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Imperio por FiorelaN

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Capítulo VII: “El doncel de ojos perla”

 

Narración en tercera persona

Cada persona del harem sabía por qué se encontraba allí y cuáles eran sus obligaciones. Algunos por sólo bajar la cabeza y obedecer mínimamente a los pedidos de la dinastía se perdían lentamente entre los muros del palacio y, cuando un sultanato terminaba y comenzaba otro, ese personal no destacado era confinado al palacio de lágrimas y allí le hacían honor al nombre de ese viejo palacio. Las lágrimas de los olvidados humedecían las paredes de mármol.

Había unos pocos que se destacaban en el palacio imperial y esos eran reconocidos. Permanecían a través de los sultanatos, porque obedecían con excelencia y los sultanes les debían la gloria, la vida y el honor. Entre ellos estaba la señorita Tsunade, que había pertenecido al harem del sultán Madara. Ella era la tesorera del harem y la jefa de institutrices. Luego estaba la señorita Konan, que había sido parte del harem del sultán Fugaku y se había convertido en la criada de la madre sultana, además de ser la persona que estaba por debajo de Tsunade. El resto de las institutrices habían sido excelentes criadas que habían merecido permanecer en el palacio imperial para continuar sirviendo en el sultanato del gran sultán Itachi.

Entre los donceles destacados, se encontraba Sai, que era el jefe de agas en el palacio y maestro del comportamiento de las criadas. Era exactamente el mismo cargo que tenía la señorita Konan. Luego estaba Neji. Él era un doncel que no tenía un cargo específico más que ser el criado principal de la madre sultana, al igual que Konan, pero hasta Sai debía reverenciarlo cuando se encontraba cerca. La razón era que él no había llegado al palacio como todos los demás, más bien, había sido un regalo del sultán Hiashi, de la Tierra de los Girasoles.

Para estar en paz con el sultán de la Tierra de las Camelias el sultán Hiashi había decidido pagar tributo al imperio Uchiha cada año y entregar a su sobrino como regalo con la condición de preservar su sultanato, pero eso no era todo. La Tierra de los Girasoles había pasado a formar parte del imperio Uchiha, a pesar de que la dinastía Hyuga continuaba gobernando. Hiashi debía reverenciar a Fugaku y, posteriormente, a Itachi y a los siguientes sultanes por el resto de su vida, al igual que toda su dinastía.

El doncel había sido enviado para casarse con el sultán Fugaku, pero este no había aceptado tal petición, porque el muchacho era demasiado joven para él y, además, los sultanes no se casaban. Casarse significaba romper las reglas del harem. Solamente lo había aceptado como parte de su harem y era tratado como si fuese un príncipe más, de hecho, lo era, pero de otra dinastía, y eso no tenía otro valor con los Uchihas que el de deberle respeto. Esa había sido un de las razones por las que tampoco se lo había enviado al viejo palacio. La madre sultana estaba muy complacida con él y le había tomado mucho cariño, por lo que había decidido hacer que permaneciese con ella por el resto de sus días.

Y allí se encontraba Neji. Estaba junto a la madre sultana sirviéndole un té.

—Dime, Konan. ¿Ya le enviaste la carta de invitación a Shikaku Nara? —preguntó la madre sultana a la joven peli azul.

—No, sultana. Todavía no la he escrito —respondió.

—Bueno. No importa. Eso me da tiempo para notificárselo a mi hijo. Quiero la opinión de Itachi primero —pasó a mirar al joven doncel —. Neji.

—¿Sí, madre sultana? —respondió ante el llamado.

—Ve a decirle a mi hijo que deseo verlo —le ordenó amablemente con una sonrisa.

—Enseguida, sultana —la reverenció para después salir de aquellos aposentos.

Neji fue enseguida a hablar con Itachi y le informó que su madre deseaba verlo. Al recibir la noticia, el sultán suspiró con pesadez pensando que su madre quería convencerlo de cambiar las decisiones que había tomado unos días atrás. Fue a la habitación de su madre y besó su mano al entrar.

El joven doncel se puso a recoger las tazas de porcelana en donde había bebido el té la madre sultana.

—¿Qué pasa, madre? ¿Para qué deseabas verme? —preguntó curioso.

—He estado pensando que quizá tenías razón y que había sido demasiado dura con la señorita Ino. Por esta razón he tomado una decisión que la recompensará por lo sucedido anteriormente —expresó Mikoto e Itachi se sintió complacido al oír esas palabras.

—Dime. ¿Qué fue lo que decidiste?

—Con el permiso de Allah y tu permiso, quiero casar a la señorita Ino con un joven que la merezca. Ella aún es joven y no debe perder la oportunidad de ser feliz con un buen muchacho, tener hijos y un hogar. No me gustaría que su juventud y fertilidad se marchiten entre las paredes de este palacio —explicó con preocupación falsa hacia la joven rubia.

Itachi se quedó un momento pensativo ante aquella situación.

—¿Crees que esa decisión la hará feliz? —preguntó algo inseguro.

—Por supuesto. ¿Qué muchacha no querría casarse y formar una familia? A la edad de Ino, todas piensan en el amor, y aquí no tiene una oportunidad.

—Entonces..., ¿se lo has comunicado a ella? ¿Qué fue lo que te dijo? —preguntó con interés de saber el pensar de la joven.

—Ella no se negaría ante mi decisión y, la verdad, no quiero sentirme culpable por este asunto. Lo peor que puede pasarle a una jovencita como ella es vivir miserablemente en este palacio sin esperanzas de ser amada —le dijo y suspiró con pesadez.

Itachi reflexionó por un momento.

—Supongo que, si me estás diciendo todo esto, es porque ya conseguiste el candidato perfecto para ella.

—Así es. El joven perfecto para ella opino que es el hijo del jefe de estrategias de tu ejército. Shikamaru Nara —dijo la madre sultana y, en ese momento, después de nombrar a ese joven, escucharon el sonido de la porcelana romperse contra el suelo.

Voltearon a mirar y a Neji se le habían caído todas las tazas al suelo junto con la bandeja de plata que las sostenía. Al parecer, la noticia le había caído de improvisto, porque su corazón comenzó a latir con fuerza y el cuerpo le temblaba. Torpemente, comenzó a tratar de juntar todos los trozos rotos luego de tirarse al suelo de inmediato para limpiar.

—Perdónenme, mi señor y mi sultana. No quise hacerlo —dijo muy nervioso y se cortó con un trozo de porcelana, pero ocultó la herida.

—No te preocupes, Neji. Recoge con cuidado o te lastimarás —le dijo Itachi.

—¿Qué sucede, Neji? Nunca eres así de torpe. Siempre eres tan cuidadoso y perfeccionista. ¿Hay algo que te esté molestando? —preguntó preocupada la madre sultana y muy sorprendida.

—No es nada, mi sultana. Todo está bien. Solamente que hoy no me he sentido muy bien —respondió habiendo recogido todos los trozos —. Discúlpenme. Iré a tirar esto —los reverenció y salió de la habitación.

—¿Tienes idea de lo que le pueda estar pasando, Konan? —preguntó Mikoto.

—No lo sé, sultana. Hasta ahora estaba muy bien —respondió igual de sorprendida, pero manteniéndose seria.

—Tal vez sólo se sintió algo enfermo de repente. ¿Por qué no vas a ver lo que le sucede? Si es necesario, llama a la doctora para que le dé alguna medicina —le ordenó Itachi.

—Sí, su majestad —lo reverenció y fue en busca de Neji.

El joven de ojos como las perlas estaba en el depósito del palacio. Había tirado dentro de una bolsa de tela los trozos de porcelana rotos y se había vendado la mano con una tela blanca. Las emociones lo hicieron colapsar, porque no pudo soportar más la enorme angustia que lo abrazaba y cayó sentado sobre la alfombra que cubría el suelo. Comenzó a llorar sin consuelo tratando de mantenerse en silencio.

—Shikamaru... ¿Por qué la sultana tuvo que escogerte a ti...? —preguntó al aire con su alma rota.

Al parecer, el jovencito más hermoso de todo el palacio estaba perdidamente enamorado del joven Nara. Ese amor había surgido la primera vez que Shikamaru había visitado el palacio junto a su padre unos años atrás y Neji jamás se había perdido la oportunidad de observarlo desde lejos. Algunas veces, sin que ni siquiera las paredes del palacio se enterasen, había recibido algunas cartas secretas de parte de Shikamaru. Eran cartas que le daban a entender que él también lo observaba de lejos y... ¿cómo no haberlo hecho? Si, de entre todos los donceles y señoritas del palacio, la belleza de Neji superaba incluso la belleza de la mismísima sultana madre.

Neji aún conservaba todas esas cartas y, entre sus ropas, siempre llevaba la última carta que había recibido a escondidas con ayuda de la señorita Konan. La sacó para poder leerla una vez más y sentirse observado por aquellos ojos café que penetraban su alma cada vez que los recordaba.

“¿Por qué se esconde entre los rincones del palacio? Puedo verlo desde donde quiera que esté, porque siempre permanece cerca de mí. ¿Hasta cuándo se esconderá? Venga a verme directamente. Párese delante de mí para que pueda reverenciarlo y llamarlo príncipe. Me fastidia terriblemente tener que recordar e imaginar sus ojos cuando tengo la posibilidad de verlos”.

Apretó la carta contra su pecho y sintió que la esperanzas de estar algún día con su verdadero amor se escurría entre sus dedos.

Luego de limpiar sus lágrimas, se dirigía nuevamente a los aposentos de la madre sultana.

—Neji. ¿Qué es lo que te sucedió allá? —preguntó Konan al acercase, pues lo vio caminando por los pasillos en dirección a ver a Mikoto.

—¿Por qué lo preguntas? Ya sabes lo que sucede. ¿Por qué finges desconocer el asunto? —preguntó sin muchas ganas y con algo de frustración.

—Tienes que calmarte. ¿Acaso quieres que todo el palacio sospeche?

—¿Cómo pudo habérsele ocurrido casar a Ino con él? Estoy seguro de que la sultana ni siquiera recordaba que el pachá tenía un hijo —se llevó una mano a la frente y sentía su corazón demasiado pesado.

Konan estuvo pensativa unos segundos.

—Fue mi sugerencia —confesó sin expresión en su rostro.

Neji se sorprendió muchísimo y lo sintió como una puñalada en su espalda.

—¿Qué dices? ¿Por qué hiciste eso? —preguntó molesto.

—Cállate. ¿Qué pasaría si todos se enteran? ¿Acaso quieres que lo descubran con tu berrinche? —le cubrió la boca con su mano.

Neji apartó la mano de Konan con brusquedad.

—Lo hice por ti, ¿sí? Era obvio que no iba a suceder nunca que tú estuvieses con Shikamaru. De esta, forma ya no se escribirían en secreto y dejarían de correr peligro. No quería que nadie los descubriese. Tú sabes lo que le harían al pobre muchacho si se enteran. ¿Acaso quieres eso? Cortarían su cabeza de inmediato. El sultán no tendría piedad ante ese pecado. Si él se casa, entonces, ya nadie sospecharía nada y él no volvería al palacio en muchos años, a menos que el sultán lo llame —le explicó —. Es lo mejor que le podría haber pasado a ese chico. Tú debes afrontar las circunstancias.

Neji bajó la cabeza con los ojos llorosos. Aunque se sentía traicionado y muy molesto, en el fondo, sabía que Konan tenía razón. ¿Acaso desde un principio siquiera estaban destinados a estar juntos? Allah así no lo había querido y eso era lo único que importaba.

—Desde el principio, supe que mi destino era reverenciar a mi tío y a mi prima Hinata... Luego el sultán decidió ofrecerme de regalo para el harem de este palacio y también acepté ese destino. Ahora Allah quiere que me resigne y abandone este amor... ¿También tendré que aceptar este destino? Nunca puse demasiadas objeciones, pero... —guardó silencio antes de completar lo que estaba diciendo por sentir un nudo en la garganta.

—Allah así lo quiso. Quizá, un día, el sultán sepa de tu sufrimiento y permita que te cases con otro joven. Quizá ese nuevo muchacho te haga olvidar el dolor del amor de Shikamaru Nara y podrás ser feliz —puso una mano sobre su hombro.

—Amén... —dijo casi en susurro y continuó su camino hacia los aposentos de la sultana.

Konan, por otra parte, tenía la orden de notificar a Ino, que aún se encontraba en la enfermería, pero su estado de salud estaba mucho mejor. Solamente sentía un poco de dolor y pronto podría regresar a sus labores.

—Señorita Ino —la nombró Konan al acercarse a la cama donde estaba la rubia recostada.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó sin mirarla.

Todavía le guardaba rencor y estaba muy enfadada por todo lo que había acontecido, además de sentir miedo.

—¿Vienes a decirme que me prepare para irme del palacio? —preguntó con tristeza en su voz.

—Tuviste suerte. La madre sultana se apiadó de ti y decidió perdonarte —le respondió e Ino se sorprendió —. Es más, ella considera que tú has sido tan buena chica hasta ahora que ha decidido recompensarte con un esposo y la posibilidad de formar tu propia familia. ¿Qué te parece?

—¿Qué...? —preguntó desconcertada y reacia a la idea que había escuchado.

—¿No estás feliz? Vas a casarte muy pronto, pero tranquila. La madre sultana no eligió a ningún viejo para ti. De hecho, es muy joven. Te casarás con el hijo del jefe de estrategias, Shikamaru Nara —le informó e Ino bajó la cabeza lentamente sintiendo demasiada tristeza en su corazón.

Ella conocía al hijo del pachá. Las pocas veces que él había ido al palacio habían sido suficientes para sentir agrado por el otro, pero ese agrado no llegaba ni de cerca a parecerse al amor. Más bien, se parecía a una futura amistad. No deseaba casarse con nadie, porque, además, ella ya tenía un amor.

—¿Por qué no estás feliz? Alégrate. No todas tienen la posibilidad de irse de aquí para poder tener hijos. Sé más agradecida —le dijo al darse cuenta de su tristeza.

—¿Por qué siento que la madre sultana hace esto para castigarme...? —preguntó sintiendo enfado.

—Debiste haber pensado dos veces a quién estabas sirviendo —le dijo antes de retirarse de aquel lugar.

Itachi todavía se encontraba en los aposentos de su madre.

—No me parece una mala idea lo que planteas, madre. ¿Por qué no invitas al pachá y a su hijo a la ceremonia de Sasuke? Allí hablaré con ellos y comprometeremos a Ino con Shikamaru —sugirió Itachi.

—Me parece bien. Enseguida haré que Konan envíe la invitación. Sabía que te agradaría la idea —sonrió alegremente.

—Excelente —dijo antes de retirarse de allí.

Deidara se había enterado días atrás de lo que habían hecho con Ino, por lo que iba a visitarla regularmente a la enfermería para ver cómo se encontraba.

—Ino —la llamó mientras se acercaba a su cama.

La jovencita rubia se limpió las lágrimas que había estado derramando rápidamente, pero Deidara se dio cuenta de su estado, así que tomó su mano cuando se sentó a su lado en la cama.

—¿Qué sucede? ¿Por qué estás llorando? —le preguntó preocupado.

—Deidara... ¿No deberías estar comiendo con el sultán a estas horas? —preguntó sin mirarlo.

—Quise pasar a verte antes de eso, pero veo que estás llorando. ¿Qué es lo que te tiene mal?

Ino lo miró y sus ojos se humedecieron nuevamente.

—La sultana quiere que me case para que me vaya del palacio... —confesó entre un llanto ahogado muy angustioso.

Deidara no dijo nada luego de escuchar eso, pero su ceño se frunció y se quedó muy pensativo. Definitivamente, no podía permitir que Ino abandonase el palacio y, además, se casase con alguien cuando ese no era su deseo. Debía hablar con el sultán lo más pronto posible para evitar la decisión de la madre sultana, pero... ¿cómo iba a hacer algo como eso? Esos eran asuntos privados del harem. No había ninguna norma que le prohibiese a la sultana casar a quien fuera con quien quisiese y, seguramente, Itachi no tendría motivos para negarse a esa decisión. Deidara no era nada más que un criado más del harem que no podía impedir la decisión de sus sultanes y él lo sabía.

—¿Y si intento hablar con el sultán? Quizá me escuche e impida tu boda, hump —sugirió.

Ino rio levemente con mucha amargura.

—Tienes... muy buenas intenciones, pero con eso no alcanza. ¿Por qué crees que el sultán te escucharía? —preguntó muy consciente de la condición del rubio.

—Porque él me ama y no hay algo a lo que se pueda negar si se lo pido —respondió con total seguridad, aun sabiendo en su interior que podría llegar a recibir una negativa.

—El amor aquí nunca es suficiente como para evitar las decisiones de la madre sultana. Ni siquiera el sultán Itachi se negaría a muchas de esas decisiones. Él la respeta demasiado y es justo. Si esa decisión es conveniente y no es algo que cause algún mal, él la aceptará y así se hará... —sonrió amargamente —De todas formas, no creo que esa vida sea tan mala. Shikamaru es una persona muy buena y estoy segura de que seremos felices de alguna forma... —se resignó.

—Pero tú no lo amas y estoy seguro de que él tampoco a ti. ¿Cómo podrían ser felices? Hablaré con su majestad y no te casarás. No abandonarás este palacio. Ya lo verás, hump —dijo con mucha seguridad y abandonó la enfermería de inmediato.

De inmediato, el rubio se dirigió hacia los aposentos del sultán Itachi. Se paró frente al guardia de la puerta.

—Deseo ver al sultán —dijo con seriedad.

—El sultán no se encuentra aquí, joven Deidara. Por favor, regrese al harem —le respondió el guardia con la cabeza baja y mirando el suelo.

—¿Dónde se encuentra? —preguntó.

—Su majestad está en el jardín privado con el príncipe.

Al recibir esa respuesta, se quedó muy inquieto, porque él no podía ingresar a ese jardín sin estar acompañado de la sultana o del sultán. Debía esperar al regreso de él, pero los asuntos del consejo lo mantendrían ocupado hasta el día siguiente y ese día tampoco lo vería para nada, pues era la ceremonia de Sasuke.

Al día siguiente...

Shikaku Nara y su hijo se encontraban en el palacio. Era de mañana muy temprano y todos estaban alistando las cosas para la ceremonia del príncipe en la tarde. Los Nara se dirigían hacia el lugar donde se reunía el consejo, pero allí solamente estaba Itachi sentado en el trono. Ambos ingresaron allí y se turnaron para ponerse de rodillas frente al gran sultán y besar sus vestiduras.

—Su majestad, es un honor estar delante de usted. Le agradezco la invitación a la ceremonia del príncipe Sasuke. Que Allah le otorgue larga vida a su alteza —dijo Shikaku al ponerse de pie y mantener la cabeza baja frente a Itachi.

—Amén —respondió y sonrió levemente.

—Es un honor conocerlo por fin, su majestad. Que Allah lo bendiga. Gracias por la invitación —dijo Shikamaru.

—Me alegra que hayan podido llegar sanos y salvos a la capital. Como sabe, pachá, usted es muy importante para el imperio, ya que es el jefe de estrategias y es obvio que debía estar presente en una ceremonia tan importante como esta. Sin embargo, el motivo principal de la invitación involucra a su hijo —le dijo y ambos se sorprendieron.

—No comprendo, su majestad —dijo Shikaku.

—Shikamaru —lo nombró y este lo miró.

—¿Sí, sultán?

—Existe aquí en el harem una jovencita que ha servido con dedicación en el palacio, pero ella es del viejo harem de mi padre y, como bien sabes, ella no tendría futuro aquí para formar su propia familia. La madre sultana ha pensado que sería muy buena idea que la señorita se casara con alguien digno que pudiese hacerla feliz y la sultana te ha considerado digno. ¿Qué piensas de eso? —le preguntó con una amable sonrisa.

Shikamaru abrió los ojos con gran sorpresa y su corazón comenzó a latir con fuerza en ese momento. Solamente se le cruzó por la mente la imagen de Neji Hyuga. Lo primero que pensó fue que aquel doncel probablemente ya se hubiese enterado de la noticia. Se preguntaba cómo se encontraría.

—¿Qué pasa? ¿Por qué guardas silencio? —preguntó confundido Itachi.

—Shikamaru —susurró su nombre Shikaku a modo de regaño para que reaccionara —. Respóndele a su majestad.

El joven miró a su padre y vio su cara de preocupación por el enorme silencio que había hecho. Pasó a mirar el suelo con una disconformidad que iba en aumento y se sentía molesto por todo aquello, además de sumamente presionado.

—Mi señor... Yo... —hizo silencio nuevamente y pasó a mirar el rostro desconcertado de Itachi, que estaba una respuesta —estoy muy agradecido de que la sultana haya pensado en mí para ser el esposo de esa señorita... —respondió con un rostro de inquietud imposible de ocultar.

—La señorita Ino estaría muy contenta de oírte aceptar esta propuesta —le mencionó el nombre de la joven y se sintió aún peor por saber que sería ella la desafortunada, pues sabía que ella tampoco querría aquello.

—Haré... mi mayor esfuerzo para complacerlos a usted y a la sultana —dijo sabiendo que no había posibilidad de negarse ante aquello.

—Estamos agradecidos, majestad. Nos hace feliz que usted y la sultana hayan elegido a mi hijo —lo reverenció.

—Excelente. Ahora vayan a disfrutar de la previa de la ceremonia. Los veré después para presentarles a Ino —les dijo y ambos lo reverenciaron para luego retirarse de allí.

Durante el resto de la mañana, Deidara estuvo como un león enjaulado esperando la oportunidad de ver al sultán, pero le era imposible, además de que tenía prohibido salir del harem, así que tampoco iba a poder presenciar la ceremonia.

La tarde llegó y todos los soldados jenízaros estaban ubicados en el patio principal en la entrada del palacio. Itachi estaba sentado sobre su trono, que estaba en medio de las dos enormes columnas que adornaban la galería, en una plataforma de mármol que estaba dos escalones arriba separada del concreto donde se ubicaban los soldados. Los dos jóvenes más importantes de todo el imperio estaban mirándose a los ojos.

—¿Estás listo? —le preguntó Itachi en un tono de voz bajo para que solamente él pudiese oírlo, además de los dos guardias que tenía detrás de su trono.

—Claro —respondió de inmediato.

Itachi quedó a la espera de que su hermano comenzara con su juramento.

—¡En nombre de Allah! ¡No hay otro Dios! ¡Amén! —exclamó y su voz se oía para todos los soldados que se encontraban allí.

—¡AMÉN! —exclamaron todos al unísono.

Sasuke miró directo a los ojos de su hermano mientras estaba parado con firmeza. Itachi lo miraba con una leve sonrisa sintiendo un enorme orgullo por su hermano menor.

—¡Su camino es mi camino! ¡Su destino mi destino! ¡Lo que le suceda a usted me sucede a mí! —aquellas palabras que habían repetido cientos de príncipes hasta ese entonces, quizá, las de este príncipe eran las más sinceras jamás expresadas — ¡Sacrificaré mi vida por el gran imperio! ¡Sacrificaré por el sultán! ¡Mi vida está dedicada a hacerlo victorioso! ¡Lo apoyaré en épocas de guerra y juro ser leal al agua, al pan y a todo lo que compartamos! —en ese momento, su corazón comenzó a latir con fuerza por la adrenalina del momento y soltó las últimas palabras con toda la fuerza de su corazón — ¡SI ME DESVÍO DEL CAMINO CORRECTO SACRIFICARÉ MI VIDA ANTE SU ESPADA!

—¡AMÉN! —exclamaron todos los soldados.

El cuerpo de Sasuke se aflojó luego de terminar con aquello e Itachi sonrió. Tomó la espada que tenía a su lado, la cual tenía una funda de color rojo decorada con hilos de oro que formaban camelias en un bordado perfecto. Aquella espada sería su espada por el resto de su vida. Extendió la espada a su hermano y este la tomó con ambas manos reverenciándolo para luego besarla y apoyarla sobre su frente. Luego, la colocó en su cintura.

—Atención, gran nación del Islam, soldados de Allah y su mensajero Mahoma —comenzó a decir un jenízaro de cabellos blancos con una cicatriz en su ojo izquierdo —, creyentes en la religión; la religión de justicia y tolerancia. Allah será justo y lo hará victorioso.

—Nadie podrá derrotarlo con Allah a su lado —dijo Itachi con una sonrisa.

—¡Afilaremos nuestras espadas! ¡Controlaremos el mundo! ¡Sacrificaremos nuestras almas! —exclamó Sasuke y luego se acercó a su hermano, se arrodilló y besó sus vestiduras.

Itachi puso su mano sobre el hombro de Sasuke permitiéndole ponerse de pie.

—Que Allah te cuide y te mantenga con nosotros por siempre, querido hermano —le dijo Itachi en un tono de voz que solamente unos pocos pudieron escuchar.

—Que Allah te proteja y te bendiga por siempre, hijo mío —dijo la sultana madre, que miraba a sus hijos desde la torre de vigía, donde tenían permitido observar las sultanas y los donceles que eran príncipes.

—Que Allah mantenga al príncipe sano y salvo —dijo Neji, quien estaba junto a ella.

—Amén —respondió.

Notas finales:

¡Hola! ¿Cómo les va? ¿Les gustó?


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