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El infierno es encantador esta noche por Gadya

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Notas del fanfic:

Saint Seiya no me pertenece, asi como tampoco el título de este fic. Le pertenecen a sus respectivos autores (Kurumada y Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota respectivamente) Obviamente yo no lucro con esto, sino, no tendría los problemas de dinero que tengo u_u

Notas del capitulo: Nadie vaya a decirme nada sobre la pareja. Salió simplemente, porque la idea original era hacer un Poseidón Hades, pero se me degeneró en esto XD Las cosas de la vida...

EL INFIERNO ES ENCANTADOR ESTA NOCHE.

 

                  La suavidad de las sábanas de seda sobre su cuerpo lo despertó lentamente en mitad de la noche. No hubiese querido hacerlo, hubiese deseado dormir eternamente para no caer nuevamente en la telaraña que sus pensamientos tejían para no dejarlo escapar de aquel recuerdo. ¿Julián o Poseidón? ¿Atenea había encerrado a Poseidón en su vasija, o sólo su ambición? Ya no sabía en qué pensar, podía sentir la divinidad corriendo por sus venas mortales, el agua salada de los mares tatuada en sus dedos, el poder de un imperio azul bajo el espejo azul del cielo; Julián Solo y Poseidón, emperador del océano, dos seres mezclándose en su cuerpo como el agua del río al llegar al mar. Y perdido en aquel halo de grandeza vana, sus ojos  volvieron a su mente, esos claros ojos verdes enfrentándolo con valiente arrojo, con devoción infinita hacia su diosa convaleciente. ¿Qué había sido de él? No lo sabía. Cuatro años habían pasado desde entonces, cuatro años en los que no se había atrevido ni siquiera a recordarlo, cuatro años en los que había intentado, vanamente, deshacerse de su imagen; y ahora, recostado en su cama, sumido en el embriagador silencio de su mansión solitaria, se atrevía a preguntarle a la nada por el paradero de aquellos ojos profundos que lo habían cautivado.

 

                  Rió, llenando el vacío de la noche con su carcajada, recordando los informes que, robándose la voz de Sorrento, habían rebotado en sus oídos al oír el nombre de Andrómeda. Hades... aquel taciturno muchachito se había transformado en el dios de los muertos... otro dios humano, otro hombre divino, dos existencias distintas chocando, rozando, fusionándose y volviéndose a separar eternamente como una danza ritual... tan igual a él, a su destino sin destino, a su falsa olímpica majestad.

 

                  Furiosamente llevó sus manos a su frente, intentando detener la avalancha de pensamientos que inundaban su mente, todos llenos de él, de su mirada, de su voz, del brillo dorado de su armadura, de su infinita confianza en un milagro imposible; y poco a poco, la respuesta enterrada en lo más profundo de su alma brilló con la luz de una epifanía... estaba enamorado. Se había enamorado sin remedio de aquellos ojos, de aquel muchacho, de Andrómeda, de Hades, su enemigo, su hermano. Lo había ocultado en su mente con la esperanza de olvidarlo, porque su sólo recuerdo le dolía como mil dagas clavadas en su pecho, porque podía tener todo lo que quisiera, pero no podría jamás tenerlo a él; porque no podía evitar que su imagen le cortara la respiración, porque no podía permitir que un simple recuerdo le robara el corazón.

 

                  Sus pies descendieron de la cama, intentado conducirlo al olvido, y el frío del mármol del piso lo despertó de su asfixiante ensoñación, su calvario autoinducido que se aferraba a su cabeza para seguir torturándolo sin compasión.

 

                  Presuroso tomó su bata de seda del respaldo de una silla, y sus pasos descalzos lo guiaron hacia la playa de Cabo Sunión, hasta las puertas de su imperio inmortal, en busca de un olvido, que su alma humana le negaba. El viento marino le golpeó el rostro, arrastrando los llamados de su Templo bajo las aguas, robándose, por unos instantes, su melancolía. Y de nuevo, los recuerdos de aquel joven se estrellaron en su mente, al encuentro de aquella etérea voz oceánica, que los invocaba como un mantra sagrado.

 

                  La arena mojada se escurrió bajo sus pies, y la brisa cargada de océano se mezcló entre sus cabellos azules, susurrándole secretos incomprensibles, instándole a seguir las huellas que cubrían la orilla del mar formando un camino imposible, llevándolo a un destino incierto que lo atraía irremediablemente. Por horas sus pasos se confundieron con la playa, hasta que sus ojos divisaron una figura recortada en la noche, la verde melena ondeando en el aire, la oscura túnica regada junto al mar. Vacilante se acercó, creyéndose en un sueño, hasta que la blanca piel iluminó la noche, como pálido reflejo de la luna. Sus ojos, perdidos en le horizonte, acusaban tormento, quizás, melancolía, seguro, añoranza, tal vez, amor...

 

-Andrómeda... - dijo en un susurro, y aquellas orbes aguamarina se clavaron en su rostro, temerosas de haber sido descubiertas.

 

-Poseidón- exclamó contrariado, levantándose de la arena, dejando caer la negra noche de su ropa sobre sus pies.

 

-Julián- respondió el muchacho sonriendo, mientras sus ojos le indicaban que no debía temerle. -¿Qué haces aquí?-

 

-Pensaba.- sus ojos, asustados, escaparon de la mirada de Julián, que, profunda como el océano, le confesaba un secreto inalcanzable. -Huía... –

 

-¿Huías? ¿De qué? ¿De quién?- La respuesta de Shun le había dejado un gran vacío. Tan sólo podía haber huido del Santuario, de alguien allí, alguien que se robaba, poco a poco, al recuerdo que lo había hecho escapar de sí mismo por cuatro largos años.

 

-No importa.- Sonrió Shun, y de sus labios escapó un suspiro enfermo de tristeza. -De todos modos no puedo.-

 

-Curioso- rió Poseidón, divertido por los juegos de la vida. -También yo vine escapando de alguien... pero no importa qué tan lejos me vaya, no puedo dejarlo atrás.- y sus pupilas azules buscaron las verdes de Andrómeda, sedientas de su brillo, confesándole en silencio, su amor desesperado, oculto por cuatro años de su propia conciencia.

 

-¿Sabes?- dijo Shun, echando su cabeza hacia atrás despreocupadamente. Aquella mirada había abierto su corazón sin su permiso, y ya no podía ocultarle nada al dueño de aquellos ojos. - El otro día te vi en el periódico, y fue como si algo me hubiera atravesado. Tu recuerdo se me vino a la cabeza, te veía en todos lados... Fue un infierno... un infierno del que no podía escapar... - y sus ojos brillaron, presos de un amor imposible que lo atormentaba. Los dedos de Julián se posaron en su boca, obligándolo a callar, acariciando con ternura cada recuerdo desesperado, recorriendo su rostro con añoranza; y sus labios se adueñaron de los del muchacho, robándole el beso por el que tantas noches había despertado perturbado, declarándole su amor tejido con locura, un amor más fuerte que el tiempo, que el olvido, que el calvario de no poder llegar a destino. Y el beso se transformó en pasión, y la pasión, en el carmín que pintó sus labios cuando, ebrios de mudas confesiones, separaron sus bocas.

 

                  Julián miró a su muchacho, enredado en su cintura, y sonrió. Tenerlo lejos y pensarlo, añorarlo sin esperanza, también había sido un infierno. Pero allí, esa noche, bajo la luna, junto al mar, sintiéndolo por fin suyo, entregándole al fin su corazón, el infierno le pareció encantador.

Notas finales: Sin aclaraciones, la historia del nacimiento de este fic quedará en secreto XD

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