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Predestinación por millennialsoul

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X. Rescate.

Los movimientos de la balsa eran lentos y rítmicos, y aunque la paciencia de Tony no era infinita (más bien, nula), aguantó buena parte del viaje con la boca cerrada y sentado en un rincón como un niño bueno. No se hubiera imaginado que si alguien iba a romper el inquietante silencio, ese alguien no iba a ser él.

La criatura que estaba llevándolo hacia el Inframundo habló repentinamente, haciendo que Tony se sobresalte de forma casi cómica. Por suerte, el barquero no lo notó.

"Ya había llevado a otro ser humano vivo, miles de años antes que usted."

Varias cosas se retorcieron dentro del atormentado superhéroe. Primero, se sorprendió de la voz de aquel ser, que sonaba agotada, antigua y cavernosa, y parecía resonar en todas partes. Quizás por esos prejuicios que uno suele tener, Tony no esperó escuchar palabra alguna del barquero. Lo atribuyó a su rostro cadavérico muy a lo Halloween y a la cantidad de películas vistas en las que las criaturas de ese estilo solo se comunicaban con gruñidos, o solo estaban ahí para ser el recurso tenebroso y nada más.

Luego estaba el tema del otro ser humano vivo que el barquero mencionó, quien era obviamente Stephen. Su corazón, que jamás había dejado de doler desde que lo perdió, se retorció sin piedad como quien aprieta una esponja.

"¿Ah, si?" Contestó con sequedad, ante la molestia de un nudo queriéndose formar en su garganta.

"Nunca podría olvidar a ese mortal, sus méritos lo convirtieron en leyenda. Los mortales de hoy en día ya no lo recuerdan, y las historias que se cuentan han sido tergiversadas. Pero he aquí, un humilde inmortal, que puede ver más allá de la carne, los huesos y las almas, y que sabe lo que pasó con exactitud."

Si uno prestara la suficiente atención, podría escuchar el corazón de Tony bombeando contra su esternón. Más tranquilo de lo que en realidad estaba, dijo:

"Cuéntame la historia", y luego, sintiéndose extrañamente humilde, agregó: "Por favor".

El barquero permaneció en silencio, escudriñando su rostro con sus cuencas vacías, en la búsqueda de quién sabe qué. Luego, como un río que fluye tranquilo, aquel ser comenzó su relato sin interrupciones.

*

Érase una vez, un dios midgardiano que creyó, al igual que todos sus hermanos, que podía eludir la ley más antigua del universo: todo aquello que tiene principio, también tendrá un final. Los arrogantes y orgullosos también podían ser ingenuos. No importa cuándo, la hora de deceso llegará a todos los seres vivos.

Sin embargo, en el fondo estos dioses temían muchísimo a la muerte. Podían vivir por miles y miles de años, pero al morir, nadie podía saber a dónde iban ellos, sólo tenían conjeturas. La reencarnación era un invento de ellos hacia los humanos, que al enfrentar la muerte física su alma volvía a la Tierra a ocupar otro cuerpo. Como los dioses eran pura energía y no tenían un alma, ya que su cuerpo físico y espíritu eran una sola cosa, no podían pasar por ese proceso. Los más viejos decían que simplemente se esfumaban en el aire, que volvían a ser partículas esparcidas en el éter y eran devueltos al universo del que habían nacido. En realidad, nadie lo sabía.

El Rey Hades recibió una profecía del Oráculo, y por primera vez en su larga existencia su ser se llenó de incertidumbre y preocupación. La profecía rezaba que una diosa, con aura negra y verde como el veneno más letal, iba a terminar con su vida y hacerse con su reino de muerte. Lo que el dios no se había imaginado era que no sólo era su vida milenaria la que tenía los días contados, con sus hermanos reinando arriba con los mortales sucedía lo mismo.

El principio de su fin había sido marcado con una sola muerte, y el jovencito se llamaba simplemente Tony.

Cuando aquel mestizo de deidad y mortal apareció en el Inframundo, su alma pura e inocente se sorprendió de la creatividad de lo maligno para hacer daño, de la cantidad desmesurada de dolor que podía sacarse del alma de un muerto. Sufrió tortura física y emocional, sin poder ser consciente si llevaba días, meses o años. El tiempo se había vuelto un concepto irreal ante un dolor que no mermaba ni un poco.

Mientras él padecía en el Inframundo, otro joven que poseía un cuerpo vivo y un alma destrozada por la pérdida, intentaba un viaje que parecía imposible para traerlo de vuelta.

El amor entre un mortal vivo y uno muerto inundó el Inframundo. Saturó de anhelo el ambiente lleno de podredumbre y desesperación cuando los dos pares de ojos se volvieron a encontrar. Tony se sintió ahogado por las emociones. Creyó que se trataba de una alucinación, hasta que comprobó que él estaba ahí, sonriendo con lágrimas en sus ojos como si no hubiera otro lugar en el mundo en el que quisiera estar. Stephen no estaba muerto, y se sintió tan aliviado como confundido. El muy astuto había encontrado una manera de descender, y hacer un trato con el Rey del Inframundo.

Hades jamás había escuchado una melodía tan desgarradora y exquisita, dudaba que un simple humano pudiera crear algo tan sublime que lograra penetrar el corazón helado de un viejo dios. Con una observación más profunda, pudo ver que ni él, ni su amado fallecido, eran humanos ordinarios. Sorprendido por la hazaña, pues era el primer mortal vivo que lograba entrar en el Inframundo, decidió hacer un trato.

El trato era tan simple que despertaba desconfianza en la pareja, pero no podían rechazarlo ya que la recompensa era inmensurable, demasiado perfecta y justo lo que Stephen había ido a buscar.

A Tony se le ofrecía volver a vivir.

Hades les dijo que debían cruzar la tierra de los muertos, caminar al lado del río de lava y escalar una de las montañas, hasta llegar a la cueva que los llevaría a la tierra de los vivos. El Rey les señaló el camino con una luz azul y les dijo que los dejaría pasar por esa cueva sin que Tony tenga que renacer, para que ambos pudieran recuperar la vida que tenían antes de toda la tragedia.

La condición, pues al Rey del Inframundo le gustaba poner condiciones y probar la valía de los hombres, era que Stephen debía caminar adelante, y que Tony iría detrás de él sin hablar ni emitir sonido. Stephen jamás podría mirar hacia atrás hasta que ambos hayan abandonado por completo el lugar.

Agradecidos, caminaron siguiendo la luz azul, Stephen por delante y Tony lo siguió de cerca. Todo parecía estar saliendo bien, hasta que el Rey recibió un mensaje de los dioses de arriba, diciéndole que bajo ninguna circunstancia Tony podía volver a vivir, ya que la muerte de éste en primer lugar fue causada por ellos y era su deseo mantenerlos separados. Hades, que no estaba muy al tanto de lo que pasaba con los vivos, en esa ocasión no estaba dispuesto a llevarles la contra a los otros dioses. Envió a sus demonios para capturar a Tony, o al menos para asustar tanto a Stephen que lo haga voltear a mirarlo y así romper el trato.

Stephen escuchó el trotar de un pequeño grupo detrás de ellos, y maldijo a Hades por tenderles una trampa. Rogando que Tony lo siguiera inmediatamente, se lanzó a correr. Con la apurada carrera detrás suyo, se concentró al máximo en escalar la montaña y finalmente llegó a la cueva. El resplandor del final brillaba con promesas de felicidad y amor eterno.

Los ruidos de aproximación se hicieron más fuertes, y ya no sabía si Tony estaba bien, ¿y si ya lo habían capturado hace un tiempo? Ignorando esos pensamientos y esperando lo mejor, salió de la cueva con determinación, encontrando del otro lado un lago hermoso bañado con la luz solar, y lo cegó por unos segundos. Una vez fuera por completo, por fin se volteó a ver.

Tony estaba magullado de heridas que no podían sangrar y forcejeaba con varios demonios en el umbral de la cueva. Con inmenso horror, Stephen vio que tenían a Tony sujeto por el tobillo, y éste estaba sumergido en las sombras. Se abalanzó sobre él y Tony estiró sus brazos, gritando su nombre una última vez. Se esfumó como si fuera el humo de una antorcha apagándose, y en unos segundos ya nada quedaba de él.

Su rostro sorprendido y en profundo dolor quedó en la mente de Stephen, que había perdido una vez más a su amado injustamente. Debió haber sabido que jamás debería haber confiado en otro dios. Ahora, ya no le quedaba nada.

No... El aún tenía su lira.

Así que le declaró la guerra a los dioses.

Aprendió de sus manuscritos que los dioses crearon a los humanos con un propósito: cuando entendieron que sus poderes eran limitados, los rezos, la adoración, la fe y los sacrificios que los humanos les daban los revitalizaba de energía. Básicamente, eran ganado.

Viajó por las grandes ciudades, se encargó de plantar dudas en todos, de hacer que se cuestionen de la existencia de las deidades. Resultó ser que la gente era muy influenciable si se usaban las palabras correctas, y les enseñó a temer menos y a razonar más.

Se reunió con todas aquellas personas desconformes, con los marginados, los abandonados, los ambiciosos, y los que eran como él, a quienes la gente llamaba semidioses por tener poderes que otros no tenían. La mayoría compartía su descontento, la vida en la Tierra era dura. Nadie era feliz con la vida miserable que llevaban y la cantidad excesiva de pruebas y sacrificios que tenían que hacer para poder simpatizarle a unos dioses indiferentes quienes sólo arrojaban migajas.

Quemó santuarios, desechó ofrendas, hizo de todo para llamar la atención de éstos. Pulió sus habilidades, volviéndose tan poderoso al punto que la gente elegía seguirlo a donde fuera. Su lira ya no era sólo música, en ese momento y más que nunca, era un instrumento en el que canalizar su ira y convertirla en poder.

Y entonces, cansados de la insolencia y desobediencia, un día los dioses bajaron y la pelea se desató. Estaban débiles, ya no podían enviar tormentas y vientos como antes, confundir las mentes, al luchar contra el inmenso número de mortales unidos por un objetivo en común. Stephen tocó su lira y guío a la gente, aprovechando la confianza ciega de los dioses en sí mismos y volviendo su arrogancia en debilidad.

Stephen hundió la espada que Tony había hecho para él dos veces en dos dioses distintos, y éstos sangraban como cualquier mortal. Cuando casi mata a un tercero, una flecha de fuego lo atravesó en el corazón. Se dice que en ese momento, por algún motivo, la naturaleza lloró hasta quebrar los cielos en tormenta, y el grito de los mortales se oyó como un único rugido. No dejaron de pelear por su líder caído, y se convirtieron en guerreros aun más poderosos que antes. La muerte podía llegar a ser un poderoso punto de impulso.

Aunque Stephen deseaba seguir peleando hasta terminar con todos, estaba feliz de poder reunirse al fin con aquel que siempre vivía en su corazón y sus memorias. Todo lo que había hecho, esa revolución entera, había sido por él, por Tony. Así que cuando su alma apareció en el Río de la Muerte, subió a la balsa con entusiasmo.

En el Inframundo tardó bastante hasta encontrar a su amado, pero al final lo hizo y su reencuentro fue como un sol entero naciendo en medio de una inmensa oscuridad. Tony y Stephen estaban muertos, pero aun así Hades entendió por qué los dioses querían separarlos en primer lugar. Debido a todo lo que habían pasado y la naturaleza oscura del Inframundo, la pareja se revelaba ante cualquier demonio, cualquier tortura, y juntos eran incontenibles. Ambos se habían propuesto terminar con Hades, por la trampa que les había tendido anteriormente.

Hades nunca había visto almas que pudieran dañar a los dioses, y que aprovecharan el hecho de estar muertos para levantarse y pelear una y otra vez, pues no podían morir. El Rey estaba débil porque ya los mortales no querían adorarlo ni presentarle ofrendas, y sus hermanos allí arriba estaban peleando una guerra que no podían ganar. Sólo su amada esposa podía ser su aliada.

Juntos, rompieron la lira de Stephen en pedazos y arrancaron del alma de Tony su "tercer ojo", aquel con el que podía ver más allá de lo físico y conectarse con la naturaleza de dónde provenía.

A pesar de todo, sin la mayor fuente de poder de los jóvenes oponentes, los que reinaban en el Inframundo estaban en desventaja. Aquellos no iban a dejar de luchar nunca por su libertad.

Entonces, la única mujer que Hades había amado en su larga vida, hizo algo que jamás hubiera querido ver. Se sacrificó a sí misma para convertirse en un poderoso maleficio. Le lanzó una última sonrisa antes de desaparecer en un brillo negro, por amor a su marido. Aunque ella no era poderosa como él, tenía sus trucos y estaba dispuesta a desgarrar su propio ser y convertirlo en oscuridad. Los hechizos más poderosos requerían un precio tan alto como la magia que se quería lograr.

"¡No puedes evitar esto!", dijo ella al alma de Stephen, que ponía una increíble resistencia. Su voz vibraba en todas partes y en ningún lugar. Luego se dirigió a Hades.

"Serán maleables, bloquearé sus memorias, ataré sus almas a este lugar para que no puedan escapar, serán maldecidos por la eternidad. Aun si te derrotan y salen victoriosos, jamás lograrán completar su reencarnación".

Hades quiso decirle que no valía la pena. Reinar en las tinieblas sin la mujer a su lado no tenía sentido alguno. Siempre se había preguntado por qué ella lo amaba tanto, y entonces una epifanía lo golpeó. Deseó haberlo entendido antes de perder todo aquello que le importaba: El amor nos lleva a hacer cosas imposibles. No había nada en el universo que Hades no haría para recuperar a su bella mujer. La pareja en frente suyo era el claro ejemplo de eso.

"Ellos te ayudarán a desafiar tu destino, no dejaré que mueras ahora o con la diosa de la profecía". Finalizó ella, envolvió a la pareja con la luz de su espíritu y ambos jóvenes se desplomaron en suelo. En sus vientres brillaba el maleficio de la mujer, y aunque Hades utilizó todo su conocimiento y poder, nada podía separar lo que quedaba de su esposa de las almas de los humanos.

El tiempo pasó y el dios midgardiano se sentía solo en las tinieblas. La guerra con los mortales continuó por décadas, podía sentir la esencia celestial de sus hermanos desvaneciéndose una por una. 

Se sentó en su trono a esperar su destino, aunque no podía negar cierta emoción y expectativa en ser el último dios en permanecer en pie. A cada lado estaban sus soldados más poderosos, como dos perros del infierno cuidándolo a toda hora. El Rey siempre procuraba tenerlos cerca de él, pero no cerca entre ellos. No hablaban una sola palabra y solo hacían exactamente lo que Hades les decía, siempre con esa mirada vacía en sus rostros jóvenes y muertos, y siempre eran un recordatorio de la esposa que había perdido.

No supo cuántos cientos de años habían pasado, pero se enteró que finalmente, todos los dioses de arriba perecieron y la humanidad estaba ocupada intentando sanar sus heridas y establecer un nuevo mundo libre de su voluntad. Hades se preguntaba cuánto demorarían en destrozarse entre ellos a causa del poder y la ambición, cuánto les tomaría crear y venerar a algún dios falso. Sin embargo, nada de eso lo preocupaba tanto como la profecía y su inevitabilidad.

Antes que pudiera reaccionar de manera defensiva, sintió una presencia poderosa y oscura, y luego al igual que un meteoro celestial, cayó de las alturas destrozándolo todo a su paso. Su castillo quedó en ruinas, grietas enormes en el suelo se abrieron, y Hades se levantó de los escombros de su trono para ver lo que había causado tal destrucción. Sus dos guerreros no estaban por ninguna parte, y supuso que habían caído a lo profundo.

La diosa estaba vestida de negro y tenía un casco con siniestros cuernos, derramaba un aura venenosa de color verde. Despotricaba contra alguien llamado Odín, y se quejaba de su inmerecida condena. El ego de todo aquel que se atreve a llamarse a si mismo un dios es peligrosamente alto, y dichos egos nunca hubieran permitido tener a dos de ellos en un mismo lugar. Así que la diosa que provenía de Asgard, Hela, mató a Hades y se hizo con su reino.

La pareja había caído cerca de un río de lava, y los ojos muertos de ambos parecían estar mirándose el uno al otro. En sus mentes ya no quedaba casi nada, pero cuando sus manos se rozaron por accidente, algo en ellos de encendió como una pequeña luciérnaga en medio de un oscuro pastizal.

Un instinto primario los motivó a escalar una montaña, caminaron con lentitud y en tinieblas, ya libres de su amo. Cómo si se tratara de los restos de un recuerdo, los dos pares de pies caminaban sin detenerse por nada, ningún sonido salía de sus cuerpos, ningún otro indicio de razonamiento. Ambos atravesaron la cueva que tenían delante, y se unieron al resto de las almas que buscaban la reencarnación.

*

La balsa tocó la orilla, y el relato terminó. La mente de Tony era un huracán de pensamientos que se arremolinaban en la historia, en preguntas que quería hacer, y en la urgencia de traer de vuelta a Stephen. Al final, solo hizo una pregunta, al mismo tiempo que se puso de pie.

"¿Cómo pudo saber todo esto?"

Tras una misteriosa pausa, la criatura contestó:

"Está escrito en su alma y yo puedo leerlas, es parte de mi trabajo. Sin embargo, aún con mi visión, la parte de su reencarnación sigue siendo borrosa. Se supone que el maleficio no le hubiera permitido volver nacer."

El barquero observó paciente como Tony abandonaba el transporte y con una respetuosa reverencia, se volteó a emprender regreso.

"Que la fortuna y la justicia estén de su lado", dijo mientras navegaba por el río.

Tony soltó un gracias al aire, y encendió sus propulsores para dar vuelo. La Capa de Levitación parecía inquieta, sus esquinas se sacudían sin coordinación.

Desde arriba, el lugar, que al principio parecía una isla siniestra abandonada, pronto reveló un gigantesco cráter en el medio. Parecía el agujero negro en medio de una galaxia, absorbiendo hasta la luz de todo lo que se le acercara. Se preguntó si las almas sólo se arrojaban allí una vez que eran transportadas, y caían como gotas de lluvia al Inframundo. Suerte para Tony que él podía volar.

Aunque caía en picada, sus propulsores lo mantenían en dirección, sin permitir que chocase con nada. Pronto descubrió que el Inframundo tenía muchos pisos, y aunque debido a la velocidad solo podía dar vistazos rápidos a lo que ocurría en ellos, sintió ganas de vomitar ante el sadismo y la tortura. La Capa se enroscó en su brazo, como un cálido recordatorio de mantenerlo centrado en su objetivo, y por un momento Tony se preguntó en qué momento había logrado entenderse tanto con la reliquia que pertenecía a su amado.

Finalmente, llegó a lo que creyó que era el fondo. En un acuerdo sin palabras, confió en la Capa que tenía más experiencia que él en las diferentes dimensiones para guiar. El lugar tenía muy poca luz, y mientras más se alejaba del claro que proporcionaba el cráter por donde había entrado, más difícil se volvía lograr entender alguna figura. Encendió de forma manual el filtro nocturno de su casco (ya que Viernes no funcionaba ahí dentro), y siguió caminando, esperando algún indicio que los lleve por el camino correcto.

Ahí debajo, era imposible tener una percepción acertada del tiempo. La Capa de Levitación de a momentos tironeaba en alguna dirección, y Tony la seguía sin discutir; como pocas veces en su vida se sintió como un niño perdido dentro de un traje de alta tecnología. En algún momento sus pies se elevaron y la Capa lo mantuvo flotando en el aire, encender sus propulsores no parecía buena idea si podían llamar la atención de lo que fuera que viviera ahí debajo.

El sonido repentino de pisadas lo puso en guardia, y ante la duda y el poco conocimiento que tenía del territorio, se puso en posición de ataque. Sin alternativa, encendió las luces de su traje completamente negro, y se asustó un poco cuando una criatura raquítica, con la carne pegada a los huesos como si estuviera momificada, estaba de pie detrás suyo. 

"¿Será un demonio?", pensó. 

"Ugh, hola. No sé qué quieres, pero prometo no volarte la cabeza si no me atacas primero."

El demonio no pareció entender, solo estaba allí, estático. Parecía estar pasmado con las luces, y aunque no parecía inofensivo en absoluto, Tony tampoco quería atacarlo y correr el riesgo de llamar la atención de otros como él. Flotando hacia atrás, continuó camino hacia la nada sin dejar de mirar a la criatura, que luego de unos metros reanudó su caminata. Sintió escalofríos ante tan insistente seguidor, se preguntó si no sería más prudente sólo matarlo y ya. Eso si es que esa cosa podía morir, y no parecía que fuera el caso.

Mas pisadas hicieron eco en la oscuridad, y pronto Tony se vio rodeado de al menos unas treinta criaturas más, de todos los tamaños y deformidades. Hasta ahora había estado siguiendo a la Capa, había dejado que lo guíe sin chistar. Buscar en silencio era más el estilo de la reliquia, y la paciencia de Tony era tan frágil como un fino cabello siendo estirado. 

"Si eso quieren, será al estilo Stark". El estilo Stark consistía en hacer un escándalo, en entrar gritando STEPHEN a todo pulmón hasta que alguien aparezca para pelear o bien traer una respuesta. Sabía que no podía arruinar esto, era su única oportunidad de traerlo de nuevo y él era un humano vivo en terreno muerto, pero estando acorralado de esa manera claramente no tuvo alternativa.

Luchar contra esas cosas no era difícil, pero sí agotador. Terminaban desmembradas en el suelo, pero luego volverían a juntar sus partes como si estuvieses hechas de mercurio líquido y se pondrían de pie otra vez. Luego aparecieron más, hasta que a Tony le resultó incómodo luchar con tantas manos sobre su traje. Emprendió vuelo arriba y varios cuerpos cayeron al suelo, con los propulsores de sus manos disparó una y otra vez, hasta que entre las luces de sus disparos pudo ver otro grupo acercándose. 

Eran muchos, y éstos eran diferentes. Parecían vestidos con armaduras y espadas antiguas, eran soldados claramente. Tony bajó a tierra firme, esperanzado. Se abrió camino entre los demás demonios y llegó al grupo recién llegado. Lo apuntaron de inmediato con sus armas, y Tony levantó los brazos en señal de rendición. 

"¿Quién es tu líder? ¿Dónde está?" 

Las criaturas no respondieron y comenzaron a atacarlo. No tuvo más remedio que defenderse, y la lucha se volvió compleja. La Capa salió de sus hombros y se abalanzó a los que tenía más cerca. Estaba tan inmerso en la lucha que no notó en qué momento se habían juntado tantos demonios. En cualquier dirección que iluminara encontraba innumerables rostros cadavéricos, casi ningún espacio entre ellos. 

"¡Llévenme con su líder, necesito hablarle!", insistió Tony entre golpes.

Aunque eran demasiados, debido al traje no podían hacerle más daño que algunos rayones y la perdida del propulsor de una mano debido a una espada muy incrustada y muy precisa. El cansancio pronto lo dejó respirando agitado y con dolor en las costillas. Llevaba un tiempo sin comer bien, ni ejercitarse y en profunda depresión. La adrenalina solo podía ayudarlo con varias cosas, pero no volverlo indestructible. 

Se preguntó si dejar de pelear era la solución, si al rendirse lo atacarían hasta lograr perforar el traje, o si lo dejarían allí, o si finalmente lo llevarían con quien estuviera a cargo del Inframundo. Esperaba que fuera la última opción. Según el barquero sólo ha habido otro humano vivo antes que él en ese lugar, por lo que un segundo humano no debería ser tomado a la ligera, y creyó que llamaría la atención. Así que volvió a subir los brazos y se arrodilló en el suelo, los demonios no dejaron de golpearlo sin descanso. 

No supo cuánto pasó hasta que, hecho una bola en el suelo, los ataques cesaron. Tenía un profundo corte en la pierna, no entendió del todo cómo pudieron perforarlo, pero con sus nanobots cerró la herida de inmediato. Más allá de eso y las contusiones, estaba... bien. 

Inmóvil, observó como el grupo de demonios soldados se retiraron y luego, se arrodillaron en el suelo como reverencia hacia la oscuridad delante de ellos. La visión de su casco le arrojó unas gráficas extrañas, y entonces la nada pareció rasgarse, un portal negro se abrió y una mujer de cabello oscuro salió de él. Pasó a través de los demonios inclinados y se paró a su lado. Tony de pronto no supo qué hacer, si era mejor seguir fingiendo estar muerto o plantarse ante la desconocida con preguntas, ya que al parecer ella era quien lideraba. Entre toda la oscuridad del lugar, ella brillaba como si fuera su propia fuente de luz.

"No te hagas el muerto, escucho a tu corazón latir". 

Tony se puso de pie de inmediato, encendiendo todas sus armas flotando un poco mas alto que ella, queriendo parecer intimidante. Ella sonrió y en una de sus manos se materializó un mazo enorme, uno que Tony sólo podría levantar con su traje y ella lo llevaba como si fuese un cuchillo con sus manos desnudas. 

"¿Eres tú la reina del lugar?"

La mujer no contestó, lo miró con curiosidad y sin dejar de sonreír. Parecía estar midiéndose con él, y sus ojos brillaban peligrosamente y su hermoso rostro blanco no tenía ni una pizca de incertidumbre o miedo. La Capa voló hasta posarse en sus hombros otra vez, estaba inquieta y la pesada tela temblaba.

"¡Contesta, maldita sea!", gritó Tony ya sin estribos. "¡Estoy buscando a alguien, necesito que me lleves con él!"

"Pequeño insecto irrespetuoso", lo interrumpió ella con un siseo y levantó su mazo increíblemente rápido, Tony no esperaba que el impacto fuera tan desastrozo. El arma lo golpeó en un costado con una fuerza descomunal, y sintió el crujir de sus costillas. Dirigió la energía al reactor de su pecho y disparó hacia la mujer, que lo esquivó sin problemas, pero logró destruir el mazo. El cansancio estaba volviéndolo lento.

Otras dos espadas aparecieron en sus manos y las arrojó hacia él, que por poco las esquivó. Antes que pudiera reaccionar, otras dos se clavaron en la Capa de Levitación que se puso delante para protegerlo, y luego llovieron varias más. Eran como interminables cuchillos gigantes que ella sacaba de quién sabe dónde, y cuando una de ellas se clavó en su estómago, sus rodillas se estrellaron en el suelo con un ruido sordo. 

"Stephen", gimió él, en dolor. Sentía el gusto metálico de la sangre subiendo por su garganta. "Stephen, llévame con él".

Ella sonrió de manera siniestra, sus verdes ojos mostraron una chispa de diversión. 

"Interesante", dijo la mujer, y su cara fue lo último que Tony vio antes de que un puño se estrellara contra su cabeza y pierda el conocimiento.

*

Cuando sus ojos se abrieron, lo primero que sintió fue un dolor de cabeza insoportable y un hormigueo en su estómago y pierna. Recordó rápidamente en donde estaba y agradeció su nano tecnología por cauterizar sus heridas y administrarle un fuerte analgésico. La Capa volaba inquieta a su alrededor, como un perro asustado por su amo, y aunque tenía dos agujeros más, parecía estar bien. Ignoró el dolor de cabeza a favor de la mujer que estaba delante suyo. Ya no estaba todo oscuro, estaban dentro de un lugar que parecía un antiguo salón. Mientras se ponía de pie se dio cuenta que una gran silla con cuernos resplandecía más allá y que aunque el lugar era enorme, sólo estaban ella y él. 

"Empecemos de nuevo, ¿quieres? Soy Hela, y como notaste, soy la Reina aquí. ¿Qué es lo que quiere un midgardiano vivo aquí?"

"¿Midgardiano? ¿Por qué ella habla como Thor?" Pensándoselo bien, ella le recordaba a Loki con eso de los cuernos y la elección de colores.

"Busco a alguien, se llama Stephen". 

"Lo sé, te escuché antes. Pero, ¿qué es lo que quieres con él? Está muerto y tú no. No aún."

Antes que Tony pudiera responder, la mujer continuó hablando. "¿Y sabes algo? Es irrespetuoso hablarme sin mostrar tu rostro, soy la Diosa de la Muerte. Ni los guerreros más cobardes que he matado se ocultaban así."

El título era intimidante y él solía reaccionar de forma agresiva (o estúpida) cuando alguien intentaba asustarlo. Sin embargo, esta vez pensó que seguirle el juego era lo más inteligente si quería llegar a un acuerdo. Los nanobots de su casco se retiraron hacia el contenedor de su pecho y su cara quedó descubierta. 

La sonrisa y el asombro de la mujer, aunque eran muy sutiles, eran visibles, y Tony estaba un poco perdido ante la reacción. Pensó que lo más sensato sería presentarse, pero Hela lo volvió a interrumpir.

"Entiendo, lo entiendo. Quieres pedirme algo, puedo verlo, pero nadie puede pedir y esperar que le den sin dar nada a cambio. Soy una diosa encerrada aquí de forma injusta, reducida a una forma menos poderosa de mí misma, sin nada más que hacer que rodearme de muertos y esperar por la muerte de padre y mi libertad. Si haces algo por mi, entonces escucharé lo que tengas para decir".

Como pocas veces, la mente y el corazón de Tony rebozaban de dudas, miedos e incertidumbre, y permaneció en silencio por un buen tiempo. Al final, dijo:

"¿Qué es lo que tengo que hacer?"

Ella sonrió. "Ponte de pie y vuelve a ponerte tu casco. Vas a pelear".

Una puerta frente a ellos se abrió y la respiración de Tony se detuvo como si alguien hubiera tomado todo su oxígeno de una sola vez. Stephen estaba allí, vestido de negro de los pies hasta el cuello y tenía una espada igual de negra en cada mano. Su mirada parecía vacía y sin emociones, ni una pizca de reconocimiento en ellos. Caminó hasta quedarse al lado de Hela y la miró de forma fugaz, como quien espera una orden. Ella dijo:

"Él será tu oponente".

 

 


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