Encuentro Fortuito
Conducía hacia ningún lugar, sin objetivo fijo, sólo planeaba seguir vagando entre las calles. Había sido un mal día y algo le decía que sería una mala noche. Aunque con algo de suerte quizá no.
Al doblar una esquina vio a un alto y delgado hombre rubio en la esquina, esperando el cambio de señal. El hombre clavó la mirada en él, y casi pierde el control del auto. Derrapando logró dar vuelta en la esquina siguiente, y algo tembloroso estacionó el auto en una doble fila.
A paso rápido volvió sobre el camino que había dejado el auto, aún visible en el asfalto como negras y gruesas líneas.
Al doblar la esquina aún estaba ahí, justo donde lo había visto, pensó para sí que la suerte estaba de su lado y que la señal no había cambiado aún.
Corrió con torpeza hacia él, tropezando a ratos.
-Hola... yo..
El otro negó rápidamente, sonriendo. Su atuendo era tremendamente sensual, un pantalón muy ajustado, y una camisa descaradamente trasparente, sus ojos entrecerrados en un gesto de complacencia. Alzó la mano y rozó su mejilla, Aioria casi se desmaya con ese simple gesto.
El otro sonrió. Y comenzó a caminar, giró la cabeza hacia él, indicándole que le siguiera. Caminaron un par de calles en silencio.
Finalmente entraron a un café artístico, lleno de hippies y de poetas fracasados. Aioria cada vez se sentía más extrañado, con todo lo que le estaba pasando
-Yo qui... quisiera...
Tartamudeó, pero la sonrisa del otro lo hizo tranquilizarse. Se detuvieron en un cuarto, el joven saco una llave de entre sus ropas y abrió la puerta. Antes de entrar de entre sus ropas sacó una tarjetita, tendiéndosela.
Aioria miró el trozo de papel entre sus manos y su cara se llenó de espanto.
En la tarjetita venía un nombre... y un precio.
Miró hacia adentro, donde ya el rubio se había quitado la camisa y comenzaba a destrabarse los pantalones.
De entre todas las personas del mundo, Aioria había terminado siguiendo a un prostituto.
Excitado por lo que veía tiró la tarjeta, restándole toda importancia y metiéndose al cuarto cerró la puerta.
Sus manos comenzaron a desabotonar su propia camisa, pero fueron detenidas por las manos más largas, del otro. Al mismo tiempo que el botón iba cediendo, el rubio le cubría de besos, y más aún, su lengua jugueteaba con su piel.
-No quieres cobrarme ahora?
Sólo le respondió la fresca risa del otro.
-Prefiero disfrutar primero...
Por fin su voz... y más aún dentro de esa frase... Aioria sintió que se derretía, mirando como ese a quien la tarjeta había designado como Shaka se hincaba en el suelo para comenzar a lamer su miembro.
Le acarició los rubios cabellos mientras sentía como si un tropel de hormigas corrían hacia arriba por su columna vertebral y hacia abajo por sus pantorrillas. Se tensó sobre sí mismo, jadeando fuertemente, esperando turbar un poco a todos esos poetas dopados.
Antes de terminar lo separó de sí, y ayudándolo a levantarse lo llevó a la cama. Después de todo, ese mal día, tendría una gran noche