Era su último año, su último solsticio en Hogwarts. Scorpius sentía que su vida se acababa y que volvía a comenzar.
Todo lo que harían ese año allí, lo harían por última vez.
Scorpius quería estudiar psicomagia, Albus ser pocionista.
Ambos irían a la Universidad Mágica de Londres, pero ya no compartirían dormitorio, ya no compartirían confidencias a altas horas de la madrugada. Ni Albus le abrazaría de la nada cuando Scorpius no pudiera evitar sentirse triste por la falta de su madre.
Eran amigos, ya lo habían demostrado con creces. Al final, sí que le rompió la cara a Miller, aunque en realidad, lo que se rompieron fueron varios dedos de Albus que no tenía ni idea de cómo pegar bien.
Miller le había puesto unos cuernos más grande que el lago negro, y Albus lo había pillado. Lo demás era historia en Hogwarts, porque si una cosa era cierta, es que Albus era su mejor amigo, pero en la manada de Weasley había encontrado una segunda familia. Y en Hogwarts había muchos, muchos Weasley.
Después de la batalla campal, a Scorpius le dio igual que su supuesto novio tuviera muchos novios, porque Scorpius siempre tendría a Albus y eso era mucho mejor.
Ese año quería regalarle algo especial a Albus, sabía que en casa de los Potter, y de la mayoría de los Weasley la tradición arcaica de los regalos que se remontaban a miles de años atrás había sido olvidada. Pero en su casa, los regalos de Yule eran casi más importantes que los regalos de Navidad.
Porque estos, solo se hacían a las personas que habitaban en tu corazón.
Un par de broches, con dos serpientes enroscadas de plata, y esmeraldas en sus ojos, fue el regalo que compró para ambos. Una para Albus, otra para él.
Cuando Albus la vio, no quiso aceptarla.
—Esto no es un trozo de papel, Scorp.
Ya sabía que aquello podría hacerle sentir incómodo a Albus, no es que su familia fuera pobre, pero la de Scorpius era ridículamente rica.
—Un regalo no se puede rechazar, Albus Severus Potter Weasley—le dijo con el tono que su padre muchas veces había utilizado en él cuando quería señalarle, que cumplir con lo estipulado era lo correcto.
Albus sostenía su pequeña serpiente entre las manos, acariciándola, el orfebre había hecho un trabajo excelente.
Albus sonrió, y se la colocó sobre su túnica. Quitándosela de las manos a Scorpius, le colocó la que tenía para él mismo.
Ambos lucían sus serpientes, ambos estaban unidos por una joya. Scorpius acarició la que Albus tenía prendida de su pecho, el verde podría ser Slytherin, como la serpiente que representaba su casa, pero no era por eso, era por los ojos de su mejor amigo.
Uno al que nunca dejó de desear besar, como en ese momento, como en todos los momentos pasados.
Ambos se separaron, había una fiesta privada en la sala común de Gryffindor y habían sido invitados. Albus abrió la puerta de su dormitorio, pero Scorpius tardó unos minutos más excusándose en recoger no sabía que cosa que había dejado olvidada.
Cuando se quedó a solas, se sentó en la cama, mirándolo todo.
Ese iba a ser su último año en Hogwarts, su último año bajo el mismo techo que su mejor amigo, su amor platónico.
Quizás fuera lo mejor que fuera el último, salió de la habitación, Albus le esperaba fuera y le ofreció su brazo.
Tenía que ser mejor.