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Imperio por FiorelaN

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Capítulo IV: “Cristales rotos”

 

Julio del 1516, Palacio principal de la Tierra de las Camelias.

Deidara

Había llegado el invierno. Yo no había dejado de asistir una sola noche a los aposentos de Itachi, pese al disgusto de muchos. La madre sultana ya no me llamaba para pasar las tardes con ella y pocas veces me hablaba sin indiferencia. Vivía ignorándome. Ella creía que yo había embrujado a su hijo y que no le permitía llamar a otras concubinas o donceles. La madre anhelaba nietos e Itachi solamente le daba disgustos, tanto así que ella había comenzado a pasar largos períodos alimentándose poco y largas noches en fiebre. El médico de palacio, Orochimaru efendi, había dicho que se debía al estrés y la angustia, ya que su hijo prestaba muy poca atención a las peticiones de su querida madre.

Aquel día en el que mi corazón se había roto, yo había pasado la mañana entera cuidando de la madre sultana como Itachi me había pedido de favor. Él quería que yo me llevase mejor con ella, como solía hacerlo al principio, pero ella solamente se la pasaba diciéndome que yo había monopolizado al sultán. Si su majestad no deseaba pasar en la compañía de alguien más, no era mi culpa. Aunque a veces no me dejaba dormir la idea de que algún día eso podría cambiar, ya que él era el sultán y podría llamar en cualquier momento a alguien más a sus aposentos y yo… no podría decir nada.

Él, por otro lado, me había dicho en repetidas ocasiones que su corazón sólo podía pertenecerme a mí y que no había nadie más en el mundo a quien deseara darle su compañía. Yo me sentía un poco infeliz por él a pesar de eso, porque el tiempo pasaba y yo no me había atrevido a pedirle que me tocase. Lo único que él podía hacer era besarme y abrazarme por las noches. Qué cobarde estaba siendo… Pretendía vivir una vida de noviazgo y entregarme cuando nos casásemos, pero el sultán no se casaba y no tenía novia. Tenía un harem con concubinas y no tenía permitido casarse. Tal vez eso era lo que me angustiaba.

—Deidara, ya me estoy sintiendo mucho mejor. Regresa a tus aposentos. Deseo estar sola—me dijo la madre sin mirarme siquiera, pero de forma amable.

Ella no me trataba de mala manera, pero su trato no era el mismo. Ella se había vuelto más indiferente y distanciada. Era obvio que había dejado de agradarle, como si hubiese descubierto mi verdadero rostro, pero yo no tenía ningún rostro más que el de siempre. Sólo eran ideas equivocadas de ella.

—Su majestad me pidió que no la dejase sola ni por un instante hasta que la señorita Konan no se desocupase de sus labores en el harem—le respondí estando sentada a su lado en la cama.

Ella no me dijo nada más. De pronto oí cómo la puerta de los aposentos se abría e Itachi entraba. Me puse de pie de inmediato y lo reverencié.

—Deidara—me nombró y se acercó a besar mi frente—. Gracias por haber cuidado tan bien a mi madre—me dijo con una leve sonrisa.

—No es nada, majestad. Disfruto haciéndolo, hump—le dije, aunque era obvio que me era muy incómodo estar con ella.

—Querida madre. ¿Cómo te encuentras el día de hoy? —le preguntó sentándose a su lado en la cama y besando su mano.

—Me encuentro mucho mejor hoy, mi león. ¿Cómo van los asuntos del imperio? —le preguntó muy interesada en ello.

—Todo va muy bien y me alegra que estés mejor. Quisiera comer contigo más tarde, si es que quieres—le respondió y ella asintió muy contenta.

—Mi maravilloso hijo, hay un asunto del que me gustaría hablar contigo a solas—le dije y sentí como si fuese un golpe para mí.

Itachi se volteó para verme.

—Gracias por tus cuidados, Deidara. Puedes volver a tus aposentos—me dijo con una leve sonrisa y de inmediato volvió a mirar a su madre.

Me sentí un poco mal en ese instante. Me sentí de sobra, pero obedecí reverenciándolos a ambos y saliendo de la habitación. Sin embargo, algo me perturbó, porque pude oír a la madre sultana decir algo inmediatamente cuando salí y me quedé a escuchar.

—Mi león. ¿Cuándo piensas darme nietos? Quiero ver a niños jugando y riendo en el palacio antes de que mi día llegue. A este paso, moriré sin conocer a uno solo de tus hijos—le dijo y me sentí un poco mal por ello.

Él siempre tenía que estar soportando ese tipo de reclamos por parte de todos por mi culpa.

—No seas impaciente madre. Pronto llegarán muchos príncipes y sultanas. Podrás conocerlos a todos ellos, porque aún te quedan muchos años de vida—le respondió.

—Estoy cansada de esperar. Un sultán debe tener un heredero. Han pasado siete meses desde que eres el sultán y aún no has dejado en cinta a nadie de tu harem.

—No deberías preocuparte por este asunto. Además, sí hay un heredero. Sasuke está aquí, pero si te preocupan tus nietos, pronto llegarán.

—Itachi—oí cómo su voz se tornó un poco más seria—. No puedes pedirme que no me preocupe por los asuntos que involucran al harem. Ya hay demasiadas personas hablando sobre que el sultán no ha procreado hijos y hay rumores en tu contra acerca de tu masculinidad. Eso altera mis nervios. Es obvio que Deidara no es un doncel fértil. Deberías buscar a una hermosa jovencita o un bonito doncel que sea capaz de darte hijos. Tu harem está repleto de bellezas. Llama a alguien distinto cada noche y comienza a generar decendencia. No quiero que hablen mal del sultán.

—Madre, déjalos que hablen. No prestes atención a los rumores. Si esto te afecta tanto, entonces haré callar a quien hable de mí a mis espaldas—él sonaba tan tranquilo y sin preocupaciones, como si no le afectase para nada que hablen mal sobre él.

—Deberías hacer algo respecto para callar esos rumores. Además, todos dicen que Deidara te ha embrujado y por eso has descuidado el harem. Debes dar amor a todos tus donceles y señoritas. No puedes desilusionarlos y abandonarlos. Ellos esperan por ti cada noche. Deberías enviar a Deidara al palacio de lágrimas, porque está muy claro que no es útil en su tarea.

—Madre—su voz se tornó un poco disgustada con lo que había dicho la sultana—. No voy a enviar a Deidara a ninguna parte. Él se quedará a mi lado te guste o no. Quiero que dejes de prestar atención a rumores sin sentido y que solamente afectan a tu salud. Tampoco quiero que te metas más en mis asuntos respecto al harem. Sé muy bien lo que tengo que hacer.

—¿De verdad? Entonces has lo que sabes que tienes que hacer. Si no quieres que yo siga enferma a causa de los disgustos que me generas, entonces llama esta noche a alguien más a tu cama. He tolerado seis largos meses a ese doncel sin resultados. Te suplico que me hagas caso.

Luego de esas palabras, hubo varios segundos eternos de silencio en los cuales pensé que él podría a llegar a responder de mala manera, pero Itachi era tan paciente y tranquilo siempre.

—Han traído desde el palacio de mármol a muchas jovencitas nuevas y hay una en especial que me gustó mucho. Ella es muy servicial y adorable. Se ha estado portando muy bien conmigo y la he puesto de encargada para tu hermano. Me gustaría que le dieras una oportunidad. Sanaría mi cuerpo si tú me concedieses ese deseo, mi león—le pidió y supe que él se negaría como todas las veces sin importar lo que ella dijese.

Él hizo silencio por un tiempo y supe que esa sería su respuesta, que saldría de la habitación ignorando aquel deseo.

—Está bien, madre. Si ese es tu deseo y ayuda a que mejores, entonces recibiré a esa muchacha en mis aposentos—le respondió y mis ojos se abrieron en gran manera.

Sentí una punzada en mi estómago y en mi corazón. Sujeté mi vientre al sentir el dolor y el aire comenzó a faltarme.

—No…—susurré sin poder creer lo que había escuchado.

Quizá era un error y mis oídos habían escuchado mal. Tal vez sólo era mi miedo confundiendo mis sentidos. No habías dicho eso, Itachi. Tú no habías aceptado que otra mujer entrase a tu cama, sobre todo cuando aún no me habías tocado ni una sola vez, pero mis lágrimas comenzaron a caer sin parar cuando hiciste aquella pregunta:

—¿Cómo se llama la muchacha que tanto alabas?

—Su nombre es Izumi. Ella es un regalo especial para ti. Su padre la envió hace tiempo para que fuese educada en el palacio de mármol cuando aún eras un príncipe, pero fue traída aquí hace unas semanas por orden mía. Quería que tú pudieses disfrutar de su compañía ahora que es una jovencita bien educada y refinada. Tiene quince años y es un retoño que acaba de florecer para ti, mi león—le dijo y mi corazón comenzó a sangrar.

—Está bien. Haz que la preparen para mí. La recibiré esta noche.

Cada una de sus palabras se clavaron como dagas afiladas en mi corazón y, sin querer oír más nada, me fui de allí lentamente sosteniéndome de las paredes mientras regaba el suelo de mármol helado con mis cálidas lágrimas de dolor.

Llegué hasta mis aposentos y me senté junto a la ventana en uno de los almohadones. No podía más con mi dolor.

—Itachi… Me dijiste que nunca llamarías a nadie más que a mí a tus aposentos, pero ahora quieres complacer a la madre sultana y vas a recibir a esa joven en tu cama. Eres un mentiroso… ¿Por qué me haces esto? —dije al aire mientras lloraba.

Las lágrimas quemaban mis mejillas. No podía más con mi cuerpo y me cubrí el rostro con mis manos. En ese momento escuché que mi puerta se abría y miré de inmediato.

—Ino…—dije casi en susurro.

—Deidara…—me dijo ella de la misma manera.

Su rostro parecía desanimado, como si algo malo hubiese pasado, pero se acercó a mí sin preguntarme por qué estaba llorando. Se sentó junto a mí y tomó mi mano.

—Veo que ya te enteraste—me dijo y suspiró con pesadez—. La señorita Tsunade me pidió que prepare a la favorita que vino del palacio de mármol para que visite al sultán esta noche—me sorprendí.

—¿Favorita? ¿Cómo que favorita? —pregunté algo alterado.

—Bueno, ella… —la interrumpí, porque me sentía desesperado.

—¿Por qué ella es una favorita? ¿Acaso ya ha estado con Itachi a mis espaldas y todos me han estado viniendo la cara de estúpido? —pregunté alterado y poniéndome de pie frente a ella— ¡Respóndeme! ¡¿Tú también lo sabías y no me dijiste nada nunca?! ¡¿Actuabas como mi amiga mientras me clavabas un puñal por la espalda?!

—Tranquilízate, ¿quieres? Yo no te he traicionado. Tampoco me gusta verte así y que esto esté pasando. Pensé que su majestad jamás llamaría a nadie más que a ti—me dijo, pero no sirvió para calmarme.

—Entonces, dime… ¿Desde cuándo esa mujer es la favorita de su majestad? —pregunté en tono amenazante acercándome mucho a Ino, haciendo que ella se sintiese algo atemorizada.

—D-Deidara… No me mires de esa manera. Juro que no sé nada, pero puedo asegurarte de que nadie más que tú ha estado con el sultán. Ella es un regalo de un aristócrata de una de las tierras conquistadas, por eso es favorita, pero el sultán no ha visto ni uno solo de sus cabellos hasta ahora. Lo juro—me dijo con miedo y retrocedí un poco.

—Espero que sea de esa forma, porque de lo contrario…, juro que esa mujer va a arrepentirse. No debo dejar que ella vea a Itachi esta noche. Tú vas a ayudarme—la sujeté de sus vestidos y le clavé mis ojos en los suyos.

—P-Pero yo debo prepararla a ella…—la interrumpí.

—¡Tú vas a hacer lo que yo te diga! ¡Vas a ayudarme a verme perfecto esta noche, porque yo seré quien vea a Itachi! Y, esta vez…, él va a ser mío. Ninguna otra mujer o doncel estará en sus aposentos. Todos lo tienen prohibido ¡¿Entendiste?! —le grité y la solté.

—¿Cómo harás eso posible? No puedes oponerte a la madre y a su majestad—me dijo acomodándose la ropa que le había arrugado.

—Es hora de que todos sepan quién es Deidara. El Deidara sumiso y amable que todos conocían ya no estará aquí. Haré que todos se arrodillen ante mí el día que de a luz al príncipe heredero de este imperio. Ni siquiera la madre sultana me dirá qué hacer nunca más, porque yo tomaré su lugar algún día. Todos sabrán quién es Deidara Kamiruzu—le dije y tomé el vaso de cristal que estaba sobre la mesa para arrojarlo muy fuerte contra la puerta, haciendo que éste se hiciese mil pedazos.

¡Deidara! —se espantó Ino y corrió a recoger los cristales.

—Todos van a arrepentirse… En especial la madre sultana. Ella pagará por lo que está haciendo. Sólo está manipulándolo con su enfermedad para que él le haga caso… —dije muy enojado mientras temblaba por los nervios.

Luego de aquello, me dirigí hacia los baños para prepararme. Al entrar, había tres señoritas allí. Dos estaban ayudando a bañar a una jovencita de cabello color café y de piel clara. Me imaginé de quién se trataba. Me fui a sentar algo alejado de ella, pero donde pudiese verme mientras Ino me ayudaba darme un baño.

—¿Quién es él? —preguntó esa chica a quienes la ayudaban.

Desde esa distancia, podía oír lo que decían, pero fingía no hacerlo.

—Él es Deidara. Es el favorito de su majestad—le respondió una de las jovencitas.

—¿Su favorito? —preguntó sin dejar de clavar sus ojos en mí.

—Sí. Ha pasado cada noche con su majestad desde que llegó al harem, pero no ha podido quedar embarazado aún. Sin embargo, su majestad no se ha rendido con él—le respondió y me molesté por eso, pero las ignoré para que siguiesen creyendo que no podía oír sus murmullos.

—Entonces, él no es fértil—concluyó la tonta.

—Eso parece. Por eso la madre sultana te ha escogido a ti y su majestad ha aceptado que lo visites. Parece que ya ha podido entrar en razón y se dio por vencido. Ahora tú podrás darle hijos. Te ganarás el corazón de su majestad y tendrás todas sus atenciones—rieron esas dos, menos la niña esa, pero sonreía.

La creía hermosa, pero ni de lejos tenía una belleza remotamente parecida a la mía. ¿Qué le vio la sultana a esta niña? Ella no merecía a Itachi. Él era demasiado para esa jovencita. Él no merecía a una mujer como ella. Se merecía mucho más que eso. ¿Cómo podría llegar a complacerlo? De todas formas, esa noche, él sería mío.

—Él es muy bello. No me sorprende que el sultán no haya llamado a nadie más para pasar las noches, pero entiendo que, si no logra darle hijos, entonces, será su fin y será confinado al palacio de lágrimas, ¿no es así? —les preguntó y me sentí furioso.

Jamás podrían llevarme al palacio de lágrimas. Mientras su majestad viviese, yo permanecería a su lado. Nunca podrían apartarme de Itachi. Arrojé la esponja al suelo harto de escuchar tonterías. Me puse de pie y comencé a caminar en dirección a ella.

—Deidara… ¿A dónde vas? No te metas en problemas. Ignóralas—me dijo Ino, quien había estado escuchando todo, al igual que yo.

—No te metas—le dije muy molesto llegando a donde esa tal Izumi estaba.

—¿Qué ocurre, joven Deidara? —me dijo una de las chicas.

—Tú…, ¿cómo te llamas? —le pregunté a esa mujer que pretendía quedarse con lo que era mío.

—Me llamo Izumi. ¿Tú eres Deidara? —me preguntó seria, pero amable, como si, anteriormente, no me hubiese estado defenestrando—Eres muy famoso en el harem—me sonrió.

—Ah, ¿sí? Pues debes saber entonces que no he faltado ni una sola noche en los aposentos de su majestad y, esta noche, no será diferente, Izumi—escupí su nombre con desprecio.

—¿Qué es lo que dices, Deidara? Su majestad la ha llamado a sus aposentos. No eres el único doncel del harem. Hay muchas señoritas aquí que esperan al sultán. No te creas el único con belleza capaz de cautivar a su majestad—me dijo otra de ellas.

Me acerqué amenazante a ellas un poco más y quedé justo frente a la tal Izumi. La miré de arriba hacia abajo con desprecio absoluto para luego clavar mi mirada en sus ojos.

—Si todas las mujeres y donceles del mundo… se pusiesen a gritar con todas sus fuerzas, ni aun así podrían opacar ni uno solo de mis suspiros—le dije y ella abrió mucho sus ojos, sintiéndose intimidada y sin poder decir una sola palabra.

—¿Quién te crees que eres? —me preguntó una de ellas.

—Veo que todos responden por ti y tú ni siquiera sueltas una sola palabra. ¿Y tú eres la que pretende estar con el gran sultán? Pero qué gracioso. Al final, me estaba preocupando en vano—solté una pequeña risa—. Vámonos, Ino. Debo ir a elegir el mejor de los trajes y lucir las mejores joyas que me regaló su majestad—dije antes de salir de esos baños, dejando por el suelo a la pobre chica con su autoestima destrozada.

Ya en mis aposentos, me puse un traje de telas finas. La mejor seda estaba tocando mi piel, de color celeste y con joyas adornándola. Mi diadema, que hacía que mis ojos brillasen mucho más, y un collar de zafiros. El aroma de las rosas perfumaba mi piel. Todo estaba listo. Iba a caminar por el sendero dorado y nadie más que yo iba a visitar al sultán esa noche. Quien iba a ir a parar al palacio donde olvidaban a las señoritas y donceles, haciendo que llorasen mares de amor por el sultán, iba a ser ella, y no yo.

Fui en dirección al sendero dorado junto a Ino y pude ver a Sai en la puerta de la habitación de Itachi.

—Ella ya debe de haber entrado a la habitación del sultán. No podemos hacer nada. Volvamos—me dijo Ino.

—Nunca. No vamos a volver—le dije dispuesto a sacarla de allí adentro si era posible.

Fui hasta la puerta y, cuando intenté entrar, los guardias se me impusieron.

—Lo siento, joven Deidara. Su majestad está ocupado. Por favor, regrese al harem—me dijo uno de los guardias sin mirarme con sus ojos clavados en el piso.

—Ve y dile al sultán que yo estoy aquí. No voy a irme hasta que él no me reciba y saque a esa mujer de allí—dije muy molesto y temblando de los nervios.

—Joven Deidara, debería regresar a sus aposentos. Esta noche, el sultán tiene compañía—me dijo Sai y volteé a mirarlo con ira.

—Tú…, deberías cerrar la boca. No te metas en lo que no te importa—le dije enfadado—. Y tú, ve a decirle eso al sultán ahora—me dirigí al guardia.

Notas finales:

Si me dejas tu comentario, yo sería tan feliz. Si te gustó, hazmelo saber y sino, también. Yo quiero saberlo todo. Nos vemos en el siguiente capítulo.


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