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¿Te quedarás? por Solsticio de Saturno

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La primera noche fue la más difícil de todas. No sé a qué hora de la madrugada finalmente caí dormido, vencido por el cansancio que suponía llorar silenciosamente hasta que el aire se me acababa. Extrañaba mi hogar, a mi familia, a May. Extrañaba mi vida antes de todo lo que ocurrió la noche en que ella murió. Quería regresar ahí, despertar a la mañana siguiente y que todo solo fuese un mal sueño. Pero Jarvis llamándome a la mañana siguiente me devolvió a la realidad.  

Era sábado, llovía y usé mis pocas energías para salir de la cama. Nada más salir de la habitación, encontré los ojos castaños de Anthony, acusadores y fríos mirándome desde el umbral de su habitación, vestía el mismo pijama que el día anterior 

—Así que sigues aquí, niño. Pensé que no durarías ni una noche después de cómo saliste de la cocina ayer. —una especie de sonrisa se formó en su rostro—. Sí, lo vi y fue más dramático de lo que te imaginas. 

Las palabras no salieron. Me vio salir de ahí con los ojos vidriosos, como un cachorro asustado y tenía el descaro de mofarse. 

—Siquiera di algo, siento que hablo con la pared.  

—¿Qué quieres que diga, Anthony? —no pude ni mirarlo, soné como un alumno reprendido por su superior. 

—Empezaba a creer que eras mudo. —rodó los ojos—. Sigo sin entender qué tiene de grandioso el joven Peter Parker. Howard y mamá parecían tan emocionados ayer que no dejaron de hablar del tema en todo el día, pero solo eres un chiquillo callado y temeroso. Esperaba algo más a cómo te pintaban. 

Apreté los labios y me quedé ahí, dejando que me atacara directo a la yugular. Dio un par de pasos, quedando frente a mí, me sacaba sólo un par de centímetros de altura y aun así me hacía sentir tan pequeño.  

—¿Qué te dijo el señor Stark de mí? —me atreví a preguntar. 

—Qué no dijo. Básicamente cualquiera es un pobre diablo a lado tuyo, niño maravilla. Me preguntaba cuanto tiempo le tomaría traerte aquí. —soltó sin titubear, arrogante. 

Hice una mueca de incomodidad, pensando en cómo librarme de él. 

—Por favor, estás parado en la mansión de los Stark. ¿Por qué no estás saltando de la felicidad? —volvió a atacar. 

—Yo no… Yo no conocía a tu padre hasta hace unos días, nunca creí que vendría a vivir aquí y… —murmuré.  

— ¿No? Te acostumbrarás. —interrumpió, pedante como nunca oí a nadie—. Howard tiene tantos planes para ustedes dos que no me sorprendería que cambie tu apellido a Stark en unos meses, te ponga en su testamento y seas tratado como un hijo más.  

Estaba totalmente incrédulo, sin saber de dónde sacaba argumentos para imaginar que algo así ocurriría.  

—No, no sucederá, en verdad yo… —intenté replicar. 

—Lo conozco más que tú, según sé. Y no me importa si eso sucede. Podrás ser un hijo más para Howard y para mi madre, incluso puedes agradarle a Jarvis, pero no esperes ni imagines que yo te trataré como parte de esta familia, porque no lo eres, no me importa que tanto me hablaran de lo maravilloso y buen muchacho que eres durante tantos años, ¿entiendes? —soltó todas esas palabras sin el más mínimo remordimiento, mirándome con apatía. 

—Anthony, yo no quiero…

—Me alegra que quede claro. —cortó sin más, dándose media vuelta no sin antes mostrar una sonrisa petulante. 

 

Volvió a su habitación y cerró la puerta sin mirar atrás, dejándome sin aliento, como un intruso que debía marcharse de esa casa y no volver jamás. La parte de mí que lo habría enfrentado se fue sin decirme a dónde, y la valentía por la que solían distinguirme no dejó ni un solo rastro. Era tan insuficiente y débil. 

¿Por qué te dejaste tratar así? ¿Por qué no le hiciste frente? ¡Eres tan estúpido Parker!, y en lugar de dirigir toda esa ira hacia Anthony, me la tragué y la dejé atormentarme por días. 

—Idiota. —murmuré, sin saber a quién de los dos iba el insulto. 

Callé y fui a desayunar aún sin apetito. Los señores me recibieron con una sonrisa y fingí una tan creíble que no sospecharon nada de lo ocurrido, y fue sencillo porque Tony no se presentó a la mesa esa mañana. 

 

 

 

—Peter, —me llamó el señor Stark, cuando estaba a punto de retirarme de la mesa—: ven a mi oficina un momento, por favor.  

Lo seguí sin poner objeción cuando el también terminó su desayuno. La oficina del señor que había dentro de la casa era casi tan grande como la del edificio corporativo, tenía libreros llenos que abarcaban toda una pared, fotografías antiguas de la ciudad, planos, mapas; fotografías con sus trabajadores, de él y María, de él y de mi padre. Había una foto idéntica a la que tenía en mi departamento, la primera vez que vi al señor Stark. Estaba mucho mejor cuidada y enmarcada. Y luego vi otra, sobre uno de los muebles, donde aparecía Howard, papá, mamá y yo en sus brazos, siendo casi un recién nacido.  

—¿Señor? ¿Cómo obtuvo esta fotografía? 

—Tenías tres meses de edad cuando la tomaron, el día en que celebramos uno de tantos contratos del gobierno. —dijo Howard, con su mirada en la imagen—. Conocí a tu padre en la universidad, éramos una dupla como ninguna, todos los profesores decían que lograríamos grandes cosas, y no se equivocaron. Richard tenía una mente brillante, siempre trabajó para darte lo mejor a ti y a Mary. —pude ver una pequeña sonrisa en su rostro, nostálgica—. Cuando lo invité a ser mi socio en el proyecto que conectaría todo el condado, lo rechazó, era un gran proyecto en el que estaría meses fuera de la ciudad, y él solo dijo que quería disfrutar su paternidad en tus mejores años. Si había algo en lo que trabajó más que en su propia carrera, fue en ti, él te eligió a ti sobre todas las cosas. Quizás habría sido bueno que yo hiciera lo mismo…  

Lo miré con curiosidad, deseando oír más, pero sólo cambió de semblante en cuanto lo notó. Colocó una pierna sobre el escritorio, sentándose al borde. 

—Veo mucho de él en ti, Peter, y por lo que me dijo la trabajadora social, sé que tienes gran potencial. —palmeó mi hombro mientras decía aquello—. Sólo es cuestión de tiempo para que logres adaptarte a éste nuevo estilo de vida, y pronto te sentirás como parte de la familia. 

Las palabras de su hijo estaban haciendo mella dentro de mí, volviéndome a la sensación de ser un intruso, indeseado. Y aunque el señor dijera lo contrario, la desaprobación de Anthony seguía ahí.

—Señor, agradezco todo lo que hace por mí, es muy generoso, es más de lo que podría pedir. Sé que su estilo de vida es muy distinto, trabajaré para adaptarme a vivir aquí pero no quiero decepcionarlo intentando ser un hijo para usted, sé que sólo estoy aquí temporalmente, porque nunca podré ser como… —calle súbitamente cuando su ceño fruncido me increpó.  

—¿Cómo Anthony? Para nada, estoy seguro de que ustedes dos no se parecen en nada y es por eso precisamente que tengo grandes expectativas en ti, muchacho. —me miró a los ojos, convenciéndome totalmente de que así era—. Tony es un caos, Peter, pero sé que tú sabrás aprovechar las oportunidades que esta familia te ofrezca, ¿verdad?

Me quedé helado de oír tales palabras saliendo con tanta naturalidad. ¿Cómo podía tener más esperanzas en mí que en su propio hijo? Howard lo conocía mejor que yo, y si decía aquello tenía argumentos para tener la razón, Anthony debía ser la última persona a la que quisiera parecerme.  

—Lo haré, señor.  

—Me alegra oír eso. —volvió a poner su mano sobre mi hombro, como un amo apremiando a su mascota. 



 

El fin de semana pasó volando, entre desempacar, instalarme, familiarizarme con la casa de los Stark, con los empleados y planificando mi nueva rutina del día a día, el lunes llegó en un abrir y cerrar de ojos. Maria y Howard decidieron que debía terminar mi año escolar en la misma preparatoria para no afectar a mis notas. Al menos así tenía una cosa menos a la cual adaptarme, y podía ver a Ned, Harry y MJ. Jarvis me transportaba en uno de los autos todos los días a la escuela y de regreso, el señor Stark no escatimó en darme todas las comodidades que él consideraba necesarias. A pesar de eso, seguía añorando mi pequeño departamento y mi modesto vecindario. El recuerdo de May seguía acompañándome y ninguna cena costosa, ni todas las atenciones de los empleados domésticos podían suplir eso.   

Lidiar con Anthony fue sencillo al menos la primera semana. Nunca se presentó a la mesa con su familia, solo éramos los señores y yo durante el desayuno y la comida. Antes de la hora de la cena, Anthony salía de la casa, siempre bien vestido, con pantalones finos, zapatos italianos, camisas costosas y sacos elegantes. Se marchaba en su auto y yo no estaba despierto cuando él volvía, si es que lo hacía.  

Las pocas veces que lo vi en las áreas comunes, al volver de la escuela cuando los señores aún no regresaban, vestía ropa de casa, pijamas que se translucían cuando lo hallaba en el jardín trasero, leyendo libros viejos y gastados que cerraba nada más verme llegar; y camisas sin mangas que se ceñían por el sudor cuando jugaba solitario básquetbol en la cancha del jardín.  

Un día me sorprendí a mí mismo mirándolo desde la terraza. Él estaba recostado en una reposera frente a la piscina, tomando el sol luego de nadar, vestido con un crop top que revelaba parte de su varonil abdomen, con sus ojos ocultos tras unas gafas oscuras. Su piel húmeda y joven se irisaba con la luz del sol, con el cabello goteándole los hombros; respiraba lento, apenas inflando su casi inexistente barriga. Plácido, sumergido en su propio mundo. Me atreví a observar con detenimiento cada parte de él cuando lo creí dormido, y así, sólo así, inerte y silencioso, me pareció inofensivo, como un joven incapaz de hacer daño a nada ni nadie.  

—Oh, Jack, píntame como a tus chicas francesas. —soltó de repente, burlón, sonriéndome con soberbia y levantándose las gafas de sol—. ¿O prefieres fotografiarme, mocoso? 

Él se sabía descaradamente atractivo para los demás, y yo no podía negar que lo era. Toda inocencia se esfumó tras afiladas palabras. 

—Me llamo Peter. No quiero una cosa ni mucho menos la otra. 

No me molesté en ocultar una mueca de desagrado y volví dentro de la casa.  

Al poco rato, Tony estaba en el umbral de mi habitación, mirándome con curiosidad mientras yo intentaba estudiar.  

—¿Por qué tan de mal humor hoy, Peter?  

Aunque me llamara por mi nombre, se notaba la mofa al pronunciarlo. 

—En toda la semana no me has dirigido la palabra. Algo verdaderamente te debió haber molestado para hacer que me respondieras. —insistió. 

—¿Estaba obligado guardar silencio siempre? —respondí apático, mirándolo por primera vez a los ojos. 

—Vaya, parece que alguien se cansó de ser el señorito educado. Al menos ya es más divertido tener una conversación contigo.  

—Para mí no es divertido. —me levanté del escritorio, dispuesto a cerrar la puerta—. Si me permites, estoy ocupado. 

Su cuerpo se interpuso, colándose dentro de la habitación. Me vi incapaz de hacerle nada, porque de otro modo, lo habría sacado sin la más mínima delicadeza.  

—Alto ahí, déjame ver cómo decoraste este lugar. —su mirada recorrió toda la habitación, deteniéndose en uno de los libreros—. Star Wars, The Lord of the Rings, Alien, The Shining. Y todas en VHS, sabes lo que es Netflix, ¿verdad?  

—¿Terminaste? —pregunté impaciente.  

Volvió a detenerse ante uno de los muebles, dónde tenía las fotos de mi familia.  

—Oh, cómo sí no hubiese ya demasiadas fotos de la familia Parker en esta casa. —comentó tosco, sarcástico—. Espera, ¿quién es esta preciosidad? 

Sujetó entre sus manos una foto de May, la última que le tomé.  

—Déjala en su sitio, Anthony. —le ordené. 

Si antes no estaba de humor para sus comentarios cargados de cruel ironía, menos lo estaba para escuchar cualquier cosa referente a mi tía saliendo de sus labios. No estaba dispuesto a averiguarlo.  

—Cálmate, Parker. —bufó sin intenciones de obedecer, inspeccionándola. 

—Dámela.  

—No es para tanto.  

Intenté arrebátasela, pero me evitó, sonriéndome cómo si mis palabras fueran insignificantes para él. Forcejeamos un poco hasta que pude quitársela, arriesgándome a que se rompiera.

—No tienes que ponerte así por una foto. —espetó, acomodándose la ropa, mirándome como si fuese un salvaje causante de la discusión.  

Me hizo rabiar y no pude contenerme, y estaba seguro de que él tampoco lo haría. Éramos fuego y gasolina.  

—Y tú no tienes que ser un inmaduro —reñí, alzando la voz—. Estas equivocado si piensas que puedes pisotearme cada vez que quieras.  

Rodó los ojos, mirándome cómo si hubiese dicho una gran ridiculez. 

—¿Te quedarás? —bramó irritado, con el ceño fruncido. 

—¿Qué..? 

—En esta casa, hasta que puedas limpiarte la nariz tu solo, ¿te quedarás? —exclamó, exasperado. 

—¡Sí!, lo haré. —gruñí sin miedo. 

—Entonces puedo tratarte como se me de la gana mientras vivas aquí. —respondió en el mismo modo—. Nada te pertenece, esta es mi casa, y lo era mucho antes de que tú vinieras, vete si te molesta, vete si es que tienes a dónde ir. 

No, no había a dónde ir. No tenía otro lugar, no tenía a nadie más. Mi completa y casi nula estabilidad estaba puesta en las manos de una familia aún desconocida, con un integrante que no soportaba mi presencia.  

—Vete, ¡largo! —le respondí, con la rabia aun consumiéndome. 

Intenté gritarle algo más, pero un nudo en mi garganta me ahogó, y las palabras inconclusas subieron hasta mis ojos llenos de cólera. Conocía esa sensación. Lo empujé fuera y le cerré la puerta en la cara, dejándome a mi mismo agitado, mirando al vacío, con tanta ira por dentro que empezaba a doler, y con tanto dolor que no sabía donde poner.  



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