¿Bajar sus defensas por él? ¿Permitir que sus sentimientos renazcan y le den un mínimo de humanidad? No sabía que hacer, con el beso de hace unos días atrás todos sus muros peligraban en un derrumbe inminente. El pánico recorría su cuerpo, lo hacia preso de un ciclo repetitivo, y parecía que no tendría un fin; todos los días se despertaba, visitaba a Jiraiya, le daba la comida, hablaba con él e intentaba seguir con sus objetivos... Pero, ¿Acaso lo llenaban como en el pasado? No, para nada. La mente le daba malas jugabas, no podía concentrarse en sus experimentos, y parecía que no podía hacer nada bien.
Estaba enfurecido. Gran parte de su ira le encontraba un único y posible culpable. Jiraiya. Ahora no podía decir que se lamentaba el haberle salvado, pero, no se perdonaba haberle tenido tanta cercanía, ¿Cómo pudo ser tan tonto? Él era Orochimaru, uno de los ninjas cuyas mentes eran prodigiosas, tendría que haber sabido las consecuencias de todas sus acciones.
Salvarlo y cuidarlo solo provocaría recordar su niñez y adolescencia a su lado.
Rememorar en los besos ocultos y en los roces nocturnos.
Mandó a la mierda todo.
En algún momento de su locura pasada le dio la razón al Jiraiya joven, cuando le dijo que todos sus planes deberían detenerse por su propio bien, ¿Acaso era tarde para rendirse y hacerle caso a ese tonto? Bueno, bajar un poco la guardia no se veía tan descabellado, tampoco pensaba involucrarse en el caos que estaba ocurriendo. La única obligación que tenia era cuidar de él mientras todos arriesgaban su vida y lo creían muerto. Era preferible usarlos que ir y ser usado por otros. Al menos, en la cueva lo tenía a él y eso bastaba, ¿Los demás? Pueden morirse, en su corazón egoísta solo existía lugar para dos. Quizás, cuando toco cese y la paz regrese pueda permitir el regreso de Jiraiya, solo y únicamente para ver su sonrisa iluminada cuando choca miradas con aquel niño rubio. No sentía celos, sabia que las miradas son paternales, como si viese a un nieto, ¿Eso lo volvía a él en un abuelo? Dios santo. No. El moco era solamente de Jiraiya, no de él.
Orochimaru largó un suspiro, se echó para atrás causando que la silla diese un chirrido por ser arrastrada en el piso, miró los papeles del escritorio y decidió tirarlos. Llegó a una conclusión, dejar lo siniestro para fundirse en lo que alguna vez fue un lugar de confort. Nunca fue bueno con las emociones, se negaba a sentirlas, pero el maldito tonto rebuscaba en su interior lo poco que quedaba de humanidad.
Extrañamente, ese acto le parecía hermoso.
Caminó lentamente al cuarto, miró detenidamente el picaporte antes de abrirlo y que por consecuencia quede sellada su decisión.
—Jiraiya — Pronunció con voz firme — Me rindo.
No tuvo que se inteligente para saber a que se referia Orochimaru, simplemente bajó la revista que estaba leyendo y le brindó una sonrisa.
—Esperé años para esto — Con la mano lo invitó a acercarse.
Al estar tan cerca, ambos sintieron la misma conexión pasada.