómo te llamas?

 

El joven levanta la mirada y en sus ojos no hay brillo, pero a pesar de eso, Makoto puede recrearse en la perfección de estos, y se los imagina risueños. Cuando acerca su mano hacia este, lo siente tensarse, pero el gesto dura un segundo y luego vuelve a su estado de languidez.

 

Makoto le quita la peineta dorada que adorna su cabello y la mira sonriendo, si no fuera por esa baratija que lanzó el reflejo de luz, quizás se habría ido sin ver a la hermosa joya que tiene delante de él.

 

—Te pregunté tu nombre. —Le dice con suavidad, levantando delicadamente su barbilla con los dedos.

 

Este lo mira sin verlo, sin entender, como si fuera solo un bello envoltorio sin un alma en su interior.

 

Entonces Makoto lo intuye, el chico está drogado y eso, no sabe por qué, le duele.

 

El chico parece reaccionar por un momento y lo mira con un dejo de temor. Suspirando, camina con pasos inciertos hacia la cama y se desviste lentamente.

 

Makoto se queda inmóvil al ver la piel mallugada y golpeada que va empeorando mientras el Kimono sale de su cuerpo.

 

—Pe…permítame complacerlo, señor. — murmura el joven y se extiende a duras penas sobre las satinadas sabanas.

 

Makoto siente algo indescriptible. Los ojos del joven están cristalinos por las lágrimas. Hubiese sido una hermosa escena sino hubiese tanto dolor en aquel perfecto rostro. Si la sedosa piel no hubiese estado tan amoratada y maltratada. Si el joven no hubiese estado drogado y esperando allí lánguidamente su precario destino.

 

Makoto sale de la habitación dando un portazo. Sin mirar atrás cruza entre las personas y sale de la casa subiéndose a su limosina seguido de un agitado Yashiro.

 

******

 

Se mantiene en silencio en todo el vuelo. Intentado no recordar aquellos hermosos ojos que lo miraron con dolor.

 

Y Makoto Shinojara, el hombre poderoso que aplastó a cualquier enemigo que se interpuso en su camino. Que enterró al amor de su vida siendo muy joven y que se juró no volver a caer de rodillas ante el amor, nunca más. Dos días después de aquel encuentro, no puede apartar aquella mirada de sus pensamientos.

 

La mañana del tercer día se mira al espejo de su lujoso baño y encuentra el rostro de un hombre atormentado por un anhelo, enamorado de un recuerdo efímero. Un hombre que desea curar un corazón que sabe puro e indefenso.

 

—Estoy loco. —Le dice a su reflejo y sonriendo con un suspiro resignado se viste rápidamente y sale de la mansión sin darle tiempo a nadie de reaccionar.

 

Conduce como loco y en el camino llama a su piloto. El avión está listo cuando él arriba al aeropuerto. Su celular ha estado reventándose a llamadas y hastiado lo apaga.

 

— ¡Al infierno! —grita, tirando el aparato en uno de los asientos del avión.

 

No encuentra sosiego sino hasta que aterrizan en el pequeño aeropuerto de la provincia. Da unas cuantas órdenes y alquila un vehículo, que maneja como poseso hasta que llega a la casa del alcalde.

 

—Kumicho. —exclama el hombre con sorpresa al recibirlo. —Que honor tenerlo en mi casa nuevamente. Estoy apenado con lo que sucedió hace unos días, pero le aseguro que el muchacho fue castigado por molestarlo.

 

Los ojos de Makoto se abren como platos. Toma al hombre por la pechera y lo levanta con toda su fuerza dejándolo despegado del suelo.

 

— ¿Dónde está? —pregunta furioso.

 

Cuando el hombre abrumado y aterrado le da la dirección del prostíbulo, Makoto lo lanza al suelo de un solo puñetazo.

 

—Más te vale que no lo hayas dañado cerdo asqueroso o acabaré con tu pequeña y sórdida carrera.

 

Makoto, después de proferir aquella amenaza, sale a la carrera de aquel lugar.

 

 No es difícil conseguir el burdel, pero no lo encuentra allí. Sin embargo, el hombre que lo atiende parece tenerle cariño al chico y le da las señas de donde vive.

 

—Hiroki. — murmura Makoto, mientras conduce introduciéndose a una parte de la pequeña ciudad que parece sacada de un cuento de terror. Ahora ya sabe su nombre y entonces siente que lo desea aún más.

 

Cuando llega al destino. Se horroriza. Es una pequeña callecita bordeada de pequeñas chozas que con una ventisca se caerían. Los rostros de la gente que se asoma por las derruidas ventanas son tristes y sombríos, rostros de pobreza, de hambre.

 

Makoto pregunta hasta que alguien le señala la casa y entonces sonríe con dolor. A pesar de toda la miseria que la rodea, la pequeña casita tiene vida. Unas cuantas florecitas colorean un precario jardín. Una cortinita de colores cubre un enorme hoyo que presume de ventaba. Sus paredes ruinosas están pintadas a duras penas. Se nota que su dueño desea que sea un hogar, un hogar real.

 

Makoto pone una mano en su corazón, pues el dolor, la admiración, el orgullo, lo embargan. Quizás si no fuera un hombre tan recio, si no hubiese estado tan curtido por la vida, habría llorado ante aquella conmovedora escena.

 

De pronto un chico de no más de trece años sale por la puerta y lo mira exaltado.

 

— ¿Que hace aquí? ¿Qué quiere?

 

Lleva un cuenco con agua y unas compresas, todo va a dar al suelo cuando este saca un bate de quien sabe dónde y se prepara para defenderse, para defender a quien ama, a quien en ese momento no puede defenderse.

 

— ¡Váyase! —Le grita a Makoto amenazándolo con el bate. — ¡Ya le hicieron suficiente daño, déjenlo en paz…déjenlo en paz!

 

—Tranquilo muchacho…no he venido…

 

—Ya sé a lo que viene. —grita Misaki interrumpiéndolo. —Viene a ver a la rosa, viene a mancharlo con su suciedad. Pero él no es una rosa, no es un objeto. Él es mi hermano. Mi hermano y… y sé está muriendo por culpa de asquerosos como usted. Váyase…Váyase.

 

El chico deja salir con gritos todo su temor, todo su dolor.

 

Makoto aprovecha las lágrimas y la debilidad del joven, para acercarse. Cuando este intenta golpearlo con el bate. Makoto lo desarma fácilmente. Lo deja forcejear, aguanta sus pequeños golpes y hasta que este lo muerda y cuando lo siente desfallecer del cansancio, lo lleva al interior de la casita.

 

Lo sienta en un desvencijado mueble y se arrodilla ante él, poniendo en su mirada toda la verdad que tiene, toda la esperanza de que aquel pequeño animalito salvaje, asustado y dolido se deje ayudar.

 

—No voy a hacerles daño. Te lo prometo, necesito que confíes en mí.

 

Misaki lo mira aterrado, pero está tan cansado. Hiroki ha pasado dos noches con fiebre y el moretón en su rostro está cada vez peor. Apenas despierta para comer y en esos momentos no parece conectado con el mundo. Misaki está preocupado porque su hermano despertó por última vez hace casi un día. Su corazón palpita, sí, pero su respiración es pobre. Se está muriendo, Misaki lo sabe y eso lo aterra, porque una vez más se encuentra a nada de perderlo.

 

 Confiar en aquel hombre le da terror, pero ¿Qué más podía hacer? El médico del pueblo le atendió a duras penas, pero todos le temen al alcalde que ha sido quien le profiriera aquel castigo a su hermano. No tiene escapatoria y no puede más que confiar en aquella mirada que parece sincera.

 

Asiente temeroso. Makoto se pone de pie y camina hasta un pequeño espacio separado por una precaria cortina de flores.

 

Cierra los puños y respira profundo cuando ve a Hiroki, tendido en el suelo y envuelto con unas desvencijadas sabanas. Se acerca y lo carga con cuidado.

 

—Todo va a estar bien, pequeño ángel. —susurra al que duerme y con delicadeza besa su cálida frente, sellando así su promesa.

 

Con Hiroki en brazos camina hacia Misaki.

 

—Recoge todo lo que sea valioso para ustedes. No volverán aquí, jamás. — Le ordena suavemente, sonriéndole con confianza para que el chico lo obedezca sin chistar. Mientras más rápido salgan de allí, más rápido podrán olvidar aquel lugar de pesadilla.

 

Misaki lo piensa unos segundos, pero sabe que no tiene más remedio. Hiroki está ardiendo con la fiebre y aquel hombre de verdad parece querer ayudar. Corre y en una pequeña funda recoge las pocas pertenecías valiosas que tienen. Segundos después sale de aquella casa, confiando en que no los volverán a lastimar.

 

Makoto pasa los siguientes días, metido en una prestigiosa clínica en Tokio. Vigilando el sueño del ser que ha cambiado su vida. Misaki va todos los días a ver a su hermano y se queda largo rato con él, para luego regresar a la mansión donde un montón de sirvientes se desviven por atenderle.

 

Desde que Makoto lo ha llevado a la mansión, el júbilo se ha apoderado de aquella casa. El amo, querido por todos, ha recomendado que cuiden al chico y ha sido obedecido al pie de la letra, porque los habitantes de aquella casa aman verlo feliz.

 

Una semana después, Hiroki por fin despierta.

 

Makoto está a su lado y cuando lo ve abrir los ojos le sonríe con ternura.

 

—Buenos días hermoso, pensé que ibas a dormir para siempre.

 

Hiroki frunce el ceño y mira todo a su alrededor.

 

— ¿Misaki?— pregunta con la voz áspera y ansiosa.

 

Makoto toma su mano y la besa dulcemente.

 

—El pequeño príncipe está en su castillo. Debe venir en un rato a verte.

 

Hiroki lo mira sin entender. Se siente aletargado, pero ya no se siente adolorido ni enfermo.

 

— ¿Dónde estoy? Y… ¿Quién eres?

 

Makoto suspira, aquel va a ser un cuento largo. Cuando finalmente termina de relatarle todo, ya Hiroki ha tomado su desayuno y está sentado contra las almohadas, mirándolo extrañado y temeroso.

 

— ¿Por qué te tomaste tantas molestias por mí? —pregunta apenado.

 

Makoto acaricia su rostro que ya está sanando.

 

—Porque tú eres un ángel y los ángeles a veces también necesitan ayuda.

 

Hiroki sacude la cabeza y cuando va a protestar, entra Misaki risueño por la puerta.

 

Su hermano se acurruca en la cama con él y lo abraza con fervor. Makoto los deja a solas y estos aprovechan para hablar por horas.

 

—Ha sido increíble, Hiroki. Se ha portado como todo un caballero y si vieras su casa. Es enorme, hermano y todos son tan buenos conmigo. Tengo una habitación increíble y me compró un montón de ropa.

 

Misaki hace una pausa en su azarosa perorata y mira el rostro temeroso de su hermano. Lo besa y acaricia su mejilla.

 

—Yo también tenía miedo al principio, nadie hace nada por nada y después de todo lo que nos ha pasado, lo que nos hizo esa gente. Me daba miedo confiar. Pero él no es malo, Hiroki. Si vieras como lo quieren todos en su casa y todos hablan muy bien de él. Me pidió que confiara en él y lo hice, hazlo tú también Hiroki, de no ser por él habrías muerto, yo pase días pensando que iba a perderte.

 

Misaki se acurruca en el regazo de su hermano y este lo besa con cariño.

 

—Está bien mi pequeño, confiaré en él. —susurra Hiroki besando el cabello de su hermano. Tiene miedo de lo que depara el futuro, pero nada puede ser peor de lo que le ha pasado. Así que decide arriesgarse.

 

Jamás se arrepentiría Hiroki de su decisión.

 

Cuando sale del hospital recuperado y perfecto. Makoto lo lleva a su casa. El revuelo es enorme y desde el principio se roba el corazón de todos. Unos meses después, es el consentido de aquella enorme mansión y de su muy poderoso dueño.

 

Makoto se desvive por complacerlo y lo llena de regalos que originan a veces pequeñas discusiones entre ellos. Hiroki es muy sencillo y austero. No le gustan las grandes demostraciones de afecto que Makoto a veces le prodiga. Como la primera vez que le regaló un lujoso auto o el día que lo llevó al puerto para enseñarle el enorme yate que le había comprado.

 

Para el mundo exterior Makoto Shinojara es el magnate despiadado y poderoso líder del mayor clan Yakuza de Japón. Pero hay algo que lo doblega y eso es un joven de cabellos castaños y de ojos color miel que siempre lo recibe risueño cuando llega a casa.

 

Le toma unos años a Makoto enamorarlo y aunque el corazón de Hiroki nunca le pertenecería por completo, finalmente logra que acepte casarse con él.

 

Se casan en una ceremonia hermosa y con una celebración que dura semanas. Entonces el amor de Makoto se vuelve más entrañable. Más profundo. La felicidad se instala en aquella enorme mansión y los dos pequeños príncipes viven felices, cobijados en la protección y el amor de un gran hombre.

 

Tienen sus peleas de vez en cuando y Makoto siempre sale perdiendo cuando se atreve a contradecir a su mimado esposo. También está el asunto del pasado de Hiroki y de la venganza que Makoto le va a ayudar a llevar a cabo. Esas son las únicas nubes negras que ensombrecen su felicidad.

 

Pero a pesar de que a Makoto le ha dolido lo que le ha pasado a Hiroki y está urdiendo a espaldas de este un plan para redimirlo, le da un tiempo para ser feliz, para aprender cosas nuevas, para alejarse de los demonios que lo atormentan. Le enseña en ese tiempo lo valioso que es, lo enseña a amarse y le muestra el camino para volver a amar.

 

Makoto lo introduce en su mundo de riqueza y poder y le da un lugar entre la sociedad poderosa que lo rodea. Hiroki es una joya que brilla con luz propia y no pasa mucho tiempo para que pueda pararse al lado de su esposo como un igual.

 

 Lamentablemente el tiempo llega a su fin antes de que Makoto pueda cumplir su plan en la venganza de Hiroki. La muerte alcanza al poderoso hombre. Después de dos años de un hermoso matrimonio, la vida reclama esa brillante alma y luego de unos meses de penosa enfermedad, se lo lleva.

 

Hiroki soporta estoicamente aquella pérdida, porque su esposo así se lo ha pedido y ahora, después de cuatro años de haberlo perdido, de extrañarlo, de añorarlo, otro buen hombre llega a llenar de nuevo su corazón. Sólo que esta vez no va a ser tan fácil el camino, pues muchas cosas se interponen y quizás al final nunca llegaran a ser felices.

 

******

 

Shinoda no durmió en toda la noche ¿Cómo podría haberlo hecho? A su lado, recostado en la mullida alfombra, un hermoso ángel dormía sereno.

 

Las primeras horas de la noche las pasó recorriendo con besos y caricias la piel que tanto había anhelado tocar. Descubrir que aquel joven era más de lo que había imaginado lo había llenado de deseo.

 

Los besos tibios y dulces, en aquellos labios que sabían a fresa y a primavera. Los ojos iridiscentes y hermosos que lo miraban con entrega, con deseo, con un dejo de temor. El aroma de su piel tersa y sensual y la suavidad de su cabello que se confundía entre sus dedos cuando lo besaba.

 

Shinoda le dijo muchas veces en aquella interminable noche, lo mucho que lo amaba. Cuanto había deseado aquello. Le contó su dolor porque pensó que jamás lo iba a poder alcanzar. Y Hiroki se entregó en silencio disfrutando de aquel amor que pensó jamás volvería a experimentar.

 

Hiroki tenía miedo del futuro, miedo de las consecuencias de sus decisiones, pero él era solo un joven, su corazón había estado solo por mucho tiempo. Makoto lo había enseñado a no temerle al amor, a abrirle los brazos, a dejar que este llenara su corazón y entonces estaba este hombre, cuya calidez le recordaba tanto a la de su salvador. Que lo miraba igual que Makoto, que intuía lo amaba tanto o incluso más de lo que lo había amado su esposo.

 

Y en un momento abrió los ojos y allí estaba. Un hombre lo besaba con pasión, unas manos cálidas calentaban su piel con caricias. Un cuerpo viril lo poseía, lo llevaba a rincones que había perdido en su mente. Shinoda le hacia el amor con reverencia, con pasión, con locura. Hiroki podía sentirlo en su interior llenándolo y su aliento se perdió en jadeos, en gemidos, en sollozos de gozo.

 

Se aferró a los brazos que lo rodeaban con fuerza. Escuchó con emoción las palabras enamoradas y aceptó con alegría los besos suaves y sensuales. Gritó su orgasmo inundado con una emoción de completa entrega y cuando todo volvió a empezar y Shinoda le hizo el amor de nuevo aquella noche, pensó que no se arrepentiría jamás de haber cruzado aquel bosque. Tal vez Makoto sabía que aquello pasaría, tal vez así siempre lo quiso. Hiroki supuso que su esposo, que jamás había hecho nada para lastimarlo, había puesto a Shinoda en su camino para que fuera feliz.

 

Así, abrió los ojos aquella iluminada mañana y se encontró con una mirada dulce y penetrante. Sonrió y se estiró como un gatito mimado. Shinoda rio y se acomodó en la mullida alfombra donde habían hecho el amor toda la noche metiéndolo entre sus fuertes brazos.

 

—Eres un pequeño gatito seductor. —Le dijo besándolo despacio.

 

—Y tú eres un insaciable. — murmuró Hiroki, acariciando la creciente erección que sentía contra su desnudo vientre.

 

—Cuando has anhelado algo por muchos años y por fin lo tienes no puedes saciarte de él.

 

Shinoda lo besó profundamente y con su rodilla apartó sus piernas, abriéndolas para acomodarse entre ellas y acariciar con su pene la entrada adolorida, pero seguramente aun estirada.

 

Hiroki gimió cuando lo sintió entrar solo un poco.

 

— ¿Te duele? —Susurró Shinoda entre besos, mirándolo intensamente.

 

Le dolía sí, pero también lo deseaba, así que mordiendo su labio negó con la cabeza y un gemido escapó de su boca cuando Shinoda lo penetró de un solo empujón. Shinoda lo tomó con fuerza y lo llevó hasta la cima rápidamente con movimientos violentos y calculados que hicieron que Hiroki perdiera el aliento y sintiera que iba a desvanecerse.

 

El orgasmo lo alcanzó como una luz fulgurante que estalló en su pelvis y en sus ojos dejándolo lánguido en los brazos de Shinoda. Este lo acomodó suavemente sobre la alfombra y lo besó repetidas veces hasta que la conciencia volvió a sus ojos.

 

—Buenos días. — Susurró Shinoda cuando este lo miró adormilado.

 

—Buena forma de… dar los buenos días. —Le dijo Hiroki sonriendo, mientras acariciaba el atractivo rostro de Shinoda.

 

Hiroki apartó la mano y suspiró.

 

—Estamos locos ¿verdad? Esto…yo…apenas te conozco.

 

— ¿Te arrepientes?

 

—No. — respondió Hiroki sin pensarlo mucho. —Es solo que, aquí adentro es como un sueño, pero fuera de esta casa me espera la realidad. Mi hija y…destruir a esa gente que tanto daño me hizo. Ese ha sido mi objetivo desde hace mucho tiempo,

 

Shinoda apartó los mechones de cabello que le ocultaban el rostro de Hiroki. Acarició con dulzura sus labios y se acercó para besarlo suavemente.

 

— Estaré contigo en cada paso que des. Si tú así lo quieres. Deseo que recuperes a tu hija, Hiroki y… también deseo que seas feliz.

 

Shinoda tomó la pequeña mano de Hiroki y la puso en su corazón que palpitaba con violencia.

 

— ¿Sientes este corazón? Es tuyo, así como lo que conforma este cuerpo. Este hombre que te ama con todo lo que es, es lo único que tengo para darte. Te ofrezco mi lealtad, mi amor, mi fortaleza y mi alma.

 

Hiroki suspiró y sonrió con ternura.

 

—Pronto voy a ir a buscar a mi hija ¿vendrás conmigo?

 

Shinoda lo besó y lo abrazó con fuerza.

 

—Nada podría evitar que yo estuviera contigo en ese momento.

 

— ¿Ni siquiera yo? —preguntó Hiroki conociendo la respuesta. Pues sabía que aunque se lo pidiera, Shinoda jamás lo abandonaría.

 

—Ni siquiera tú.

 

— Tramposo. — Le acusó Hiroki riendo alegremente.

 

Shinoda lo ayudó a ponerse de pie y con rapidez lo cargó en sus brazos. Hiroki rio a carcajadas cuando Shinoda lo llenaba de besos mientras caminaba hasta el baño.

 

—Le prometí a Makoto que iba a protegerte y ahora más que nunca cumpliré mi promesa.

 

Aquellas palabras quedaron en el aire y mientras ellos hacían el amor nuevamente bajo la tibia agua de la regadera una nueva historia comenzaba a tejerse, sólo que nadie sabía si el final sería feliz para ellos.


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