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Imperio por FiorelaN

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Capítulo VI: “Monedas de oro”

 

Deidara

Era bastante difícil explicar el sentimiento que se tenía cuando obtenías el favor del sultán. Todas las mujeres y donceles del imperio mataban y morían por obtenerlo al menos una vez en su vida. Yo... lo obtenía casi todos los días desde que había llegado al palacio. No tenía muchas quejas, además de las molestias que había comenzado a causar la madre sultana, pero, cuando estaba con su majestad, todo era distinto. Una vez más me había demostrado su gran amor y volvíamos a ser completamente felices. Allah quisiera que aquella vez quedase embarazado, pues había pasado la noche con él como debía haber sido desde el principio. Solamente le pedía a Allah que me concediera el favor de darle un príncipe, pues ese príncipe se convertiría en el heredero del trono Uchiha. Mi señor no deseaba estar con nadie más que conmigo. ¿De quién más tendría hijos que fuesen un problema para mi hijo? Solamente quedaría el príncipe Sasuke, y sabía que él jamás se atrevería a dañar a un miembro de su familia, mucho menos si ese miembro era hijo de su hermano mayor, al cual amaba quizá más que a su madre.

Volví al harem para hacer mis deberes, porque debía seguir practicando lectura y escritura. No sabía leer cuando había llegado al palacio, pero allí me estaban enseñando y ya podía hacerlo, aunque no muy bien en voz alta ni tampoco tenía buena ortografía, pero el maestro Iruka se estaba encargando de eso. Todos debíamos instruirnos muy bien para ser dignos del sultán y su palacio. No podía haber ignorantes en su harem. Todos debíamos aprender sobre música, literatura, historia, geografía, matemáticas, arte y baile, además de aprender a coser y bordar, cocinar y saber escribir a la perfección.

Quería buscar a Ino para contarle sobre las nuevas noticias acerca de lo que había acontecido luego de haber entrado a los aposentos del sultán, pero no estaba con las criadas del harem y tampoco pude encontrarla en el piso de las favoritas. Me iba a retrasar en mis deberes si no la encontraba pronto, pero supuse que estaba ocupada con tareas del harem. Me fui a mi habitación. Todas las criadas me habían visto con muy mala cara cuando había llegado al harem y eso no me pareció tan extraño, pero me miraban peor que de costumbre.

Estaba a punto de abrir la puerta de mis aposentos cuando escuché un sollozo claramente que venía de la habitación de al lado. La verdad era que me imaginaba de quién podría tratarse, porque era más que obvio que era el sollozo de Izumi. Era comprensible que estuviese triste después de haber sido echada de la habitación del sultán, pero lo extraño era que había dos guardias custodiando la puerta.

—¿Por qué están aquí? ¿Sucedió algo malo con la señorita Izumi? —pregunté curioso.

—Es por orden de la madre sultana, joven Deidara —me respondió uno de ellos.

—¿Cuál es la razón? —no entendía nada.

Una pequeña idea se me venía a la cabeza. ¿Acaso tenían miedo de que yo le hiciese daño a esa chica?

—No lo sabemos. Solamente nos ordenaron permanecer aquí y no dejar salir a la señorita Izumi —me respondió y sentí más curiosidad.

Izumi debía saber la razón más que nadie.

—Quiero entrar a verla —les dije y se miraron entre sí.

—No tenemos permitido que nadie entre —me dijo el otro guardia.

—Vamos. No voy a matarla todavía. Solamente quiero hablar con ella. Nadie le dirá a la madre sultana —les dije, pero seguían firmes en su decisión.

No me quedaba otra opción. Entré a mi cuarto y tomé una bolsa con las monedas de oro que había estado juntando de mi paga semanal por las labores realizadas en el harem hasta ese día. De poco me servían las monedas de oro en el palacio, donde tenía todo. Les había encontrado un uso mejor que el de comprar cosas: sobornar. Salí del cuarto y me puse frente a los guardias mostrándoles el oro.

—Sólo será por un momento. ¿Qué dicen? —se miraron entre sí —Vamos. Sólo un momento para hablar y saldré. Nadie se enterará.

—Está bien, pero no te tardes mucho —me dijo uno de ellos y tomó la bolsa de oro para luego dejarme pasar.

Al entrar, vi a Izumi sentada junto a la ventana llorando bastante, pero en silencio.

—No deberías estar llorando. Eso es no es bueno para tu rostro. Luego se te hincharán los ojos y quedarás muy fea, hump—le comenté acercándome a ella y sentándome a su lado.

Ella se sorprendió al verme y escucharme.

—¿Qué haces aquí? Se supone que no debería entrar nadie. Lárgate —me dijo muy enojada y frustrada entre lágrimas.

—Sh... — puse mi dedo índice sobre sus labios y frunció el ceño — Cuidado con cómo me hablas. Yo que tú sería más inteligente, hump —le dije y aparté mi mano de su rostro —. Como ves, pude entrar aquí, aunque esté prohibido. Esa es una muestra de las muchas cosas que puedo lograr. No es bueno hablarme de mala forma.

—¿Qué es lo que quieres? —me preguntó con un tono más calmo, pero sin bajar la guardia.

—¿Por qué estás aquí encerrada? La madre sultana te puso dos guardias en la puerta por alguna razón y quiero saber cuál es, hump —le dije apoyando mi codo en el marco de la ventana y recargando la cabeza en mi mano.

—¿Por qué estás interesado? No tiene nada que ver contigo lo que me suceda a mí, pero ten en claro que todo esto es por tu culpa —me dijo muy molesta y sin dejar de llorar.

—Mi culpa... Ya veo. ¿Es porque yo me quedé con el sultán y tú fuiste expulsada de sus aposentos? La madre sultana no obtuvo lo que quiso y por eso fuiste castigada, ¿verdad? —pude adivinar al instante la situación.

Ella bajó la mirada y se mordió el labio inferior con frustración.

—Yo... debía pasar la noche con su majestad, pero tú llegaste y lo arruinaste. Era obvio de todas formas... Todas en el harem me decían lo mismo... No se puede competir contra el doncel que es respaldado por el sultán, pero la madre sultana creyó que yo podía hacer algo con mi belleza —me confesó.

—Ni con toda la belleza del mundo podrá alguien deslumbrar al sultán. Él es completamente mío. Ya deberías saberlo. Anoche tuviste la prueba de ello, porque él ni siquiera pensaba estar contigo —le dije cruelmente y ella arrugó su vestido entre sus dedos.

—Vete... Quiero estar sola... —me dijo casi en susurro.

—Ni siquiera te atreves a levantarme la voz. Eres muy débil... ¿Así planeabas conquistar al sultán? Como sea... No me iré. Ahora que has visto lo que la madre sultana es capaz de hacer con quien sea cuando no obtiene lo que quiere, ¿crees que vas a sacar algún beneficio de todo esto? ¿Crees que te dejarán quedarte en el palacio? Ya ves como ella paga—le pregunté y abrió mucho sus ojos.

—¿Qué intentas decirme? ¿Por qué me dices todas estas cosas? —me miró con tristeza.

—El propósito de la madre sultana era que tú estuvieses con su majestad y le dieses un hijo, pero él te rechazó y me escogió a mí. Claramente, aquellos que no son capaces de ser útiles a ese propósito deben abandonar el palacio e ir al palacio de lágrimas. Ahora bien, fuiste rechazada y, seguramente, la madre sultana no volverá a intentarlo contigo, sino con alguien más que tendrá el mismo destino, por lo tanto..., ya no eres útil en este palacio —suspiré con pesadez —. Te digo todo esto porque puedo ser útil para tu beneficio, niña, hump.

—¿En qué podrías ayudarme tú? No eres más que un simple esclavo como yo... No puedes ir contra las órdenes de la madre del sultán —me dijo despiadadamente y la palabra “esclavo” resonó en mi mente miles de veces en un eco interminable.

—Es verdad..., pero, para tu buena suerte, este esclavo tiene hechizado al sultán y él no puede decirme que no a nada de lo que le pida. Obviamente, le pediré que te deje quedar en el palacio como una favorita que cumpla tareas en el harem y tal vez haciendas a institutriz como la señorita Ino y la señorita Konan —le dije poniéndome de pie.

—Pero esa ayuda... —la interrumpí.

—No es gratis, por supuesto. Debes hacer por mí muchas cosas —le dije y bajó la mirada —. Vamos. ¿Qué prefieres? ¿Pudrirte en el viejo palacio donde, seguramente, tienes más posibilidades de casarte con un viejo pachá y vivir esa triste, asquerosa e insulsa vida o serme de ayuda y quedarte a convertirte en alguien importante para el harem el día de mañana? Soy el único que le dará un hijo a su majestad y el futuro del harem estará en mis manos el día que la sultana madre muera. ¿Vendrás a comer en la mesa de los leones conmigo o en la de los gatos con las criadas desechadas del palacio de lágrimas? —le pregunté seriamente penetrando sus ojos con mi intensa mirada mientras seguía derramando lágrimas.

—¿Por qué... me quieres ayudar...? No lo entiendo... Tú... Estoy segura de que estabas dispuesto a matarme si su majestad me aceptaba... —me dijo bajando su cabeza.

—Sí. Estaba dispuesto a subirte a la torre más alta del palacio y arrojarte desde allí arriba para luego ver tu cuerpo ensangrentado manchando el patio, pero... eso no sucederá. En cambio, ahora, necesito gente a mi lado que me sea leal y quiera crecer. Serás recompensada si decides quedarte a mi lado y no traicionarme —le expliqué y ella parecía temblar por momentos.

—Lo que propones... es una verdadera locura. ¿Cómo puede ser posible? Aunque el sultán te respalde, quieres ir más allá de lo que él puede permitirte. No romperá las normas del harem por ti, Deidara. El sultán no se opondrá completamente a su madre sólo porque tú lo quieres... Es una total estupidez... Además, me estás pidiendo que te sea leal por sobre la madre sultana. Eso es traición a la dinastía Uchiha. Si desobedezco una sola de las órdenes de la madre, ella ordenará mi ejecución, me arrojarían viva al mar en una bolsa. ¿Cómo podría ser recompensada entonces? —me explicó su punto de vista muy nerviosa, alterada y angustiada.

El poder no estaba en mis planes en primer lugar, pero, en aquel tiempo, casi un año que había pasado en el palacio, me había dado cuenta de que, si poder, no se llegaba a ningún lado. Aquellos que no tenían el favor del sultán eran maltratados y usados de la forma en la que más les convenía. Los que no obedecían la más mínima orden eran encerrados en un calabozo o asesinados de las formas más crueles. Los Uchiha no tenían piedad ni por su propia familia, porque tenían una cruel ley que los obligaba a asesinar a sus hermanos cuando asumían el trono. A mí, que tenía el favor de mi sultán, de igual forma me era recordado a cada instante que era un esclavo y que mi única función en el harem era darle un hijo al sultán y seguir al pie de la letra cada orden que se me daba.

Admitía que era un poco rebelde a la hora de obedecer ciertas órdenes cuando se trataba del amor de mi señor, porque no quería que nadie más que no fuese yo visitara sus aposentos, pero..., por lo demás, debía agachar mi cabeza. La madre sultana se metía conmigo como quería y no podía seguir en esa posición. Todo lo que tenía que hacer era dar a luz un príncipe y buscar la forma de que la sultana fuese expulsada del palacio, pero, para eso..., necesitaba personas que me ayudasen a cumplir el plan que estaba elaborando. La desafiaría día a día y, como el sultán creía más en mi palabra que en la de ella, haría que me odiase hasta el punto en el que quisiese hacerme mucho daño, entonces..., el sultán la expulsaría finalmente.

—No temas. Eso no sucederá. Debes confiar en mí si quieres permanecer en el palacio, pero es tu decisión. Si deseas vivir por siempre en el palacio de lágrimas, no voy a insistirte, hump —le dije finalmente antes de salir de allí, dejándola sabiendo que su cabeza no pararía de pensar en mis palabras.

Nunca había tenido la intención de poner al sultán en contra de su madre. Yo lo amaba y no podría soportar verlo triste. Mi plan lo entristecería y era por eso que mi corazón se iba a romper en el proceso, pero esa mujer no me dejaba otra opción.

Pasé el resto del día haciendo mis deberes. En todo ese tiempo no había visto ni por un segundo a Ino. No tenía idea de en dónde se había metido. Vi a Sai vigilando a las criadas mientras ellas ordenaban sus camas y decidí bajar a preguntarle. Me parecía todo muy extraño, porque, usualmente era ella quien hacía esa tarea.

—Sai —lo nombré al acercarme.

—¿Sí? —preguntó sin expresión alguna y sin apartar la vista de las criadas.

—No he visto a Ino en todo el día. ¿Sabes dónde está?

—No. Tampoco he podido encontrarla. Temo que se esté escondiendo de sus deberes —me respondió.

—Es extraño. Ella no es de hacer esas cosas... ¿Dónde podrá estar?

—Le informé al chambelán hace unas horas. Él envió algunos agas a buscarla por el palacio. Seguramente estará holgazaneando por ahí y será castigada cuando la encuentren —me dijo sonriendo de una forma extraña.

—Deben hallarla pronto. El sultán vendrá a visitarme en poco tiempo y necesito prepararme, hump —le informé.

—Le diré a la señorita Konan que te ayude. No te preocupes por eso —volvió a sonreírme.

Me retiré de allí bastante inconforme. Fui a mis aposentos y luego de un rato, Konan apareció para ayudarme. Ella estaba tan seria como siempre. Era una mujer misteriosa e inquietante que no dejaba de incomodarme en todo momento.

—Buenas tardes, Deidara —me saludó con frialdad.

—Buenas tardes, hump —respondí con sequedad.

—Te ayudaré a escoger algunas ropas y las joyas pertinentes. El baño está listo para cuando desees usarlo —me dijo.

—Sí... —respondí sin más y sin ganas.

Deseaba que Ino estuviese allí. Tenía demasiadas cosas que contarle y no podía esperar. Quizá Konan supiera dónde estaba.

—¿Has visto a Ino en alguna parte hoy, señorita Konan? —pregunté y ella me miró con seriedad.

—Sí —respondió simplemente y continuó con la tarea de escoger la ropa.

—Yo no pude verla en todo el día. Me pregunto dónde estará ahora, hump —comenté.

—Está castigada —respondió de inmediato sin mirarme y me sorprendí muchísimo.

—¿Qué? ¿Cómo es posible? —pregunté incrédulo de la situación.

—La madre sultana ordenó que fuese castigada por seguirte la corriente en ir a interrumpir al sultán anoche. Ella será llevada al palacio de lágrimas—respondió y mis ojos se abrieron mucho, mis nervios se alteraron y el frío se apoderó de mí.

—¿Qué...? ¿La madre sultana ordenó eso? ¿Qué fue lo que le hicieron? —pregunté muy preocupado y comenzando a sentir mucho enojo, además de culpa.

—Eso no te incumbe. Preocúpate por prepararte rápido. No debes hacer esperar a su majestad —me dijo fríamente y colocó unas ropas junto a joyas cerca de mí para luego salir de mi habitación.

No podía creerlo. Cada día que pasaba en el palacio se había convertido en un día más en el que la sultana podía atacarme con total impunidad. Era increíble el hecho de que había decidido castigar a Ino por haberme ayudado. Era más que obvio... Ella no iba a permitirme crecer. Se había dado cuenta de que estaba adquiriendo poder e iba a deshacerse de todos los que me ayudasen, pero yo también podía hacerlo.

Primero, debía encontrar a Ino y ayudarla. No iba a permitir que le hiciesen daño, porque le debía toda mi vida, pero no tenía forma de saber dónde estaba ni qué le habían hecho, por lo que debía esperar al sultán e informarle la situación.

Luego de haber ido a los baños y de prepararme, él no tardó en llegar al harem. Lo supe por el anuncio del guardia en las puertas del patio de las concubinas.

—¡ATENCIÓN! —oí la voz del guardia y salí de mis aposentos para mirarlo a él por el balcón de los favoritos — ¡Su majestad, el sultán Itachi, ha llegado!

Ingresó al patio de las concubinas y todas se pusieron en fila abriéndole camino mientras lo reverenciaban. Se había preparado con las mejores ropas solamente para mí. Estaba más perfecto y apuesto que de costumbre. Solamente me correspondía a mí su amor y esa perfección solamente había sido creada para mí. Sonreí al verlo y quise entrar a mi cuarto para esperarlo, pero uno de los guardias de la puerta de Izumi me detuvo.

—Joven Deidara, esto es para usted —me dijo y me entregó un pequeño papel.

Supuse que se trataba de la respuesta de Izumi y me metí a mis aposentos rápidamente para leerla antes de que el sultán llegase. Leí lo que allí decía: “Acepto”

Al poco tiempo, se abrió mi puerta y él ingresó. Guardé la nota entre mis prendas.

—Su majestad —dije sin poder evitar suspirar por él y corrí a abrazarlo.

Él correspondió a mi abrazo sin siquiera reclamarme por no haberlo reverenciado. Olfateó mi cabello y sujetó mi cintura.

—Deidara, me da mucho gusto verte al fin después de tantas tareas —me dijo y me derretí en sus brazos.

—Pienso lo mismo. Es muy reconfortante verlo después de todo. Las horas son muy largas sin usted —él besó mis manos y fuimos a sentarlos.

—Cuéntame tu día. ¿Cómo estás? Quiero saberlo todo —me dijo mientras acariciaba mi mejilla.

—Mi día ha estado bien, su majestad. Todo ha estado muy tranquilo hasta ahora, al menos —respondí —, pero quiero saber su día. ¿Ha tenido mucho trabajo en el consejo?

—Sí, pero son asuntos muy aburridos. Estamos haciendo los preparativos para la campaña y los de la ceremonia del príncipe Sasuke —me respondió.

No dije nada más luego de eso. Mi silencio le preocupó, pero no sabía cómo empezar a hablar sobre lo que ocurría. Con la respuesta de Izumi, me correspondía ayudarla.

—¿Pasa algo, Deidara? Usualmente, me llenas de preguntas, pero hoy te quedas en silencio —me dijo y supe que era mi oportunidad.

—Itachi... Realmente, mi día estuvo bien, al menos hasta que me enteré de dos cosas hace poco. No quería perturbarte con estos asuntos, porque sé que tampoco me incumben. Son cosas de la madre sultana y no quisiera contradecirla —empecé diciendo con astucia sabiendo que él querría saber más.

—¿De qué cosas te has enterado? ¿Qué tiene que ver mi madre? —preguntó con seriedad.

Hice silencio unos momentos y bajé la cabeza fingiendo inocencia en todo momento.

—Vamos. Habla sin miedo —me dijo elevando mi rostro con ternura.

—Estoy muy triste, mi señor... —fingí estar compungido por la situación —Y me siento terriblemente culpable —lo cual era verdad por la parte de Ino, pero exageré un poco más.

—¿Qué fue lo que sucedió? ¿Mi madre hizo que estés así con alguna cosa? —preguntó preocupado.

—Estuve preocupado por Ino todo el día, porque no la encontraba. Ella siempre me ayuda en muchas cosas y solamente puedo confiar en ella para sentirme seguro. Pregunté aquí y allá, pero nadie me sabía decir en dónde estaba. Finalmente, supe por la señorita Konan que ella había sido castigada por la madre sultana por mi culpa, señor... Ella... será expulsada del palacio—comencé a fingir un leve sollozo y me llevé la mano a mi rostro.

Itachi no tardó en rodear mi cuerpo con sus brazos y hacer que mi cabeza reposara en su pecho.

—Tranquilo... No te pongas así. Explícame por qué dices que fue tu culpa el que ella hubiera sido castigada —me dijo con voz suave y cálida.

—Es porque ella me acompañó hasta sus aposentos anoche... Yo no creí que ella podía ser castigada. De otra forma, no le hubiese pedido que me acompañara. Ella no tiene nada que ver con esto. De hecho, ella me advirtió que podía suceder algo malo y me aconsejó que no fuese. Mi señor... —me aparté un poco de él para mirarlo a los ojos y mostrarle mi rostro empapado de lágrimas falsas que forcé a salir —, Ino es inocente y no sé dónde la tiene la madre sultana... Ella es la única amiga que tengo aquí. No soportaría que le sucediese nada malo por mi culpa —le dije y, aunque todo era cierto, tampoco era para romper en llanto de esa forma.

Él suspiró y volvió a abrazarme.

—No te preocupes... Si Ino es tan importante para ti, entonces, levantaré su castigo de inmediato y haré que se quede contigo. Ya no llores —me dijo y acarició mi cabello con delicadeza —. Tampoco me parece justo que haya sido castigada, así que hablaré con mi madre al respecto.

—¿De verdad hará todo eso por mí, su majestad? —le pregunté muy emocionado, pero exagerando un poco más.

—Haría lo que fuese por verte sonreír y por detener tu llanto. ¿Hay algo más que aqueje tu enorme corazón? —me preguntó.

—¿Por qué dice que tengo un enorme corazón?

—Porque te preocupaste por Ino y me rogaste entre lágrimas que la ayudase. Aquí nadie suele preocuparse por nadie, y menos si es una favorita, una sultana o una institutriz. Todos miran por sí mismo y actúan de forma egoísta —me respondió —. Tú eres diferente y eso es lo que más me enamora de ti cada día —acarició mi rostro para limpiar mis lágrimas y me sonrojé.

Todo lo que estaba haciendo por Ino era real. Luego de toda su ayuda y sus cuidados, en ese punto de mi vida, estaba dispuesto a ir contra quien fuese que la lastimase. Ella era como una hermana para mí en el palacio. La apreciaba demasiado y no podría darle la espalda por nada del mundo.

—Ya que lo mencionó antes, su majestad, hay algo más que me inquieta...

—Dime.

—La señorita Izumi... —empecé a decir, pero él me interrumpió.

—Sabía que te preocuparías por eso, pero no lo hagas. Ya tomé la decisión de enviarla al viejo palacio —me dijo y me sorprendió, porque él sabía que yo no iba a poder soportar la presencia de esa chica después de lo sucedido y pensó en mí al tomar esa decisión.

—No, mi señor... No es eso lo que iba a decir —me miró sorprendido —. Esta mañana, al regresar a mis aposentos, la escuché llorar y quise ir a verla, porque me sentí culpable de su sufrimiento. Después de todo, ella no tiene la culpa de haber sido enviada a usted..., pero había dos guardias en la puerta que me impidieron verla. Me dijeron que la madre sultana había ordenado que nadie hablase con ella —le expliqué y su rostro mostraba desconcierto.

—¿Qué es lo que estás diciendo? ¿Por qué mi madre haría eso? —preguntó.

—Eso es lo que intenté averiguar. En un momento, los guardias abandonaron su puesto por un momento y pude entrar a verla. Tuvimos una buena conversación y no peleamos. Ella me dijo que había sido castigada por no haber podido pasar la noche con usted y eso me hizo sentir muy culpable... Es verdad que yo estaba realmente enfurecido con ella, pero..., realmente jamás le deseé el mal, su majestad. Nunca pensé que ella podía llegar a ser castigada. Creo que... hasta me estoy arrepintiendo de haber ido anoche, mi señor... —le dije fingiendo angustia y él sonrió.

—Mírate... Preocupándote por la mujer que temías que te quitara a tu sultán. Realmente, tu bondad no tiene límites —besó mi mano —. No entiendo por qué mi madre hace estas cosas, pero es injusto. De todas formas, Izumi no permanecerá castigada. Mañana partirá del palacio.

—No, Itachi... —le dije y él se sorprendió —No quiero que ella abandone el palacio.

—¿Qué? —preguntó estupefacto.

—Comprendí que ella sólo seguía órdenes de la madre sultana y me di cuenta de que solamente es una pobre chica a la que castigaron injustamente. Realmente, me dio mucha pena y, hablando con ella, me di cuenta de que podíamos llegar a ser grandes amigos. Prometí ayudarla... Le dije que le contaría esta situación a usted para que la ayudase a quedarse en el palacio. Ella tenía miedo de eso, pero le dije que usted era muy justo y misericordioso, que no debía temer —le expliqué y supe que él no podía creer lo que estaba sucediendo.

—Entiendo... —sonrió —Si esto es lo que realmente quieres, entonces, así será. Dejaré que Izumi se quede en el palacio.

—Muchas gracias, su majestad —le dije y besé sus labios.

Supuse que había arruinado más de un plan de la sultana y que tiempos difíciles vendrían a partir de ese momento, pero no me importaba mientras tuviese el amor de mi sultán. Todo sería menos pesado con su sola presencia.

La noche se hizo presente pronto y unos agas trajeron nuestra cena. No creí que él había pensado en comer conmigo, pero me hizo muy feliz aquello. Todo estaba saliendo tan perfecto hasta ese momento. Pronto tendría a Ino nuevamente a mi lado, además del odio intenso de las demás criadas por las visitas de su majestad.

Estuvimos unas cuantas horas hablando y riendo, pero llegó el momento en el que él debía irse.

—¿De verdad ya tiene que irse, Itachi? —le pregunté muy desanimado.

—Sí. Mañana debo levantarme muy temprano para finalizar con los preparativos de la ceremonia de mi hermano —me dijo luego de ponerse de pie para retirarse —. Te veré mañana.

No permití que se acercase a la puerta y lo abracé por detrás. Su aroma me enloquecía y me desesperaba la idea de pasar toda una noche lejos de sus abrazos y de sus palabras dulces y sin poder tocarlo.

—Itachi... —dije casi en susurro y tocó mis manos que se encontraban en su pecho.

Hubo un silencio profundo por unos instantes, pero luego se volteó para mirarme a los ojos.

—Deidara, tengo que ir a buscar a Ino. ¿No me dejarás ir? —me preguntó con voz suave.

—No quiero pasar la noche sin usted, mi señor —le dije y me aferré a él.

—Eres como un pequeño niño —beso mi cabeza —. Está bien. Iré a buscar a Ino y luego enviaré a alguien por ti. Dormiremos juntos esta noche.

Me sentí muy feliz después de escuchar esas palabras. No quería perder la más mínima oportunidad de tener la posibilidad de quedar embarazado, así que haría lo que fuese.

Él se marchó y me quedé muy feliz en mi habitación.

 

Narración en tercera persona.

Itachi se dirigió inmediatamente hacia los aposentos de su madre para averiguar dónde tenían a Ino y para informarle de sus nuevas decisiones. Abrió la puerta y la madre sultana sonrió al ver a su hijo. Él se acercó a ella y besó su mano.

—Querida madre. ¿Cómo te encuentras? —preguntó con interés.

—Estoy mucho mejor ahora. Me alegra que hayas venido a verme —le respondió con una sonrisa.

Itachi se sentó a su lado en aquel trono y se puso muy serio.

—Madre, he venido a ver cómo te encontrabas y a hacerte unas preguntas sobre las criadas del harem.

—Pregunta lo que quieras. Todo va muy bien. No tengo ninguna queja —le dijo con una sonrisa.

—¿De verdad? Entonces, dime... ¿Por qué castigaste a Izumi y a la señorita Ino? Hay dos guardias custodiando la habitación de Izumi y nadie sabe dónde está Ino. ¿Por qué hiciste eso, madre? —preguntó y la madre sultana se puso seria de inmediato.

—No deberías preocuparte por asuntos tan triviales. Solamente hice lo que debía. Le puse guardias a Izumi para protegerla de Deidara e Ino fue castigada por descuidar sus deberes y servir a un esclavo en vez de a sus sultanes —respondió estando algo nerviosa, pero mostrándose seria.

—Es extraño... Izumi dice que tú la castigaste por no haber cumplido con sus “deberes”. Deidara estuvo con ella hoy y se hicieron amigos. Ella no corría ningún peligro, madre. Desconfiaste en vano de Deidara —la sultana se sorprendió y tensó.

—¿De qué estás hablando? ¿Cómo pudo Deidara hablar con ella?

—Eso no importa. Al ver a Deidara hoy tan preocupado por ellas dos y, sobre todo por Izumi, me di cuenta de que es un chico muy bondadoso. Él no sería capaz de lastimar ni a una hormiga, porque, de inmediato, sentiría horribles remordimientos. Él piensa que es su culpa que tú hayas tomado esas decisiones, pero eso no es un problema, porque no considero que sea necesario castigar a ninguna de las dos ni sacarlas del palacio. Ahora dime dónde está Ino —le pidió con seriedad.

La madre sultana estaba atrapada, porque no podía negarse a ninguna petición del sultán, pero tampoco podía permitir que él viese herida en la enfermería a Ino.

—No te preocupes, Itachi. Haré que Ino vuelva al lado de tu amado doncel sano y salvo. También retiraré los guardias de la puerta de Izumi. Ahora... déjame sola —le dijo sin mirarlo y él sonrió.

—Bien. Me alegra que hayas reflexionado para bien. Confío en tu palabra, madre —le dijo para luego retirarse de allí.

—Konan —la llamó y esta entró a sus aposentos.

—¿Sí, mi sultana? —preguntó reverenciándola.

—Tengo que encontrar la forma de sacar a Ino del palacio. No puedo permitir que Deidara forme alianzas con las demás criadas o se hará más fuerte. Mi hijo lo apoya incondicionalmente y eso es un grave problema, porque está alimentando a la serpiente... —se llevó una mano a su rostro sintiéndome muy estresada y cansada.

—Sultana. ¿Y si hace que la señorita Ino se case? Después de todo, ella forma parte del harem del difunto sultán. No sería extraño que usted decida que es tiempo de que ella forme una familia antes de que su juventud se marchite —le sugirió y la sultana sonrió.

—Tienes razón. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Pero tengo otro problema. Izumi parece haberse aliado con esa serpiente también. No quiero pensar que pronto pondrá a todo el harem de su parte... Ya lo hizo con mi hijo... Itachi cada día me ve más como si fuese su enemiga en lugar de verme como su madre, cuando lo único que deseo es su bien —expresó con tristeza.

—No se preocupe, mi sultana. Estoy segura de que podré tener a Izumi controlada. Después de todo, ella es sólo una niña que se asusta fácilmente y Deidara no puede garantizar su protección. En cuanto vea que estará más segura con usted que con él, volverá a serle leal —le explicó.

—Está bien. Quiero que busques a un joven soltero que esté dispuesto a casarse con la señorita Ino. No tiene que ser un pachá precisamente, pero tampoco quiero que sea un don nadie —le pidió.

—Es sabido que Shikaku Nara, el pachá, tiene un hijo, Shikamaru —mencionó Konan.

—¿El jefe de estrategias del ejército del sultán? —preguntó para estar segura de quién hablaban.

—Sí, mi sultana. El hijo de ese mismo pachá —afirmó.

—Es perfecto. Estoy segura de que, si le planteo este asunto a Itachi, no se negará. Quiero que envíes la invitación de mi parte al jefe de estrategias para que nos visite en el palacio con su hijo la próxima semana —ordenó.

—Sí, mi sultana.

—También quiero que repartas monedas de oro y telas preciosas a las criadas. Llénalas de regalos para que mantengan su alegría conmigo y no piensen en unirse a esclavos manipuladores como Deidara. Ese doncel me está fastidiando bastante, pero no caeré en su juego tan fácilmente. Le recordaré su lugar —sonrió.

—Sí, mi sultana —la reverenció y luego salió de allí.


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