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Pequeño Gran Cambio por Dovah

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Ushijima Wakatoshi despertó un minuto antes de que su despertador sonara, contempló el techo en total silencio y desactivó la alarma cuando esta comenzó a sonar.

Se dirigió al baño para darse una ducha, y mientras el agua caliente se escapaba de la regadera para descender por su torneado cuerpo, él pensaba con detalle el itinerario de ese día.

Cuando la máquina de café emitió el característico sonido para el mayor, Ushijima se sirvió una taza del amargó líquido. Una vez terminado se arregló el cabello y se miró al espejo de su cuidada habitación.

Portaba un uniforme impecable y negro. Sus zapatos estaban perfectamente lustrosos y la corbata alrededor de su cuello se sujetaba con un firme y cuidado nudo.

Wakatoshi asintió a modo de aprobación. Tomó los papeles que estaban sobre la mesa del comedor y salió de su lujoso departamento.

—Oh, Wakatoshi-kun —escuchó detrás de él—. Buenos días.

Ushijima se dio la vuelta y realizó una reverencia ante la mujer de edad avanzada que llevaba una correa que sujetaba un perro de raza pequeña.

—Buenos días, Sou-san.

—¿Yendo al trabajo?

—Así es. Tengo una junta y debo asegurarme de que todo esté en orden.

—Pero que hombre tan responsable, ¿Verdad mi pequeño Pan? —preguntó mientras levantaba a su amigo. El perro soltó un pequeño ladrido, ella sonrió y comenzó a hacerle la plática.

—Si me disculpa —realizó otra reverencia mientras interrumpía la entretenida conversación que tenía la mascota y su dueña—, debo retirarme ahora.

—Seguro —le regresó el gesto—. Por favor ve con cuidado.

—Lo tendré en cuenta, gracias.

Ushijima se dirigió al elevador, llegó al estacionamiento, entró a su auto que había adquirido ese año y condujo a su trabajo.

Durante el trayecto no escuchó música ni las noticias. Prefería el silencio. Lo encontraba tranquilizante y lo utilizaba para concentrarse mejor con respecto a los planes que tendría.

Llegó al gran edificio de su compañía y apenas había bajado por completo de su auto, sintió un brazo rodear su cuello.

—Temprano como siempre.

—Debo encargarme que la junta de hoy salga bien, Tendou.

—¡Pero la junta es a las dos! —habló el pelirrojo mientras se separaba—. Deberías de darte un tiempo, ¿Sabes?

—Y tú deberías de ser más dedicado —Tendou soltó una carcajada ante su comentario—. ¿Terminaste el informe?

—Seguro —mostró la carpeta negra con el logotipo de su empresa—. Y me debes una por esto —se la entregó—, mira que pedírmelo a última hora.

—Lo hubieras hecho a última hora aun y si te lo pedía con tiempo.

—Cierto —rio.

El transcurso del día fue como Ushijima lo tenía planeado. Revisar unos informes, hacer llamadas y recibir a uno que otro colega. Todo había salido sin imprevistos y en el tiempo que tenía previsto.

Cuando el reloj dio diez minutos antes de las dos, él ya se encontraba en la recepción para recibir a sus futuros socios. Hubo varios saludos para después dirigirse a la sala de juntas. En ella Tendou ya se encontraba esperándolos. Jugando y dando vueltas en su asiento para matas el tiempo.

La junta estaba yendo bien y eso se notaba en el rostro de sus futuros socios. Cuando se encontraba a punto de hablar sobre la ganancia total por la venta, un leve sonido de la puerta lo interrumpió. Ignorarlo no bastó para volverlo a oír al siguiente minuto.

Uno de sus asistentes salió de la habitación, regresando al poco tiempo. Con mirada confusa se acercó a él.

—Ushijima-san, tiene una llamada.

—Agéndala. Ahora estoy ocupado.

—Es del hospital.

—¿Hospital?

—Vera…

—¿Diga? —preguntó Ushijima con voz neutra en su oficina mientras sostenía el teléfono con firmeza y después de haberle dejado el resto de la junta a Satori.

Buenas tardes —saludó con cortesía un hombre—, ¿Estoy hablando con el señor Ushijima Wakatoshi?

—Así es.

—Señor Ushijima —escuchó una larga pausa—, tengo que informarle malas noticias.

Wakatoshi caminaba con tranquilidad por los largos pasillos. A pesar de parecer relajado, estaba molesto. Después de tomar la llamada tuvo que dejar todo en manos de su colega y el estar ahí no era parte de sus planes de ese día. Tendría que desvelarse esa noche para reponer el tiempo perdido.

Al llegar a la blanca habitación que le indicaron en recepción, detuvo sus pasos en la puerta. Sus ojos permanecieron sin apartarse de la imagen que estaba frente a él. Observando el cuerpo sobre la cama que había sido cubierto por una sábana blanca. Los aparatos electrónicos estaban apagados y una enfermera salió con varios medicamentos.

—Lamentamos lo de su hermana —habló el doctor mientras se acercaba a él.

—Media hermana —seguía sin apartar la vista—, pero gracias.

—Lo siento.

—¿Sufrió?

—Estuvo tranquila hasta el último momento.

—Entiendo —guardo silencio por un momento—. Si eso es todo —estaba por realizar una reverencia cuando el doctor lo detuvo.

—Le hablé por la muerte de su hermana, pero también por algo igual de importante.

El hombre en bata caminó por el pasillo y se detuvo antes de doblar una esquina, volteó y mantuvo la mirada fija hacia adelante con una triste sonrisa. Ushijima lo siguió. Cuando llegó y vio lo mismo que él, lo comprendió de inmediato.

—Ella me pidió que lo buscara para esto, no para que fuera a visitarla.

—No puedo.

—Debe hacerlo.

—¿No hay alguien más?

—Usted más que nadie debería saberlo.

—No lo hay.

—Entonces no hay otra salida —habló—. Ella era mi amiga y sé que su relación no era muy cercana.

—Cinco años sin vernos.

—Lo sé —suspiró—. La amaba, ¿Sabe? —le dio una palmada en el hombro—, y si por mí fuera haría todo lo posible para que las cosas fueran diferentes —apartó su mano—. Pero ella eligió esto y debo respetar su decisión, al igual que usted —se dio la vuelta, comenzó a caminar y por un momento se detuvo—. Debería cambiar su rostro. En estos momentos no necesita de su indiferencia.

El doctor había desaparecido, los segundos pasaban y el seguía sin moverse. Analizando al diminuto ser que emitía pequeños gemidos a unos cuantos metros de él.

El infante, sentado al lado de la ventana y bajo el rojo atardece, sollozaba en silencio. Trataba de limpiarse las gotas saladas, pero no importaba cuantas veces lo hiciera, siempre volvían a caer. Tenía el rostro agachado y sus lágrimas descendían, cayendo en sus pantalones cortos y una que otra escapando hasta llegar al suelo.

Ushijima se acercó a él y con voz neutra habló:

—Siento lo de tu madre —el pequeño de cabello castaño dejo de sollozar, levantó su pequeño rostro mostrando sus ojos chocolates llenos de lágrimas mientras su mano se cerraba con discreción en el peluche de un pequeño extraterrestre—, Oikawa Tooru.

Los siguientes días no resultaron como Ushijima lo había planeado desde un principio. Tomar vacaciones, aguantar la risa de Tendou cuando le contó, ver lo del funeral y finalmente después del entierro, recibir a su sobrino.

Cuando se conocieron, el menor se abstuvo a hablar. Durante el funeral, sollozaba y era consolado por los amigos de su madre. Después del crematorio y durante el regreso al departamento, ninguno dijo palabra alguna.

—Este será tu hogar a partir de ahora —habló mientras abría la puerta.

El pequeño de cuatro años observó el lugar con discreción mientras abrazaba una foto de su madre. El lugar era impecable y arreglado. Todo tan perfecto, tan limpio… tan gris. No pudo evitar arrugar su nariz ante imagen tan obscura y aburrida.

Lo único fuera de lugar eran algunas cajas que estaban en la sala. Probablemente eran parte de sus pertenecías.

Oikawa se dirigió al sillón y se sentó mientras seguía sosteniendo la foto. Ushijima lo imitó y se sentó en el sofá que estaba frete a él.

La tensión entre ellos era abrumadora. Ushijima observaba al pequeño y el menor con ojos rojos e hinchados, le devolvía la mirada. En un instante, el silencio que reinaba fue interrumpido un el pequeño rugido de su estómago. Sus mejillas se tornaron rojas pero seguía sin apartar su vista.

Wakatoshi en vez de reírse o al menos sonreír, se levantó y se dirigió a la cocina. Media hora después, la cena estaba lista.

El mayor se llevaba el bocado a la boca. Masticaba con calma y tomaba de su bebida. Por otro lado, el pequeño miraba su platillo con disgusto.

—Debes comer.

—Se ve horrible —susurró.

—El hígado es bueno para la salud.

Oikawa realizó una mueca ante la carne acompañada de verduras calentadas en el horno de microondas.

Cuando Ushijima terminó su cena, tuvo que resignarse ante el menor y le preparó un poco de huevo con verduras. Tooru  seguía disgustado por el menú pero no tuvo más opción que llevárselo a la boca.

—Debes cambiarte para después ir a dormir —habló Ushijima mientras lavaba un vaso.

—Dónde dormiré.

—No hay otra habitación así que dormirás en la mía. Yo dormiré en el sofá.

Oikawa se levantó de la mesa. Esperó a que el mayor dijera algo, pero al ver que seguía prestándole atención a la vajilla, decidió hablar.

—Dónde está.

—Tercera puerta a la derecha. No olvides cepillarte los dientes.

Sin responder, Tooru se dirigió a donde le fue indicado, abrió la puerta, prendió la luz y la mueca que realizó ante la comida no se comparaba con la de ese momento.

Si la primera impresión que le transmitió el departamento fue deprimente, ahora le parecía un lugar muy colorido a la de ahora.

Las horas habían pasado y Ushijima seguía en su estudio, tecleando en su computadora portátil.

Por milésima vez tomó su teléfono y marcó el número que mostraba la pantalla. De nuevo nadie contestó. ¿Qué acaso era mucho pedir que recibieran su llamada a la una de la madrugada?

Siguió buscando, yendo de página en página hasta que se detuvo en una que no había notado. Leyó el nombre del lugar y su dirección. Era más alejado que en las anteriores, pero se estaba quedando sin opciones.

Marcó el número y después de varios segundos, sonrió ante la voz que se escuchaba del otro lado.

—¿Diga? —habló una voz somnolienta.

—Buenas noches. Quisiera pedir informes sobre la…

—¿Se da cuenta de la hora que es? —su voz ahora sonaba molesta—. Mañana puede…

—Lo siento mucho —se disculpó—, pero es una emergencia.

—¿Emergencia?

—De todos los lugares a los que llamé, usted fue el único que contestó.

—No debería de sorprenderlo si viera la hora.

—Lo siento.

—Está bien —escuchó un largo suspiro—. Que es lo que necesita.

Después de la pequeña conversación, Ushijima colgó complacido. Por fin tenía un problema menos.

Cerró las páginas que nunca más volvería a abrir y volvió a concentrarse en su trabajo. Siendo alumbrado por la lámpara de su escritorio y percibiendo nuevamente el ligero llanto del pequeño que se encontraba en la habitación contigua.

A la mañana del día siguiente, la atmósfera en el auto seguía siendo la misma desde el momento en que se conocieron. Ushijima conducía en silencio y Oikawa miraba su lamentable reflejo en la ventana. Sus ojos seguían rojos y la hinchazón no había disminuido.

Ushijima se desvió del recorrido hacia su trabajo y diez minutos después, llegó a su destino.

La casa frente a la que se había estacionado era amplia, de tres pisos y con un gran patio. Al lado de la entrada se encontraba un pequeño espacio con coloridas flores y distinguió varios juegos en lo que podía observar del jardín trasero.

Una madre con su hijo entró al lugar, siendo recibido por un joven de cabello negro.

El pequeño le dio un energético abrazo y beso a su madre para después meterse a la casa con  energía. Tooru frunció el ceño ante la imagen.

—Es aquí —Oikawa se cruzó de brazos y se pegó al asiento. Usijima salió del auto, lo rodeó y abrió la puerta del copiloto—. Oikawa —habló pero el pequeño se negó a bajar.

—¿Hay algún problema? —se acercó el joven de cabello negro y ondulado, ojos azules y mirada elegante. Portaba un delantal con el bordado de un búho en la parte superior izquierda—. Usted debe ser Ushijima-san, ¿Vedad? —al asentir, realizó una reverencia—. Mi  nombre es Akaashi Keiji y soy uno de los empleados de la guardería. Si necesita algo por favor no dude en pedirlo.

—Gracias —le devolvió la reverencia para después dirigirse al menor—. Debes bajar, Oikawa.

Tooru siguió con la mirada al frente y sin hacerle caso.

—Vamos, Oikawa —Akaashi le extendió la mano—. El lugar es muy bonito ¿No te gustaría conocerlo? —suspiró al no obtener respuesta —Parece que no.

—Lo lamento.

—Es comprensible por lo que ha pasado. Me informaron lo sucedido y lamento su perdida.

—Gracias.

Akaashi seguía intentando hablar con él mientras Ushijima observaba en silencio y veía su reloj cada cinco segundos. Ese acto no pasó desapercibido por la persona que los observaba desde el segundo piso. Aquella persona dejó su taza con café sobre una mesa colorida y soltó un largo suspiro.

—¿Tardará mucho? —preguntó Ushijima después de cinco minutos.

—Hay que ser pacientes.

—Necesito llegar a mi oficina antes de que Tendou…

—¿Sucede algo?

A ellos se acercó una persona de cabello corto y rubio, piel clara y ojos dorados que eran adornados por unos anteojos de armazón negro.

Al escucharlo hablar, Wakatoshi supo que era el dueño de aquella voz que contestó el teléfono.

Potaba un delantal parecido al de Akaashi, con la única diferencia del bordado. En vez de un búho, llevaba una media luna.

—Nuestro nuevo amiguito se niega a entrar —habló Akaashi.

El de cabello dorado contempló al pequeño por varios segundos. Oikawa seguía con la mirada al frente, cruzado de brazos y una mueca de orgullo en su rostro. Después de analizarlo, sonrió.

—Lo siento pero este pequeño no será admitido aquí —habló mientras cerraba la puerta del auto.

—¿Disculpa?

—Este lugar es una guardería para infantes con grandes talentos y un futuro prometedor —el menor lo observó con discreción—. Su pequeño es tierno y todo, pero no podrá encajar tan fácilmente —negó con la cabeza. Notó ser observado y sonrió con burla—. Aquí sólo tenemos números uno y ganadores.

Ushijima estaba por hablar cuando la puerta se abrió. Tooru se bajó del auto, corrió hacia la entrada y le enseñó la lengua al de anteojos para después perderse tras la puerta decorada con un conejo sobre una luna. El de cabello dorado rio.

—Problema resuelto —habló mientras Akaashi se dirigía hacia la entrada.

—Usted es.

—Tsukishima Kei.

—¿Tsukihima? Entonces, ¿Usted es el dueño?

—Lo es mi hermano —se acomodó los anteojos—. Yo sólo soy un empleado más. ¿Y usted? —tomó la pequeña mochila que estaba en el asiento y cerró la puerta para después verlo—. Debe ser la persona que no respeta el horario de dormir de otros. ¿Verdad?

—Lo siento por eso —se percató de las ojeras apenas perceptibles.

—Está bien —suspiró—. No olvide pasar a la hora acordada para terminar con el trámite.

—No lo olvidaré.

—Bien —caminó y se detuvo en la entrada—. Debería ser más amable con su sobrino.

—Lo soy.

—No lo parece.

—No soy bueno con los niños.

—Al igual que yo —Tsukishisha guardó silencio, bajó la mirada, aspiró hondo y volvió a hablar—: Debe intentarlo más. ¿Sabe lo difícil que es para un niño de cuatro años haber perdido a sus padres?

—No.

—Yo sí —habló Tsukishima antes de entrar a la guardería.


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