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Secretos por arcangel_krlos

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I. Extraños

Una dama de lentejuelas de oro se alza frente a mi vista y el cielo yace en pugna con ella para ver quién es la más bella. El firmamento se ha vestido de brillos de plata, ella se ha vestido de brillos multicolores; el firmamento susurra bellas poesías olvidadas, ella susurra gritos e improperios; el firmamento yace con sus senos al aire, ella está con su corsé de asfalto... Ella se llama ciudad, la ciudad prostituta.

Y yo..., yo no soy nadie. Silencio. Aquí estoy, sentado en una de las bancas frente a la bahía de esta ciudad costera; esperando a ver quién percata mi presencia o, quizás, esperando a ver cuándo la muerte se percata de la extinción de mi llama de la vida y me lleva a un mejor lugar. Ella nunca se dará cuenta, la muerte está en unas muy largas vacaciones, porque se ha dado cuenta que su trabajo no es necesario, ya que nosotros mismos nos daremos muerte. Y tiene razón, estoy esperando quién me dé muerte, pues no me atrevo a hacerlo con mis propias manos. El dolor me asusta. Silencio. La mar quiere imponerse, sus cánticos de sirena son opacados por los sonoros pitidos de vehículos. La mar quiere amar, quiere amar a Luna, pero es prohibido..., es prohibido. Silencio, silencio es lo que hay en mi alma y en las soledades de los entes de hoy, que a pesar de andar rodeados de personas y drisfrutar de una buena cerveza, están solos...

Pasaron horas y aquel joven no se movía del lugar en el que se hallaba. Eran las tres de la madrugada del sábado, era el mes de octubre, pero qué más daba si, total, el tiempo es relativo. Octubre, mes de lluvias. El inescrutable universo se fue apagando poco a poco; no era raro, pues estábamos en Octubre, mes de lágrimas tristes de la Naturaleza ultrajada. Comenzó a llenarse de odio el viento, las olas chocaban contra las orillas falsas que el hombre había creado, reclamando lo que le pertenecía por derecho; las estrellas desaparecieron, la ciudad se silenció; no había rastros de vida, todos los que la poseían se habían ido a refugiar, pero el joven estaba allí, inmóvil. Claro que no se iba a mover, él no poseía vida, sólo era un despojo humano errante; era sólo un saco de estiércol que esperaba convertirse pronto en el abono de la futura generación de pútridos gusanos. Las gotas comenzaron a caer sosegadamente, el frío se hizo intenso; las gotas calleron con más fuerza, el frío se mantuvo intenso.

El muchacho comenzó a temblar, pero no se quería marchar de allí. Se limitó a subir sus piernas al sitio donde estaba sentado y a abrazarlas con sus dos manos. Deprimente figura encorvada. Quería llorar, pero no tenía motivos; quería morir, pero no tenía motivos. Sólo se limitaba a escuchar la música melancólica de los rocíos nocturnos. Le gustaba ese sonido; si se quedaba uno escuchándolo por largos instantes, era hermoso. Tenía frío. Estaba empapado.

A lo lejos, la sombra distorcionada de un hombre corriendo debajo de la lluvia se podía vislumbrar. ¿Por qué será que las personas corren cuando llueve si caminando se moja menos? Quién sabe, así es nuestra naturaleza, huímos de lo que nos pueda hacer daño, por lo menos así lo hacen las masas generales de esta sociedad; los que se quedan o son valientes que quieren afrontar sus miedos, ya que el valiente no es el que no posea temores, o simplemente son suicidas.

- ¡Ey!- le gritó al joven al verlo sentado en medio de la lluvia-. ¿Quieres resfriarte con semejante lluvia?

Silencio, nadie contestó.

- Te hablo a ti- se acercó más a él. Se sorprendió al percatar que no superaba los veinte años aquel tipo. No parecía querer contestarle, así que se iba a ir, pero sintió el tufo amargo de la marihuana que emanaba de aquél. Se plantó delante del muchacho y le alzó la cara; en efecto, comprendió que se hallaba en la quinta dimensión. No pudo evitar sentir lástima al ver aquellos ojos cafés sin expresión.

- No fumo eso, pero no es necesario ser un genio para diferenciar el olor a cigarrillos o tabaco de eso que estás fumando- por alguna extraña razón se sentó a su lado-. No soy padre de nadie, pero mi debilidad es sentir lástima por las personas- la lluvia continuaba mientras hablaba-. Deberías marcharte para tu casa, pero ¿qué estoy diciendo? Ni siquiera puedes ponerte en pie seguramente, y ni hablar de la clase de hogar que debes de tener, pero ¿qué me he creído para criticar lo que suceda en tu familia, si yo ni tengo una?

Se quedó un rato sentado a su lado, quería hacerle compañía hasta que los efectos de la droga pasaran, pero comenzó a sentir hambre y también quería dormir.

- Ay, lo siento, pero yo tengo hambre, me voy- dijo, pero no podía moverse. Al repetir sus propias palabras en su mente, se sentía culpable por tanta frialdad.

- Te llevaré conmigo, pero espero no me acuses luego de violación- le dijo graciosamente y prosiguió a levantarlo. Le costaba alzarlo, nunca había levantado a una persona, pero se acostumbró. Sintió que estaba helado y se quitó su gabardina, no sin dificultad, para ponérselo a su drogado compañero que mostró un poco de resistencia, pero se dejó llevar..., ya no poseía voluntad.

Por suerte tenía carro el buen samaritano, porque le facilitó mucho las cosas para llevarlo a donde vivía. Rogó para que no hubiera nadie en el edificio que pudiera ver que cargaba a un extraño, porque la mente de los humanos era muy maliciosa con cosas de esa índole; y sus ruegos fueron cumplidos. No era un lugar de lujo, pero por lo menos era tranquilo. El elevador no funcionaba y frunció el ceño, llevaba días subiendo escaleras y eso no era para nada divertido cuando se vivía en el piso veintisiete y mucho menos ahora cuando tenía que llevar a alguien medio muerto.

- Amigo, espero que esto me lo pagues muy bien- dijo como para reirse un tanto de su mala suerte. Era alguien muy feliz con la vida como estar solo, pero quién sabe cuáles eran sus motivos para vivir sin compañía. Su constante hablar consigo mismo, ya que no era con el joven que yacía aún abatido, demostraba una vida solitaria. Era fuerte, pues pudo subirse al joven a sus espaldas y cargarlo hasta su apartamento. Abrió la puerta, la cerró y tiró la llave a una mesita, donde siempre la dejaba. Fue a su dormitorio, tiró al joven en la cama; se desvistió, secó y se puso ropa seca.

- Espero no me hayas visto- pero ya el joven estaba dormido y él se quedó un rato mirándolo-. Debes de tener suerte con las chicas con esa cara de angelito. Bueno, me voy a hacer mis tallarines instantáneos, me avisas si quieres- por alguna razón se dirigía a él como si pudiera contestarle.

Terminó de comer y se dirigió a darse una ducha. Se sintió mal nuevamente al ver que había dejado al joven con la ropa empapada. Sentía dudas sobre qué hacer, no quería tomarse esas libertades, pero si no lo hacía le podía dar una hipotermia.

- Me perdonarás en la mañana, pero no puedo dejar que te mueras en mi apartamento- le quitó la gabardina que le había dado para que sintiera un poco de calor, su sweater y su pantalón-. Eso te lo dejo, no creo que te resfríes con tus calzones.

Qué delicioso era recibir una ducha de agua caliente en una noche lluviosa. Las ganas de vivir resurgían desde las profundidades de uno. Alfonso suspiró hondo cuando terminó tan larga ducha y se sorprendió al ver la hora que era; ya pronto iba a amanecer, eran las cinco de la madrugada. Su invitado seguía dormido profundamente y ocupaba toda la cama, estaba a sus anchas.

- Veo que estás muy cómodo- le dijo y apagó las luces. Intentó hacer espacio, pero temió despertarlo. Se levantó de la cama y volvió a prender la lámpara. Sentía algo extraño y no entendía qué era. Fue a dormir al sofá de la sala, pero pasó media hora y aún seguía revolcándose de aquí para allá, tratando de conciliar el sueño.

- Por suerte mañana es domingo, porque no sabría qué hacer. Todo esto es culpa de ese drogadicto. No, no es culpa de él; es culpa mía por querer encontrar a "shushu". Ese maldito gato me las va a pagar si regresa por comida como siempre hace. Creo que hoy no podré dormir, mejor me levanto y hago algo de comer que ya me rugen las tripas de nuevo.

Luego de terminar de comer, fue a ver si todo andaba bien con el chico...

Pero se quedó pretrificado en la puerta. Las ventanas yacían abiertas y la lluvia entraba y mojaba las cortinas. Nada había sobre la cama, su ropa mojada no estaba. Se había ido... Sólo había dejado una nota sobre la cama, escrita detrás de una de las facturas de la tienda donde Alfonso compraba comida de gatos, que simplemente rezaba: "gracias".

Estaba triste. Tenía que aceptarlo, creía que iba a poder hacer un amigo, siempre le había costado encontrar buenas amistades. Pero al parecer estaba condenado a la soledad. Se dirigió a cerrar la ventana y vio sobre la escalera de emergencia una billetera. Le dolía tener que volver a recibir el azote del clima inclemente, pero sentía curiosidad si era de él. En efecto, luego de haberse mojado nuevamente, comprobó que era de él.

- Nick...

Las penumbras se alejaban y allá en el horizonte se veía el sol nuevamente, como si quisiera darte una segunda oportunidad. El ruido comenzaba, la ciudad despertaba, pero las avecillas estaban enterradas en sus tumbas, ya que no había espacio para ellas en la jungla de concreto. Todo comenzaba a despejarse y un día más se sumaban a los miles; todo comenzaba a despejarse y el mundo seguía su curso.


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