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Imperio por FiorelaN

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Capítulo III: “Camelias rojas”

 

Deidara

Un nuevo día había llegado. La señorita Tsunade nos había despertado temprano a todos y parecía apurada porque comenzáramos nuestras labores en el palacio, que eran limpiar, ayudar en la cocina, servir a la gente importante del palacio y mantener el harem en orden. Había unas señoritas que se encargaban del cuidado de la sultana madre y del príncipe Sasuke, pero debían ser de mucha confianza. Yo todavía no conocía al niño de doce años, hermano del sultán.

—¡Los quiero a todos listos ahora frente a mí! —nos gritó Tsunade y obedecimos.

No tenía problemas con obedecer órdenes, aunque no me gustase demasiado. ¿Qué podía hacer? Si actuaba en rebeldía, me encerrarían o matarían. Al principio, habría aceptado lo que sea para no tener que sufrir frío, hambre y desgracias en la calle, pero jamás me había gustado la idea de ser un esclavo y tener que rendirle cuentas a los demás. A mal lugar había venido a parar. Ya no tenía hambre y podía pensar mejor.

—¡Buenos días a todos! —nos saludó Ino muy alegremente y Sai se puso a su lado.

Tsunade caminó hacia mí y se paró a unos centímetros de mi cuerpo. No sabía lo que estaba sucediendo.

—Tú, prepárate. Ya no estarás más aquí—me dijo y abrí mucho los ojos.

Elevé mi rostro para verla con sorpresa y miedo.

—¿Qué fue lo que hice? —pregunté sin entender nada.

—Deidara—me llamó Ino con mucha alegría—. Alístate rápido. A partir de ahora estarás allá arriba—su entusiasmo desbordaba mientras apuntaba hacia la terraza de los favoritos.

—¿Qué…? —pregunté confundido.

—A partir de ahora, forma parte del harem privilegiado del sultán. Es un favorito y, como tal, no puede permanecer con la servidumbre—me explicó Sai y me sonrió de forma extraña como si no tuviese ganas de sonreír, pero estuviese obligado.

—¿Por qué? —pregunté aún más confundido.

¿Acaso no era que, si uno pasaba la noche en la cama del sultán, se convertía en favorito? Yo sólo había charlado con él y luego me había enviado al harem.

—Deja de hacer tantas preguntas tontas como si no supieses lo que hiciste anoche. No te hagas el inocente. Ahora sígueme para que te muestre tus nuevos aposentos—me dijo Tsunade de muy mal humor, irritada por mi confusión.

—Vaya. Así que sí estuviste en la cama con su majestad, Deidara. Eres un doncel muy astuto. Nos hiciste creer que seguías siendo puro e inocente—me dijo la bruja que había empezado a fastidiarme anoche.

—¡Cierra la boca, Cennet si no quieres que te rompa los huesos! —le gritó Tsunade y ella se asustó mucho.

Acompañé a Tsunade escaleras arriba y ella entró en una de las habitaciones. Era bastante espaciosa y estaba decorada de forma muy bonita. Había una cama muy amplia y muchos almohadones por todos lados. Era tan reconfortante. También había una ventana que permitía ver hacia el patio de las concubinas.

—Pero, señorita Tsunade. ¿Cómo es posible que yo sea un favorito ahora? —pregunté aún muy confundido.

—Escúchame. No deberías quejarte tanto y tampoco hacer tantas preguntas. Esta fue una orden de su majestad. Él nos pidió que te trasfiriéramos al piso de los favoritos y te diésemos unos aposentos para ti solo—me explicó mientras unos donceles entraban y acomodaban unos cofres delante de mí.

—¿El sultán ordenó eso? Hump.

—Así es. También ordenó que te trajéramos esto. Son regalos de su majestad para ti. Parece que anoche lo dejaste muy complacido y ahora tienes tu recompensa. Deberías ser más agradecido en lugar de quejarte—me dijo cruzada de brazos y muy seria.

—No me quejo, pero no entiendo en qué lo dejé complacido. Nosotros no hicimos nada anoche, hump—le dije y me agaché para abrir los cofres.

—De todas formas, él lo ordenó y nosotros no podemos cuestionarlo. Ahora cámbiate de ropa y luego ven conmigo. La sultana madre quiere verte de nuevo—se dio media vuelta y se fue de mi habitación, dejándome muy sorprendido por todo.

Abrí el primer cofre y estaba repleto de joyas. Había cientos de collares, pulseras y cajas con pendientes muy hermosos. También había muchas coronas. Mis ojos se iluminaron ante tanta belleza. ¿Por qué el sultán me regalaría todo aquello? ¿A los demás favoritos también les regalaba esas cosas cuando subían a aquellas habitaciones? Me sentía muy contento, de todas formas, por recibir aquellos regalos. No creía merecerlos. Eran demasiado.

En el segundo cofre había unos vestidos de doncel muy hermosos. Consistían en pantalones, camisas de seda y otras telas muy finas, decoradas con piedras preciosas. Había caftanes muy hermosos e hiyabs para cubrirse el cabello. Me sonrojé un poco al tocar aquellas telas tan hermosas, tan bellas y finas.

—¿Debería ir a agradecerle? No… Seguro no me lo permitirían. Debo esperar a que él pida por mí, hump—dije para mí mismo y sonreí un poco.

Me puse unos pantalones de color azul que tenía puños en los tobillos y una camisa del mismo color, con un caftán igual. La camisa estaba decorada por piedras de color azul y se veía muy hermosa. Me miré al espejo mientras estaba vestido de esa forma y sonreí. Jamás había usado ropa tan bonita. También me coloqué en mi cabello una diadema que dejaba caer sobre mi rostro unas joyas que parecían gotas de agua. Todo se veía genial y muy bello. Estaba fascinado. Solamente no podía usar el hiyab hasta que no me convirtiese a la religión de aquí, lo cual debía suceder si quería ser príncipe luego de dar a luz algún día.

—Deidara, ¿estás listo? —me preguntó Ino entrando a mis aposentos.

—Sí. Ya podemos ir a ver a la madre del sultán—le respondí y fui con ella.

Al bajar y pasar por el lugar donde había estado antes junto a los demás, todos me veían de mala manera y con envidia. Los ignoré, porque tenía muy claro que no debía meterme en problemas.

Fuimos hasta los aposentos de la sultana madre e Ino golpeó la puerta suavemente. Tardaron unos minutos en responder, pero cuando la puerta se abrió, no me esperaba ver al sultán allí. Él salió de los aposentos de su madre y se detuvo frente a mí mientras Ino y yo lo reverenciábamos. Pude sentir sus ojos examinarme. ¿Por qué otra razón se detendría frente a mí?

—Te veré esta noche, Deidara—me dijo y solamente me limité a asentir.

Ni siquiera le vi el rostro. Lo único que pude ver, fueron sus pies. Él se marchó de allí tan pronto como recibió mi respuesta.

—Vaya. Parece que tienes muy emocionado a su majestad—me susurró Ino.

—No sé—respondí simplemente y nos adentramos a los aposentos de la madre sultana.

—Madre sultana—le dijo Ino y la reverenció al igual que yo.

—Deidara. Qué bueno verte. Parece que has hecho un buen trabajo escuchándome. Mi león está muy complacido contigo. Sigue de esa forma y escucha mis consejos para llegar alto—me dijo y en su voz noté que estaba complacida.

—Lo haré, sultana—le respondí con los ojos clavados en el suelo.

—Esta mañana está muy agradable, Ino. Prepara todo. Deidara y yo desayunaremos en el jardín privado. Él recogerá algunas camelias para mí allí—dijo y me sorprendí enormemente.

¿Desayudaría con la madre del sultán? No podía ser posible. ¿Qué era todo aquello?

Finalmente, no parecía un sueño. Estaba caminando detrás de esa mujer, junto a sus sirvientas y un doncel llamado Neji, que no la dejaba sola ni por un instante. La verdad era que no había visto a ningún doncel en todo el palacio que luciese como él. Me daba un poco de envidia… Se veía perfecto. Su cabello lucía tan bien y con su flequillo que tocaba su rostro blanquecino. Sus rasgos finos y delicados junto a esos ojos color perla lo hacían lucir increíblemente bello. Realmente no podía dejar de observarlo de reojo. Me sentía muy celoso en ese momento… ¿Qué pasaría si Itachi lo llamaba a sus aposentos? Quizá ya lo había hecho.

—¿Por qué demonios estoy pensando en eso? Tampoco es que el sultán me importase mucho… —susurré.

—¿Dijiste algo, Deidara? —me preguntó la madre sultana.

—Ah, sí. Nunca había visto un jardín tan bonito, sultana—le respondí un poco nervioso.

Observé todo a mi alrededor. Había muchísimas camelias de color rojo y blanco, pero abundaban las rojas. Nos acercamos a una semi tienda que habían armado y había almohadones allí junto a una pequeña mesa. La madre sultana se sentó en el almohadón del medio y me invitó a su lado. Neji se sentó a su lado también. Me tenía a mí a su derecha y a él a su izquierda.

—¿Te gustan las camelias, Deidara? —me preguntó con una sonrisa.

—Son flores muy hermosas, sultana—respondí.

—En nuestra tierra abundan y son nuestro orgullo. Tienen un significado muy especial para nuestro imperio. Sólo las personas de nuestra dinastía pueden usar su símbolo—me explicó—¿Sabes lo que ellas representan?

—No, mi sultana—respondí.

—Ellas representan el amor eterno y la esperanza. El sultán representa la esperanza de nuestro pueblo y el amor que tiene por éste. También, es una flor que florece en la adversidad, así como nuestro sultán es más fuerte en tiempos difíciles. Nuestra dinastía es la esperanza y muestra su fuerza, manteniéndose en pie en épocas de guerra—me explicó y me pareció algo bastante sorprendente e interesante.

—Ya veo. Es algo muy interesante y bonito, sultana, hump—le dije para salir del paso, porque me sentía algo incómodo.

Ino y otras señoritas nos habían traído el desayuno. Con la madre sultana y Neji desayunamos mientras charlábamos de cosas triviales. Neji no hablaba demasiado al igual que yo, pero la sultana madre disfrutaba siendo escuchada con atención y eso le bastaba.

—Deidara, ¿por qué no vas a juntar algunas camelias para mí y para mi león? También trae algunas más para mi pequeño Sasuke. Él disfruta de su aroma en sus aposentos—me dijo con una sonrisa y asentí.

Me puse de pie, la reverencié y fui a buscar unas camelias a unos arbustos un poco alejados, de donde no se notase que había cortado alguna de esas flores.

Estaba en la tarea de cortar aquellas hermosas flores. Realmente eran bellas, sobre todo las rojas. Eran mis favoritas a partir de ese momento. Además, tenían un aroma particular y muy encantador. Me detuve a apreciar el aroma de una de ellas mientras sostenía un pequeño ramo con mi otra mano.

—El aroma de estas flores es encantador, ¿verdad? —oí una voz desconocida muy cerca de mí y me sobresalté un poco.

—¿Quién eres? —pregunté dándome la vuelta y viendo a un joven bastante más alto que yo detrás de mí, vestido con ropas formales jenízaras.

—Lo siento. ¿Te asusté? —me preguntó y bajé la mirada de inmediato luego ver su apariencia.

Él era un varón. Su cabello era color rojo, como el de las camelias y sus ojos eran café ceniza. No debía verlo o hablarle. Estaba prohibido. Si alguien nos veía a solas, me iban a matar y a él también. Me quedé en silencio y traté de irme para recoger camelias en otro lado.

—Espera—sentí que me sujetó del brazo.

—Suéltame, por favor. Vas a meterme en problemas—le dije y me solté de su agarre.

—¿Trabajas aquí en el palacio? Nunca te había visto antes. ¿Eres nuevo? ¿Cómo te llamas? Yo soy Sasori de la Arena roja—me dijo y me empecé a poner muy nervioso por la situación.

—Lo siento. No puedo hablar contigo. Debo irme, hump—le dije para comenzar a caminar de nuevo, pero me sujetó otra vez.

—Dime tu nombre, al menos y te dejaré ir—me dijo casi en susurro muy cerca de mi oído.

—¡Deidara! —oí la voz de Neji llamándome y me temblaron las piernas.

—¿Deidara? ¿Ese es tu nombre? —me preguntó en el oído y sentí ganas de llorar.

Me temblaba todo el cuerpo.

—Por favor, señor Sasori, suélteme… Estaré en serios problemas si nos ven juntos—le dije con la voz casi quebrada.

—¿Cuál es el problema? —me cuestionó.

—Yo soy… un favorito del sultán. Usted ni siquiera puede mirar uno solo de mis cabellos…—le dije casi en susurro y me soltó de inmediato.

—Lo siento, joven doncel. No tenía idea. Pensé que se trataba de un trabajador del viejo palacio que había venido aquí por alguna razón o de alguien ajeno al harem de su majestad—se puso serio de repente y volteé a verlo.

Me había dado la espalda y comenzó a marcharse de allí.

—Deidara—escuché la voz de Neji detrás de mí y me espanté.

—N-Neji—dije casi sin aliento por el susto.

—Joven Deidara, por fin lo encuentro. ¿Acaso no escuchaba que estaba llamándolo? Es hora de entrar al palacio. Apúrese con esas flores para la madre sultana—me dijo muy serio.

—Enseguida las llevo—le dije y comencé a cortar algunas más.

—Y ten cuidado con quien hablas—me dijo y me espanté—. Claro que los vi. Agradece que yo fui quien vio cómo estaban hablando. ¿Qué hubiese pasado si la madre te ve? Esta vez lo dejaré pasar, porque oí que se trató de un malentendido y tú te mostraste reticente, pero si vuelve a suceder, le contaré todo a la sultana. ¿Entendiste? —me dijo con severidad.

—Sí. Lo he entendido. No sucederá de nuevo—respondí y comencé a seguirlo.

Fuimos hacia donde se encontraba la madre sultana y mis ojos se encontraron con el sultán, quien estaba hablando con ella de pie frente a la tienda. Nos acercamos y me sonrojé por alguna razón mientras mis manos temblaban sosteniendo esas flores.

—Oh, Deidara. Aquí estás de nuevo—me dijo la madre sultana sonriendo mientras nosotros dos reverenciábamos al sultán.

—Deidara, qué bellas camelias has recogido. Veo que elegiste las mejores—me dijo Itachi y me sonrojé un poco más.

—L-La madre sultana me pidió que recogiera algunas para ella y para usted también, su majestad y traje algunas más para el príncipe—le dije.

—Me parece muy bien. Quiero que seas tú quien las coloque en mis aposentos esta noche cuando vayas a verme, ¿sí? —me dijo y terminé del mismo color que aquellas flores, sin entender la razón.

—Sí, su majestad—le respondí mientras el corazón me latía muy fuerte.

—Sasori, qué gusto tenerte aquí tan pronto—dijo Itachi mirando hacia un lado.

Ni siquiera me giré para ver a aquel pelirrojo.

—Su majestad—dijo al acercarse y lo reverenció.

Se había puesto lo suficientemente cerca de nosotros para que pudiese observarlo de reojo.

—Deidara, este es Sasori de la Arena roja. Es el comandante de la tropa jenízara en la provincia de Suna—me lo presentó y reverencié al tipo, ya que era un pachá.

—Gusto en conocerlo, pachá—le dije sin mirarlo luego de la reverencia.

—Sasori, él es Deidara. Es mi favorito—le dije y sentí como si estuviese marcando su territorio.

—Gusto en conocerlo, joven Deidara—me dijo sin siquiera mirarme.

—Regresa al harem, Deidara. Lleva esas hermosas camelias a los aposentos de la sultana y lleva algunas a Sasuke. De paso, se conocen—me dijo con una sonrisa.

—Por supuesto, su majestad—le dije y lo reverencié antes de irme de allí.

Estaba bastante nervioso por lo que había pasado con el señor Sasori y por haber visto al sultán allí. Todo había podido resultar muy caótico si éramos descubiertos hablando, pero Neji me había hecho un gran favor. Le debía una muy grande.

Me apresuré a informarle a Tsunade lo de dejar camelias en los aposentos de la madre sultana y ella me acompañó hasta allí, también le dije que debía llevarle yo mismo algunas flores al príncipe para poder conocerlo, como me había dicho el sultán, así que ella me mostró el camino a la habitación del joven príncipe. Estaba algo nervioso, pero curioso. Quería saber cómo era ese niño.

Me paré frente a la puerta del el cuarto del príncipe, donde había dos guardias y golpeé suavemente.

—Adelante—escuché una voz encantadora y no tan aniñada que me daba permiso de entrar.

Los guardias abrieron la puerta y me adentré despacio. Pude ver a un jovencito muy parecido al sultán. Era exactamente igual a su majestad, pero sin esas dos marcas en su rostro y su piel era mucho más clara. Él estaba sentado junto a la ventana con un libro en sus manos. Parecía que había interrumpido su lectura.

—Su alteza—dije y lo reverencié.

—¿Quién eres y qué quieres? —me preguntó, pasando a mirarme por un instante y luego volvió sus ojos a aquel libro.

—Mi nombre es Deidara. Soy favorito de su majestad y estoy aquí por petición de él para traerle unas camelias, ya que su alteza disfruta de su aroma—le dije con la mirada clavada en el suelo.

—Pon agua en aquel florero de allí y déjalas ahí—me dijo sin darle importancia a nada de lo que le había dicho ni a mi persona.

Fui a hacer lo que él me dijo. Parecía un muchachito bastante serio, estudioso y con un humor bastante malo, pero por el momento se mantenía muy calmado. Dejé las camelias dentro del florero luego de cambiar el agua y me puse frente al príncipe.

—¿Terminaste? —me preguntó cambiando la página de su libro.

—Sí, su alteza.

—Retírate—me ordenó sin siquiera mirarme una vez más.

Me sentí un poco decepcionado. Esperaba más del hermano del sultán. Itachi no era tan reacio ni serio a ese extremo. Además, él siempre miraba a los ojos de las personas al hablar y era mucho más cálido, amable y respetuoso. Ese niño parecía saber muy bien que era un príncipe y mostraba cierta soberbia.

—Como ordene—le dije para luego reverenciarlo y salir de allí.

Debía volver al harem. Ya era casi el medio día y debía ir a ayudar a preparar todo para el almuerzo. Además, debía alistarme para visitar al sultán por la noche. Sabía que faltaba bastante, pero prepararse llevaba mucho tiempo. Debía darme un baño y elegir la ropa que debía ponerme, además de elegir bien las joyas y la diadema. También, debía poner en agua el resto de las camelias para mantenerlas frescas hasta la hora de ver a Itachi. No sabía por qué, pero me ponía muy nervioso la idea de volver a verlo. Su presencia me ponía cada vez más nervioso, a pesar de que hacía muy poco que lo había conocido.

Había decidido usar ropas blancas en esa ocasión. El brillo de los diamantes cubrían gran parte de mi atuendo y la diadema que llevaba estaba cubierta de hermosas joyas que colgaban por mi cabello. El almizcle perfumaba mi cuerpo y mis ojos estaban más brillantes que de costumbre con la idea de volver a verlo a él. ¿Era posible sentirse así por alguien a quien conocía hacía muy poco? El sólo oír su nombre hacía temblar todo mi cuerpo y estremecía mi alma. Mi corazón quería salirse de mi pecho cada vez que él me hablaba. Lo había extrañado durante todo el día. Si me había enamorado…, cosa que no podía seguir negando… ¿Lo había hecho a primera vista? ¿Por qué, Itachi? ¿Qué era lo que me habías hecho? Yo sólo pretendía usarte para mi bienestar, pero en menos de un día, tú hiciste que me sintiese culpable con esa idea.

—Deidara, apúrate. Ya casi es hora de ver a su majestad—me dijo Ino, quien estaba en mi habitación acomodando las joyas en mi cofre.

—Ya estoy listo, hump—le dije y ambos salimos en dirección al sendero dorado.

Mis manos temblaban y llevaba en ellas las camelias rojas. Su aroma estaba nublando mi mente, porque me imaginaba que ése era el aroma de mi sultán. ¿Mi sultán? Sí… Mi sultán. Sonreí como un tonto al aceptarlo.

Llegamos a la puerta y allí estaba un hombre que no había visto hasta ese momento. Era alto y parecía muy fuerte, su cabello era color azul y daba bastante miedo. Ino lo reverenció, así que yo hice lo mismo.

—Haso dabashi—le dijo Ino y entendí que se refería al cargo de chambelán del pabellón del sultán.

—Lo estábamos esperando, joven Deidara. Ya puede pasar—me dijo a mí y me abrió la puerta.

Me temblaban las piernas. Entré lentamente a la habitación e Itachi estaba allí, de espaldas a mí, esperándome. Lo reverencié.

—Su majestad…—dije casi sin aliento.

Sus ropas habían cambiado. Él llevaba puesta una camisa blanca y unos pantalones del mismo color. Era la ropa con la que dormía, así que planeaba meterse a la cama pronto, lo que hizo que me sonrojase. Él se dio la vuelta en cuanto oyó mi voz.

—Deidara—me nombró con una sonrisa—. Acércate. Veo que trajiste mis camelias. Ponlas en aquel florero—me dijo y le hice caso.

Me acerqué a él en cuanto terminé de colocar en agua aquellas flores. Él elevó mi rostro para que lo mirase y me miraba con mucha calidez, inspeccionándome, como si no quisiese perderse ninguna de mis reacciones.

—Desde el momento en el que abandonaste mis aposentos anoche, estuve esperando por ti. Me alegró haberte visto en la mañana y luego en el jardín—me dijo y me sonrojé aún más.

Sentí cómo mis latidos ensordecían mis oídos y hacían eco en todo mi cuerpo. La habitación iluminada por las velas y el aroma de su cuerpo que me llegaba por la cercanía, hacían que me empezase a embriagar con mis propias emociones. No podía dejar de mirar sus ojos. En cualquier momento podía comenzar a llorar.

—¿Tú no dices nada? —me preguntó mientras acariciaba mi barbilla suavemente con su pulgar.

—No… sé qué decir, majestad—le respondí y acercó su rostro al mío, haciendo que mi respiración comenzara a agitarse.

—¿Cómo es que puedes ser así? No lo entiendo…—me dijo casi en susurro y no pude comprender lo que decía.

Parecía como si estuviese hablando consigo mismo de mi persona. Cerró sus ojos y apoyó su frente sobre la mía.

—¿Majestad? —pregunté confundido y nuestras narices se rozaron.

—¿Dónde estuviste toda mi vida…? —abrió sus ojos y miró los míos de una forma tan penetrante que apenas pude mantenerme en pie.

—Ahora… estoy aquí, en su palacio—le respondí y él sonrió levemente.

Acercó sus labios a los míos, casi a punto de rozarlos, pero no lo hacía. Solamente podía sentir su aliento y la inmensa necesidad de al fin tocarlos, porque tenía mucha curiosidad. Jamás me habían besado ni tocado mi rostro como él lo hacía. Quería ser suyo…

De repente separó su rostro del mío y se alejó un poco. Sentí que había aterrizado a la tierra de golpe y me había azotado contra las rocas. Se sintió como si hubiese despertado de pronto de algún sueño. Me decepcioné. Él tomó mi mano.

—Ven. Quiero que veas la vista conmigo—me dijo y camine de la mano con él hacia afuera.

En la misma habitación, había una gran puerta que llevaba a un balcón muy grande de mármol y había un trono allí con una mesa. Se podía ver el mar desde ese balcón y también toda la orilla. La vista era increíble y el clima era perfecto. Nunca había visto una noche tan estrellada como aquella. Él me dejó acercarme hasta el borde del balcón y puse mis manos sobre el mármol. Itachi me abrazó por detrás y sentí cómo mi cuerpo se derretía con su contacto.

—¿Qué te parece? —me preguntó.

—Es realmente muy hermoso. La luna se refleja en el mar—le respondí sintiéndome fascinado por aquella imagen.

—Son tus ojos los que están iluminando el mar para mí esta noche—me dijo cerca de mi oído y enrojecí.

—Eso… no puede ser posible—le respondí sonriendo.

—Lo es para mí—me respondió mientras sus brazos se encadenaban a mi cintura.

—¿Cuántos ojos han iluminado este mar? —le pregunté refiriéndome a cuántas mujeres y donceles les había dicho lo mismo.

Él rio levemente.

—Sólo los tuyos—dijo tranquilamente.

—¿Cómo es posible? —pregunté incrédulo.

—¿Por qué crees que mi madre está tan contenta contigo y ha tenido atenciones especiales para ti esta mañana? —me preguntó.

—¿Porque le agrado? —reí un poco.

—Eres el primero que logró entrar en mis aposentos—me confesó y me sorprendí muchísimo—. Ella ha tratado de meter en mi habitación a muchas señoritas y donceles desde que mi padre había autorizado que yo tuviese un harem propio siendo un príncipe.

—¿Por qué jamás recibiste a nadie? ¿Por qué me recibiste a mí? —le pregunté sin entender.

—No te recibí. Yo te elegí. Quería elegir yo mismo a la persona que compartiese las noches conmigo y que esa persona me agradase de verdad. No deseaba una mujer o un doncel para una sola noche y procrear un heredero. No me siento feliz con esa idea. Tampoco fui yo quien decidió tener un harem. Son las costumbres y las normas del palacio—me explicó y entendí bastante bien la situación.

—Entonces yo te agrado—le dije sin creer que él podría sentir algo más por mí.

—¿Acaso no es más que obvio? Ayer mismo te confesé mis sentimientos, pero tú aún dudas—me soltó y se puso a mi lado para poder verme a los ojos.

—Es que no puedo creer que ya te sientas así sin siquiera conocerme de nada. Fue ayer que nos conocimos, hump—le expliqué y él acarició mi mejilla.

—No puedo explicarlo. Yo tampoco puedo entenderlo, pero desde que te vi supe que no existiría nadie más que tú. ¿Podrías creerme? —me preguntó con sus ojos color ónice brillando para mí en esa noche.

Sus ojos parecían un par de estrellas que se habían escapado del cielo. ¿Cómo podría resísteme? No era consciente de la situación. El sultán del mundo estaba enamorado de mí. El mundo era mío y no podía comprenderlo.

—Está bien—le respondí simplemente y me dediqué a ver el cielo.

—¿Yo te gusto? —me preguntó de repente y pude escuchar el latido de mi corazón con mucha claridad.

No podía responderle. Me sentía muy avergonzado.

—Tampoco puedes creer en ti mismo, ¿verdad? —me dijo y llevó una mano a mi rostro para hacer que lo mirase—Desde que te di ese pañuelo te has preguntado cómo era posible que el sultán del mundo entero se había fijado en ti, ¿no es así? —mi cuerpo se paralizó.

Desvié mis ojos hacia el mar.

—¿Qué fue lo que viste en mí? —pregunté sin entender.

—Todos a mi alrededor esperaban la muerte de mi hermano. En medio de mi dolor y mi tormenta, temiendo ser la espada que cortase la vida de Sasuke, tú fuiste la única luz… El único que sintió misericordia por el príncipe, a pesar de que pertenece a la dinastía que te trajo como esclavo a mi palacio. Yo soy tu enemigo, pero fuiste el único que entendió mi dolor y sin conocerme. Fuiste el único que olvidó que era el sultán y me habló con sinceridad desde su corazón. Me recordaste que mi hermano no es culpable de nacer en una época tan cruel para todos y que yo jamás sería capaz de ser como ellos—me dijo y tomó mi mano para besarla y luego apoyarla sobre su frente.

—Sultán…—susurré sorprendido, porque esa forma de besar la mano representaba la sumisión y el respeto. Era como si él estuviese reverenciándome.

—El sultán está a tu merced. El mundo es tuyo… Puedes pedirme lo que quieras. Te debo la vida de mi hermano, porque estaba a punto de colapsar y tomar una mala decisión, a pesar de que en mi mente me repetía que no lo haría—me confesó y abrí mucho mis ojos.

—No quiero nada…—le dije y elevó su rostro para mirarme.

Había lágrimas saliendo de sus ojos y me sorprendí aún más. Sentí mucho dolor al ver su rostro y no pude evitar llevar mis manos a sus mejillas para limpiar esas lágrimas.

—Sólo no quiero volver a verte llorar—le dije y se sorprendió.

—¿Te preocupas por mí, entonces? —me preguntó y asentí avergonzado.

—Me gustas…—le confesé en susurro y sonrió.

Aquella noche tampoco me tocó ni besó mis labios, pero yo abracé su alma. Comprendí que, durante muchos años se había sentido muy solo, cargando con el peso de ser el heredero de un trono que él no había pedido. Con sólo mirar sus ojos podía ver su historia sin que me la contase.

Al día siguiente, él anunció una decisión muy importante en el consejo y yo pude observarlo desde fuera de aquel lugar por la gran ventana enrejada que tenía. Todos los pachás estaban reunidos y él estaba sentado en su trono.

—He ordenado esta reunión para comunicarles sobre una decisión importante acerca de la reforma de una de las leyes del imperio—les dijo a todos y parecían muy curiosos por saber.

—Su majestad, ¿qué clase de reforma planea hacer? —preguntó el que parecía ser su gran visir.

—La ley que sancionó el difunto sultán Madara acerca del fratricidio por el bien del imperio, queda sin efecto a partir de este momento—les dijo y todos se sorprendieron muchísimo, pero guardaron silencio, excepto el gran visir.

—Pero, su majestad. Esa ley es muy importante. Usted no puede…—lo interrumpió.

—¿No puedo, pachá? —vi cómo se puso de pie y de inmediato todos lo reverenciaron—¿Cómo te atreves a decirle a tu sultán que no puede hacerlo?

—Perdóneme, su majestad…—le dijo.

—Ningún príncipe más será ejecutado en estado de inocencia. Aquellos sultanes que tengan sospechas de que sus hermanos podrían traicionarlos, podrán tomar la decisión de confinarlos al pabellón de cristal y mantenerlos allí durante todo su mandato y elegir como heredero a quien ellos decidan, pero queda prohibido tomar la vida de un príncipe, a menos que éste traicione al sultán—les dijo a todos y vi cómo se miraban entre ellos, como cuestionando ese nuevo decreto.

—En ese caso, el príncipe Sasuke deberá ser enviado al pabellón de cristal—dijo el gran visir.

—¿Acaso no escuchaste lo que dije, pachá? Yo no sospecho de mi hermano. Él jamás podría pensar en traicionarme. De todos los que me rodean, él es el único que me es leal de verdad. El resto podría apuñalarme por la espalda cualquier día—les dijo y les dejó en claro que no confiaba en ninguno que estuviese allí en ese consejo—. Eso es todo. Pueden retirarse.

Pasaron muchos días y muchas noches a su lado. Cada noche visitaba sus aposentos y estábamos en la compañía del otro. Aprendí muchas cosas sobre él y sobre su vida durante todo ese tiempo. Él también aprendió mucho de mí y conoció mi historia desde el principio hasta el final. Él conocía cada uno de mis pensamientos, porque había obtenido esa confianza y yo la suya de saber sus decisiones en el consejo.

El verano entero junto a sus tres meses habían pasado y, aunque solamente habíamos estado esos tres meses juntos, parecía como si hubiesen pasado años en su compañía, lo que me hacía sentir cada vez más enamorado de él, pero la sultana madre comenzaba a impacientarse, porque yo no daba señales de quedar embarazado. ¿Cómo podía explicarle a la madre sultana que su majestad todavía no había probado siquiera mis labios? No entendía la razón, pero confiaba en que algún día lo haría, aunque yo estaba impaciente.

Aquella noche había ido a visitarlo de nuevo, como siempre. Las muchachas y donceles del harem estaban muy disgustados, porque su majestad no llamaba a nadie más y tampoco me dejaba embarazado. La madre también estaba disgustada por el hecho de que su hijo no usaba el harem para crear herederos.

Por otro lado, durante aquel tiempo, yo me había convertido al Islán. Todos pensaban que estaba hambriento por subir de nivel en el palacio y convertirme en un príncipe en cuanto diera a luz, pero esas intenciones ya no formaban parte de mí. Me convertí para sentirme aún más cerca de mi sultán y ver el mundo a través de su religión y de sus ojos.

—Mi señor—le dije acercándome y reverenciándolo.

Él estaba sentado en el trono de su balcón y yo tenía permiso de entrar a sus aposentos cuando me apeteciese, lo que había disgustado a medio palacio.

—Ven, Deidara—me dijo y me senté a su lado en el trono—¿Cómo estuvo tu día? —me preguntó como siempre lo hacía.

—Estuvo muy bien. Estuve aprendiendo mucho con el maestro Iruka. Él nos enseña muy bien a todos en el harem, hump—le respondí.

—Me alegro de que tus clases vayan bien y estés conforme con tu maestro—dijo y me sonrió.

—¿Por qué aún no me has besado? —pregunté de repente sin poder soportar más la forma en la que la madre sultana me miraba cada día.

Él rio levemente.

—¿Qué es eso de repente? —me preguntó sorprendido.

—La madre sultana se muestra impaciente y todos están disgustados. Creen que yo no soy fértil en el harem y que deberías llamar a alguien más—le dije con la confianza que le tenía.

—Deja que digan lo que quieran. En cuanto a mi madre, la sultana, debe ser paciente. Si algo te molesta, entonces hablaré con ella y asunto arreglado—me dijo tranquilamente.

—Pero… —me sonrojé y avergoncé mucho. Yo quería ser besado—Hump.

—No quiero forzarte a nada, Deidara. No podría hacer algo que no quisieras. Cuando te sientas listo, entonces ocurrirá lo que tú quieras—me dijo mirando mis ojos y acariciando mis mejillas.

—¿Me besarías? —le pregunté y sonrió de lado.

—¿Eso quieres? —acarició mis labios con la yema de sus dedos.

—Un beso hubiese estado bien hace mucho tiempo—le respondí.

—Nunca me lo pediste. Entendí que no lo deseabas y no quería presionarte—me dijo y me sentí irritado por dentro. Había creído que era él el que no estaba listo para besarme siquiera—¿Qué es lo que quieres entonces?

Lo miré a los ojos como suplicando y me sonrojé desviando la mirada, porque no podía soportar el contacto visual. Tomó mi barbilla e hizo que lo mirase, entonces acercó su rostro. Me puse muy nervioso y entonces se alejó.

—Ya veo—dijo y sonrió de lado.

—Estoy bien. Sigue…, hump—le dije.

Estaba muy ansioso y nervioso, porque, al fin, él iba a besarme. Entonces volvió a acercarse y su aliento golpeó mi rostro. Me sentí embriagado y mi mente se nubló al momento en el que sus cálidos labios tocaron los míos. La sensación era indescriptible. Era la primera vez que mis labios sentían aquello y se sentía muy suave, húmedo y dulce. Mis mejillas estaban muy rojas y me parecía estar flotando en el aire. El momento se terminó muy rápido para mí y él se quedó mirando mis ojos.

—Mi luz y mi sonrisa—me dijo y besó mis mejillas y luego mi frente.

Me quedé sentado a su lado mientras él me rodeaba con sus brazos y mi cabeza descansaba sobre su pecho. Su ser estaba envuelto con el aroma de las camelias y me quedé dormido.

 

 

Notas finales:

Nota de autor: Hola, mi querid@s amig@s. Espero que les haya gustado este capítulo. ¿Qué les ha parecido? Quiero saberlo todo. Les dejo aquí abajo información que puede ser valiosa para que puedan entender toda la trama. Cualquier cosa que me haya olvidado de explicar o que no entiendan, sólo me dicen y les explicaré con gusto.


Hiyab: es un velo muy bonito que se usa para cubrir el cabello en la cultura musulmana. Se puede utilizar a modo de velo y prendido por una coronal.


Caftán: Es una prenda muy larga que suele llegar hasta los tobillos. Se utiliza abotonada adelante o puede estar no tener botones y no usarse prendida adelante, de forma abierta. Puede tener mangas o no.


Pachá: era aquel que tenía un lugar en el consejo del sultán, un alto cargo del ejército o era gobernador, aunque gobernador también era llamado como "Bey".


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