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Prisma. por 1827kratSN

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Sensei…, ¿por qué esta triste?

 

Tsuna enfocó al pequeño grupo de cinco de sus alumnos, apreció esas caritas redondeadas e inocentes que lo tenían por objetivo, y se sintió un idiota por comportarse de forma inadecuada. Sus pequeños alumnos de preescolar no debían preocuparse por él, tenía que ser al contrario.

Debía olvidarse de lo triste que se sentía en ese día y dejar de lado sus problemas personales.

 

—Lamento preocuparlos —se arrodilló frente a esas cinco personitas y a cada uno le acarició las mejillas o simplemente les revolvió los cabellos—. Pero no es nada, ustedes tranquilos.

—No queremos que esté triste, sensei.

—Prometo que ya no lo estaré —les sonrió—. Es más, vamos a jugar para así reír.

 

Tenía doce alumnos, doce personitas que cuidar con esmero, doce seres a los que quería ver felices todos los días. Salió con ellos al patio, donde el plan sería compartir con todos por un rato con un juego de pelota, así gastarían energías para que al momento de la siesta todos cayeran rendidos. Así lo hizo, riéndose por los equipos formados, dándoles las indicaciones y después dejando que entre todos patearan la pelota e intentaran ganar puntos.

Era entretenido y así se olvidaba de sus problemas.

No quería recordar lo idiota que había sido Kyoya el día anterior ni de la discusión que tuvieron hasta que lo sacó de su departamento, apagó su celular y desconectó su teléfono convencional. ¡No quería recordarlo!

Kyoya idiota.

Pero siendo San Valentín, simplemente no podía olvidarse de eso por largo rato.

Las peleas eran comunes en una pareja, lo sabía, pero darse una justo en el día previo a San Valentín fue un desastre… ¡Y Kyoya tenía la culpa!

Maldito infeliz egoísta.

Quería hacer lo que se le diera la gana y arrastrarlo con él sin siquiera preguntarle.

 

Sensei, está apretando muy fuerte la pelota.

—Ah —soltó la esferita color roja y suspiró—. Lo siento, pequeños. Vamos a empezar otra vez, ¿bien?

—Sí.

 

Lo peor era que todo le recordaba que en ese día debería estar feliz y emocionado, esperando a que su jornada y la de Kyoya terminasen para encontrarse en un parque cercano a la plaza comercial. Iban a caminar un rato, cenar, tal vez ver una película y ser felices siendo una de las tantas parejas consumistas del mundo. ¡Era un plan simple! Kyoya fue quien lo propuso a pesar de que odiaba estar en lugares ruidosos o llenos de gente.

Los salones estaban adornados por corazoncitos coloridos decorados con brillantina, había adornos de color rojo por doquier, dibujos en las ventanas y flores de plástico en los escritorios de los maestros. Sus compañeros de trabajo también parecían estar en modo festejo pues portaban un corazón hecho de cartulina en sus mandiles y la mayoría había preparado algunos dulces y chocolates para sus alumnos. Hasta él tenía preparado los suyos, pero mirarlos era recordar que también hizo unos para Kyoya y que ahora no iba a entregarlos porque su novio se comportó como un imbécil.

¡Genial! Ahora le estaba dando la razón a su padre.

Como sea, tenía que recuperar sus ánimos y pasarla bien con sus pequeños alumnos porque ellos eran importantes. Así que pidió a Kyoko que vigilara a los niños mientras él preparaba todo para el recibirlos en el salón. Colocó los chocolates en forma de ositos y piruletas de colores en cada puesto en conjunto con unas galletas y leche de cartón. Sonrió divertido por lo que estaba haciendo y finalmente se resignó a admitir que su padre tenía razón en eso de que podría ser buena “mamá” en un futuro.

 

—Es hora de entrar.

 

Los reunió con calma, revisó que cada uno se lavara las manos y limpió las caritas de algunos antes de que hiciera que todos se tomaran de las manos para armar un trenecito hacia su salón. Adoró ver esas caritas emocionadas al ver los detalles en cada una de sus mesas y los dejó caminar a prisa hasta que todos estuvieron ubicados como se debía.

Sin embargo, mientras cada uno de sus pequeños ratoncitos —como solía decirles de cariño—, iban a su lugar también dejaban en su mano un sobre pequeño. Todos sin excepción. Entonces terminó con doce cartitas adornadas por un corazón en una esquina, un lindo detalle que le sacó una sonrisa.

Tal vez era el plan de Kyoko o de alguno de sus compañeros, y se los agradeció, pues sólo con eso su ánimo mejoró doce escalones.

 

—Tiene que abrirlos, sensei.

—Lo haré —sonrió antes de verificar que todos estuvieran entretenidos con su refrigerio para así alejarse a su escritorio.

 

Abrió la primera cartita y halló un papel colorido en donde se detallaban un par de palabras: «no puedo». No lo entendió. Trató de hallarle sentido durante un rato hasta que abrió otro sobre y halló la misma secuencia: «llevarte». Fue entonces que se fijó en que todo eso era una especie de rompecabezas y que, para su suerte, en la parte de atrás de las notas había un número que lo ayudaría en la tarea.

Sonrió.

Era divertido.

Se tomó el tiempo de abrir cada carta y tomar cada notita para pegarla en su pizarra, pues así le sería más fácil el ordenar todo para descubrir el mensaje final de aquel juego. Y cuando terminó se dio el lujo de leerlo en voz alta.

 

«Lo siento. No quise discutir ayer. Pero no puedo vivir sin ti y quise llevarte conmigo como fuera.»

 

Era un idiota, un verdadero idiota. Un idiota que se tomó el tiempo de armar ese pequeño juego en el que participaron sus pequeños estudiantes —y hasta su compañera, suponía—.

Rio, no pudo evitarlo porque era divertido.

Las notas estaban impresas así que no se dio cuenta de que el remitente era Kyoya —el cual tenía una caligrafía hermosa—. Reconocía que fue una idea genial pues estaba tan enfadado que si hubiese reconocido la caligrafía de su novio también hubiese dejado todo de lado sin siquiera leerlo —al menos hasta llegar a casa y dejar que la curiosidad le ganase la partida—.

 

Sensei —cuando Tsuna volteó, vio a sus pequeños reunidos en un grupito, algunos aún tenían migas de galleta en sus caritas—. ¿Ya no está triste?

—No —les sonrió con ternura—. Ya no.

—¿Qué dice ahí?

—El oficial Kyoya se está disculpando por haber sido un chico malo —rio a la par que los niños.

 

Cómo olvidar cuando llevó a Kyoya al preescolar y lo obligó a usar el uniforme para que fuera su invitado especial y les enseñara a los niños sobre lo que no deberían hacer cuando extraños se les acercasen. Sí, fue épico. Hasta le hizo un gafete de osito que detallaba su nombre. Lo mejor fue ver al “siempre estoico Kyoya” algo incómodo con la curiosidad de los niños y siendo lo más gentil posible para no asustarlos.

Así fue como lo perdonó por la discusión de la vez pasada.

Pero en esta ocasión Kyoya lo hizo por cuenta propia y no bajo sus términos.

 

—Tengo una duda, pequeños. ¿Quién les dio las cartitas?

—El amigo del oficial —corearon todos y señalaron a la ventana.

—¿Kusakabe-san?

 

No lo podía creer, en serio que no. Kusakabe estaba a una distancia prudente del ventanal de su salón, siendo discreto y colaborando con ese juego. Lo saludó con un gesto de la mano y los niños lo imitaron, pero Kusakabe le respondió con una reverencia sutil. Le gustaba saber que Kyoya tenía buenos amigos que incluso se prestaban como ayudantes para armar esa infantil disculpa.

Pero entonces Kusakabe apuntó a la entrada del preescolar.

El castaño no pudo evitar reírse al ver la patrulla estacionada un poco lejos del preescolar pero lo suficientemente visible como para notarla si se ponía la suficiente atención, y en la entrada notar a su novio, el azabache idiota de mirada azulina que en ese instante portaba el uniforme impecable y que levantaba una especie de pancarta con algo escrito.

No se la creía.

Tsuna tuvo que abrir la ventana para que los adornos no impidieran leer correctamente lo que Kyoya quería decirle. Entrecerró sus ojos y logró observar en grandes letras un «Lo siento». Se cubrió la boca para evitar que Kyoya lo viese reírse, pero era tan divertido.

Jamás lo hubiese imaginado en ese accionar, pero ahí estaba. Pidiéndole disculpas en público mediante algo tan llamativo como aquellas pancartas.

 

—Niños, necesito que me ayuden, por favor.

—¡Sí!

 

Con rapidez lo ayudaron a juntar algunas cartulinas y marcadores para poder escribir su respuesta, porque le gustó el juego de las notas y lo iba a seguir usando. Escribió con letras grandes y legibles en dos cartulinas, y haciendo que dos de sus alumnos se parasen en las sillitas mostró su respuesta.

 

«Te perdono»

 

En ese punto suponía que todos sus compañeros y alumnos eran espectadores, pero los dejó, es más, quería que Kyoya se convirtiera en el centro de atención por un rato y más cuando se acercó un poco para mostrar otra nota más.

 

«Hay algo que quiero decirte»

 

Tsuna y sus alumnos esperaron pacientemente hasta que Kyoya dejara de lado esa pancarta y junto a su compañero desplegaran tres papeles que formaban una frase en grandes letras. Quiso golpearlo, pero en vez de eso se quedó quieto releyendo lo que ahí decía. No creyó que fuera capaz de preguntarle eso en público

 

«¿Quieres casarte conmigo?»

 

¡Eso era presión social! Incluso escuchó el grito emocionado de sus compañeros de trabajo y las dudas de sus pequeños que querían saber lo que estaba escrito. Pero también vio la sonrisa divertida de Kusakabe y la curva en los labios de Kyoya que estaba seguro de lo que estaba haciendo.

No estaba enfadado por la pregunta, en realidad eso ya lo vio venir desde hace algún tiempo porque habían estado hablando de mudarse juntos y tal vez dar el siguiente paso en ese noviazgo; después de todo tenían dos años de relación, conocían a sus familias y tenían estabilidad. Cualquiera diría que era el momento adecuado.

Casi todos.

Esta vez Tsuna escribió su respuesta y la mostró por sí solo.

 

«No»

 

El castaño esperó alguna reacción por parte de su novio, pero el idiota sólo levantó la ceja. Odiaba que Kyoya fuera tan seguro de sí mismo porque ni siquiera podía asustarlo.

 

«No por ahora»

 

Mostró el mensaje completo y sonrió a la par de Kusakabe quien tomaba las notas de Kyoya y las guardaba para después alejarse. Vio a su novio mostrar algo que él no esperó.

 

«¿Cuándo?»

 

Sensei —fue la protesta general—. Queremos saber qué pasa.

—Su sensei va a casarse en un futuro —les miró con ternura mientras escribía su última respuesta en dos cartulinas.

—¡Eso es genial!

—¿Y cuándo será?

—Pues…

 

«Cuando regreses»

 

Suspiró antes de mostrar su mensaje y ver como Kyoya negaba sutilmente antes de levantar la última pancarta que poseía entre sus manos.

 

«Seis meses»

 

Tsuna rio suavemente antes de asentir y ver como Kusakabe y Kyoya se daban vuelta para encaminarse a la patrulla. Para cualquiera eso significaría que su relación no era tan estable como parecía o que incluso habían terminado, pero no era así. Simplemente significaba que ambos tenían que seguir laborando y que su cita de la tarde seguía en pie.

Kyoya jamás fue demasiado cariñoso o expresivo, y aun así armó todo ese juego para disculparse.

Y Tsuna lo apreció en totalidad porque con eso su novio demostró que podía dejar de lado su orgullo para seguir con la relación que tenían.

 

—Amo a ese tonto —susurró antes de suspirar y sonreír.

—¿Va a invitarnos a su boda?

—Sí —acarició la cabecita de sus pequeños—. Claro que los invitaré.

—¿Habrá pastel?

—Y galletas también.

—¡Vaya! ¡Las bodas son geniales!

 

Tsuna esperaría a que su novio regresara del traslado temporal que le asignaron, en realidad lo esperaría cuanto tiempo fuera necesario hasta que Kyoya cumpliera con sus objetivos. Así que exigía que su novio respetase sus decisiones también…, porque él no podía simplemente dejar el trabajo que amaba de la noche a la mañana para seguir a Kyoya. Él no podía dejar a sus pequeños ratoncitos de improvisto.

Ambos tenían sus propios caminos, pero se esforzaron en que estos siempre se entrelazaran de alguna forma. Y su separación temporal sólo sería una traba más que superar para después formar la familia que tanto quisieron.

Si se amaban verdaderamente todo estaría bien.

Confiaban en que todo saliese bien.

 

—Tsunayoshi.

—¡Bienvenido!

 

Le costó un poco, pero logró tomar desprevenido a su visita, aplicar algunos movimientos que su padre le enseñó y… ¡derribarlo! Lo hizo.

Rio cuando estuvo sentado sobre el abdomen de Kyoya y presumió su hazaña con sus manos levantadas. Escuchó el leve bufido de protesta y lo besó en compensación.

 

—Derribé al oficial —siguió burlándose.

—Dejé que me derribaras.

—Sí claro —se inclinó para besarlo con dulzura.

—¿Por qué cambiaste los planes? —pues recibió un mensaje con esa especificación, en donde su castaño decía que fuera directamente a su departamento

—Porque te vas este fin de semana —Tsuna se recostó sobre el azabache y posó su mejilla en el pecho ajeno. Se quedó ahí dejándose arrullar por el latir de Kyoya.

—¿Y eso que tiene que ver?

—Serán meses muy largos.

—Lo sé.

—Y quería al menos pasar más tiempo contigo, sólo nosotros dos.

—Te voy a extrañar.

 

El castaño sintió los brazos de Kyoya rodearle la cintura y un suave beso en sus cabellos. Suspiró, eran esas pequeñas muestras de cariño en privado que tanto adoraba, las que derretían su corazón. Disfrutaba de eso, pero necesitaba más.

Sujetó la mano de Kyoya y la atrajo hasta su rostro, besó el dorso y sonrió antes de levantarse para estar sentado sobre el imponente oficial derribado. Sacó algo de entre sus bolsillos y, cuidando que Kyoya no viera de qué se trataba, lo colocó en la mano ajena y la cerró lo suficiente.

 

—Feliz San Valentín, Kyoya.

 

Miró expectante como Kyoya detallaba el regalo y levantaba una ceja con extrañeza. El azabache se quedó en silencio mientras apretaba un poquito los paquetes de colores que fueron colocados en su diestra y tomó uno con su mano libre antes de mirar al castaño cuyas mejillas estaban al rojo vivo.

 

—No tienes que hacerlo.

—Quiero hacerlo, Kyoya —sonrió avergonzado mientras sujetaba la mano de Kyoya y demostraba que temblaba ligeramente—. Y tú también lo quieres.

—Puedo esperar.

—Pero yo no —repasó el rostro del azabache con sus dedos y sonrió—. Y quiero que aceptes este regalo.

—Tsuna…

—No puedo atarte con un hijo —rio divertido—, pero al menos puedo darte mi virginidad.

 

Y antes de que su estúpido novio siguiera hablando y tal vez lograra convencerlo de que esperaran hasta casarse, Tsuna lo besó.

Lo besó necesitadamente, desesperado, nervioso y ansioso a la vez.

Lo besó con ternura y después con pasión porque no podía ni quería detenerse.

Deseaba que Kyoya lo tocase y devorarse hasta que sus almas se entrelazaran y sus cuerpos fueran uno solo.

Quería que ese día lleno de consumismo fuese especial, ¡quería hacerlo especial!

Ansiaba marcar un inicio en esa etapa previa a su matrimonio.

 

—Adelantemos la luna de miel, Kyoya.

 

Soltó un par de risitas cuando fue obligado a rodar hasta que encima de él estuvo aquel azabache de azulina mirada quien le besó la punta de su nariz, sus mejillas, su boca y su cuello. Se abrazó a su futuro esposo y no lo soltó mientras era trasladado a esa habitación. No dejó de decirle que lo amaba mientras todo lo demás sucedía y no dejó de escuchar la voz de Kyoya que le predicaba lo mismo.

Sí. Fue su mejor San Valentín.  

 

 

 

Notas finales:

 

¿Quién no adora los clichés de vez en cuando?

Intenté hacerlo todo lo tierno y bonito posible, pero cuando lo corregía me pareció que no alcanzó el toque de ternura que deseaba, pero bueno, espero les haya gustado, aunque sea un poquito.

Krat les da su especial del amor~

Espero les vaya mejor que a mí~

Besitos~


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