Su mano diestra sostenía fuertemente la sabana, arrugándola entre su puño, depositando en ella un poco de todas esas emociones que desbordaban por sus poros al igual que esos gemidos que deseaba tanto contener pero que, con el tiempo, se habían vuelto en un intento fallido. Porque, no podía con eso que comenzaba a entibiarle el pecho cada vez que se encontraba en esta situación. Aquello que era más fuerte que su raciocinio, aquello que había adquirido forma dejando de ser suyo cuando la puerta de su habitación se abría cada noche y ese extraño se escabullía silenciosamente. Posando sus manos sobre el cuerpo ajeno, tomándolo hasta saciarse; robándole la pureza de cuerpo y alma en un acto carnal que ninguno había podido detener.
Su cuerpo vibro cuando el semen ajeno se vacío en su interior, provocando que el propio, explotara y manchara su mano izquierda y abdomen. Un peso extra y una agitada respiración fue lo que sintió sobre su pecho antes de quedarse dormido debido al cansancio de su joven cuerpo.
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—¿Me mando a llamar, señorito?
La aterciopelada voz lo sobresaltó, interrumpiendo su lectura, provocando que su mano se sintiera perdida sobre la hoja que con tanta devoción tocaba, y eso, le hizo soltar un pequeño suspiro.
—¿Padre? —Preguntó, dirigiendo su cabeza grácilmente hacia el lugar donde había provenido la voz de su mayordomo quien, como siempre, mantenía su distancia del joven amo.
—El señor salió a primera hora; usted aun descansaba. ¿Necesita algo? Sabe que me lo puede pedir, señorito.
El joven negó suavemente, retomando su lectura perdida, tocando delicadamente las suaves hojas mientras buscaba aquella última palabra que sus dedos habían absorbido. Pero… ya no podía concentrarse.
—Y-yo… —Comenzó, titubeante, sintiendo la mirada del mayordomo sobre él, cuestionándose si estaría bien contarle aquel íntimo deseo que había guardado para si —no deseo casarme.
Y el silencio apareció; extenso, tortuoso, haciendo que su corazón se asemejara al sonido de una alarma y sus manos se humedecieran debido a los nervios por haber contado un secreto que había mantenido oculto de los demás. Sin poder soportarlo, se levantó de su silla de cuero, sintiéndose perdido dentro de ese cuarto que siempre lo acogía dándole tranquilidad, pero que ahora lo rechazaba provocando que no reconociera nada ante su tacto. Chocando con la pequeña mesita, desestabilizándose, cayendo directo al borde del escritorio sino viese sido por el rápido actuar del mayordomo. Amortiguándolo protectoramente sobre su pecho; por primera vez.
Y, con aquella cercanía y esa agitada respiración, lo supo.
Porque el joven amo, teniendo dieciséis años, había perdido su castidad en contra de su voluntad hace un mes. Porque a pesar de que su nublada mirada le impedía el paso de la luz, él no era ingenuo. Y porque, con solo aquel acercamiento, supo que quien se había adueñado de algo más que su cuerpo cada noche y lo había llevado a la decisión de no casarse, no era alguien ajeno a él.
—TaeMin. —Fue un susurro, que estremeció a ambos.
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