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Imperio por FiorelaN

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Capítulo V: “Mármol de hielo”.

Itachi

Tenía una mezcla de emociones en mi interior que estaban generando un gran conflicto. ¿Por qué había aceptado la petición de mi madre? Quizá ya no quería que estuviese enferma por mi culpa. Debí haber avisado a Deidara que no lo vería esa noche, pero, seguramente, ya se había enterado. Me preguntaba cómo era que él estaría al saber que alguien vendría a hacerme compañía.

Mi puerta fue tocada por el guardia. Esa muchacha, Izumi, ya había llegado para estar conmigo.

—Adelante—dije y la puerta se abrió.

Vi entrar a una jovencita de cabellos castaños oscuros. Estaba usando un vestido azul repleto de joyas hermosas y una diadema de zafiros. El aroma a almizcle me había llegado desde que ella había entrado a mis aposentos. Se aproximó tímida hacia a mí y se puso de rodillas, besó mis ropas y le hice una señal para que se pusiese de pie. Ni siquiera quería tocarla… Había jurado que mis manos no tocarían otra piel que no fuese la de Deidara.

—Te llamas Izumi, ¿verdad? —le pregunté cuando ella se puso de pie.

—Sí, su majestad—me respondió sin mirarme.

—Puedes ponerte cómoda, Izumi. Usa mi cama tanto como quieras. Yo estaré en mi balcón leyendo un libro. Cualquier cosa que se te apetezca, sólo dímelo y ordenaré que te lo traigan de inmediato—le dije para pasar a su lado en dirección al balcón.

—Mi señor—me llamó y me detuve.

—¿Sí?

—La madre sultana me dijo que… yo debía… Bueno. Lo esperaré sentada en su cama hasta que termine de leer—me dijo con su voz avergonzada.

—No te preocupes. Usa mi cama y duerme. Yo no tengo sueño esta noche. Ah, y quiero pedirte algo—le dije con mi voz tranquila sin mirarla.

—Lo que desee, su majestad.

—Si mi madre te pregunta, dile que estuvimos juntos esta noche—le dije y vi cómo abrió los ojos muy grandes.

Seguramente, estaba sorprendida. Ella esperaba otra cosa, pero yo no estaba de ánimos y sólo la había dejado entrar a mi cuarto para complacer a mi madre, pero no iba a siquiera oler el aroma de su piel.

—S-Sí, majestad…—me respondió como si su voz fuese a quebrarse.

—Por cierto, mi madre dijo que tú sirves al príncipe. Dime, ¿él está bien? ¿No da problemas? —le pregunté muy interesado, porque Sasuke se dejaba ver bastante poco por estar sumergido en los estudios y el entrenamiento.

—El príncipe… no da problemas para nada y es muy bueno conmigo. Él está muy bien…—me respondió y noté que había empezado a sollozar un poco.

—Lo siento mucho, Izumi. Si lo deseas, puedes retirarte, pero, si quieres quedarte, hazlo…—le dije muy apenado por ella y me retiré al balcón.

Estuve leyendo por unos minutos en mi balcón, cuando escuché que la puerta de mi habitación fue tocada. Eso me extrañó bastante, porque se suponía que nadie debía interrumpirme cuando tenía compañía. Me levanté del trono y fui hasta donde estaba Izumi. Ella estaba sentada en mi cama con la mirada en el suelo.

—Adelante—dije y el guardia entró.

—Su majestad…—parecía algo preocupado.

—Dime. ¿Qué pasa? —pregunté muy interesado.

—El… joven Deidara está aquí, majestad. Él desea entrar. Dice que no va a irse hasta que usted lo reciba—me dijo y me sorprendí muchísimo.

Aquello jamás había sucedido y tampoco me había imaginado que pudiese suceder. Era más que obvio que se debía a la presencia de Izumi en mi habitación. Había supuesto que a Deidara no iba a agradarle, aunque supiese que no iba a tocarla, pero había creído que se quedaría tranquilo en su habitación, a pesar del enojo.

Suspiré con pesadez, pero sonreí. Deidara me sorprendía cada día más.

—Que pase—le dije y voleé a ver a Izumi—. Izumi, ponte de pie.

Miré a Izumi y ella estaba muy sorprendida y cada vez más compungida. No pasaron muchos segundos antes de que Deidara entrase bastante apurado a mis aposentos. Me reverenció con prisa y miró directamente a Izumi, que estaba parada detrás de mí y con la mirada en el suelo.

—Deidara. ¿Qué te trae por aquí? —pregunté tranquilamente.

Observé su rostro. Sus ojos estaban enrojecidos. Él había estado llorando. Miraba con desprecio y enojo a la jovencita.

—¿Y bien? —pregunté al ver que demoraba su respuesta.

—Su majestad… —pasó a mirarme con molestia, pero veía el dolor en sus ojos—¿Qué es lo que ella está haciendo aquí? —me preguntó con dolor en su voz.

Solamente me limité a ver sus ojos. Me conmovía el alma su dolor y me llenaba con ese amor tan inmaduro, inocente y tan profundo que emanaba de sus poros. Su amor salía hacia el exterior de su cuerpo y se transformaba en un león, amenazando con devorar a quien se atreviese a tocar lo que era suyo.

—¿Por qué… ella está aquí, su majestad? —volvió a preguntarme mientras apretaba sus puños y comenzaba a derramar lágrimas.

Me acerqué a él y llevé mi mano a su rostro para limpiar esas lágrimas.

—Izumi—llamé a la muchacha y ella me reverenció poniéndose a mi lado—. Quiero que vuelvas al harem—le pedí sin mirarla.

Ella simplemente se fue de allí tras otra reverencia. Me quedé acariciando aquellas enrojecidas mejillas por la ira, que quemaban como el fuego, humedecidas por el dolor.

—¿Por qué estás tan triste? ¿Por qué lloras? —le pregunté a mi amor de cabellos de oro.

—Usted…, ha llamado a esa mujer a sus aposentos cuando me juraba amor solamente a mí. ¿De verdad pregunta por qué estoy triste? Mi corazón quema por sus mentiras—me dijo mientras derramaba más lágrimas.

—Yo no miento, Deidara. Todo lo que he dicho es verdad. ¿Por qué pensaste que podría tocar a alguien más? —quité mi mano de su rostro.

—Entonces, ¿por qué permitió que ella estuviese aquí?

—Quise complacer a mi madre, pero Allah es mi testigo… No tenía intenciones de hacer otra cosa que estar en mi balcón leyendo un libro mientras ella dormía en mi cama—le respondí y miré cómo su rostro se relajaba.

—¿No ibas a hacerle nada? —me preguntó desviando la mirada.

—No—me acerqué a su oído para susurrarle algo—, pero a ti sí debería hacerte algo. ¿Sabes cuál es el castigo por interrumpir a tu sultán y exigirle que te deje entrar a sus aposentos, además de llamarlo mentiroso? —su cuerpo tembló al oír mi voz tranquila haciéndole esa pregunta.

—Yo… lo siento mucho—me dijo casi en susurro.

—¿Cómo puedes desconfiar de tu sultán cuando este te hizo una promesa? —tomé su barbilla e hice que me mirase—Tienes mucha suerte de que esté enamorado de ti, porque deberías ser ejecutado por tu impertinencia. Recuérdalo muy bien—le acaricié el labio inferior.

—Tienes razón. No debí desconfiar y dejar que los celos me controlasen. Fui inmaduro e impertinente. Deberías castigarme, hump—me dijo cabizbajo.

—¿Qué pecado deberías cometer para enfadarme? —le pregunté y me miró a los ojos como si fuese un niño en problemas— “Has cruzado la línea en muchos sentidos varias veces, pero es que tú ni siquiera la ves… Sin embargo, no me enojas. Tú me enterneces. ¿Alguna vez podría ordenar tu ejecución? Sería como firmar mi propio decreto de muerte… No existe nada que puedas hacer que haga que me enfade contigo”—pensé.

—No lo sé…—respondió.

—Jamás podré castigarte…—le dije y besé sus labios.

La dulce miel que guardaba en su boca me fue entregada a mí esa noche junto con su inocencia, su pureza y su niñez. Se transformó para mí en algo más que el mismo alimento. La forma en la que me había entregado su piel y en la que había dejado marcas en mi espalda, remarcaban el deseo y el furor de su juventud. Ni siquiera en mil años olvidaría esa noche.

Narración en tercera persona.

Izumi salió de los aposentos del sultán con el corazón en sus manos mientras experimentaba el amargo sabor del rechazo. Había entendido en aquel momento que el corazón del hombre más poderoso del mundo ya tenía dueño y, que, pese a los esfuerzos de la madre sultana, ella nunca podría ser la dueña de ni un solo suspiro de aquel joven.

Se dirigió lejos del sendero dorado y Tsunade la vio a lo lejos. Ambas se encontraron camino al harem.

—Izumi—la llamó Tsunade al acercarse—¿Qué haces yendo al harem? ¿No deberías estar con su majestad?

—Señorita Tsunade…—dijo entre lágrimas mientras se abraza a ella misma.

—¿Qué pasa? ¿Por qué estás llorando? —sujetó su rostro con una sola mano estando muy preocupada por la situación—¿Acaso hiciste algo malo? ¿Cometiste un error que enfadó al sultán?

La muchacha sólo podía llorar y eso irritó a la mujer.

—¡Responde, niña! —exigió con enfado, pero no resultó—Vamos a ver a la madre sultana ahora. Tendrás que contarle a ella qué sucedió.

Entonces, Tsunade llevó del brazo a la muchachita hasta los aposentos de la gran madre. Allí se adentraron y la sultana Mikoto estaba sentada en su trono. Se sorprendió al ver a Izumi frente a ella, derramando lágrimas y con su rostro desfigurado por la tristeza.

—¿Qué es esto, Tsunade? ¿Por qué ella está aquí y llora? —preguntó inquietada por la situación.

—Es lo que intenté averiguar, madre sultana, pero la muchacha no ha sabido decirme ni una sola palabra. Solamente llora—explicó.

—Habla, niña. ¿Qué fue lo que pasó con mi león? ¿No se supone que deberías estar complaciéndolo en este momento? ¿Qué fue lo que hiciste? —le preguntó con algo de molestia.

—Madre…—se puso de rodillas ante la gran sultana—Le juro que no hice nada malo… Yo fui allí como me lo pidió, pero el sultán no quiso verme siquiera a la cara… Se fue a su balcón y me dejó sola en sus aposentos… Luego vino ese doncel Deidara y se quedó con él. Tuve que irme por orden de su majestad…—explicó entre un llanto desconsolado, sintiendo la humillación más grande que podía experimentar una concubina del harem en aquellos tiempos.

La madre estaba consternada. Su rostro estaba muy serio y su indignación era creciente. Estaba totalmente desilusionada de todo.

—¿Eso es todo lo que sucedió? ¿Estás segura de que no ofendiste a mi león en ningún sentido? Esto debe ser tu culpa. ¿De qué otra forma podría él quedarse con Deidara y despreciarte? —preguntó con enfado y seriedad.

—Se lo juro, mi sultana… Yo no hice nada malo… Hice todo como usted me lo pidió… —le dijo con un miedo creciente a ser castigada mientras mojaba el borde del vestido de la madre con sus lágrimas y se aferraba a aquellas finas telas—Su majestad me dijo… que pasaría la noche en su balcón y que podía dormir en su cama… Me pidió que le dijese a usted que habíamos pasado la noche juntos si preguntaba—confesó.

—¡Eso es mentira! —exclamó con ira y se puso de pie inmediatamente — ¡Estás mintiendo! ¡Mi hijo, el sultán no es capaz de hacer una cosa así! Él jamás te pidió que me mintieras. ¿Cómo te atreves a hablar así del sultán? Tsunade—nombró a la otra mujer.

—Sí, mi sultana —esperaba las órdenes.

—Lleva a esta señorita de vuelta al harem y déjala encerrada en sus aposentos hasta que entre en razón. Es claro que ha perdido la cabeza y que cometió un error para que mi león la rechace. Pensé que era una buena mujer, pero todavía es una niña caprichosa que no entiende nada—le dijo para luego volver a sentarse en su trono.

—Pero, mi sultana. Le juro por Allah que yo no he hecho nada malo—expresó entre más lágrimas de miedo.

—Llévatela ahora de mi vista—le ordenó a Tsunade y así de hizo.

La sultana Mikoto sabía que esa muchacha decía la verdad. Su hijo había perdido la cabeza por aquel doncel, pero no podía permitir que se dijesen esas cosas y admitir que Itachi había rechazado a una favorita por estar con alguien que no era capaz de darle descendencia, según la sultana. Sus nervios eran grandes. Sus manos temblaban y apenas podía sostener un vaso de agua que intentaba beber para calmarse.

—Itachi…, has llegado demasiado lejos para estar con ese doncel…—susurró—Konan—llamó a su sirvienta, que estaba a su lado—, quiero que averigües por qué Deidara fue con el sultán sabiendo que él estaba con Izumi.

—Sí, mi sultana. De inmediato—respondió y sabía perfectamente a quién preguntarle.

Konan se dirigió hacia el harem de las concubinas y al entrar en aquel lugar, todas las señoritas y donceles se pusieron en fila para reverenciarla, ya que era la institutriz mayor.

—¿Dónde está la señorita Ino? —preguntó con seriedad.

—En los baños, señorita Konan—respondió Cennet.

Sin más, se dirigió a los baños. Allí entró y se encontró a la joven rubia tomando un baño. Sin decir una sola palabra, se le acercó por detrás y la tomó del cabello para arrojarla contra la pared de mármol. Ino estaba desorientada y sin saber quién era la persona que la había atacado, cuando la vio, se sorprendió y asustó.

—S-Señorita Konan… ¿Por qué? —preguntó asustada y tratando de ponerse en pie.

La peli azul la tomó del cuello y la puso de pie, la volvió a dar contra la pared mientras sostenía su cuello. Ino comenzó a llorar de dolor y miedo.

—¿Qué es lo que hacía Deidara en los aposentos del sultán esta noche? —preguntó con mucha seriedad.

—Y-Yo… no hice nada malo… —dijo por impulso sin poder procesar la pregunta anterior.

Konan volvió a estamparla contra el helado mármol e Ino sentía cómo su consciencia se iba por momentos.

—Dejaré estas paredes manchadas con tu sangre si no me contestas—apretó con más fuerza su cuello.

—Él quería… ir a ver… a s-su… m-majestad… Sólo… lo acompañé… —respondió entre lágrimas y mucho dolor físico.

—¿Acaso no les avisé que Izumi iba a visitar al sultán? ¿Por qué lo acompañaste en vez de reprenderlo por su insolencia? ¿Acaso no ves las consecuencias? Él es solo un esclavo, pero tú lo tratas como si fuese un príncipe. Mereces ser castigada por desobedecer a la sultana madre—le dijo con su voz seria y sin expresión en el rostro.

Ino volvió a ser dada con fuerza contra el mármol y perdió la conciencia a causa de ello. Konan la dejó tirada en el suelo y salió del baño. Se encontró con unos agas en la entrada de aquel lugar.

—La señorita Ino fue castigada por orden de la madre. Llévenla con el doctor Kabuto. Que se quede en la enfermería hasta que despierte y después será llevada al palacio de lágrimas. Que nadie la visite además del sultán y su madre—les ordenó y ellos la reverenciaron para luego ir a buscar a Ino a los baños.

Al día siguiente, Deidara ya estaba despierto y con su ropa puesta. Estaba mirando por el balcón del sultán la tremenda vista del mar en las mañanas. La suave brisa fresca lo hacía sonreír. Se sentía muy diferente esa mañana, pues había conocido sensaciones indescriptibles la noche anterior. Su ser estaba renovado y sus ojos brillaban como el agua siendo reflejada por los rayos del sol.

—Deidara—escuchó la voz de Itachi bastante cerca.

—Buenos días, su majestad—se volteó a mirarlo e Itachi había entrado al balcón.

Se estaba colocando su caftán mientras tanto. El rubio se acercó y besó su mano para luego apoyarla sobre su frente.

—Buenos días. ¿Cómo dormiste? —le preguntó acariciando su rostro.

—Muy bien y parece que tú también. Despertaste tarde, hump—mencionó mientras le acomodaba el caftán.

—Estaba muy cansado. Ayer estuve mirando mapas con Kisame. La campaña de invierno se acerca—le comentó—¿Desayunamos? Debo ir al consejo hoy para dar el anuncio. Además, en unos días es el cumpleaños de Sasuke. Cumple trece años.

—¿Anuncio? ¿Campaña? —preguntó sin entender.

—Guerra. Anunciaré que iremos a la guerra contra la Tierra la de los arrozales—respondió y Deidara palideció—¿Qué sucede? —preguntó preocupado.

—¿Irás a la guerra, Itachi? ¿Vas a abandonarme justo ahora? —preguntó preocupado.

—Es normal que vaya a la guerra. Ya he ido antes con mi padre y esta es la vida de un sultán. No tienes por qué preocuparte. Faltan tres meses aún para que comience la campaña. Todo estará bien—le sonrió y tomó su mano—. Desayunemos.

—Está bien… Aún así, no me gusta, hump—expresó disgustado.

—¿No confías en mi fuerza? —preguntó acariciando la mano que le había tomado.

—Sí, pero igual temo que algo te pase. Además…, he visto que muchachos con la edad de Sasuke van a la guerra. ¿Él irá contigo? —preguntó preocupado.

—Para nada. Sasuke no irá a ninguna parte. Él se quedará aquí en el palacio. Aún no tiene trece años y debe hacer el juramento jenízaro primero—le explicó.

—¿Juramento jenízaro? —preguntó.

—Es una ceremonia muy importante que todo príncipe y novato del ejército debe realizar para poder convertirse en un jenízaro. Sólo así puede ir a la guerra con el permiso de Allah—besó su mano.

—Ya veo… Comamos algo—le sonrió levemente.

Ambos estaban sentados en unos almodones junto a la pequeña mesa que tenía fruta, dangos y bebidas cálidas. Deidara reía de vez en cuando mientras hablaba con su eterno amor e Itachi lo observaba con una leve sonrisa en sus labios, disfrutando su compañía. De pronto la puerta fue golpeada.

—¿Quién será? —preguntó Deidara.

—Adelante—dio permiso Itachi.

—Majestad, la madre sultana desea verlo. Dice que es importante—anunció el guardia que había entrado a la habitación.

—Que pase—respondió y suspiró con pesadez—¿Qué querrá la sultana?

—Seguramente ya se habrá enterado, hump—comentó Deidara.

Aquella elegante y bella mujer entró a los aposentos del sultán. Deidara se puso de pie de inmediato y la reverenció.

—Querida madre sultana, buenos días—la saludó el rubio con una sonrisa de satisfacción y eso hizo que la mujer se irritase.

—Buenos días, querida madre. ¿Qué te trae por aquí tan temprano? —preguntó Itachi.

—Este día no tiene nada de bueno. He venido aquí para hablar contigo muy seriamente y asolas, si es posible—respondió bastante molesta e irritada sin mirar a ninguno de los dos.

Deidara no pensaba irse hasta que Itachi se lo dijese. Miró a su hermoso hombre y éste le dedicó la más cálida de las miradas.

—Vuelve al harem. En la tarde iré a visitarte—le dijo con una leve sonrisa y el rubio se sonrojó.

—Entonces, lo veo luego su majestad—lo reverenció y se acercó a la sultana para reverenciarla también y después salir.

Al quedarse solos, la madre suspiró con pesadez. Su cara sólo mostraba su disgusto ante toda la situación.

—¿Y bien, madre? ¿Qué es lo que te trae por aquí? —preguntó imaginándose lo que le esperaba.

—¿Qué es esto, Itachi? ¿Qué es lo que ese doncel hace en tus aposentos? —preguntó indignada.

—¿De verdad me estás haciendo esa pregunta? ¿Desde cuándo debo darte cuentas de quién entra a mi habitación? —le preguntó con tranquilidad y seriedad.

—Se suponía que Izumi debía pasar la noche contigo. Tú me lo prometiste, pero Deidara llegó y exigió que estuvieses con él, rompiendo las normas del harem y tú echaste de tus aposentos a esa pobre chica para quedarte con él. ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Desde cuando un sultán debe estar a disposición de los caprichos de los miembros de su harem? —comenzó a elevar la voz con ira, pero tratando de mantener el control.

—Este asunto no pienso discutirlo contigo. No tengo por qué darte explicaciones, madre.

—Itachi—lo nombró con tono firme y desafiante—. Si piensas que soy una tonta estás equivocado. Ni siquiera ibas a compartir la cama con esa jovencita. Ella me lo dijo todo… Tú le pediste que me mintiese si yo preguntaba. ¿Hasta dónde has llegado para complacer los caprichos de ese doncel? Ni siquiera lo castigaste por irrumpir en tu habitación cuando estabas ocupado con otra mujer. Tus ojos están cegados. No te das cuenta de que estás alimentando una serpiente—al decir esas palabras, Itachi elevó un mano en señal de alto.

—Cuida tus palabras, madre. Yo te respeto como mi madre y la gran sultana que eres, pero todo tiene un límite. No voy a permitir que controles mi vida ni que hables mal de los miembros de mi harem—su seriedad se remarcó aún más en su rostro.

—Tú no te das cuenta de lo que sucede a tu alrededor, pero estás alimentando a una serpiente. Todos pagaremos el precio de tu negligencia. Él nos devorará a todos un día si tú no le pones un alto—Itachi la interrumpió.

—Sultana, no digas una palabra más, te lo advierto.

—Además, es obvio que no puede concebir. En vez de darle alas a quién no va a poder volar, es mejor que le des la oportunidad a alguien más.

—Basta, madre—su ceño se frunció y su paciencia estaba siendo tocada.

—Hijo, escúchame… Deidara da problemas en el harem y altera su orden, además de que empezará una enemistad con Izumi. Esto traerá muchos problemas. Es hora de enviarlo al viejo palacio.

—No enviaré a Deidara al palacio de lágrimas. Él se quedará a mi lado, porque ahí pertenece y es mi decisión final. Si tanto te preocupa que haya peleas en el harem a partir de esto, entonces lo solucionaré—dijo con firmeza y seriedad.

—¿Qué es lo que vas a hacer, entonces? —preguntó preocupada y alterada.

—No quiero ningún tipo de conflicto en el harem y tampoco quiero que Izumi salga perjudicada por tus insistencias. Es por eso que decido en este instante enviarla al palacio de lágrimas. Allí será bien atendida y nada le faltará. Allah quiera que encuentre a un hombre digno de ella—sentenció con tranquilidad y sonrió levemente.

—Estás totalmente fuera de ti, Itachi. No te reconozco… ¡Todos pagaremos por tus caprichos! Deidara es sólo un esclavo ¡¿Cómo es que puede controlar tu vida de esta manera?! —gritó muy alterada e indignada, pero, de pronto se sintió mareada y se tambaleó.

Itachi se percató de ello y la sostuvo de la cintura.

—Madre…, deja de preocuparte tanto por estos asuntos. Debes descansar. Ya no pienses más en esto. A partir de ahora, debes dejar que me haga cargo de mi vida—le dijo con seriedad y preocupación.

—Yo sólo quiero lo mejor para ti, mi león, pero tú estás ciego y no ves las consecuencias de tus actos… —respondió angustiada.

—Lo que quiero para mi vida es a Deidara y ni tú ni nadie va a poder cambiar eso nunca… —dijo finalmente y besó la frente de su madre—Te llevaré a tus aposentos. Debes descansar.

Entonces, la cargó en sus brazos para llevarla hasta su habitación. Allí la dejó sobre la cama y la madre cerró los ojos estando muy mareada, agotada por los nervios y angustiada.

—Itachi…, debes pensar mejor las cosas…—intentó decir.

—Tranquila, madre. Tú descansa—le dijo e hizo una seña a la sirvienta que había en la habitación—. Que mi madre tome su medicina y descanse por el resto del día.

—Sí, su majestad—lo reverenció e Itachi salió de allí.

Notas finales:

¿Cómo va? ¿Les ha gustado? A mí sí. Espero que puedan dejarme un hermoso comentario. Realmente, eso me anima a seguir escribiendo. Si quieres enterarte de todo y recibir la historia de inmediato, te invito a mi grupo de facebook: Novelas Yaoi de Naruto <3


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