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Sonrisas Destinadas por 1827kratSN

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—No le puedes impedir a tu hijo crecer — Luce estaba sentada en el lugar destinado para un oráculo, esperando a quienes solicitarían sus predicciones

—Y tú no puedes inculcarle la desobediencia — Iemitsu discutía desde hace días con su hermana, pero sin tener ningún resultado

—Yo te lo dije y repito… no puedes hacer nada para impedir su destino — miró desaprobatoriamente a su hermano, pero después sólo le brindó una sonrisa sutil — ¿entendiste?

—Es mi hijo

—Y es mi sobrino

—Entonces, ¡¿por qué haces tales barbaridades?! — apretaba los puños al elevar su voz, incluso en su cuello destacaba una punzante vena

—Eres su padre… ¿por qué le impides ser libre?

—No quiero perderlo — apretó los dientes y cerró sus ojos

—No puedes quedártelo

—¡Entiéndeme!

—Ni siquiera tú puedes entenderte — bebió el néctar que le fue dado de regalo y sonrió — ya basta, Iemitsu… Es tarde

 

 

Veinticinco años, ni más, ni menos. Era el número que Tsuna respetó, el que decidió sería el tiempo necesario para dejar a sus padres dominar su destino. Mas, también representaba el día en que abandonaría aquellas nubes tan bellas que lo acogieron desde su nacimiento. Se despidió de su madre con un beso, le limpió las lágrimas, sonrió para indicarle que haría las cosas correctamente y que no se preocupara. Soportó las palabras de rechazo de su padre y el intento de éste por detenerlo. Sin embargo, nada pudieron hacer cuando Tsuna mostró su firme decisión y usando sus propias habilidades creó un portal para, al fin, retirarse…

Tsunayoshi abrió la celda que siempre consideró como un hogar. Lo hizo a pesar de que la tristeza lo invadió al dejar a su madre y padre, la misma que contrastaba con la emoción por iniciar su propio camino y al fin… por fin… visitar aquellos lugares que lo cautivaron desde sus años mozos. No le importó nada y simplemente partió hacia los caminos polvosos que los humanos forjaron para trasladarse. Le gustaba de cierta forma y aunque sus blancos ropajes se mancharan un poco, estaba feliz

Aún recordaba las diferentes salidas en compañía de su tía, Luce, la más amable de todas, a la que más le tenía respeto porque, a pesar de tener la terrible tarea de predecir cada vida existente en el mundo humano y cuando era necesario de los mismos dioses, era un alma bondadosa y llena de paz. Le debía todo a ella, incluso la dicha de hallar a tan particular criatura a la que en ese mismo instante pensaba visitar. Recordaba el primer avistamiento, la primera afrenta -porque admitía no compartir muchas de las características de ese ser -, pero no estaba mal… era divertido

El castaño caminó por un lugar desolado en primer lugar, disfrutando de la brisa que removía su cabello y del aroma a tierra húmeda. Poco después se internó en un bosque frondoso en el que adoraba apreciar las siluetas extrañas que formaban las sombras originadas por los rayos de luz que no podían atravesar el sinnúmero de hojas en las ramas más altas. Recordó que debía cubrirse con una capa larga de color marrón para que el frío de esa época no calara en su piel y empezó a cantar alguna cosa para que un ave tímida le hiciera compañía. Siempre hacía eso por simple diversión, además, para poder llegar a su destino debía atravesar cierto pueblo humano en el que no deseaba ser reconocido como una deidad. Él quería normalidad en su vida nueva.

Luce siempre le dijo que sería más fácil crear un portal directamente hasta el hogar de aquel ser, pero Tsuna prefería caminar un poco, respirar aire puro, ayudar a algún humano y entonces sí ir hasta su destino. Podrían llamarlo caprichoso y no le importaba mucho serlo

 

 

—Te ves como una presa fácil para un cazador… herbívoro

—¡Kyoya! — elevaba su mano automáticamente para saludar a aquel ser masculino

—Hum — rostro sereno, tez clara

—Planeaba ir a tu casa en unos días — sonreía ampliamente mientras apresuraba su paso para acercarse

—Hum — azabache de cabellos cortos e imponente porte

—Lo sé, es raro — continuaba con su monólogo sin importarle el responderse solo

—No he dicho nada — admiraba cada gesto y cada movimiento del dios recién llegado. Siempre era interesante analizarlo

—Aprendí a leerte con el tiempo, no hace falta que exteriorices tus pensamientos — reía bajito mientras se acercaba a quien vestía un quitón negro — ¿cómo has estado?

—Mejor que tú — le dio la espalda para proseguir con su camino

—Ya salí de la jaula — sonrió mientras lo seguía y adelantaba su paso hasta posarse junto al azabache de lisos cabellos que guiaba la ruta

—Te has tardado — frunció levemente su ceño mientras separaba los párpados para mostrar sus ojos azulados y afilados como cualquier daga bien forjada — más de lo que pensé

—Puede ser — se centraba en el camino que estaban cursando, pero sonreía como cualquier niño en excursión

—Deja de hacer eso

—¿Qué cosa?

—Sonreír, herbívoro

—Yo no soy un herbívoro — mencionaba mientras apretaba los labios y metía sus manos debajo de su capa

—Lo eres… y uno muy ruidoso — sólo las ramas rompiéndose a cada paso que daba, mataba el silencio que a veces se extendía

—Soy un dios como tú — Tsuna seguía con su tarea silenciosa y de refilón observaba cualquier cambio en el rostro ajeno

—Al menos yo sí tengo una tarea

—Ser carnívoro — se burló con una suave risita, recibiendo un gruñido bajo como respuesta

—Deja de hablar, herbívoro

—Yo no soy un herbívoro — de pronto sacó sus manos, las cuales estaban curveadas, formando una especie de contenedor para algo pequeño — éste sí — sonrió antes de separar sus manos y dejar que una pequeña avecilla aleteara

—Hum — ni siquiera lo miró por más de dos segundos

—¿No te gustó, Kyoya? — preguntó al ver que el ave salió volando y el otro ni se inmutaba. El silencio era su respuesta como siempre — entonces intentaré otra cosa

—Déjalo — agarró aquella delgada muñeca antes de que el otro siguiera con esa magia tan básica pero hermosa — basta

—Sé que te gusta — sonrió divertido

—Irás al pueblo, ¿no?

—¡Sí!

—Entonces deja de usar tus habilidades — no soltó aquel agarre, por el contrario, porque debía proteger a ese inexperto dios

—Como digas, Kyoya — sonreía como siempre, sin poder evitarlo, incluso dejando que el calor de sus mejillas se distribuyera equitativamente por su cuerpo

 

 

Años visitando a tan malhumorado ser, Tsuna no sabía ni porqué empezó a hacerlo. Tal vez porque siempre odió la soledad y no quería que alguien la sufriera. Tal vez porque esos ojos afilados le daban la sensación de un ser quebrado o necesitado. Tal vez porque cada vez que veía a Kyoya alguna situación divertida se presentaba. Aunque inicialmente fue ignorado, con el tiempo logró que esa persona se abriera cada vez más con él. Luce solía decirle que las personas que más necesitan ayuda eran las que no decían necesitarla… tal vez fue por eso… pero después se convirtió en algo completamente diferente

Fuera lo que fuera, pasase lo que pasase, quería regresar hasta el lugar donde ese muchacho se encontraba… Tsuna lo anhelaba y sospechaba que el otro también, después de todo, encontrárselo en medio de la ruta que siempre tomaba para visitarlo no podía ser pura casualidad

Tsuna sonreía como siempre que llegaba a aquel lugar en donde los humanos transitaban con apuro, buscando los ingredientes necesarios para poder crear el alimento que les serviría de energía durante algunas horas. Se adelantaba al paso de Kyoya, se internaba en medio del mercado mientras identificaba ya algunos ingredientes necesarios para lo que planeaba hacer. Sentía claramente la mirada vigilante de su compañero, pero fingía no darse cuenta, después de todo Kyoya era de esas personas que hacían cosas sin esperar que alguien lo reconociera. Era esa simple característica la que convertía a Kyoya en el mejor guía que los soldados de ciertos reinos tenían, él era el dios que los guiaba en las batallas en nombre de alguien más. Tsuna creía sinceramente que no había mejor trabajo para Kyoya

 

 

—Me iré, herbívoro

—Espera — pedía, aunque sabía que su petición sería ignorada y así fue. El castaño suspiraba cuando aquella persona se perdía entre la gente, resignándose entonces a ver a la mujer que le ofrecía las verduras que solicitó — gracias… aquí tiene — ofrecía unas moneditas que él mismo fabricaba sin problemas entre sus manos y sonreía

—Usted parece ser un cocinero a servicio del rey, de no ser así, no estaría haciendo las compras con tanta concentración

—Eh… claro — sonrió nerviosamente porque no sabía muy bien cómo responder a las suposiciones ajenas — buen día, señora

—Hijo… ¿no te interesaría casarte con mi hija?

—Me disculpa, pero creo que declino a la oferta — Tsuna se divertía por aquellas cosas que no podía predecir, era algo que adoraba al interactuar con los humanos

—Entonces dile a tu amigo que mi hija está disponible — le guiñaba el ojo y soltaba una carcajada

—Disculpe, pero no creo que le interese por ahora — reía bajito. Nunca se imaginaría a Kyoya escuchando esa oferta sin reaccionar mal y por suerte no estaba presente

—Olvidé esto — el castaño se tensó al escuchar esa voz autoritaria detrás de sí y se estremeció al ver esa mano que le quitó la bolsa con las verduras

—Oye… eso es mío. ¡Lo acabo de comprar, Kyoya! — intentaba reclamar, pero esa mirada que dictaba un “ni una palabra” lo callaba de inmediato

—Hum — ignorando todo, el azabache se adelantó con aquella bolsa que usaría como anzuelo

—Si quieres algo especial sólo dímelo. No me arrebates las cosas así porque sí — Tsuna reclamó mientras perseguía al más alto — ¡Kyoya espera!

—Quiero que dejes de comportarte como humano — mencionó cuando salieron a una calle más calmada y sin personas cercanas

—Pero es divertido

—Tú no eres uno de ellos — enfrentaba al castaño con la mirada fría —. No finjas algo que no eres

—Pero…

—Té — arrojó la bolsa a las manos ajenas y suspiró — quiero té

—Compraré un poco entonces — sonreía antes de seguirlo… era extraño el cómo cambiaban de tema tan drásticamente

 

 

Generalmente así eran sus días junto a Kyoya: calmados, sencillos, donde arrastraba al gruñón dios hasta los pueblos cercanos y al final le ofrecía una compensación. A pesar de que el mayor no decía nada o agradecía alguna acción, Tsuna seguía insistiendo, porque sabía que en alguna ocasión lograría ver una sonrisa en aquel rostro serio y casi estoico la mayor parte del tiempo. Sin embargo, la visita no duraba, él no se quedaba ahí por mucho tiempo, ya que la calma y la soledad era algo a lo que Kyoya jamás renunciaría.

Tsuna convivía con el azabache por máximo tres días, compartiendo todos los conocimientos humanos que adquirió durante sus visitas a ese mundo y acompañando a Hibari a los largos paseos en esas tierras que rodeaban a aquel pueblo y los otros cercanos. Simple convivencia entre dos iguales… tal vez no tan simple

 

 

Continuará… 


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