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El Cisne y la Rosa por SleeplessBeauty

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Notas del fanfic:

Este fanfiction es un crossover entre los mundos de Harry Potter y Mundo de Tinieblas, en concreto se utilizan los juegos Mago: La Ascensión y Changeling: El Ensueño. Los personajes no tienen nada que ver con Harry Potter y compañía, tampoco los lugares. Todos los personajes son originales.

Esta historia es una historia escrita en conjunto, entre Sleepless (Peach) y Beauty (Gwen, o sea, yo). Los créditos de ésta se nos atribuyen a ambas.

Por el momento eso es todo.

Atentamente, Sleepless Beauty Inc.

Notas del capitulo:

Este es el primer prólogo de los dos que existen antes de iniciar la historia que queremos contar. Son más importantes de lo que en un principio podrían parecer.

Recordad que ésta historia es un crossover entre Harry Potter y Mundo de Tinieblas.

Ópera de París, 1775.

Extrañas horas de la noche para disfrutar de una ópera. Los carruajes llegaban a las puertas del magnífico edificio trayendo a hombres y mujeres ataviados con las más exquisitas y extravagantes galas, como si no fuese una obra sino más bien una fiesta de disfraces la que se llevaría a cabo en ese lugar.

La comunidad mágica parisina estaba emocionada con aquella presentación; sería la primera vez que verían a las valkirias interpretando su versión de los Nibelungos y aquello era un espectáculo que no solía repetirse en la vida.

Del brazo de su esposa Orchid, tan refinada y hermosa como su nombre lo indicaba, caminaba con su paso distinguido Cedric Porter, con sus largos cabellos platinados elevados en un peinado acorde a la época y sus ojos verdes cual esmeraldas cubiertos por una gélida mirada, hijo de terratenientes y heredero de siglos de tradición de sangre pura de magos ingleses, que sin embargo veía ahora como aquella tradición peligraba. Ya llevaba cinco años de matrimonio y aún no había podido tener hijos y la familia comenzaba a preocuparse, por no mencionar las malas lenguas que comenzaban a murmurar.

Su interés aquella noche no era precisamente la música sino encontrar a uno de los más distinguidos de los asistentes.

Condujo a su esposa hasta el balcón, sentándose junto a ella mientras observaba nervioso y expectante al sitio reservado para los reyes, esperando que apareciera pronto quién había llenado sus sueños esas últimas semanas con promesas de mejores días.

Bajo el escenario los músicos preparaban sus instrumentos mientras el público tomaba sus asientos lentamente. Ya estaban sobre la hora del espectáculo pero aquel sitio continuaba vacío. ¿Sería que no vendría? Quizás le había tentado cada noche sólo para reírse de él, tal y como podría esperase de los de su especie, aunque ni siquiera se hubiese atrevido a profundizar en aquella idea; la Buena Gente no debía ser molestada ni siquiera con el pensamiento.

Finalmente se hizo silencio en el teatro, los asistentes ya habían tomado sus lugares y los músicos se preparaban para seguir las órdenes de su director, todos aguardando que comenzara aquella maravilla, sin embargo quién aprovechó aquel interés no fueron las valkirias sino quien parecía ser la criatura más hermosa de la creación.

Un hombre de más de dos metros de estatura, ataviado con túnicas carmesí, bordadas en oro y que cubrían en parte la magnifica armadura de plata que vestía, con los cabellos largos y castaños y cientos de diminutas hadas revoloteando sobre él, meciendo sus hebras y haciéndolas brillar aún más de lo que de por sí encandilaban. Su piel era de un blanco cual nieve, de una tersura que asemejaba a la seda y que acentuaba sus facciones perfectas. Un par de orejas de puntas extremadamente largas iban adornadas con argollas de plata y piedras preciosas, unidas con eslabones de oro y que remataban en una gloriosa corona adornando su frente.

Junto a él iba su séquito de hermosas hadas, esparciendo pétalos de rosas a su paso y ondeando los estandartes reales de su casa. La legendaria familia de guerreros e insaciables de las pasiones humanas, los Ravlon.

El silencio fue absoluto en el teatro. Todos los presentes se pusieron de pie para darle la bienvenida a aquel rey feérico y también para intentar verlo más de cerca. Decían que podía vencer sólo a un ejercito completo, que la magia no podía afectarle, que era capaz de crear reinos con sólo desearlo, que cumplía los sueños más profundos de quienes llamaban su atención, pero que a cambio el precio siempre era mucho más alto de lo que en un principio aparentaba.

Sin embargo el precio era lo que menos importaba en ese momento a Cedric Porter. Continuó observando extasiado a aquella criatura de ensueño; vio cómo se sentaba en lo que parecía ser un trono hecho de cristal que en un movimiento de su mano había aparecido junto a él, observó como dirigió una venia al director para que comenzara con la obra, cómo si de él hubiese dependido que así fuese. Y luego, cuando ya los instrumentos comenzaban a sonar, Cedric pudo ver como aquellos ojos oscuros se fijaban en él, atrayéndolo como una orden que no podía dejar de cumplir, sintiendo de pronto que todo su ser era llamado a obedecer y a acudir cuanto antes so pena de estallar si se negaba.

Posó un momento su mano sobre la de su mujer antes de ponerse de pie y salir al pasillo, sintiendo que aquella urgencia se volvía cada vez más angustiante. Sus tacones le molestaban para correr, al igual que aquellas túnicas tan pomposas. Su rostro pálido iba tomando un tono enrojecido por el cansancio y la angustia de que aquella puerta no llegase nunca.

Pero finalmente llegó y antes de poder tocar ya la habían abierto para él y una de aquellas hermosas hadas le indicaba que siguiera con una profunda reverencia.

Cedric se inclinó levemente antes de continuar, acercándose asustado y nervioso hasta que la mano larga y delicada le indicó que se detuviera.

“¡Silencio! Esta es mi parte favorita” ordenó aquel rey con su voz profunda, aunque se adivinaba un cierto aire travieso en la expresión de su rostro.

El mago se detuvo tratando de no hacer ni el menor ruido posible, quedándose como si fuese una estatua de hielo, petrificado hasta que recibiera la orden de volver a moverse. Sin embargo los minutos pasaban y aquella orden no llegaba. Comenzaba a sentirse acalambrado de estar tanto tiempo sin poder moverse, sin contar que aquellos tacos le torturaban cada segundo más.

En su trono el rey movía su mano, siguiendo la música mientras sonreía embriagado de aquella delicia de ópera, ignorando por completo a su visitante. Sólo cuando hubo terminado aquella parte volvió a hacer un ademán para que el pobre hombre pudiese continuar hasta él.

Volviendo a moverse, Cedric fue a inclinarse junto a aquel hombre, presentándole sus respetos y dándose cuenta de que no tenía idea de qué era lo que iba a decirle.

Sin embargo el hada tenía muy claros los asuntos que deseaba tratar con aquel hombre.

“Me alegra que hayas podido acudir a esta cita” dijo él tomándose toda la confianza del mundo, “No estaba seguro de si habían sido claros mis mensajes, pero ya veo que sí. ¿Disfruta tu hermosa mujer de la ópera? Ojala que así sea porque pretendo entretenerme contigo mientras esta dura y no creo que vuelvas a su lado hasta que suene el último acorde…”

Cedric se quedó sin saber qué contestar ante sus palabras. Las hadas que acompañaban al rey le condujeron a un lugar junto al trono y le ofrecieron una copa con vino dulce y dejaron a su disposición una bandeja con variadas delicias.

“Así que te preocupa tu descendencia…” dijo el rey meciendo en su mano una copa de plata con hermosos relieves, girando lentamente su rostro hasta fijar su mirada en la del mago, “Me preguntaba cual sería la razón si no la tienes, hasta que comprendí que el no tenerla era el motivo de tu preocupación y también el motivo de las quejas que recibí de tus inquilinos…”

Aun sin poder articular palabra, Cedric logró abrir levemente más sus ojos en señal de sorpresa y confusión que parecieron deleitar al hada.

“Te preguntarás qué inquilinos podrían tener tratos conmigo, quizás” continuó él casi leyendo sus pensamientos, “Aquellos que llegaron atraídos por los sueños de grandeza que tu familia ha sabido cultivar tan bien durante siglos, pero que ahora peligran porque todos ven cómo va pasando el tiempo y no has logrado darles un heredero. Mi gente comienza a angustiarse porque no quieren dejar sus palacios, pero tampoco pueden permanecer mucho tiempo en ellos porque se están desmoronando. Así que he decidido intervenir y ayudarte para así ayudar también a mis súbditos.”

Inquilinos. Súbditos. Sueños. Aquello sonaba tan extraño como sólo podía ser todo lo relacionado con las Buenas Gentes. ¡Así que tenía hadas metidas en sus propiedades! Y al parecer no cualquiera sino nobles que podían dirigirse a su rey y presentarles sus reclamos. ¿Acaso había molestado a aquellos seres? De ser así, podría ser esa la razón de sus malas cosechas y de la pérdida de tantos animales. Quizás esos malos años que habían sucedido a su matrimonio se debían a su descontento.

¿Pero qué podía hacer él si ni siquiera las pociones ni los encantamientos funcionaban? Sólo le quedaba contar con que este rey feérico pudiese ayudarlo de alguna forma.

“Quisiera que me contaras la historia de tu familia” pidió entonces el rey mientras una de sus hadas rellenaba su copa, “Desde sus inicios y cada uno de sus detalles. Y quisiera sorprenderme, maravillarme y convencerme de que deben perpetuarse en el tiempo…”

Sonrió de una forma extraña mientras hacía un movimiento con su mano.

“Ya puedes empezar…”

Y dicho esto Cedric percibió cómo la voz y las palabras regresaban a él, sintiéndose en la necesidad de volcar todos los siglos de historia de los Porter, desde los lejanos tiempos en las tierras altas, pasando por la travesía de los valles hasta que tomaron posesión de los dominios entre Nottingham y Manchester, los mismos que aún les pertenecían y que manejaban como los terratenientes. Le habló de las hazañas de sus antepasados, ninguna muy grandiosa, después de todo eran una familia de nobles más que de guerreros y preferían la vida tranquila palaciega antes que los campos de batalla. Fue relatando generación tras generación todo cuanto sabía, todos aquellos siglos de pureza de sangre y de soberbia gélida, la que se demostraba en la mirada del mismo Cedric como un sello más evidente de su familia que su mismo escudo de armas.

Al cabo de horas de relato y ya habiendo acabado la ópera, finalmente llegó hasta su matrimonio con la hermosa Orchid Rosier, las más bella de muchas generaciones de aquella familia de tantas tradiciones como la suya propia, y de cómo a pesar del amor y los esfuerzos, aún no habían podido concebir hijos.

Su abatimiento era notorio en este punto, sin contar que se sentía extremadamente cansado con todo aquel relato, como si con cada palabra se hubiese ido un poco de su fortaleza.

En su trono el rey sonrió complacido mientras sus ojos negros observaban al mago desvanecerse en su asiento.

“Entiendo muy bien tu congoja, mi estimado Cedric, Señor de los Silencios” dijo el rey en voz suave y comprensiva que parecía calmar el corazón desesperado del mago, “Y está en mis manos el ayudarte para que tu familia continúe reinando en aquellos dominios. Ustedes nos proveen de sueños muchísimo más exquisitos que los de los hombres comunes, aquellos que ustedes llaman Durmientes, por lo tanto mi intención es que permanezcan en aquellos terrenos e impidan que se llenen de aquellos molestos pobladores que ya poco pueden ofrecernos.”

Los tiempos en que los hombres creían en ellos y les rendían tributo ya habían pasado. Los palacios se caían, los feudos se esfumaban y sólo quedaba para aquellos nobles que no habían partido aún, el refugiarse en los terrenos de quienes llevaban la magia en la sangre.

La sangre pura que era el orgullo de aquella familia de cabellos de plata y ojos de esmeralda, con porte de ídolos hechos de hielo.

“Este es mi ofrecimiento” dijo finalmente con voz firme y sonrisa agradable, “Tendrás a tu descendencia asegurada por los siglos venideros, incluso en los tiempos tormentosos que se nos avecinan y que me han traído a estos parajes, mucho más allá de los tiempos que pudieses llegar a imaginar; seguirán siendo tan puros como se han mantenido hasta ahora y su orgullo crecerá cada vez más, alimentando a mi gente con sus vanidades…”

El mago sonrió, inclinándose agradecido y a punto de soltarle de inmediato una retahíla de bendiciones, pero el hada no había terminado aún.

“Sin embargo…” continuó el rey para dar finalmente su precio, “A cambio reclamaré a uno de tus primogénitos para mi reino.”

Cedric se quedó petrificado. Sabía que era normal en las hadas llevarse a los niños de los hombres y cambiarlos por sus horribles engendros como una forma de burlarse de ellos y de conseguir nuevas sangres. Pero aquella era una práctica de los plebeyos, no sabía que los nobles también las practicaban, mucho menos se esperaba que uno de sus reyes lo hiciera.

“No te confundas, Cedric, Señor de los Silencios” siguió el hada con el mismo tono firme de su voz, “Me gusta tu estampa; tus cabellos de plata, tus ojos de frías esmeraldas, tu porte noble y altanero, y la deseo en mi sucesor para cuando yo abandone este mundo, para cuando los sueños se hayan acabado y deba marchar definitivamente a mis tierras. Aunque pasarán siglos antes de que esto ocurra…”

Esta última afirmación le devolvió el alma al cuerpo al mago. Quería decir que pasarían siglos antes de que cobrase su deuda y confió que para ese entonces lo hubiese olvidado como un capricho más de las hadas tan temperamentales como volubles.

Se inclinó aún más, como en una venia que aceptaba sus condiciones, incluso aquel titulo que de pronto se había ganado, entusiasmado con la posibilidad de que todas sus angustias desaparecieran.

“Me alegra que aceptes de forma tan efusiva” se burló el rey mientras se ponía de pie, seguido por sus hadas que levantaron nuevamente sus estandartes carmesí y volvieron a llenar el suelo con pétalos de rosas, “Regresa con tu mujer y tómala de inmediato, porque ella te recibirá encantada. Dedica tu placer a mi recuerdo y no olvides el trato que hemos hecho, pero tampoco lo menciones con nadie.”

Cedric levantó su mirada para observar cómo el rey extendía su mano adornada sólo por un anillo de piedra negra, el mismo que fue rasgando el aire para abrir ante ellos un pasaje a lo que parecía ser un trozo del paraíso. Contuvo el aliento ante semejante visión mientras el rey se entraba junto a su séquito en aquel lugar, permitiendo que se cerrase sólo algunos segundos después.


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