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Solo, contigo por Gadya

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Notas del fanfic:

u_u me criticaron mucho eso del Mu seme, asi que ahora directamente aviso...

                             SOLO, CONTIGO.

 

                  Acompañame,

                  a decirte sin palabras,

                  lo bendito que es tenerte y serte infiel solo con esta

                  soledad.

                  Acompáñame,

                  a quererte sin decirlo,

                  a tocarte sin rozar ni el reflejo de tu piel a contraluz

                  A pensar en mi para vivir por ti.

                  Acompáñame a estar solo.

                  ("Acompáñame a estar solo"- Ricardo Arjona)

 

                  Shion suspiró recargado sobre el barandal de la terraza. Soledad, todo se lo recordaba... soledad, las escarpadas montañas de la zona, la apatía de la tierra agonizante, el sonido del viento entre las rocas, el cielo azul y despejado, y el sofocante silencio sempiterno... soledad... esa era su condena, condena por vivir una vida de prestado, una vida que no le correspondía vivir, por haber muerto 14 años atrás, asesinado por los delirios de grandeza de un dios con cuerpo mortal, de un hombre con alma divina... soledad... también a ella se había entregado, se había hecho su eterno esclavo a cambio de un poco de olvido que le permitiera desterrarlo de su memoria, a cambio de una cárcel que aquel recuerdo siempre evadía para reírse burlonamente frente a sus ojos, imitando la figura del hombre que amaba.

 

                  Se rió de su propia miseria, no podía ser tan tonto. Tantos años rodeado de inmensidad de hombres y mujeres dispuestos a entregarse a sus caprichos, tantas aventuras estúpidas en busca de una forma de matar el tiempo, para acabar enamorado de la única persona que le estaba prohibida, el único que no lo veía como hombre, de su alumno, su heredero, casi su hijo, su pequeño Mu, no tan pequeño, que con ahora 21 años, le suplantaba en la casa de Aries.

 

                  Mu... el sólo recordarlo le daba escalofríos... Mu, su eterna figura tatuada en cada rincón de aquella torre, su morada, su cárcel... Mu, su voz multiplicada infinitamente en cada sonido, en cada silencio, en cada frase arrebatada a la memoria envenenada de su presencia intoxicante... Mu, en todos lados y en ninguno, poblando su vida vacía de vida y plagada de momentos evocados por su lenta agonía... Mu, y su esencia llenando cada paisaje de la eterna y dolorosa Jamir como una melodía blanca, el silencio hecho canción destinada a recordarlo, a fijarlo en su mente como un estigma irresistible.

 

                  Cerró los ojos dando paso a sus otros sentidos de vivir por un momento, de sentir el viento jugar entre su pelo, susurrando en sus oídos el nombre de su amado, y de pronto allí estaba, su melena lavanda ondeando en la brisa, su sonrisa iluminando el paisaje.

 

                  No podía creerlo, Mu estaba allí, observándolo soñar desde la base de la torre, devolviéndole el tiempo que la soledad le había quitado, respondiendo el desesperado llamado que jamás se había atrevido a pronunciar. Shion le devolvió la sonrisa, y en un instante fue como si el tiempo muerto de su soledad nunca hubiera existido, como si los continuos momentos vacíos se evaporaran en la calidez de su mirada.

 

-¡Maestro!- gritó Mu, y Shion no pudo menos que sonreír. Amaba su voz, amaba oírlo llamarle así, amaba sus ojos llenos de admiración y cariño, pero por sobre todo, amaba sus sonrisas, cálidas como la brisa de primavera, dulces como el aroma de las rosas que cubrían el camino hacia el Templo de Atenea. No necesitó decir nada, sabía que Mu lo entendería, y con una fugaz mirada le invitó a pasar dentro de su morada, de su casa llena de recuerdos, repleta de pasado, desnuda de presente.

 

                  Le saludó feliz de verlo, luego de tanto tiempo, preguntándole un montón de cosas sin sentido como un niño ansioso, intentando disimular en su voz el sonido del deseo cumplido, el saber que por fin sus silenciosos ruegos habían sido escuchados, el agradecimiento a los dioses por tan bendito presente, un fresco oasis en medio de su desierta soledad. Mu respondió, paciente, a todas sus preguntas, agregando detalles que, sabía, su mentor disfrutaba sobremanera, y ambos se encaminaron a la cocina en busca de un lugar para charlar amenamente.

 

                  El menor de los Aries le contó sobre el Santuario, cada historia inconclusa, cada imagen, le explicó cada comentario oído al paso, cada chisme, y le divirtió con escenas robadas a sus compañeros de armas en situaciones embarazosas. Le hizo reír y disfrutar de su risa, y Shion le agradeció eternamente, en silencio, cada seña, cada risa, cada gesto cómplice que compartía con él sin sospechar, si quiera, lo que su cansado corazón albergaba para él.

 

                  El antiguo Patriarca le hablo de la monotonía de su exilio, de sus días siempre iguales, por siempre y para siempre, del susurro del viento, contándole historias sordas de todo y de nada, el silencio agobiante en la eterna danza cansina del paso del tiempo, que atravesaba su vida ilusoria sin dejar ni un rastro de realidad, y el hastío de la rutina plagada de recuerdos que llenaban su falta de algo, de alguien, de todo.

 

                  Rieron como buenos viejos amigos, y se permitieron, por unas horas, ser simplemente eso, amigos, sin rangos ni jerarquías, sin pompas ni protocolos; confidentes, se contaron sus secretos sin reparos; todo le confió Shion a su pupilo, todo excepto la verdad que lo torturaba por dentro, lo que debía ocultar con esfuerzo para que no se reflejara en sus pupilas, una verdad que decidió enterrar en lo más profundo de su ser, para que Mu nunca lo supiera, para, tan sólo una vez, olvidarse de ese molesto sentimiento que le hacía morisquetas y pugnaba por salir, no podía permitirse ser descubierto, no ese día, y no por Mu...

 

-¿Puedo ofrecerte algo? Té, café...- Se sentía un idiota, habían pasado varias horas desde que su pupilo había legado, y tanto lo había eclipsado su presencia, que había olvidado, incluso, los modales. Se reprendió mentalmente por tan imperdonable descuido, mientras esperaba, expectante, una respuesta a su pregunta, que le permitiera escapar por unos instantes de la mirada que le hacía perder la cordura.

 

-Un té está bien, gracias- dijo Mu con una sonrisa, y Shion corrió a refugiarse en la tetera, a preparar todo y evitar que sus ojos se enredaran con la mirada de su amado, mirada que lo perdía, que lo sumía en sus más profundas fantasías.

 

                  El agua no tardó en avisar que había hervido, con su clásico pitido, que llenó el ambiente. Ni por un segundo Shion se separó de la cocina, su excusa perfecta para huir de su alumno sin huir, estando allí presente, amándolo en silencio, confesando sin palabras su locura sin sentido. Con absoluta devoción preparó la infusión de su invitado cuando de pronto escuchó su voz cortando la quietud de a escena.

 

-Maestro... creo que estoy enamorado...-

 

                  Shion quedó estupefacto... Mu, su Mu, su pequeño, estaba enamorado de alguien más... Sintió su corazón romperse en mil pedazos, tal como la taza que escapó de sus manos para estallar estrepitosamente en el piso. Mu enamorado... y sus propias ilusiones se marchitaron en el reflejo de sus ojos en los restos de la sorpresa, mientras el menor de los lemurianos se acercaba a él con aire preocupado.

 

-Maestro ¿Está bien? ¿Qué sucedió?- dijo inclinándose sobre su mentor, que recogía los pedazos, para enfatizar sus palabras.

 

-Tonto de mí, se me resbaló de las manos- mintió Shion, sonriendo, para ocultar su sorpresa, y al mismo tiempo, la tristeza que le producía conocer aquella verdad, y negándole a Mu una mirada, para que no descubriera en ella su dolor. Aries se agachó frente a él, dispuesto a ayudarlo, y volvió a decir:

 

-Maestro, creo que estoy enamorado...-

 

-Eso ya lo dijiste- respondió, intentando camuflar la vorágine de sentimientos, en su mayoría tristes, que le inundaban con tan sólo oír esa frase. No podía aceptar, no quería aceptar, que su discípulo hubiera rendido su corazón a alguna persona, y sin embargo, después de haberlo oído dos veces, no podía negarlo.

 

-Si, ya sé que lo dije- replicó Mu con un cómico gesto, y buscó instintivamente las pupilas magenta del antiguo Patriarca- pero no me dejó terminar. Maestro... creo que estoy enamorado.. de usted- dijo en un susurro, antes de adueñarse de los labios de su mentor.

 

                  Shion se aferró de su pecho, y poco a poco, le desnudó su corazón, para que descubriera que le pertenecía, le confesó sin palabras que lo amaba, que era su recuerdo el que cada día llenaba su solitaria existencia, que por las noches lo soñaba, lo añoraba, lo imaginaba en su cama, invocaba su compañía para estar junto a él estando solo, llenando aquel vacío con puras ilusiones creadas a fuerza de añoranza, de vacío, de un amor tan puro que anulaba las distancias.

 

                  Mu lo besó con ternura, y a la vez con urgencia, intentando recuperar el tiempo que, inútilmente, había desperdiciado separado de aquel hombre por kilómetros que nada significaban, que le obedecían, y que hubiera recortado antes si hubiera tenido el valor de admitirse a sí mismo que se había enamorado perdidamente de la persona que, hasta entonces, había sido como un padre, su maestro, su guía, su modelo, el hombre al que, de tanto admirar, había acabado amando sin remedio.

 

                  Ambos se entregaron con aquel beso, se dijeron la verdad sin palabras, y juraron en silencio, nunca más volver a ocultarse nada; Mu tomó a Shion, lo amó sinceramente y de mil modos bajo el cielo que empezaba a oscurecerse; Shion se entregó completamente, depositó su corazón en las manos de su heredero, y por primera vez, se sintió completo, amado, y feliz.

 

                  La brisa golpeó su cara, trayéndolo de nuevo a la realidad. Abrió los ojos y rió, resignado, ante lo que veía... soledad, el mismo paisaje agreste, las mismas montañas hostiles, el mismo tiempo continuadamente vacío, como cada día. La luna se había adueñado del firmamento, y Shion no pudo evitar comparar su belleza con la del muchacho que, ahora, custodiaba el Primer Templo. Otra vez había soñado con él, otra vez lo había traído a su lado desde las profundidades de su mente para llenar su soledad... pero qué maravillosa ilusión, qué sublime momento el sentir sus labios besándolo, qué increíble fantasía había inventado.

 

-Mu...-

 

                  El viento recogió, al pasar, aquella palabra, y la cargó con sigo, rumbo a occidente, a la Grecia, en donde se hallaba el causante de aquella angustia.

 

-¡Maestro!- Lo llamó una voz conocida desde abajo. Recortado en la vista nocturna, Mu le llamaba, estaba allí, y esta vez era real.

 

                  Shion sonrió, invitándole a pasar, y se dirigió a su encuentro. Por fin, sus ruegos habían sido escuchados, y estaba dispuesto a no ocultarle nada. Tal vez, su soledad acabara después de todo...

Notas finales:

...

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