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Hinata y las Judías Mágicas por Khay Wasabi

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Había hecho un cálculo global, uno por grupos y otro por prioridades. Le había dado mil vueltas, lo había revisado todo seis veces para asegurarse de que no hubiera ningún error. Finalmente había acabado por aceptar la derrota. Estaban en bancarrota, sin un duro, en la ruina. No tenían dinero para sembrar en la granja, para dar de comer a la vaca y mucho menos para comer ellos mismos. Daichi sintió como las paredes de la cabaña —que se caían a cachos— se cernían sobre él.

Suspiró y miró la desvencijada cama que compartía con su hermano. Estaba igual de despatarrado que cuando le había despertado de un manotazo. Si tan sólo tuvieran un poco de dinero... podría comprar otra cama o los materiales para hacer una, y así dormir por fin de un tirón, sin despertarse continuamente por una patada o un guantazo.

—¡Hey! Shōyō, despierta.

La mata de cabello naranja desapareció debajo de la manta, provocando que Daichi sonriera de medio lado mientras se le hinchaba la vena del cuello.

—Shōyō... no tengo ánimos para aguantar tonterías, levanta ahora mismo.

La voz baja y cavernosa logró el efecto deseado. Shōyō se levantó de la cama como un resorte.

—¡Buenos días! ¿Qué hay para desayunar?

—Nada.

—¡Bien! ¡Nada! Un momento... —Shōyō ladeó la cabeza, analizando la palabra y sus posibles significados— ¿Cómo que nada?

Daichi suspiró, tratando de recordar si había visto alguna vez que a sus difuntos padres se les cayera su hermano de cabeza.

—No nos queda nada de comida y tampoco dinero para comprarla —hizo una pequeña pausa consciente de la reacción que desencadenarían sus siguientes palabras—. Necesito que vayas al mercado a vender la vaca.

—¡¿Qué?! ¡No puedes vender a Moo-chan! Es parte de la familia.

—No tenemos nada que darle de comer, se va a morir —murmuró con un tono de voz suave y paciente—. Asegúrate si quieres de que quien la compre la va a cuidar, pero tienes que venderla. Necesitamos el dinero.

Shōyō dejó caer los hombros, derrotado por la innegable lógica de su hermano mayor. Marchó al establo y miró con cara de culpabilidad a Moo-chan, antes de atarle una soga al cuello y empezar a caminar con ella de camino al mercado.

Procuró ir al paso más lento posible, parando cada vez que la vaca quería pastar y contándole todas las anécdotas que recordaba de ellos dos. Qué básicamente se resumía en él haciendo el loco cerca de Moo-chan, acabando con la cara en el suelo y la vaca mirándole.

Llevaba una hora de camino cuando se encontró con Kei, al que saludo con efusividad a pesar de la cara de mal me huele que este había puesto al verle.

—¿De paseo con la vaca?

Shōyō, sin captar el tono sarcástico de la pregunta, negó con la cabeza.

—Voy a venderla.

—¿A si? Voy a ver si tengo algo...

Kei hurgó en su bolsillo, atrapando un bulto que notó con los dedos, lo atrapó y extendió la mano delante de Shōyō.

—¿Es mágica?

Kei miró la judía que sostenía en la palma de la mano. Había llegado a él tras una serie de acontecimientos. Hacía tres días mediante pullas lanzadas con su lengua de víbora, había provocado en la taberna, la única taberna del pueblo, una pelea de tales dimensiones que sólo había quedado en pie una mesa. El tabernero, nada contento, le había prohibido entrar en su local so pena de quedarse sin lengua, literalmente.

Aquello le había llevado a buscar en los pueblos vecinos un lugar donde descargar frustraciones y divertirse un poco, hasta la fecha sin éxito. Lo que si había sucedido era que se había encontrado con una vieja con la cabeza atorada en el hueco de un árbol. Como a pesar de todo no era mala persona, había ayudado a aquella mujer a salir del problema. Aquella mujer, llena de agradecimiento, le había regalado un palo... si, un palo «mágico» con la promesa de que le llevaría hasta un objeto de gran poder que llenaría su vida de fortuna.

En cuanto perdió a la vieja de vista lanzó el palo a tomar por culo, dándole por esas casualidades de la vida, a un cuervo que graznó alarmado, dejando caer esa judía del pico y que recogió por joder al pajarraco, que no dejaba de graznar sobre su cabeza.

—Sí, es mágica.

Qué coño, con lo tonto que era Shōyō lo mismo se lo tragaba, le daba la vaca, se la regalaba al tabernero para que pudiera hacer estofado y le volvía a dejar entrar, que le daba pereza patear de pueblo en pueblo sólo para echarse unas risas.

—¡Oh! ¿Me la cambiarías por Moo-chan?

Bingo.

Kei sonrió como si fuera la persona más simpática del mundo mientras le daba la judía y tomaba la soga de la vaca. Shōyō se quedó un rato mirando cómo se alejaba silbando, con lágrimas en los ojos y sorbiendo por la nariz, mientras se recordaba que le estaba dando una mejor vida a Moo-chan. No confiaba en que Kei cuidara bien de ella, pero como era amigo de Tadashi, que era muy simpático y tenía una gran huerta, estaba seguro de que le ayudaría con Moo-chan, y él a cambio tenía una judía mágica. Ya resolvería después el problema de no saber para que servía.

Shōyō se paró frente a la puerta de su casa, inspirando aire antes de abrirla de golpe para sorprender a su hermano. Y lo cierto es que pareció sorprendido, y agitado, y acalorado, igual que su vecino, Kōshi, que estaba al lado de Daichi. Sonrió saludándole con naturalidad, no le sorprendía que estuviera allí porque pasaba tanto tiempo en casa con su hermano, que prácticamente era como si viviera allí.

—¿Ya has vuelto?

Shōyō asintió enérgicamente, mientras Daichi echaba cuentas que no le salían. Se tardaban cuatro horas en llegar al mercado, eso significaban un mínimo de ocho horas de viaje, ida y vuelta. Shōyō había tardado menos de tres horas... algo le olía mal.

—¿Y bien? ¿Has conseguido mucho por Moo-chan?

—¡Una judía mágica!

Shōyō extendió la mano enseñándola con orgullo. Daichi por el contrario, miró la judía con cara agria, observando el color grisáceo y enfermizo, antes de empezar a sonreír mientras se le marcaba la vena del cuello. Kōshi agarró el brazo de Daichi, tratando de calmarle mientras Shōyō temblaba preguntándose qué era lo que había hecho mal.

—Shōyō ¿puedo preguntarte quien te compró a Moo-chan por esa... eh... judía mágica?

Shōyō tragó saliva y miró a Kōshi. Siempre le tranquilizaba mirar su sonrisa amable, le hacía sentir que todo estaba controlado, incluso la bestia interior de Daichi y por tanto sus temibles capones en la cabeza.

—Kei... me prometió que cuidaría de ella.

Shōyō se sobresaltó con el crujido que emitió la mandíbula de Daichi, que se soltó del agarre de Kōshi y pasó al lado de su asustado hermano, directo a la puerta. Kōshi suspiró y palmoteó la cabeza de Shōyō.

—Bueno... planta esa judía, así podremos comer algunas.

«Si es que todavía puede germinar» pensó antes de salir corriendo detrás de Daichi, a tratar de impedir que cometiera un homicidio. Aunque se había hablado un par de veces en el pueblo de hacer una excepción, no habían llegado a legalizar el asesinato de Kei y no quería que Daichi terminase en la cárcel.

Shōyō miró la judía, que seguía en la palma de su mano. Kōshi le había dicho que la plantase, quizás era buena idea, puede que funcionara así. La plantabas y ¡puf! Aparecían un montón de dulces y pasteles. Sonrió y corrió afuera, con intención de plantarla en el campo, pero se detuvo con un escalofrío, al ver toda una bandada de cuervos posada sobre el viejo y destartalado espantapájaros.

Si intentaba plantarla ahí, por muy mágica que fuera no iba a durar ni un asalto. Retrocedió, envolviendo protectoramente la judía con sus manos, sin dejar de vigilar cada movimiento de las aves. Sonrió y se limpió la frente, orgulloso de haber evitado cometer una imprudencia. Buscó un viejo cuenco que había desechado por tener una grieta y lo llenó con tierra de la entrada. Era más arena que tierra, pero estaba seguro de que sería suficiente por el momento. Enterró la judía y vertió un poco de agua sobre ella, dejando el cuenco bajo su cama, para que los cuervos no pudieran verlo por la ventana.

Notas finales:

Sólo escribiré los nombres de los personajes, porque no quería liar a nadie al tener que cambiar el apellido de Hinata por el de Daichi.   Si no dejas un review, no sabre que opinas.


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