Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Casa por lpluni777

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Saint Seiya es obra original de Masami Kurumada.

 

Establecido en el espacio entre la saga del santuario y la de Poseidón.

Aldebarán de Tauro se arrodilló de espaldas a su compañero.

—Sube —indicó el gran hombre.

Milo de Escorpio se habría negado a recibir aquella ayuda si hubiese provenido de cualquier otro de sus hermanos. El octavo guardián era un hombre orgulloso en extremo, después de todo, pero no existía en el santuario hombre más amable que el caballero del toro celeste.

Era ya muy tarde para que alguien los viese regresar de aquél modo a las Doce Casas y, aún de hacerlo, nadie abriría la boca pues de lo contrario se sabría que habían faltado al toque de queda. Milo inspiró hondo el frío aire nocturno, sintiendo en él cierto confort a pesar de haber preferido los rayos áureos a la luz argenta desde que fuera un niño.

Aldebarán no perdía su ritmo tranquilo ni la estabilidad cuando escalones sueltos se presentaban en su camino, como si llevar a cuestas el peso de otro hombre adulto le diese lo mismo que cargar con la caja de su armadura.

Milo quiso patearlo en el costado para ver cómo reaccionaría aunque, al recordar que el gran hombre solo se reiría de su berrinche, terminó suspirando con pesar sobre el hombro ajeno.

—¿No te cansas de esto? —indagó el octavo guardián.

—¿Y tú? —no tardó en devolver Tauro—. También debes levantarte temprano para ayudar, como todos. Me agotaría más el saber que un hermano mío sufre y yo no muevo un dedo para auxiliarlo. No podría dormir si no te veo de regreso.

—Si no te conociera, esa preocupación tuya me pondría enfermo, Aldebarán.

El gran hombre rió con estruendosas carcajadas.

Habría quienes argumentarían, a favor de Tauro, que su preocupación por sus hermanos «pequeños» era lo que había mantenido a la mayoría con vida, no solo cuando fueran aprendices sino que ahora, siendo todos santos de oro, continuaba sonriendo con confianza en la humanidad y tendiendo una mano amiga a quien la requiriese.

La joven diosa Atenea estaba incluso más encantada con él que con el poderoso Shaka de Virgo, al punto en que, siempre que abandonaba el santuario para cumplir con su papel como Saori Kido o para verificar el progreso de los santos de bronce, Aldebarán era su escolta.

De entre todos, si Milo era incapaz de culpar a alguien por cómo acabó la rebelión de Saga en el santuario, ése era Aldebarán.

Lo cierto era que Milo lo envidiaba. Aunque él no era el escorpión mitológico y su compañero no era el gigante Orión; si tales fueran sus roles, su veneno no podría derribar la resiliencia del gran hombre.

—Me pregunto por qué refunfuñas tanto, si recuerdo que antes solías rogar porque te cargara.

—¡Jamás hice tal cosa! —Milo escogió deliberadamente ignorar que, al parecer, había estado farfullando sus delirios.

 —Tal vez no lo gritabas, lo reconozco, pero recuerdo esa expresión que ponías cada vez que cargaba a Camus de vuelta cuando tú no podías.

El santo del escorpión frunció el ceño, recordando un viejo momento.

—Aldebarán, eso fue hace más de una década, ¡olvídalo! —Milo volvió su mirada al cielo helado esperando que éste le quitase la pena del rostro.

En aquél entonces, Aldebarán creía que la molestia de Milo se debía a que no podía ayudar a su mejor amigo, pero Camus explicó un día que no era al grandote a quien el griego envidiaba, sino al decaído muchacho en su espalda. «Seguro quiere observar cómo se ve el mundo desde aquí arriba» había dicho el joven Acuario en medio de su fiebre. El pequeño escorpión ocultó su vergüenza tras gritos iracundos que hicieron poco por opacar la alegre risa de Tauro.

Milo debía admitir que ver por sobre los hombros de Aldebarán le provocó vértigo la primera vez. Y, aún con todo, solo se aferró con fuerza al cuerpo ajeno para no caer.

Lo cierto es que el santo de Tauro siempre estaba allí cuando sus hermanos lo necesitaban, incluso para el esquivo caballero de Leo, y nunca pedía nada a cambio.

A Milo no le agradaba. No le parecía justo. Pero ni siquiera Camus había hallado manera de saldar sus deudas con Tauro antes de irse.

—Oye, Aldebarán —llamó el griego cuando recién comenzaran el ascenso hacia la casa de Aries.

—¿Sí?

—¿Puedo quedarme en tu templo esta noche?

—Seguro.

La respuesta tan veloz y ligera dio a Milo la impresión de que su hermano de armas no lo había entendido del todo. Resolvió acercarse más al oído ajeno y bajar su tono.

—¿Puedo dormir en tu cama?

—Claro, solo tengo una y no vas a dormir en el suelo.

—Entonces, ¿puedo dormir contigo?

—Ya he dicho que sí.

La naturalidad en el hablar del latino estaba desesperando al griego.

—Hablo sobre tener sexo —decidió aclarar, quizás más para sí mismo que para su hermano, pues una risa corta y baja fue su primera respuesta.

—Me hubiera decepcionado que fuera de otro modo.

Milo se presionó más contra la espalda ajena y consiguió notar la iluminación del rubor en el rostro de Aldebarán. Contento por el descubrimiento, besó su mejilla izquierda.

Aproximándose a la casa de Aries, guardaron silencio. Por suerte, ningún otro de los santos en las casas perdía el sueño por un hermano incapaz de llevar su luto a puertas cerradas, más inmersos en sus propias pérdidas, así que nadie reprendería al griego en la mañana por no hallarse en su puesto.

En el tramo hacia Tauro, a pesar de que ésto resultara en un desbalance para el gran hombre que aún cargaba con el peso de ambos, los caballeros compartieron un largo beso.

 

 

 

Milo odiaba pensar, porque sin importar cuánto meditase respecto a un tópico, sus respuestas tendían a ser erróneas. Camus había sido el cerebro que a él mismo parecía faltarle desde que fueran niños —a cambio de ello, el griego se esforzó por ser la fuerza física que tendía a abandonar al francés bajo el sol incandescente—.

Mas ahora, ahora que Camus no estaba, Milo se veía forzado a razonar… Porque presentar sus dudas ante Shaka de Virgo sería devastador y, probablemente, inapropiado también.

Aldebarán no parecía ser el tipo de hombre que se acostaría con alguien por piedad. Pero, luego de aquella noche y si bien compartían besos furtivos cuando nadie les prestaba atención, el gran hombre no realizaba avances hacia el santo de Escorpio. Los besos siempre los iniciaba el griego. Incluso, el latino parecía ignorarlo deliberadamente cuando sus otros hermanos se hallaban cerca.

Milo creía, cada vez con más fuerza, que Aldebarán seguía empeñado en «ayudarlo» a salir de la melancolía y no deseaba involucrarse con él más allá de brindar algún alivio; por mundano que éste fuese. Se sentía desagradable y egoísta cuando pensaba de aquél modo. Quería pensar en otras opciones o simplemente dejar de hacerlo.

Pero no podía ignorar el griego las miradas cargadas de emoción que Afrodita y Aioria dirigían hacia Shaka y Camus respectivamente, como si lo que menos les importase fuese declarar su amor al mundo con solo sus ojos. Incluso la extraña manera de amar que conectó a los trópicos, Shura y Máscara de Muerte, pareció al menos ser correspondida.

Mu de Aries lo encontró pensando una tarde, sentado a la sombra de un árbol viejo.

Milo reconoció que no tenía sentido apenarse y negar nada de lo que su hermano pudiese haber oído para acercarse.

—No es de buena educación espiar en las mentes ajenas —enfrentó de cualquier modo. Mu asintió.

—Lo lamento, imaginé que estarías pensando en otra cosa… Me alegra —el griego hizo una mueca ante aquella afirmación—. Quiero decir, me alegra que Aldebarán no sea el único pensando al respecto.

—Mientes —si bien el santo de Aries no era propenso a las jugarretas, sí era conocido por manipular sutilmente ciertas situaciones que no lo beneficiaban (o sea, Camus dijo que lo hacía).

—Piensa lo que quieras, su situación no me afeca en absoluto, aunque sí me gustaría que mi amigo no termine su danza con el corazón partido —Mu tomó asiento a su lado—. Cada vez que regresa junto a nuestra diosa, se detiene un momento a preguntar por ti.

—¿Y qué tiene eso de raro? Todos saben que le preocupa mi situación, como le preocupaba la tuya estando allá en Jamir.

—Bueno, para empezar, yo nunca vi a mi amigo como una potencial pareja. Por otro lado, lo que pregunta en voz alta y lo que piensa no siempre son lo mismo, o, ¿acaso preguntarías tú por la bebida favorita de un hermano en frente de nuestra diosa?... Por cierto, lo desconozco.

—Jugo de uvas, aunque odio el vino —contestó Milo mientras meditaba sobre aquella nueva información.

Tal vez, sí tenía esperanzas de no ser solo una «causa perdida» que el amable Tauro deseaba devolver al buen camino.

—Gracias —la fantasmal sonrisa de Mu le provocó un escalofrío al isleño. Era una visión poco común.

 

 

 

La segunda vez que compartieron el lecho, Milo había invitado a su hermano a casa. Éste se presentó con dos botellas de jugo de uvas selladas aquella misma mañana y una caja de chocolate amargo.

Aldebarán, aún así, llamó a los obsequios un agradecimiento por la invitación y no realizó ninguna pregunta sobre su relación. Los avances para llevarlos del comedor a la recámara, volvieron a recaer en manos de Escorpio.

No tenía sentido dejarse engatusar por una mirada embelesada mientras se amaban, pues el propio Milo no se veía capaz de disimular sus sentimientos en tal situación.

Ocurrió luego, cuando la estrella del alba bienvenía al día, que Milo abrió los ojos para encontrarse con un amante enamorado que velaba por su sueño mientras desenredaba su cabello —con un cuidado que manos tan gruesas parecían incapaces de proporcionar, aunque la realidad negase las probabilidades—. Aldebarán detuvo sus cuidados cuando notó que su compañero lo observaba de regreso, aunque el amor no se marchó de su mirada.

—¿Te he despertado?

Milo negó con fuerza y se incorporó para ver a su compañero cara a cara.

—Aldebarán, te amo —confesó en una respiración, sin la gracia que hubiera deseado—… Tú, ¿tú me quieres?

El gran hombre sonrió y ocupó el rostro de su amante con una mano, acariciando su mejilla izquierda.

—Te amo igual, Milo —el gran hombre usó su mano libre para tomar una del griego y besó sus nudillos—.  Temía que no pudiera ocupar el sitio de Acuario en tu corazón. Lo lamento si te hice esperar.

—Una idiotez… Yo temía ser demasiado brusco y asustarte con mis sentimientos. Suelen decir que soy muy imprudente, entre otras cosas.

—Qué tontería… Aunque tu amor fuese un veneno, lo bebería con gusto, Milo.

El caballero del escorpión celeste sintió que su espalda temblaba y la vista se le achicaba. La risa que surgió de su pecho cargaba tanto alivio con ella que, durante el minuto que duró, no pudo pensar en otra cosa que en la felicidad que resonaba en sus oídos.

Cuando pudo respirar libremente una vez más, la expresión asombrada de su compañero lo asustó.

—¿Alde-?

—¡Milo! —el gran hombre sonrió ampliamente y una carcajada como un trueno resonó en cada pared de la habitación cuando envolvió a su pareja en un abrazo—. ¡Milo, Milo, qué felicidad!, ¡hace tanto que no veo esa hermosa sonrisa!, tanto de no escucharte reír... ¡Qué alegría!, ¡qué felicidad!

El griego, aunque sorprendido por la revelación, sostuvo a su compañero tan bien cómo pudo y se vio incapaz de dejar de sonreír mientras limpiaba las lágrimas ajenas. Aldebarán aún lo abrazaba como si fuese un precioso tesoro.

Milo no recordaba haberse sentido tan apreciado antes y no pudo sino adorar al gran hombre, ahora su pareja, de regreso.

Un bello día soleado bendijo su relación.

 

Notas finales:

Algo me da la sensación de que ésta es la historia más feliz de los complementarios. Considerando que la que me falta es de 'los trópicos'.

Me fascina que de signos complementarios (dorados) hay 3 parejas bien difundidas y 3 poco tratadas (siendo esta una, lol).


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).