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Un ramito de violetas por Gadya

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Notas del fanfic:

Basado en la homónima canción de Pablo Milanés

UN RAMITO DE VIOLETAS

 

 

Era feliz en su matrimonio

Aunque su marido

Era el mismo demonio

Tenía el hombre un poco de mal genio

Y ella se quejaba de que nunca fue tierno

 

La lustrosa alianza de plata brilló con  la luz que se colaba por la angosta ventana de cuidado apartamento. 7:30 en la mañana, acusaba el reloj  de pared, secundado por  voces soñolientas y pasos errantes en la cocina, pisadas del dueño de aquel anillo que refulgía  con el sol de la mañana apenas asomando en el horizonte. Avanzó por entre los muebles bostezando, esclavo de una rutina eternizada día tras día, todos los meses, todos los años de su vida desde hacía siete, en el que, con aquella sortija, había jurado amar al hombre que despertaba a su lado en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, no frente  jueces de paz y dioses tras un altar, sino frente a él, en una mesa de un escondido bar en las callejas de Atenas, y una sonrisa se dibujó furtiva en sus labios al recordar a su mejor amigo escandalizado por aquella noticia. No le agradaba, a nadie le agradaba, y él no podía entender cómo era que nadie más podía ver, debajo de esa máscara de sadismo que solía usar, lo que él veía, lo que él quería.

 

Un gruñido llegó a sus oídos, un par de manos luchando con una gastada corbata  que le arrancaron una tonta risilla antes de acudir en su rescate, su amante no tenía muy buen humor, cierto, tampoco paciencia, y mucho menos la ternura casi empalagosa de la que tanto alardeaban los enamorados, no era eso lo que lo había atrapado, y un destello llenó sus ojos lilas al recordar  la ruda irreverencia que lo había cautivado con acento italiano. Así era él, así era Pietro, antaño conocido por los rostros aterrados  en la pared de su Templo, dándole nombre.

 

-Me aprietas demasiado, Mu-  se quejó el hombre con tonada latina, torciendo la sonrisa del pelilila que batallaba contra un nudo mal hecho.

 

Mu suspiró derrotado, abandonando tan ardua tarea para correr a la cocina y preparar algo de café; a pesar de los gritos y maldiciones, del mal humor y los silencios pesados, de la falta  de cariño constante, era feliz, feliz de tener a Deathmask  a su lado, de conocer su nombre y sus secretos, de ser dueño de sus escasas sonrisas y su esquivo corazón, aún cuando arrancarle un “te amo” fuese para él  la más difícil de las misiones. Estaban en tiempos de paz, tenían una nueva vida lejos de Atenea y las guerras, libres de elegir, y su elección lo hacía dichoso, aún cuando el portazo matutino se llevase al antiguo Cáncer, dejándole en el pecho un secreto bien guardado, un secreto con sabor a desazón y aroma a violetas.

 

Desde hace ya mas de tres años

Recibe cartas de un extraño

Cartas llenas de poesía

Que le han devuelto la alegría

 

El portero eléctrico sonó, haciéndole saltar de la silla, en la calle, un muchacho pecoso y desgarbado  esperaba, cargando en sus brazos un delicado tesoro envuelto  en celofán, rematado por el familiar sobre púrpura  al que ya se estaba acostumbrando. Sobre la mesa, otros dos sobres iguales descansaban abiertos,  revelando una prolija caligrafía en versos escritos  con tinta violeta, palabras de un extraño admirador que, anualmente, le obsequiaba  con anónimas muestras de cariño desde hacía ya tres años, coloreando sus días con el afecto que Deathmask jamás le había demostrado.

 

¿Quién sería? No lo sabía. Entre horas de trabajo y sobornos había  intentando averiguarlo sin resultado alguno, aquel misterioso hombre  parecía no existir más que en las dulces poesías que sus manos escribían siguiendo el ritmo de su voz, palabras encendidas enredadas entre los pétalos del ramo de violetas que, cada año, las transportaba hasta la puerta de su departamento, y de alelí, a su mundo privado de ilusiones forjadas al ritmo del diseño de joyas que creaba para una importante compañía.

 

Quien le escribía versos

Dime quién era

Quien le mandaba flores

Por primavera

Y en cada 9 de noviembre

Como siempre sin tarjeta

Le mandaba un ramito de violetas

 

Sus ojos rebuscaron el almanaque colgado de la inmaculada pared de la sala junto al televisor, 9 de noviembre rezaron los gordos números negros junto a los cambios lunares, las flores habían sido, una vez más, dolorosamente puntuales, el mismo día y a la misma hora  que aquella primera vez. Ilusionado, corrió hasta los botones  grotescamente encastrados en el muro, y con dedos temblorosos quitó el seguro de la puerta principal del edificio, permitiéndole al aniñado repartidor  acercarse a su pequeño mundo en el primer piso, construido, a esa hora,  a base de retazos  de estrofas ideadas por aquel extraño de florido regalo que le había dado un nuevo significado al 9 de noviembre.

 

Tres golpes en la puerta de madera y un estornudo al otro lado le alertaron que el muchacho acababa de llegar. Con paso vacilante caminó hasta la pulida puerta, masticando  la pregunta que cada año formulaba impaciente, para recibir un no por respuesta; en el pasillo, el jovencillo esperaba paciente, repitiendo aquel 9 de noviembre que, con el tiempo, se había vuelto previsible hasta el mínimo detalle… las violetas atrapadas en pape cristalino, al igual que la enigmática tarjeta en el sobre obispo, y el apuesto destinatario, tan violeta como las flores, encerrado en la emoción de un regalo esperado. Un saludo pre armado, gestos mecánicos repetidos anualmente, la estampa anacrónica de la ilusión repetida en el tiempo, el repartidos de flores pronunciando las mismas palabras de cortesía que Mu ya se sabía de memoria, mientras entregaba el delicado paquete que originaría, una vez más, la pregunta que hacía tanto tiempo ambos tenían en la cabeza.

 

-¿Quién las envía?- preguntó Mu, aunque de sobra sabía la respuesta

 

-No lo sé- se disculpó el muchacho –Este año envió a una señorita pelirroja con el sobre…-

 

A veces sueña y se imagina

Como será aquel que tanto estima

Seria un hombre más bien de pelo cano

Sonrisa abierta y ternura en las manos

 

Las flores reposaban en la mesa en toda su magnificencia, enmarcadas por el ruido del agua corriente llenando un jarrón; el pecoso mozuelo ya se había marchado, dejando al pelilila solo con su incertidumbre, sus sueños, su eterna adivinanza con nombre de poema y rostro florido, aquel rompecabezas sin piezas que, cada tanto, jugaba a   intentar armar, mientras en su tablero de trabajo, sus diseños maduraban con aroma a café.

 

Mu tomó el ramo, y recortándole el tallo, lo acomodó diestramente en la fina pieza de vidrio apenas llena, perdiéndose un momento en el dulce aroma a primavera. ¿Cómo sería aquel atento admirador? Muchas veces se lo había preguntado, otras tantas, había tratado de ponerle un rostro, una voz, un “buenos días” en los labios para cada mañana única, distinta, condensada en cada carta enviada. Muchos ojos le había puesto, muchas bocas, muchas voces, y en aquella quimera que su alquimia imaginaria había creado, Mu creía vislumbrar el rostro  sonriente de un afable extraño de edad madura, sienes plateadas  y amores secretos ocultos tras una alianza de oro que sólo le permitía admirarlo.

 

No sabe quien sufre en silencio

Quien puede ser su amor secreto

Y vive así de día en día

Con la emoción de ser querida

 

Suspiró, intentando regresar a su trabajo, no importaba cuántas veces tratara, la identidad de  aquel extraño se escurría entre sus dedos  en la ausencia de las pistas que pudiesen delatarlo. Ya muchas veces lo había pensado, había analizado  a cada persona que a él se acercase sin resultado alguno… ninguno era, y las palabras de aquel nuevo poema en lilas le gritaron nuevamente un “te amo” de desconocido dueño que  le arrancó una sonrisa. Si tanto se esmeraba en no ser descubiero, quizás lo mejor fuese no intentar encontrarlo… de cualquier modo era feliz, recibiendo de su desconocido admirador lo que  obtenía de su distante pareja.

 

Quien le escribía versos

Dime quién era

Quien le mandaba flores

Por primavera

Y en cada 9 de noviembre

Como siempre sin tarjeta

Le mandaba un ramito de violetas

 

Cerró los ojos y volvió a abrirlos varias veces intentando despejarse, el día se había escapado enredado en el aroma a violetas que la brisa matutina se había llevado, y el reloj de la pared ya reclamaba la cena con un ocho acusador. Otro nueve de noviembre que se iba sin respuestas, sin motivos para traer entre sus brazos tan fragante obsequio, otro nueve de noviembre que se iba sin saber por qué era una fecha para recordar, y el chirrido de la puerta al devolverle a su cansado amante le recordó por qué soñaba en las noches que por fin lo tenía todo.

 

Y cada tarde al volver su esposo

Cansado del trabajo la mira de reojo

No dice nada porque el lo sabe todo

Sabe que es feliz de cualquier modo

 

Un vago “hola” seguido de un fugaz beso sellaron el final de su día de ilusiones, Deathmask había regresado, los sobres con versos debían desaparecer. Con sutil arte escondió las violáceas líneas en el bolsillo trasero de su pantalón, mientras los labios de su amante le rozaban la sonrisa para luego soltar un rosario de maldiciones al horario de trabajo, su jefe explotador y la tonta secretaria pelirroja que jamás estaba cuando la necesitaba, arrancándole una divertida risilla que curó todos sus pesares en un bostezo perezoso.

 

Con paso seguro, Mu se acercó a la puerta, a cerrar con llave sabiendo de sobra que su amante no lo había hecho, y fue entonces que la arrastrada voz de Deathmask le recordó que no lo había escondido todo.

 

-¿Y éstas?- Preguntó, señalando el purpúreo conjunto de pétalos que, con elegancia, adornaban la mesa de trabajo cubierta de diseños inacabados.

 

-Inspiración para la nueva línea.- mintió Mu, viéndole cruzar el departamento en tres grandes zancadas

 

-Sólo no vayas a hacer nada cursi- le replicó el italiano en tono irreverente mirándolo a los ojos, mientras su dedo índice ocultaba uno de los graciosos puntos que señalaban sus inexistentes cejas, tal y como antaño solía hacerlo.

 

-No te preocupes-Concedió el lemuriano con rebelde mirar -me has entrenado bien- e improvisando una risa sarcástica, corrió a refugiar su tesoro prohibido en su habitación, junto a la cama que compartía con el principal competidor de quien lo había enviado.

 

Porque el es quien le escribe versos

Es su amante su amor secreto

Y ella que no sabe nada

Mira a su marido y luego calla

 

Deathmask lo observó marcharse  con una sonrisa en los labios, mientras sus manos, presurosas, deshacían el nudo de corbata que Mu había armado en la mañana, celosas de las violetas que, esa noche, dormirían junto a ellos. Amaba la sonrisa bailoteando en el rostro del carnero, amaba sus ilusiones y sus sueños, su inocente andar aferrado a un jarrón de cristal con cinco flores tan violetas como él, flores que jamás inspirarían ninguna joya, porque todo lo que había dicho era mentira. ¿Cómo no iba a saberlo? Si eran sus manos las que, cada año, dibujan letras violetas en versos que, anónimos, le diesen al joven lemuriano el cariño que, de frente, no podía darle, haciendo mágicos sus días con la magia con la que Mu había pintado los suyos… Era él, él era el secreto admirador sin más rostro que poema y sin más besos que una flor, celebrando cada 9 de noviembre la bendita borrachera que por vez primera le hubiese regalado los labios del ariano tras una noche de parranda y descontrol celebrando el cumpleaños de Milo, noche gloriosa en la que, cansado de fingir, había decidido sincerarse con el entonces ebrio custodio de la Primera Casa , a sabiendas de que, cuando recuperara la sobriedad, ya no lo recordaría…

 

Suspiró, sacando del bolsillo de su pantalón un bolígrafo violeta… siete años de vivir con él y tres de susurrarle “te amo” en papel callado, toda una vida de amarlo, y la primera noche, la primera de muchas, de dejar de esconderse…

 

10 de lanoche, señaló, enfadado, el reloj de pared

 

-Mu, ya es tarde, vamos a cenar ¿Quieres?- dijo en tono desdeñoso, sabiendo que el pelilila lo entendería

 

-¡En un momento!- gritó Mu desde la habitación, acomodando un florero.

 

Sobre la mesa, un bolígrafo morado rodó entre las servilletas de papel, testigo de poemas de amor callado, y en el cuarto, en el cajón de la mesa de noche, cinco purpúreos sobres vacíos dormitaron, esperando el siguiente 9 de noviembre.

 

Quien le escribía versos

Dime quién era

Quien le mandaba flores

Por primavera

Y en cada 9 de noviembre

Como siempre sin tarjeta

Le mandaba un ramito de violetas

Notas finales: Finiquitado...

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