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Toda o, al menos, parte de la familia Connor se encontraba en el aeropuerto "LAX"(1) Los Angeles esperando al menor de sus hijos. La madre intentaba peinar el desordenado pelo de su hijo intentando que pareciera presentable, pero tanto su hijo como el cabello de este eran de lo más rebelde. El padre golpeaba el suelo con el pie una y otra vez, sin descanso, nervioso por el regreso de su hijo prodigo. Mientras que el hermano mayor apartaba la mano de su madre de su pelo mientras intentaba leer su maldito libro
- Moses - le llamó su madre - Haz el favor de ser atento con tu hermano.
- Si es casi un desconocido, mamá - le contestó, agarrando la frágil muñeca de su madre, dando por terminada la sesión de peluquería.
- Lo está pasando mal...
- Pues tan mal cómo todos...
- Moses... - la mujer cogió las mejillas de su hijo, obligándole a mirarla a los ojos con un brillo suplicante - Ayudémosle a que vuelva a sentirse cómo en casa...
- De acuerdo, de acuerdo...
- Linda, empieza a salir gente - dijo el padre, Steve, viendo cómo empezaban a recibir a los pasajeros recién llegados.
Los tres se pusieron en pie y se acercaron a la puerta de salidas, esperando ver al último Connor. Vieron salir a un montón de pasajeros, pero ninguno de ellos era su hijo/hermano. Pero lo que no sabían era que Noah Connor se encontraba escondido tras una pared, observando a su familia, esperándole con ansias.
Noah fue prácticamente el último en salir por la puerta de pasajeros, arrastrando su equipaje y con la cara seria. No esperaba para nada la cara de total alegría de su madre o la tranquilidad de su padre. Ambos le abrazaron casi al instante y acariciaron su lacio pelo.
Por último, se encontró la mirada fija de su hermano mellizo, Moses. Se parecían tanto... pero a la vez eran tan diferentes... Ambos eran igual de altos, cercanos al 1'70, y tenían el cabello del mismo color chocolate, con los rasgos faciales semejantes. Pero Moses tenía el pelo rebelde y duro, corto por la parte de arriba y algo más largo por la capa de abajo; sus ojos eran tan marrones como su pelo, su nariz recta y sus labios finos, con un piercing en el labio inferior con una cadena que iba hasta el pendiente del lóbulo de la oreja. Vestía con unos vaqueros a la altura de las caderas, con rotos en las rodillas y unos tirantes negros colgando de el, y una camiseta ajustada, sin mangas, de color burdeos. Noah, por su parte, era mucho más delgado que su hermano, con los brazos finos, piernas torneadas y caderas anchas; sus manos eran pequeñas, pero con dedos largos; su nariz recta, sus labios carnosos y sus orejas llenas de pendientes y aros. El pelo del menor era fino y muy liso, lo llevaba muy largo, a la altura de la cintura y suelto, por ser una ocasión especial, pero el flequillo a un lado, le llegaría a la altura de la barbilla, dejando mechones sueltos sobre su cara. Llamaba la atención tanto como su hermano, pero él, además de ser un chico muy guapo y atractivo, también tenía una cara preciosa. Además tampoco es que fuera discreto, ya que siempre llevaba ropa de color negro, con pantalones bastante anchos, con cadenas y cintas colgantes, y una camiseta algo ancha para su delgado cuerpo con el dibujo de una araña en el costado. Pero, sin duda, eso no era lo más llamativo de Noah, si no sus ojos, uno marrón chocolate, como el de Moses, pero el otro era de un color entre azul y gris.
Los dos hermanos se quedaron mirando, sin saber muy bien que hacer, hasta que Moses dio un paso hacia delante, pasó los brazos sobre los hombros de Noah y pegó las dos frentes.
- Bienvenido a casa, Noah...